16 de septiembre de 2025

La fortaleza de los débiles (Ética del amor)

 


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By: Andreas Magnusson.

En ocasiones elevamos la mirada buscando en el cielo esa palabra que a bien deseamos nos de consuelo o respuestas ante la insistente presión que cada tarea o asunto pendiente nos obliga a cumplir, nos preocupamos en un exceso de pensamientos que por lo general nos llevan a una autopista de emociones incontrolables al punto de quiebre del cansancio y la inoperancia intelectual. Eso no está mal, es parte de esa hermosa naturaleza que nos reseña como seres humanos.

Caminamos con las manos en los bolsillos y los puños apretados dentro de estos, los pensamientos fugaces con ideas incompletas que quieren darle sentido a la confusión de una coyuntura que fue planificada con mucho tiempo de antelación.

¿Pero para qué planificamos tanto si la vida es un ligero puente de cáscara de huevo que se puede romper como un capricho mismo de los dioses?

Se rompe, porque la fragilidad es algo permanente, constante, es algo que hace parte de la naturaleza misma que nos rodea.

Somos fuertes cuando la mente y la disciplina se juntan en un trabajo de completo compromiso y sensata dedicación a los detalles, pero al unísono de un canto de sirena aparecen luces en el vacío que materializándose en una llamada telefónica, un mensaje de chat o un simple correo electrónico nos advierte que las cosas ya no son como deben de ser.

Es ahí que la debilidad de los fuertes supera con creces lo ético del acuerdo previamente pactado. Nace la justificación de ese inevitable mal menor, del entender que a pesar de un plan o una estructura, la disciplina pierde ante la ausencia de quien prometió cumplir. Un mal menor, dirían los expertos en ciencia política o relaciones públicas. Y es que al hablar de la debilidad de los fuertes nace el dilema ético y sacro de todo aquello que hemos obrado con antelación ¿Hemos fallado? ¿Ha sido insuficiente o irresponsable la gestión? ¿Se ha perdido la confianza o el valor mismo de la institucionalidad? ¿Fue mi culpa?

Es un dilema que en casos de emergencia – el afán de la planificación – termina por degradar la naturaleza misma de lo deseado, porque siempre la buena intención ha antecedido cualquier acción o relación.

Hay que continuar, no podemos quedarnos en la misma piedra observando al cielo en búsqueda de señales.

Incluso, la señal precisamente fue aquella llamada, aquel mensaje de cancelación, aquel adiós que nunca tuvo bienvenida.

La fortaleza de los débiles nace preciso, en otro dilema, en la defensa, en el acto de amor de poder avanzar contra corriente, un breviario de intenciones que quiere surgir ante la desconfianza y la falta de razón. Es un callejón angosto que exige igualdad de pensamientos y recursos, como antes se obraba en las grandes autopistas de la zona de conformidad.

El último medio o recurso, como acto de defensa, sin mediar en el desespero, nos guía con una dosis más densa de paciencia para no tentar al egoísmo en los fines, siempre debemos de tener claridad en el ejercicio natural de la cooperación y el feroz egoísmo del tiempo caducado, es allí que el amor y las santas compañías pueden tomarnos de la mano y con palabras simples darnos un poco de aliento que en el transcurso del caos hemos perdido, porque siempre compañeros, lo que recae en el puente de cáscara de huevo, son los incentivos a querer continuar, la confianza propia y el devenir de quienes nos observan a la distancia, quizás como jueces, quizás como aliados, quizás como desconocidos que solo señalan sin entender que en el fondo del agua también hay tierra firme.

La ética preventiva del mal menor nos llena de argumentos y allí en mi caso puntual, es que siempre logro entender que cada evento, cada suceso trae consigo las falencias que el reto en su nivel más alto nos pueda desafiar, tiempo y recursos como tendencia de supervivencia requieren en profundidad amor y confianza, cada ciclo termina en una conclusión posible: nuevos argumentos para superar aquel mal menor, aquella ética de lo cotidiano.

Amor y confianza, por encima de tiempo y recursos.

Ahora es posible mirar al cielo y saber que en su abstracto conjunto de luces y nubes recibimos las gracias del trabajo cumplido, que el tiempo en su inmisericorde paso, nos ha apoyado con el susurro de aquellas palabras que el viento pasea: Todo va a estar bien.

Gracias a quienes acompañaron a este joven soñador, y miles de agradecimientos a quienes sostuvieron mis manos durante los silencios densos en que la debilidad de los fuertes fue un plato frío de almuerzo.

Hoy como siempre, seguimos caminando en puentes de cáscara de huevo, porque ello amigos míos, es la naturaleza de lo cotidiano.

Quizás sea esa la principal enseñanza.

 

AV.

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