5 de julio de 2025

Canción para mi muerte (Yeferson)


Imagen tomada de: https://www.craiyon.com/image/K6bfjQxwS36AQmHHjovkYA 


Yeferson nació enamorado de la música, con un gusto por el canto tan puro que desde muy niño parafraseaba canciones que su imaginación le permitía improvisar. Su madre, Maritza, le inculcó el amor por la música, pero desde el baile.

Todo ritmo latinoamericano pasó por la sala de la casa, un par de bafles aiwa daban volumen a los primeros pasos del infante y su madre, que tomándole de las manos le enseñaba primero a bailar que a caminar.

Roberto, el padre, bien se alejaba de pasiones musicales, pero gustaba del buen beber, así que sus jornadas de cantina las vislumbraba en canciones de Jose Alfredo Jiménez, Diomedes Díaz y cómo no, algunas baladas del maestro José José.

Yeferson creció enamorado del amor, del ideal de pareja perfecta que tomados de las manos superan las barreras del mundo entero, no tanto por el ejemplar matrimonio de sus padres, porque nunca fue ejemplar. Más bien por las románticas canciones que escuchaba y de ellas, las que entonaba en la ducha, en el coro del colegio y años más tarde, en los bares de Karaoke de la ciudad.

Cerca de los diecinueve años fue reclutado por una banda de música, de esas que cantan éxitos de la balada pop latinoamericana, desde versos de Ana Gabriel, hasta revolucionarias canciones de Charly García.

Allí conoció “Canción para mi muerte”.

La voz de García y Spinetta chocaron con la memoria musical de Yefersón, sus ídolos de infancia, Niche, Rikarena, Ana Gabriel, Maná, Valoy, todos juntos se revolcaron ante aquella revelación. El líder de la banda, un taciturno baterista de música rock, le había dado la letra de una canción desconocida, que, al reproducirla en su dispositivo móvil, le cambió por completo la percepción del mundo, quizás, había conocido la poesía.

Recorrió varios bares y restaurantes, en alguna oportunidad viajaron a municipios aledaños a cantar, contratos pequeños, pero justos.

Yeferson comenzaba a interpretar canciones de artistas que desconocía, como a Fito Paez, La Ley, Timbiriche, pero seguía atrapado con Sui Generis, era un amor de primera escucha.

En aquellas giras por pequeños municipios aledaños, hubo un particular suceso que para Yeferson fue el último.

Llegaron a Santa Lucía del Oro, una ciudad de pequeña importancia, una inmensa Quinta les recibía y dentro, un lujoso matrimonio, de aquellos ostentosos que terminan desperdiciando comida.

La agrupación musical se acomodó en una tarima estilo colonial, elegante, absurdamente grande. Con el micrófono en mano y dejándose guiar por el vocal principal de la banda, interpretaron canciones clásicas de la balada latinoamericana, uno que otro vallenato de antaño, de esos que escuchaba el padre de Yeferson cuando tomaba en la cantina, merengue y salsa, todo en distintas salidas al escenario, según avanzara el ambiente en la fiesta matrimonial.

En una de las pausas, un mesero de elegante corbatín entregó al líder de la banda, el baterista taciturno, una hoja de papel con una anotación particular: “Canción para mi muerte”.

Con una sonrisa de camaradería, informó a los dos vocalistas de la banda de la solicitud que llegaba, Yeferson emergía en felicidad, era su momento de homenajear al sentido mismo de la vida:

Hubo un tiempo que fui hermoso

Y fui libre de verdad

Guardaba todos mis sueños

En castillos de cristal

Poco a poco fui creciendo

Y mis fábulas de amor

Se fueron desvaneciendo

Como pompas de jabón

 Comenzaron a cantar, con un ligero sentimiento de vida, contrario a la muerte que invocaba. Yeferson cantaba, se sentía a plenitud, completo, orgulloso, deseaba incluso que su madre estuviese en ese momento escuchándole.

Al terminar, alguien del público levantó la mano en señal de que repitieran la canción, parecía ser el padre del novio.

Volvieron a cantar.

Al finalizar, nuevamente insistieron que repitieran por vez tercera la canción, Yeferson sorprendido, se emocionaba.

Volvieron a cantar.

Una cuarta solicitud, otro familiar insistía.

Volvieron a cantar.

Yeferson estaba agobiado, sentía que su garganta ardía y su voz fallaba, sus piernas dolían a la altura de la pantorrilla, como si llevase mucho tiempo de pie. Miraba con detenimiento a todas partes hasta que con sorpresa notó que varios de los invitados tenían demasiadas arrugas en el rostro, las uñas largas, como una bestia.

La pareja de esposos en una mesa con decoración exagerada estaba sentada mirándoles fijamente, debajo del mantel de la mesa se podía observar extrañas formas que reemplazaban lo que debería de ser pies humanos.

Yeferson entendió en ese instante que era el final que siempre había soñado para su vida.

 

Te suplico qué me avises

Si me vienes a buscar

No es porque te tenga miedo

Solo me quiero arreglar.

AV.

30 de junio de 2025

Libertad de Pensamiento (Ayer y Hoy)

 


Imagen tomada de:  https://jp.pinterest.com/pin/213921051044505657/

By:  BodegaCatsOfNewYork

Todos buscamos la calma, anhelamos en cada espacio un momento de libre pensamiento, sin ser juzgados ni entrar en controversia, deseamos por demás, abrazarnos en la soledad de una canción, un silencio o la nada.

Caminamos con las manos guardadas en los bolsillos, nos sentamos en un sofá con la cabeza puesta en el vacío dejando que las ideas se transformen en todo tipo de caprichos o temores, incluso.

Hay pensamientos que se nos atascan en la garganta, como una excusa que no hemos podido pronunciar, una plegaria que se nos enreda en la culpa, en la excusa del día vivido. Pensamientos que se nos mezclan en el pecho como un suspiro en desarrollo, se siente fuerte, no duele, pero son una Recoleta de edificios exclusivos, calles adoquinadas y restaurantes, todo un conjunto de emociones que en ese pequeño espacio nos aprietan desde el deseo, desde la fuga misma del cansancio.

Callamos un grito de libertad, nos concentramos en el que hacer de cada día, de cada tarea incumplida.

Un prófugo tormento de actividades que demandan total atención y que quizás las atendemos como mecanismo rutinario de salir de la realidad, de pensar libremente porque allí, tal vez más al fondo, es donde residen los inquietantes cuestionamientos de la vida.

Ambientamos la vida en proyectos que permitan crecer el intelecto y el aspiracional motivo de existir, como una tentación, diría Cioran.

Alguna vez quise dejar de lado todo aquello a lo que amaba como un acto de madurez, entender que en ese esfuerzo me estaba aferrando a unas tareas exigentes que nada dejaban de rédito, por el contrario comenzaba a hacer invisible al verdadero ser que estaba luchando por un lugar en el tiempo y el espacio, es doloroso entender que ciertas pasiones se deben de dejar de lado, abusar de la confianza del silencio y suplicar por un siguiente camino.

Fue así que proyectos íntimos se desvanecieron en la cúspide de su existencia, había que atender una existencia mayor, la del joven soñador, la del niño profeta, la del adulto contemporáneo que en un escritorio insistiría en materializar las ideas del ayer.

Primero fue la palabra, en ella los sueños se hicieron letras que fueron leídas en reuniones y rincones virtuales.

Las acciones derivaron en sueños, porque los sueños deben de verbalizarse para poderse identificar, dar un plan y una meta, sino, serían solamente fantasías.

Fantasías que debemos como el silencio que clamamos, conservar con cautela pues de ellas pueden surgir potentes males que en nombre del mañana nos arrastran a una frustración magnánima, al mejor estilo de la belle époque.

Hay pensamientos que se nos atascan en la garganta, como una excusa que no se ha podido superar: el premio de hace veinte años, el mérito de aquellas tardes de febrero, esa copa de vino que nos tomamos en San Antonio, durante un noviembre cordial.

Pensamientos que siendo justos han evolucionado en nuevas metas y proyectos, pero el cansancio es el producto de todos esos proyectos y metas dibujadas en la sonrisa del entusiasta, este entusiasta.

No se trata por supuesto de renunciar a todo hasta quedar con las manos vacías dentro de los bolsillos, ni mucho menos de llenar la hoja en blanco de letras taurinas, de esas inquisidoras tareas del mundo laboral.

Es dar un balance a la justicia del pasado con la novedad del inquieto presente, debatirnos entre el estar y el ser, permitirnos pensar en libertad otra vez, con aire nuevo, con pensamientos que si se atascan, puedan acomodarse para salir ligeramente, no para atragantar todo lo vivido.

Volver a la libertad de soñar.

AV.

24 de junio de 2025

Juego de Niños (Respuestas)




 

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“Cat behind bars in the basement”  By: Aleksei Gorovoi


Comenzó como un juego, una simple travesura de la edad, la curiosidad de quien cumple la adolescencia al fervor del día vivido sobre el anhelo de vidas soñadas.

Estaba acompañado de dos amigos más, Gabriela, de ojos castaños y cabello rizado, dos largas colas de su cabello adornaban sus mejillas. Junto a Gabriela, Ernesto, de apellido Salazar, hijo de comerciantes y con ímpetu de artista.

Los tres sentados sobre el suelo se camuflaban del bullicio de la jornada escolar, dos de la tarde, un martes, finalizaba la década de los noventa.

Hay historias que se escriben en los descuidos de lo cotidiano, risas que se vuelven anécdotas en historias de adultos, memorias de lo absurdo en juegos ininteligibles.

Misael, el protagonista de este relato insistía en jugar a la copa, Gabriela ignorante de tema se distanciaba en miradas de preocupación, por su parte Ernesto, de ligera prudencia seguía todas las demandas de su mejor amigo de escuela.

En una hoja cuadriculada, la del cuaderno de trigonometría escribieron números y letras, un vaso plástico transparente serviría de guía. Querían jugar, anhelaban entrar en universos prohibidos, como la maniobra misma de ausentarse de clase bajo los salones de la biblioteca del colegio en aquel mes de junio.

Durante largos minutos preguntaron por todo lo que un grupo de adolescentes podría averiguar, desde los números de la lotería hasta el nombre de la persona que estaba enamorada de Gabriela, preguntaron por la vida del abuelo de Ernesto en el más allá y hasta indagaron por la salud de Rolando, un caniche French Poodle que había fallecido el pasado marzo.

Dejaron todo en su lugar ante la frustración de una visita que jamás se hizo evidente. Un juego absurdo, pérdida total de tiempo, diría Gabriela, con miedo, con risa nerviosa, con algo de malestar.

A la semana siguiente aquella atrevida jornada estaba olvidada.

Para Misael todo seguía su curso, sin embargo al mirarse al espejo cada mañana antes de ir a la ruta escolar notaba en su rostro algo de ojeras, una palidez que en algún momento del fin de semana dio preocupación a su madre, doña Melissa, dizque porque el niño aparentaba tener anemia, o hepatitis, algo fuera de lo normal.

Gabriela había perdido el sueño y como consuelo se trasnochaba leyendo el viejo libro de ciencias naturales, para mejorar su rendimiento académico, Ernesto en cambio, escuchaba voces, ligeros susurros que le delataban las respuestas de los exámenes de química y física, un genio misterioso que se apiadaba de su baja calidad académica.

Tres jóvenes que en el desconsuelo del no futuro, buscaron en el más allá las respuestas a preguntas innecesarias, para fortuna de los mismos, un viejo caminante atendió la invocación con loable cortesía.

Vestido de elegante sombrero de copa y un abrigo largo, botas y rostro sin identificar sonreía en lo profundo de las sombras, acompañaba las lecturas de Gabriela hasta aquella mañana en la que la señorita, ya un año posterior al juego, decidió dormir para siempre. Había caído en un estado tan profundo que aprendía a caminar de la mano del viejo caminante del otro lado.

Ernesto seguía escuchando voces, muchas voces, susurros, lamentos, incluso empezó a responder preguntas que la nada le planteaba, todas esas jornadas de escucha terminaban por distraerle tanto que su vida finalizaba en un accidente de esos que se pueden evitar.

Misael, extrañado por la pérdida de sus amigos retomó en ese posterior año al primer juego, la tarea de volver a invocar a quién no conocía. Decantó sus primeras preguntas en identificar al visitante sin recibir respuesta, intentó en comunicarse con Gabriela y Ernesto, sus fallecidos amigos de colegio.

Intentó comunicarse con todo lo que le fuera posible sin recibir nada que fuera una respuesta.

Cada noche de su vida durante los próximos decenios sería un intento permanente, desconociendo en ello su vida. Estaba aferrado a una tarea que sin notarlo le había robado la vida, era un espectro que con el desespero del silencio buscaba respuestas.

Nunca entendió que él era la respuesta.

AV.

23 de junio de 2025

Miedos (Sin nombre)

 



Imagen tomada de:
https://unsplash.com/es/s/fotos/halloween-cat 

By: Sašo Tušar (29 de agosto de 2016).


Hay miedos que nacen ante la presión de lo no conocido, de todo ello que no tiene forma ni nombre, de aquello que no ha ocurrido o incluso, que no se sabe si ocurrirá. Miedos, temores que se cultivan con abono de lo insospechado, una incertidumbre que empuja a quien le padece, en una toma de decisiones desaplicada, quizás amigos míos, por el amor mismo por la prevención o la rendición absoluta ante el error.

Miedos, como cualquier mal que no tiene forma ni tamaño.

Miedos que nacen ante el susto inmarcesible de vivir lo ya vivido, aquellos espacios del alma que se ocupan en pensamientos, algunos miserables, de derivar en una vida ya vivida, en un orgánico proceso de repetir los pasos de lo que tanto daño hizo.

Miedos, como cualquier mal que acecha en la mente de lo insospechado, de los pasajeros de una nave que repite siempre las mismas estaciones.

Grandes escritores crearon desde su creativa mente universos inmensos donde monstruos y deidades de todas las formas e invocaciones atormentaban a quienes podían verles, historias y crónicas que desde la ficción podrían abrir muchas mentes, un cofre de especímenes no identificados, como aquel espectro del almohadón de plumas, o la sombra coqueta de la máscara de la muerte roja. 

Personajes propios del mito de Cthulhu o de aquellos seres sintientes que sin forma ni tono de voz saludaban a los mortales desde una esquina, propia de las almas de Barker o la cotidianidad de King.

Todos, con su estilo literario y su mente abierta a terrenos etéreos, brindaron desde el más violento o sarcástico tono de horror una historia, un personaje, una leyenda para reflexionar sobre lo que no está bajo nuestro dominio.

Hay monstruos más grandes, más fuertes, con una capacidad destructiva superior a cualquier deidad de esas que se leen en las obras de Wilde, Dicker o Shelley.

En común acuerdo con la locura, el anhelo a un mundo mejor, o quizás, el terror al pasado, conlleva a que estas misteriosas fuerzas sean mínimas ante la más poderosa pasión de los vivos: El odio.

Grandes escritores, cronistas dirán otros, han logrado anteponer el miedo a lo desconocido, porque allí, donde los ignorantes cantan, los poetas escriben y no precisamente prosa romántica, sino, historias que ante el más incrédulo de los reyes se hace violenta, se hace etérea esa capacidad del ser humano de destruir su propia especie, su propia historia, su propio pasado.

Nuestras guerras, nuestras persecuciones, nuestras aflicciones y cómo no, aquellas posturas morales de finita capacidad intelectual son la base para que la ficción del terror sea minúscula ante el horror mismo de una vida que pocos se han animado a contar, porque el dolor es superior a la razón.

Encontrarnos en el péndulo de la ficción y la realidad es parte de ese proceso de identidad.

Desencontrarnos en la realidad para omitir los relatos de las víctimas es en demasía un acto de total inhumanidad, porque el delirio de rechazar a otros por su creencia, apariencia o pasado es más cruel que la capacidad de crear monstruos en el cine, el teatro o la televisión, porque la crueldad que es capaz de construir imperios de terror, está siempre en el mensaje.

Aquellos mensajes que invitan a olvidar, mensajes que pretenden engañar, crear enemigos, ajustar ideologías y sostener bandos, una segregación que es capaz de eliminar a quienes viven bajo la misma residencia.

Hay temores que son infundados, por nuestra propia mente, o por el absurdo de la cotidianidad.

Hay terrores que suceden en las sombras, en aquellos territorios donde no hay presencia del Estado o de los medios de comunicación.

Horrores incluso que se reviven como un ciclo inmarcesible de dolor, preciso porque el silencio y la impunidad son el escudo de tantos monstruos, tantos caminantes de la oscuridad y la eternidad.

Hay miedos que nacen ante la presión de lo desconocido, de todo ello que no tiene forma ni nombre, de aquello que no ha ocurrido o incluso, que no se sabe si ocurrirá.

Hay miedos que tienen nombre, apellido y número de identidad, miedos que por supuesto están esperando a tener un lugar, una historia, una crónica.

Hay monstruos que, por encima de los miedos, son demasiado humanos.

Demasiado literarios.

AV.

13 de junio de 2025

UN HOMBRE



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Una campana suena sigilosa sobre la pared, como una onda que rebota en el agua, se distrae en el sonido que emerge. Una plausible sonata que paseándose por toda la casa es atrapada en la mirada de un desubicado amigo.

Un sujeto que con las manos entrelazadas juega con cada falange de sus dedos para hacerlos tronar, quizás como respuesta al amable sonido de la campana, o como competencia a un trueno que afuera ilumina el paisaje de lo desconocido.

Descalzo sobre un peldaño paseaba su mirada por toda la casa, la reconocía a medias, la desdibujaba en los esfuerzos de su memoria, estaba de pie en el primer peldaño de un juego de escalones que en forma de caracol invitaban a una sala acogedora, llena de sombras y fugitivos. Abrió las manos y estirando los brazos como un triunfo ante la vida, emprendió el paso, bajó un peldaño, luego otro peldaño, con la punta de los dedos acariciaba el vacío, imaginaba paredes, parapetos, barandajes que le dieran soporte.

Abrió sus alas, inmensa, oscuras, de un plumaje perfecto, colores varios la decoraban ante la inmensidad del olvido. Aquellas alas silvestres chocaban con incomodidad mientras bajaba cada escalón, sus piernas erguidas pretendían llegar abajo, sus pies, sucios y con las uñas largas sentían la incomodidad de cada peldaño.

Una ventana en frente de la escalera le reflejaba someramente, se soñaba hermoso y especial, su reflejo no daba a cabalidad una imagen completa de su caminar, todo era una ilusión, la expectativa de quien no entiende de donde proviene.

Al bajar el último escalón se agachó para tomar la punta de los dedos del pie, algo de asco producía la suciedad de sus uñas, pero el amor propio le invitaba a ser tolerante. Un ligero mareo le alertó, la presión sobre su cabeza no era otra que un par de cuernos que erguidos emulaban un canto de sirena. Gritó, alegó ante la ausencia de vida la ignorancia del cuerpo que al tacto descubría.

Se desprendió del silencio, en alaridos constantes buscaba un espejo, un cristal que le diera el reflejo del que ya no era humano. Recordaba que su primer nombre, de muchos nombres, era Anatolio. Un juego de su padre para compartir vida con su hermana melliza Ana.

-     ¿Cuándo ocurrió todo esto? – Exhaló con una voz ronca, gutural más bien.

Caminaba asustado en la sala de una casa que desconocía, las paredes le eran indiferentes y el suelo cubierto de tablones de madera le daba dolor.

Recordó que su segundo nombre, de muchos nombres, fue Juan, a secas. Se rascó la cabeza y dio un intento de acomodarse en un viejo sillón que la sala de la casa tenía, sus piernas tan largas como el tiempo no le permitían lograr una postura apropiada, sus rodillas quedaban tan altas como su mandíbula.

Lleno de frustración saltó buscando una puerta, una salida.

Recordó aquella ventana en la que su reflejo deambulaba entro lo invisible y lo improbable, se acercó a esta encontrando de modo sorpresivo un cristal que no se podía abrir, un cristal tan sucio que su reflejo era una sombra sin contorno.

Algo se movía, alguien, un sonido ligero de una campana le llegaba desde la parte de arriba de la casa, se giró y buscando el sonido como si se tratase de algo palpable encontró flotando una pluma muy bella, blanca.

Una fuerte luz apareció bajando la escalera, dentro de esta, otra luz caminaba, amarilla, y dentro de aquella luz, otra más ligera emergía, naranja, rosada, violeta, un juego de colores tan extraño como todo lo que ocurría en aquella casa.

El sonido de la campana retumbó al unísono de un fuerte trueno que aparecía a la distancia, del otro lado de la ventana.

Aquel sujeto se asustó, tanto, que despertó.

Un niño de algunos pocos meses de vida lloraba acostado en una cuna, junto a la cama de sus padres. Aquel niño que llegaría apenas a entender los pasos de la vida, lloraba con fuerza ante el terror absurdo de descubrirse nuevamente con cuernos y uñas largas.

Su nombre, Anatolio o Juan, dos de muchos nombres que tuvo, era aun desconocido, estaba a la espera de que sus padres le dieran la identidad de esta era, de un mismo mundo.

Un nombre.

AV.

11 de junio de 2025

Se Fueron (mayo)

 



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Se nos fue abril, un miércoles, a mitad de semana, como una cortesía, quizás, luego se fue mayo, un sábado, por demás. Un mes extenso, intenso, sin consensos, cargado de tristeza y muchos aprendizajes, porque quienes se van nos dejan sus palabras y sus hazañas, una memoria que se construye como un cartel publicitario.

Se fueron a quienes admiramos algún vez, grandes amigos que dieron su vida y su conocimiento al servicio de la humanidad, maestros que nos dejaron para continuar con su legado allá donde los rebeldes depositan sus oraciones.

Pensar en el modo en que la vida nos guía es perder el tiempo que no nos corresponde, no es pertinente imaginar una vida que no se ha vivido ni mucho menos querer explicar lo que ocurre alrededor, a veces, la vida simplemente sucede, no hay trampas, no hay ecuaciones, no hay lineamientos predeterminados, solo momentos.

Mayo como mes de cordial rutina fue un espacio de cinco semanas lleno de extrañas coincidencias, desde redefinir los roles en el trabajo, hasta el re plantear las formas de relacionarnos con quien ya no está. Silencios incómodos, tristezas, sonrisas por doquier y la maravillosa compañía de quienes permanecen.

Allí, donde el sol brilla.

Por demás he dedicado mi presente a resolver los menesteres de cada afán, he caído en una hamaca coqueta de buenas ideas y una que otra treta. He sido sensato con el tiempo perdido y durmiendo como león he recuperado la fe en las tareas pendientes.

Ahora debo de procurar dormir más a profundidad, caminar con más calma y abrir la ventana para que el sol siga brillando. Conocemos sonrisas, nuevas personas, re conocemos viejas amistades, vemos partir al mundo en sus caprichos.

Aprender a dar espacio a cada instante, en este prejuicio al que he de llamar junio, como los hijos Júpiter, como a las valkirias, cuando eligen a sus guerreros predilectos.

Como un breve momento que ya no está.

AV.

2 de mayo de 2025

VIERNES (Se fue)

 


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Se nos fue abril, nos quedamos observando al agua caer sobre la ventana, tomamos cuantas tazas de café fueron necesarias para sopesar las decisiones de quienes, en la esquina, observaron en silencio todo lo que tuvimos que soportar.

De las noticias cotidianas siempre estará la palabra dicha, aquella con la que evadimos lo importante, esas frases injustas en las que dejamos pasear el ego hasta verlo aterrizar como un pequeño globo de arena.

Hubo encuentros interesantes, como la familia y los viejos amigos que del presente ya no están, canciones furtivas que se camuflaron en una ronda de cerveza y buenas copas de licor. Personajes que vimos caer, que en su dolido ego construyeron murallas para que nadie les preguntase por su sentir.

Jóvenes que en el ayer perdieron la espalda, que se refugiaron en sus versos constantes, como un devenir de premios y medallas al olvido. Seres sintientes, que no son monstruos ni animales, son cercanos a la humanidad vivida, especímenes que en su locura agobiaron hasta al mas ateo de los cabildantes, un brillo de malas decisiones que fueron fluyendo del final de cada copa.

Se nos fue abril, un miércoles, a mitad de semana, como una cortesía, quizás.

La llegada de mayo, festivo como todos los años, ha sido para un jueves algo fenomenal en el tedio de quienes madrugan cada día a reparar el daño de la noche anterior. Levantarse un viernes y con valentía pretender homenajear los ciclos de los que ya no están, como lectores de obituarios.

Es viernes, un pretencioso día para reflexionar lo que nos robó el calendario en el corazón, porque de ahí muchos golpes rebotaron, abrazos que no pudieron colgarse como se esperaba, incluso, estrellas que brillaron sin ser vistas, quizás, porque para algunos, abril es para enamorar y no para pensar.

Somos hijos de lo cotidiano, las mismas canciones, los viejos ademanes, los lugares de siempre, las historias de quienes ya no están, la luna nueva, el sol coqueto que nos vigila en desinteresado porvenir.

A mayo, que no se vaya tan pronto.

AV

26 de abril de 2025

SÁBADO (y otros cuentos)

 



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By: Belinda Salazar https://www.instagram.com/p/Caatq6Fl5tR/


Es abril, nos quedamos observando las ventanas mojadas de tanto llover, nos sentamos en el paisaje urbano como un igual, nos dejamos llevar por las ilusiones del amor y otros cuentos cotidianos.

Es sábado, nos levantamos a caminar y conversar, a dictar clase, a leer un libro o a escuchar una grandiosa canción, de esas que siempre terminan mal.

Elevamos la mirada para ver en el sol el cansancio de un universo que busca abrigo en el silencio de los transeúntes. Nos alejamos de todo lo que nos incomoda, buscamos en el mañana el espacio preciso para la tarea pendiente, porque hoy no la vamos a hacer.

Nos encerramos con frecuencia en palabras y excusas humanas, un acertijo cotidiano de lo que podríamos mejorar, es preciso cuestionar todo lo que nos rodea, la presunción de inocencia que tanto anhelamos en medio de promesas incumplidas.

Es justo querer cambiar, mejorar. Es injusto transformarnos en el ritmo diario, ser astutos en cada instante, ser honestos con el sentimiento y un poco, quizás, de mentirosos con el acto puro de sonreír.

La vida es una colección de retos que van forjando el carácter y la música una sinfonía de otras vidas que no hemos vivido, descalzos caminamos para sentir en vida lo que muchos caminaron años atrás.

Hemos visto la tristeza en la edad de los amigos que ya no están, en el complejo e íntimo momento de la enfermedad, aquellos que sufren en silencio el dolor de la soledad, el destierro de la cotidianidad ajustada a una habitación.

Por demás estas letras, con sus canciones adyacentes y sus pasos desorientados son una prueba de lo poco que podemos llegar a concertar con el tiempo, nos vacilamos en palabras y recuerdos, bien lo señalaba mi gran amigo Francisco, hay que recordar sin estancar, sin predicar, es mejor comprender y evocar. De ahí la pertinencia de homenajear y conmemorar, de saludar dejando en la mano estirada, un consuelo benevolente.

Son letras simples, como la marca de un estadero de comida o la nota de una cuenta de cobro, letras que se acomodan en un sábado corriente, soleado, desabrigado, cordial.

Nos alejamos con los pasos marcados en senderos urbanos, tan similares a la onírica vida de los optimistas, de aquellos que, entre seres humanos, vacilan como animales depredadores.

Es sábado, con otros cuentos cotidianos.

AV

20 de abril de 2025

QUIERO

 



Imagen tomada de: https://streetartutopia.com/2021/03/22/street-cat-art-by-swiftmantis-in-papaioea-new-zealand/

Street (cat) Art by SWIFTMANTIS in Papaioea, New Zealand (March 22, 2021)


Después de un largo viaje siempre llega la reflexión en el bolsillo del pantalón, allí se reúne como una asamblea de ideas, la mejor de las intenciones por lograr tejer palabras que sirvan de inspiración o quizás, de llamado de atención, todo como un conjunto de personalidades que quieren dialogar.

Se abre oficialmente la temporada internacional de esta breve estancia en el día a día, una temporada que con altas expectativas me reprende con la intención única de ser una mejor versión de aquel yo que se peina con afecto frente al espejo.

Una temporada que me lleva a recordar los lugares a los que hace mucho tiempo no volvemos, como la casa de los abuelos, el parque de los helados o quizás, alguna avenida que caminamos tomados de la mano con aquellos que ya su ausencia nos grita en la memoria.

Una necesidad de poder sentarme, mirando al cielo sin importar la hora, busco a quienes me olvidaron, la palabra justa para darles las gracias por sus honores y cómo no, sus afectos.

Regalar en el tiempo vacío, un beso por cada herida que insiste en aparecer, cruzar las piernas y en una fotografía estampar el colorido diseño de unas medias que me anclan al niño que quiere crecer, al paisaje que de fondo brinda contexto a una taza de café, a una copa de vino o simplemente a un grupo de caminantes soñadores.

Recordar en el silencio lo que prometimos al niño interior, a ese joven entusiasta que busca ser escritor, a ese adolescente rebelde que quiere fortalecer los espacios culturales, al profesor que quiere enseñar lo que se hace presente en el mundo real, al esposo que amó cada día, que tomado de la mano su enamorada soñaba con un universo de grandes cosas que ahora, como todo en la vida, son aprendizajes, olvidos que nos hacen orar.

Caminar, porque eso hago con frecuencia cuando el nido de pensamientos quiere poblar a cada insensata palabra que se me escapa.

Escuchar mi canción favorita, pero qué cantidad de canciones las que he sembrado en vida, desde las fábulas de Milanés y Rodríguez, hasta las plegarias anglosajonas del rock.

Sin necesidad de sentirme desarraigado, dedicado mi día a día a la contemplación de lo cotidiano, descubriendo en cada ocaso, el atardecer justo que el tráfico suele interrumpir, besar en la lluvia el sonido coqueto de una espera, en el inclemente llanto de una cafetera o la sabia sonrisa de dos cubos de hielo en un vaso de whisky, en cada caso, darle a la normalidad de las acciones un protagonista permanente: mi mirada del todo.

No ser de un lugar específico, porque como bien mentaba, se abre la temporada internacional de este año retador.

Le prometí al soñador pos-pandémico, que celebraría mi cumpleaños siguiendo las estrellas en las cuatro estaciones, el otoño permanente de cada octubre. Desde Santiago, Salta y Río de Janeiro, hasta las paradisiacas playas del caribe o golfo mexicano. Una receta de ideas que deben siempre, caer en una taza de café, en una promesa convertida en proyecto.

Querer que las cosas sucedan, intentar siempre que lo que no es posible sea una propuesta y no una querella.

No puedo olvidarme de todo lo vivido sin pretenderme ser quien no soy, no puedo reflejarme en el agua de un río o en la ola de una marea insensata, me debo pues, a lo cotidiano del aire que acompaña a cada corriente de agua.

Me debo a mi madre, y en ella, a cada esfuerzo que el tiempo ha dado.

Quiero, porque puedo.

AV

14 de abril de 2025

Tiempo de Fe (Recordar)

 


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Siempre los momentos de compañía en familia son suficientes para re descubrirnos en el paso de los días, de sabernos siempre que estamos unos junto a otros, de esas anécdotas que la prisa nos entrega vamos creando nuevas historias, algunas más alegres que otras.

Nos reconocemos en cada acto, del nombre familiar a la memoria de los desprevenidos. Dedicarnos a firmar nuevos relatos mientras sopesamos las palabras advertidas de un tiempo que ya no nos pertenece.

Quienes viajan entre el ayer y el hoy, meneando su conciencia en un péndulo que dibuja el beso del primer amor junto a la despedida de aquella noche de lluvia, son preciso, quienes han visto la vida pasar en todos sus colores y facetas, son pues, aquellos seres que se han entregado en varios nombres y meses hasta terminar en el presente, en un letargo de incomodidad.

No saber, no entender, no estar en mente a pesar de presenciarlo todo con el cuerpo, de ser parte de un lugar con el poder de incomodar y asustar, de proceder del tiempo donde el respeto emanaba palabras y la autoridad preparaba la cena.

Quienes en la fe del día a día agradecen no poder entender nada, con la necesidad misma de sentirse comprendidos, quienes al tiempo han proclamado luchas internas esperando al amanecer poderlas resolver con un saludo cordial.

A estos amables ciudadanos es a quienes el sol ilumina con la misma necedad que a los que aun no han aprendido a hablar.

Es necesario, para nosotros, para todos, poder reinventar un mundo mejor, porque sabemos que a quienes viven olvidando cada minuto, nos van a olvidar también, y en ese doloroso momento un acto de fe nos une en reconciliación.

Siempre los momentos de compañía en familia son suficientes para re crear nuevas historias.

Algunas más alegres que otras.

AV.