Y nos llegó el día especial. Finalmente nos
encontramos dando la vuelta treinta y una al sol, ya de manera oficial somos
miembros del nuevo bloque del tercer piso, esa membrecía que por los próximos
nueve años dará licencia para disfrutar de la vida y sus placeres más con
responsabilidad y preocupación que con la frescura de aquellos veintes. Era
claro, el año treinta, un año cero, de trámite o mejor, de empalme entre el que
fuimos y el que queremos ser, a la final son reflexiones que no llevan a ningún
puerto.
Hablar de un cumpleaños es mentar de manera
reiterativa cada episodio por treinta versiones y que de seguro, en alguna de
ellas saldrán a flote esos recuerdos y celebraciones maravillosas e inusuales
que por alguna razón tuve que vivir.
Hoy celebro con amor y orgullo, en compañía de mis
padres, esos dos ángeles hermosos que la vida me ha permitido tener, recibir de
ellos el aprendizaje de lo imposible, sabernos ser humanos y comprendernos en
las dificultades, ser sensibles ante los defectos, comprensivos y analíticos.
Quizás un poco fríos o parcos como mentan algunos conocidos, pero es ese el
amor que de manera inusual nos hemos encargado de sembrar y conservar en casa,
palabras directas, en ocasiones frases cortantes o insinuaciones que puedan llegar
a herir en el momento pero que en el fondo son esos espaldarazos que tenemos a
disposición para manifestar el apoyo por lo que más amamos, esta familia.
Agradecer
a la vida al nivel de caer en ese lugar común de sentirse bendecido y
afortunado, porque gracias a esos aprendizajes y hermosos seres puedo decir
abiertamente que he tenido una infancia maravillosa y con ella, grandes
celebraciones de mis respectivos onomásticos en aquellos años ochentas.
Empezar por recordar la torta a la hora del almuerzo, llegaba
del colegio a casa y estaba allí la torta de naranja con sus velas, al acto se
invitaban a esos amigos de infancia como David Ramírez o Edgard, esa camada del
Liceo Los Alpes, porque al vivir en el norte de la ciudad no tenía amigos en el
barrio, pues precisamente no era un barrio muy residencial o recomendable para
un menor como yo.
Soplar las velas y pedir ese famoso deseo, dejar en la
mesa las pasiones y las creencias adornadas de gorros de colores, globos
variopintos, amigos y mucha incomodidad a la hora en que los demás cantan el
dichoso “Feliz Cumpleaños”.
Cerca de aquel año noventa la consigna era realizar el
agasajo en el salón de clases con los compañeros de colegio, a decir verdad
para entonces era casi que mi único vinculo con algún grupo social (desde
pequeño era Forever Alone). Hay variedad de recuerdos, en especial en la Casa
Grande, con los abuelos, de igual modo con mis abuelos maternos en
celebraciones mezcladas con el espíritu de navidad y de fin de año.
Para cada ocasión siempre surgió un buen momento para
celebrar o por qué no, un único momento como oportunidad para celebrar, en la
década del 2000 tuve la bendición (?) de poder compartir cada cumpleaños con
alguna compañía agradable, en cambio, desarrollados la década del noventa fue
bastante difícil encontrar una celebración que marcara realmente un bonito
recuerdo, salvo actividades que no trascendían más allá un felicitaciones.
En esta oportunidad, siguiendo la línea de Proyecto 31
en esta, la entrega número diez, compartiré una historia en particular a
propósito de los clichés y grandes sentimientos que mi hermana Marimoon supo
expresar en sus líneas de oro claramente de la mejor manera,
pero que para propósitos de esta aventura llamada vida, he decidido darle el
protagonismo sobre muchas otras historias.
No es rencor ni más faltaba, es sencillamente que es
inolvidable este tipo de grandes fantasías (des) animadas de ayer y hoy.
Aquel 18 de octubre de 2001 me encontraba juicioso en
la facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana de Bogotá. Luego de un largo día de clases me
encontré con mi gran amiga Marimoon en los pasillos amarillos de aquel
edificio, al enterarse de mi onomástico tuvo la iniciativa de invitarme a salir
esa noche, sabía que era una fecha importante para mí no solo por ser mi
cumpleaños sino, porque precisamente en ese año llegaba a mi mayoría de edad.
Nos citamos a las 8:00 pm en la universidad así que al
terminar clases a las 4:00 pm salí para mi apartamento a dormir y comer algo, a
las 7:59 pm ya me encontraba presente esperando a mi adorada amiga quien como
siempre, se distinguió por su impuntualidad y yo, bueno, yo siempre me
distinguí por mi obsesiva puntualidad. No fue sino hasta las casi 9:00 pm que
apareció la señorita, fresca, con su sonrisa tolimense en el rostro, su
desinteresada impuntualidad y mi afanada espera se cruzaron, salimos de la
universidad y llegó la pregunta millonaria: ¿Para dónde vamos?
Muy osada y con todo el cariño del mundo fue sensata y
me correspondió con una interesante compañía: “Vamos a salir con un amigo que vino de Inglaterra (y con el que estoy
saliendo) y pues nos tomamos unas cervezas y celebramos tu cumpleaños” De
mi parte no vi nada extraordinario en tal situación así que emprendimos camino
por la Séptima hasta llegar a un establecimiento comercial muy particular.
El ambiente era más bien bohemio, música de Silvio
Rodríguez, Pablo Milanés y toda la demás trova latinoamericana y de protesta
social, desde Tango Feroz hasta una que otra de Charlie García. Nos acomodamos
en un lugar donde no había mesas ni asientos sino, cojines y un pequeño
mobiliario que hacía el rol de mesa. El personaje procedente de Reino Unido se
tomó una cerveza negra, la señorita Cárdenas una cerveza roja si mal no
recuerdo y yo, bueno, me tomé una Club Colombia.
El personaje aquel poco hablaba el español así que
gran parte de la conversación fue con Marimoon en un inglés que para mi edad
era muy incomprensible, pedimos otra ronda de cerveza y así sucesivamente fue
transcurriendo la noche: Ellos conversando (y beso va, beso viene) y yo
observándolos. Reconociendo el entorno, escuchando una tanda eterna de
canciones e intérpretes que para nada eran de mi agrado, las horas continuaban
y con ellas mi tedio, era un nivel de aburrimiento que sometía a pruebas extremas
mi capacidad de tolerancia y nivel de frustración, habían socavado mis
expectativas de principio a fin.
Cuando uno llega a la mayoría de edad y es joven y
egoísta como lo era en aquel entonces, uno espera tener una celebración con
mucho licor, mucha fiesta, grandes amigos y compañía ideal para el momento, por
el contrario en esa eventualidad me vi sentado escuchando canciones que no eran
mi preferencia acompañado de dos jóvenes brillantes que se preocupaban más por
sus besos e intenciones que por mi presencia en el recinto. Al finalizar la
noche y mientras los fulanos departían cariñosamente, observando el techo y
pensando en qué otro plan pude haber hecho sometí mi silencio a un susurro leve
pero quejumbroso: “Feliz cumpleños para
mí”.
No es rencor, es una historia para no olvidar.
Días más tarde le hice el reproche a mi queridísima
amiga quien con el mayor de los gustos y frialdad lo tomó como una queja menor.
Años más tarde se lo continué reprochando, hoy casi quince años más tarde se lo
sigo haciendo saber ya como costumbre que como reproche. No puedo negar que en
otro par de oportunidades fui yo quien le repitió la situación en especial en
aquel 04 de diciembre del 2009, cuando en compañía de la ñoña y mi adorado
César, salimos a tomar barra libre, muchas cantidades de Vodka, ella con
cesitar cuidándose y yo, bueno, yo ocupado con una amiga de la señorita
Marimoon.
El cariño es mutuo y siempre quedará en la memoria la
gran celebración de mi cumpleaños número dieciocho, pero más allá de aquel
frustrante suceso, se crearon los cimientos de lo que hoy es una amistad que
sobrepasa el oceáno Atlántico y nuestras raíces tolimenses.
Hoy, con cariño recuerdo no solo a mi adorada cómplice
sino, a todos los que año tras año me han dado de sí para que cada dieciocho de
octubre sea un gran día.
A todos, gracias por sus buenos deseos y mensajes.
(Sin rencores)
AV
No hay comentarios.:
Publicar un comentario