18 de octubre de 2014

Proyecto 31: Un Cumpleaños.





Y nos llegó el día especial. Finalmente nos encontramos dando la vuelta treinta y una al sol, ya de manera oficial somos miembros del nuevo bloque del tercer piso, esa membrecía que por los próximos nueve años dará licencia para disfrutar de la vida y sus placeres más con responsabilidad y preocupación que con la frescura de aquellos veintes. Era claro, el año treinta, un año cero, de trámite o mejor, de empalme entre el que fuimos y el que queremos ser, a la final son reflexiones que no llevan a ningún puerto.

Hablar de un cumpleaños es mentar de manera reiterativa cada episodio por treinta versiones y que de seguro, en alguna de ellas saldrán a flote esos recuerdos y celebraciones maravillosas e inusuales que por alguna razón tuve que vivir.

Hoy celebro con amor y orgullo, en compañía de mis padres, esos dos ángeles hermosos que la vida me ha permitido tener, recibir de ellos el aprendizaje de lo imposible, sabernos ser humanos y comprendernos en las dificultades, ser sensibles ante los defectos, comprensivos y analíticos. Quizás un poco fríos o parcos como mentan algunos conocidos, pero es ese el amor que de manera inusual nos hemos encargado de sembrar y conservar en casa, palabras directas, en ocasiones frases cortantes o insinuaciones que puedan llegar a herir en el momento pero que en el fondo son esos espaldarazos que tenemos a disposición para manifestar el apoyo por lo que más amamos, esta familia. 

Agradecer a la vida al nivel de caer en ese lugar común de sentirse bendecido y afortunado, porque gracias a esos aprendizajes y hermosos seres puedo decir abiertamente que he tenido una infancia maravillosa y con ella, grandes celebraciones de mis respectivos onomásticos en aquellos años ochentas.

Empezar por recordar la torta a la hora del almuerzo, llegaba del colegio a casa y estaba allí la torta de naranja con sus velas, al acto se invitaban a esos amigos de infancia como David Ramírez o Edgard, esa camada del Liceo Los Alpes, porque al vivir en el norte de la ciudad no tenía amigos en el barrio, pues precisamente no era un barrio muy residencial o recomendable para un menor como yo.

Soplar las velas y pedir ese famoso deseo, dejar en la mesa las pasiones y las creencias adornadas de gorros de colores, globos variopintos, amigos y mucha incomodidad a la hora en que los demás cantan el dichoso “Feliz Cumpleaños”.

Cerca de aquel año noventa la consigna era realizar el agasajo en el salón de clases con los compañeros de colegio, a decir verdad para entonces era casi que mi único vinculo con algún grupo social (desde pequeño era Forever Alone). Hay variedad de recuerdos, en especial en la Casa Grande, con los abuelos, de igual modo con mis abuelos maternos en celebraciones mezcladas con el espíritu de navidad y de fin de año.

Para cada ocasión siempre surgió un buen momento para celebrar o por qué no, un único momento como oportunidad para celebrar, en la década del 2000 tuve la bendición (?) de poder compartir cada cumpleaños con alguna compañía agradable, en cambio, desarrollados la década del noventa fue bastante difícil encontrar una celebración que marcara realmente un bonito recuerdo, salvo actividades que no trascendían más allá un felicitaciones.

En esta oportunidad, siguiendo la línea de Proyecto 31 en esta, la entrega número diez, compartiré una historia en particular a propósito de los clichés y grandes sentimientos que mi hermana Marimoon supo expresar en sus líneas de oro claramente de la mejor manera, pero que para propósitos de esta aventura llamada vida, he decidido darle el protagonismo sobre muchas otras historias.

No es rencor ni más faltaba, es sencillamente que es inolvidable este tipo de grandes fantasías (des) animadas de ayer y hoy.

Aquel 18 de octubre de 2001 me encontraba juicioso en la facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana  de Bogotá. Luego de un largo día de clases me encontré con mi gran amiga Marimoon en los pasillos amarillos de aquel edificio, al enterarse de mi onomástico tuvo la iniciativa de invitarme a salir esa noche, sabía que era una fecha importante para mí no solo por ser mi cumpleaños sino, porque precisamente en ese año llegaba a mi mayoría de edad.

Nos citamos a las 8:00 pm en la universidad así que al terminar clases a las 4:00 pm salí para mi apartamento a dormir y comer algo, a las 7:59 pm ya me encontraba presente esperando a mi adorada amiga quien como siempre, se distinguió por su impuntualidad y yo, bueno, yo siempre me distinguí por mi obsesiva puntualidad. No fue sino hasta las casi 9:00 pm que apareció la señorita, fresca, con su sonrisa tolimense en el rostro, su desinteresada impuntualidad y mi afanada espera se cruzaron, salimos de la universidad y llegó la pregunta millonaria: ¿Para dónde vamos?

Muy osada y con todo el cariño del mundo fue sensata y me correspondió con una interesante compañía: “Vamos a salir con un amigo que vino de Inglaterra (y con el que estoy saliendo) y pues nos tomamos unas cervezas y celebramos tu cumpleaños” De mi parte no vi nada extraordinario en tal situación así que emprendimos camino por la Séptima hasta llegar a un establecimiento comercial muy particular.

El ambiente era más bien bohemio, música de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y toda la demás trova latinoamericana y de protesta social, desde Tango Feroz hasta una que otra de Charlie García. Nos acomodamos en un lugar donde no había mesas ni asientos sino, cojines y un pequeño mobiliario que hacía el rol de mesa. El personaje procedente de Reino Unido se tomó una cerveza negra, la señorita Cárdenas una cerveza roja si mal no recuerdo y yo, bueno, me tomé una Club Colombia.

El personaje aquel poco hablaba el español así que gran parte de la conversación fue con Marimoon en un inglés que para mi edad era muy incomprensible, pedimos otra ronda de cerveza y así sucesivamente fue transcurriendo la noche: Ellos conversando (y beso va, beso viene) y yo observándolos. Reconociendo el entorno, escuchando una tanda eterna de canciones e intérpretes que para nada eran de mi agrado, las horas continuaban y con ellas mi tedio, era un nivel de aburrimiento que sometía a pruebas extremas mi capacidad de tolerancia y nivel de frustración, habían socavado mis expectativas de principio a fin.

Cuando uno llega a la mayoría de edad y es joven y egoísta como lo era en aquel entonces, uno espera tener una celebración con mucho licor, mucha fiesta, grandes amigos y compañía ideal para el momento, por el contrario en esa eventualidad me vi sentado escuchando canciones que no eran mi preferencia acompañado de dos jóvenes brillantes que se preocupaban más por sus besos e intenciones que por mi presencia en el recinto. Al finalizar la noche y mientras los fulanos departían cariñosamente, observando el techo y pensando en qué otro plan pude haber hecho sometí mi silencio a un susurro leve pero quejumbroso: “Feliz cumpleños para mí”.

No es rencor, es una historia para no olvidar.

Días más tarde le hice el reproche a mi queridísima amiga quien con el mayor de los gustos y frialdad lo tomó como una queja menor. Años más tarde se lo continué reprochando, hoy casi quince años más tarde se lo sigo haciendo saber ya como costumbre que como reproche. No puedo negar que en otro par de oportunidades fui yo quien le repitió la situación en especial en aquel 04 de diciembre del 2009, cuando en compañía de la ñoña y mi adorado César, salimos a tomar barra libre, muchas cantidades de Vodka, ella con cesitar cuidándose y yo, bueno, yo ocupado con una amiga de la señorita Marimoon.

El cariño es mutuo y siempre quedará en la memoria la gran celebración de mi cumpleaños número dieciocho, pero más allá de aquel frustrante suceso, se crearon los cimientos de lo que hoy es una amistad que sobrepasa el oceáno Atlántico y nuestras raíces tolimenses.

Hoy, con cariño recuerdo no solo a mi adorada cómplice sino, a todos los que año tras año me han dado de sí para que cada dieciocho de octubre sea un gran día.

A todos, gracias por sus buenos deseos y mensajes.

(Sin rencores)

AV

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