Vivir intensamente, dejarnos llevar por la melodía de
una canción, de esas que nos alegran el día o simplemente nos lo dejan azul.
Somos seres que caemos a la voluntad de las emociones, de las pasiones y las
reacciones, venimos de año en año madurando para dar lo mejor de nosotros
aunque a decir verdad, hay momentos donde también queremos exilio completo y no
dar nada a nadie.
Así son los sentimientos, son esa inestable forma de
vida que nos llena el cuerpo de vitalidad, que nos empujan a tomar decisiones,
algunas apresuradas pero que a la distancia de los años siembran reflexiones
como las que hoy entonamos en azules letras. Hablar de mis sentimientos es
abrir esa puerta que muchos desconocen, es emprender un guión de motivos para
justificar acciones, para ser más humano de lo que suelo ser, es abrir el
hermetismo de una vida llena de muchas lágrimas y sonrisas, de envidiosas
expresiones, de odiosas afirmaciones, de juguetonas intenciones, abrir de par
en par las puertas de esa intimidad con la que he sabido sortear mis afectos o
por qué no, ocultar mis defectos.
Un sentimiento poderoso es el amor, esa energía que
nos recorre el alma cuando pensamos en alguien o escuchamos su nombre. Más que
amor, esa ansiedad infinita que nos lleva de un lado a otro sin medir
distancias, tan fuerte que hasta puede matarnos de felicidad. Pero no es
solamente ese amor por una persona, también lo puede ser por una mascota, como
en mi caso, mi hija de ojos amarillos y patas blancas, la Julieta.
El amor es esa magia que también podemos sentir por
los procesos, los logros o esfuerzos. Amor por el trabajo realizado, por la
profesión que se ejerce o inclusive, por los nuevos aprendizajes que se dan,
querer nuestro trabajo, nuestro empleo. Amarlo, sentirlo en el alma y dar día a
día lo mejor de uno mismo para que ese empleo, esa labor, sea un lugar
maravilloso lleno de armonía y satisfacción, en mi caso, ese amor por la
docencia.
Amor por amigos y familiares, la familia es lo que uno
decide que sea, más allá de los padres están también otros familiares como
primos, tíos, sobrinos, abuelos. Expandir ese núcleo en abrazos y nostalgias,
suele ocurrir en mi caso que además de ser una familia muy pequeña, somos de
poco contacto con el exterior familiar, raras las veces en que un viaje o una
llamada se pasan por nuestra agenda, o por lo menos, desde el lado de los
Vargas.
Por su parte, los amigos son esa familia que día a día
construimos y conservamos, los elegimos porque algo nos atrae, nos conquista,
los conservamos porque algo ven ellos en uno, se van, porque algún ciclo se ha
cumplido o peor, algún corazón se ha roto.
Así como el amor nos lleva a mover mundos enteros,
también hay sentimientos que nos hacen quedar en parálisis, que nos atan al
vacío, nos roban las ideas y las ganas de vivir, nos llevan a la depresión en
sus más salvajes niveles. Sentimientos como la Frustración logran en mí esa
dosis letal de veneno, esa justa cantidad de ser autodestructivo, ingrato,
lozano.
Y es quizás ese espíritu autodestructivo que logra la frustración que
de allí nació el miedo en su más natural estado; No soy de fácil asustarme,
bien saben algunos que tuve un Cine Club en la ciudad especializado en el cine
de terror y fantástico, fue un bonito proyecto que duró cerca de 2 años,
también saben que en temas de lo paranormal soy más bien fan a espectador. No
es ese tipo de miedo al que hacemos referencia, es más bien el miedo al
fracaso, al recibir de nuevo a la frustración como una invitada non grata en
casa.
Frustración como aquella ocasión en que perdí mi
oportunidad de graduarme del pregrado por culpa de un miserable que se
aprovechó de los esfuerzos y oportunidades de otro, Frustración cuando se
sintió que el propio equipo de trabajo no respaldaba el liderazgo de una
campaña que uno orientaba, inclusive esa frustración de saber que se hizo bien
el trabajo pero que por razones ajenas a la humanidad y a la razón se perdió la
posibilidad de conservar un empleo por el que se hizo esfuerzo y méritos para
obtener.
Es precisamente la frustración la que lleva a que el
autoestima sea un ascensor, sea lo más próximo que podamos encontrar en común
con la regla de las mujeres.
Todos en la vida hemos caído en los odios, desde los
odios banales y superficiales, hasta el que yo llamo, el odio Nietzscheano, ese
prepotente y torrencial sentimiento que siendo aún más fuerte que el amor nos
lleva a tomar calma para pensar decisiones que solo conllevan a un desgaste de
vida.
Hablar de odios como sentimiento es ser sensatos con
el pasado, porque si alguien odia su presente, entonces ese es ya un problema
de gravedad que requiere la intervención de un psicólogo con premura, claro, no
es que esté bien quedarnos en el pasado tampoco.
Personajes hay por todos los rincones de la memoria,
pero esos a los que creemos, nos hicieron daño (y digo creemos porque en
realidad nunca terminamos por conocer el contexto completo) es a los que
guardamos ese odio, en ocasiones, contra natura.
El agradecimiento en cambio, es esa puerta de amor y
pasión, es ese gesto que nos hace doblemente humanos, ser agradecidos con la
vida, con la deidad que nos convoque, con la institución que nos apoya, con el
amigo que nos apoya, con la familia que nos sigue, con el empleo que nos
representa. Gratitud con el universo que conspira, sentirnos “bendecidos y
afortunados” o por qué no, sentirnos únicos y especiales.
Es el agradecimiento la llave que abre más puertas que
cualquier persuasión o mentira, de hecho, en la vida hemos impreso más Hojas de
Vida que Cartas de agradecimiento, hemos enviado más correos pidiendo favores
que dando las gracias por algún asunto.
Culturalmente no nos encontramos educados para ser
dueños de nuestros sentimientos, y como lo es el caso de esta reflexión propia
del Proyecto 31, se me hace casi imposible definir un sentimiento o llegar a un
punto histórico que pueda describir todo lo que en anteriores escritos he
plasmado, creo, en efecto, que si existe un sentimiento que me da la cuerda
necesaria para vivir del amor, enfrentarme a mis miedos y frustraciones, que me
enreda en odios y desprecios, que me logra evadir en caminos misteriosos pero
siempre con gratitud y reconocimiento, es en parte, la nostalgia.
Ser nostálgico como los poetas que rememoran a sus
musas que dejaron escapar, o ser nostálgico como los dioses que recuerdan a sus
obras, que admiran y envidian a su vez a los humanos. Ser nostálgicos como los abuelos que agradecidos por
lo vivido observan a sus frutos crecer y dar nuevas semillas, con esa esperanza
de querer revivir tantas cosas como también dejar ir muchas más.
Ser nostálgico como un libro que nos cuenta una buena
historia, o como un amigo, que nos invita a escribir una buena historia juntos.
Ser nostálgicos con lo cotidiano.
AV
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