11 de noviembre de 2015

Antropología, No.





Custom Watercolor Pet Portrait, 5x7, 8x10 From CarlinArtWatercolor on Etsy.

Esta semana de viajes y deberes, tuve la oportunidad de reunirme con la Decana de la facultad de humanidades de una prestigiosa universidad. Conversamos de lo bueno y lo malo de la democracia, de los retos de la región para con la comunidad y claro, del reto que la academia asume a diario con la política.
Vimos de reojo el resultado de las elecciones recientes y con ello comprendimos que gran parte de la población está aun permeada por los vientos del miedo y el costumbrismo político, no sabemos si se trate de un caudillismo con rejo o si por el contrario, es una apatía elevada la que legitima a los pocos que salen a votar por los mismos de siempre, como se expresaría mi madre o mi abuela cuando este tema sale en la mesa.

Abrimos el panorama a todo tipo de debates, desde la inter-culturalidad hasta la banalidad misma de los informes que el Ministerio de Educación demanda a sus instituciones de educación superior.

Recordé a modo de anécdota aquel tiempo en que ejercí mi labor profesional para la realización del registro calificado de una universidad privada en el sur-occidente del país, le compartí mi visión de las exigencias que con decoro realizar el Estado a sus universidades, de cómo un buen plan de trabajo y una seria estrategia pueden servir de base para obtener sin mucho sufrimiento la aprobación en el proceso en mención. Más con satisfacción que otra cosa, explicaba a mi compañera de mesa de la importancia de lograr procesos y dar importancia a todos los detalles, en especial si de certificar a la institución o al programa se tratase.

Pasamos la página y ella comenzó a compartirme un poco de su vida, mencionó su profesión y luego la posterior formación en posgrado que tuvo. Coincidimos en una universidad y de un salto recordamos de lo bueno y bello que es ser de la estirpe de Javier, de cómo una identidad nos forja como hermanos y nos comprometemos en ayudarnos en cualquier camino que la vida nos encuentre.

Proseguimos en la reunión – de la manera más informal del mundo – y comenzamos a revisar la propuesta de formación académica que de mi parte se había entregado el pasado mes de septiembre. Fue grata la respuesta, gustó y convención, tanto que se dispuso el debate a revisar la viabilidad o no de subir de categoría el documento y convertirlo en un proyecto de formación en Posgrado. Ahí comenzamos a deshuesar al humano que todos llevamos dentro.

En primera instancia dialogamos sobre la urgencia de comenzar a crear programas de Maestría en la facultad para con ello mejorar las posibilidades de alcanzar una acreditación institucional, sueño que toda institución de educación superior tiene, y para esta oportunidad mi propuesta académica caía a la perfección, ¡qué mejor que una maestría en temáticas sociales!

Continuábamos la cita, exponía mi interlocutora que crear más especializaciones no sería del todo una buena idea pues ya contaban con 2 programas de especialización en una facultad que tiene pocos programas de pregrado, lo mejor sería ir por la senda del Magister, si bien el interés rondaba por las ciencias sociales, no hallaba aún una ciencia que le respaldara la idea misma de crear el programa y al llegar mi propuesta comprendería pues, que el reto estaba en las ciencias sociales y las ciencias administrativas como un híbrido de herramientas y conocimientos.

De mi parte todavía no concebía que un decano de una universidad dictara tal propósito como un tema rutinario de agenda, quizás mi condición de consultor externo me daba esa idea o tal vez, mi desapego con la región me permitía entender la falla de tal caso, pues se buscaba más un programa por cumplir un mercado que una propuesta que respondiera como tal a la región.

Las reflexiones son necesarias y con ellas el debate académico, siempre abiertas las posturas a cada caso y si no hay caso, pues dejar que fluya entonces el argumento por su propio cauce, a la final cada intento de razón cae en otro intento de razón, la ratio cae  pues en una espiral de motivaciones y pocas veces, encuentra en ello nuevas inspiraciones epistemológicas.

Desde el escritorio y con la informalidad de la conversación, proseguimos con el anhelo de posgrado, ahora la decana dejaba en evidencia su interés por una propuesta que sentara sus bases en la Sociología como ciencia social o, en la Comunicación Social como disciplina de reflexión, inclusive girar en torno a las humanidades o preferiblemente hallar un punto de equilibrio entre la gestión y la ciencia y allí es precisamente donde llegaba yo.

Siguieron las vacilaciones y fue allí cuando sentenció la conversación o por lo menos, mi interés por el proyecto: (…) dentro de las ciencias sociales a considerar y viendo los profesionales a entregar a la región, no vemos a la antropología como una propuesta académica viable, pues nadie sabe a ciencia cierta para qué sirve una maestría en esta ciencia.

Guardé silencio, porque eso es lo que hacemos los guapos.
Cerré mi cuaderno, porque eso es lo que hacemos cuando terminamos de prestar atención.
Crucé mis piernas como los doctores de la capital y mirándole fijamente sentencié con una humilde pero muy poco discreta frase: Qué interesante, ¡cuéntame más!

La decana prosiguió su exposición de motivos y fuimos llegando poco a poco a acuerdos y tareas de parte y parte para con la propuesta, permitirnos construir entonces nuestra meta académica y dejar la documentación necesaria para un escenario de trabajo viable para el año 2016.

Al salir de la oficina no terminaba de entender cómo era posible que alguien con tales credenciales diera un no rotundo a la antropología como ciencia, más si de una universidad se trataba, más si la región la demanda, y mucho más si la movilidad académica y estudiantil le permite a cualquier fulano desempeñar su profesión fuera de la tierra que le vio estudiar.

Al llegar a la portería de la institución educativa y como un cómodo aplauso de la vida encontré un monumento que edificaron en los años 70s como homenaje a la diversidad y a la academia, el mismo en su placa conmemorativa expresaba lo siguiente: “(…) Conocimiento en biodiversidad étnica y cultural”

Ironías.


AV 

4 de noviembre de 2015

Otro fin de semana.





Un fin de semana maravilloso como punto de partida de cualquier reflexión. Un fin de semana de compañía familiar, de salir de la urbe y encerrar a la cotidianidad en un amplio espectro de naturaleza y silencio.

Escapar de las calles y los afanes, de las letras del estudio y el trabajo (porque si, ahora soy estudiante de nuevo), de las ventanas que nos muestran el mundo de afuera pero que nos impiden disfrutar porque primero hay que terminar los pendientes del interior. 

Escaparnos de las dudas del tiempo y aprender que cada día trae su afán, que el amor es una institución que se construye y no un sentimiento que surge de la nada, entender que la familia es la más grande de las empresas y la más delicada de las burbujas, que somos producto de nuestra historia pero, es a esa historia a la que le debemos una explicación como hijos, hermanos, amigos y pareja.

Así pues ha sido un fin de semana maravilloso en términos generales, porque se compartió con la familia esa intimidad que la cotidianidad nos arrebata, se compartió el comedor para conversar de los sueños y las metas y no del día a día con sus corbatas e informes. Se compartió el tiempo libre con la búsqueda de lo necesario para hacer del presente una máquina de producir sueños y expectativas, un fin de semana de reflexión, de entender que el amor maternal y paternal es infinito, que lo importante es aprender de las derrotas del pasado, que nuestro presente es ahora, que el amor es la máquina de hacer crispetas.

Como todo en este Blog, hay canciones que nos acompañan cual banda sonora del camino, canciones preferidas o que se ajustan a los momentos que se van dando en las horas, este fin de semana quizás fue el silencio el que nos permitió escucharnos y hacernos una banda sonora a costa de palabras y reclamaciones, con la base del entusiasmo y el amor por el otro. Entendernos como unidad, como equipo, como familia.

Un fin de semana donde abrimos la bóveda para sacar los materiales de los que tenemos hechos los sueños, porque nos llegó la hora de sentarnos a conversar y en un unísono decirnos cuánto queremos que todo ocurra. Soñarnos el Castillo Azul y descubrirnos en la mirada que todo tiene su proceso, que hogar es lo que nace en el alma y no los ladrillos que se apilan en el costado. Pensar a modo de reflexión que el color es lo importante, que no es dejar nada a la víspera, pero que debemos de sabernos esperar a cada momento con su afán respectivo, imaginarnos en el mesón conversando sobre lo que en otra fecha se hacía a la distancia.

Un fin de semana maravilloso por donde se le mire, porque los fines de semana comienzan con viernes y fue precisamente el viernes donde se sintió el afecto y cariño de los amigos, de la pandilla que uno tiene para la reflexión y la diatriba, de esos “zopencos” que están a la disposición de quien les escribe, esos personajes que se juntan en miedos y sonrisas, en querellas y pendientes, de todos y de todo para una misma función: Vernos en la vida progresar.

Un fin de semana para reflexionar – evidentemente – y agradecer a su vez, a los días vividos, clara rebeldía en el despertar, al aire libre en el campo quindiano, en el hermoso paisaje del eje cafetero. Permitirnos recorrer caminos de parques naturales y compartir con los animales, ver peluches y saberlos apreciar, desear, ver el amor de muchas maneras.

Un fin de semana al fin y al cabo donde lo normal brilló por su ausencia, porque en medio de toda la rutina del cariño y el afecto, se expandió la esperanza en una unidad familiar, en una exagerada sonrisa de fantasía. Así es el amor por supuesto, infinito, incomprensible, fuerte, eterno, rebelde.

Fue otro fin de semana, sin duda.

Otra razón para vivir y soñar.



AV

30 de octubre de 2015

Temporadas.



A sad cat by Ruby125.
Digital Art / Photomanipulation / Animals & Plants©2009-2015 Ruby125


Se incendian los bosques y las montañas en Colombia, los valles se están secando poco a poco hasta arder en sed, los Chigüiros no tienen ya quién les cante ni la soledad tiene quien la juzgue. Canciones rodean por doquier las intenciones de buena voluntad para hacer algo que dé real solución a la crisis ambiental.
Crisis, porque no es un efecto natural, da casual reflexión que los desastres naturales no son de origen natural sino, de origen humano. Es octubre de por dios, lluvias e inundaciones al por mayor, lo nuevo son los incendios forestales, lo viejo es la estupidez humana, lo eterno: La voluntad política que no soluciona.

Hoy me levanté más reflexivo que de costumbre, entender en los diarios los cambios por los que nuestro mundo comienza a sufrir y pretender sentir nada es algo a lo que no puedo esquivar en la comodidad de mi silla. Tampoco puedo ser gestor de eternas luchas cuando es la razón humana la que siembra esas mentadas tragedias.

Me levanté reflexivo  y encuentro la normalidad de la prensa en los chismes políticos de pasillo, porque la prensa comenzó a convertirse en una sala de belleza donde se cuentan historias y especulaciones de funcionarios dejando al análisis fuera de toda posibilidad.

Observar en esas noticias que fulano o sutano asumieron o abandonaron, que llamaron o dijeron, que estuvieron o volvieron, que este fue capaz o que aquel no alcanzó a cumplir. Dejémonos de vainas, el mundo arde y la prensa malgasta el papel.

Desde la comodidad de mi silla me dejo afectar por lo que sufren animales salvajes huyendo de las llamas, o lo que sufren los animales callejeros (mal llamados domésticos) con las fuertes lluvias e inundaciones, o lo que sufren los abandonados ciudadanos, los que no tienen techo porque el hogar es la calle. Sentirnos sensibles ante las desavenencias del mundo, frágiles al sentido mismo de la falta de humanidad en estos tiempos de odio y reflexión, porque nadie espera nadie, todos luchan contra todos, sabio es Rodolfo, hijo de Rosario, estúpida es la humanidad que pende de su misma voluntad.

Me dejo afectar porque son tiempos difíciles, no solo afuera donde se sufre de sed o de hambre, también en casa, también en el corazón, inclusive en el armario. Son tiempos de cambio que llegan sin presagios y van derrumbando una a una las ilusiones de un estado de comodidad, cambios que hacen que la familia se una y se atrape en una burbuja de desesperación; Noches que nos hacen reflexionar sobre lo bonito del amor y lo grato que es hacer del mismo, un modo de vida, una religión. Inventarnos sacrificios o abandonar hábitos para construir nuevos mundos, nuevos sueños, darle esa voluntad a lo que nos hace vibrar.

Cambios que ocurren porque la vida es un eterno ir y regresar. Cambios que llegan en forma de amigos, de libros, de tazas de café o perfumes. La felicidad es parte del cambio pero no nos deja exentos de  reflexión ni sensibilidad.
Estamos en octubre y a la mañana de hoy me levanté sensible y con la cabeza puesta en todo lo que aqueja este pequeño  universo, quizás el poder de la música que nos orienta en las emociones, tal vez el malestar en la cultura y juzgar a sus civiles con los rituales mismos del Halloween, quizás entonces, la soledad del alma cuando el tiempo pasa y nos deja sus versos.

Quizás, quizás, quizás.

Me dejo afectar porque ya no puedo pretender ser un infame que sigue por la vida mientras todo pasa, porque soy humano y hago parte de ese defecto al que llamo voluntad, porque me dejo inspirar por lo que duele, por lo que traspasa las escamas, porque las canciones también son egoístas y nos llevan a pensamientos o personajes, a recuerdos o cicatrices, porque la vida misma es un juego de recuerdos y esperanzas.

Es momento de construir y exigir a la vez, a uno mismo, porque no tenemos a quién más delegar la responsabilidad de la vida, la deidad misma de lo humano es nuestra propia conducta, nuestra habitable manera de dar al mundo lo mejor de nosotros, de las reflexiones que imprimimos o publicamos, de lo social que pueda llegar el mensaje, o el grito.

Temporada de dulces, de regalar amor, de abrazar a los que queremos, temporada de cambios, de aprendizajes, de sueños y esperanzas, de amigos y conocidos, de juegos y festivales, de canciones y graffittis, de jardines y estaciones de buses, temporada de cambios insisto, de hablar de cambios pero seguir en la comodidad de la silla, de ver el mundo arder, de ver a la política arder.

De hablar de todo un poco,

… de salir a caminar.


AV

22 de septiembre de 2015

Sueños del 95.





Comenzamos a caminar por entre carpas y largos espacios de expectantes civiles, comenzamos a adentrarnos en el rumbo de una tarima. Observamos artesanos y emprendedores, jugamos a ser consumidores, nos volamos en una vaivén de ideas y antojos; caminamos porque era lo mejor que podíamos hacer mientras recorríamos decenas de carpas adornadas por el comercio, llegamos ahí, a donde era mejor quedarnos. 
Estiramos la manta y nos ubicamos haciendo eco de un pic nic un poco alejado de su real condición, estábamos los dos, enamorados, tomados de la mano, sonriendo, observando el escenario, observando los árboles adornados por faroles y rodeados de ciudadanos igual de expectantes que nosotros, era de noche y hacía calor, nos tomamos una cerveza, luego otra, y así hasta contar dieciocho en una noche musical.

Era el año 2015, por supuesto.

Comenzamos a caminar por entre los carros, nos dejamos confundir con la presencia de muchos y pocos, observábamos los rojos edificios de una universidad imponente y llena de jóvenes variopintos. Caminamos, porque no teníamos mejor opción que seguir haciéndolo hasta donde los carteles informaban, entramos sin dificultades porque mi madre era profesora en dicha institución y bueno, porque eran los mejores días del veranos. Llegamos a una cancha de fútbol en cemento, a su lado una pizzería y una heladería, ahí estaba la tarima, sencilla para nuestros días, pero majestuosa ante nuestras miradas.
Nos sentamos en el césped a esperar, estábamos los dos, felices como un par de amigos, sonriendo, observando el escenario, observando los adornos de una sencilla universidad, rodeados de estudiantes igual de expectantes que nosotros, eran las tres de la tarde y comenzaba a llover, nos tomamos una coca cola en una lluviosa tarde musical.

Era el año 1997, por supuesto.

Comenzamos a caminar por entre calles y negocios, el frío de la ciudad no era tan frío ya para nuestra cotidianidad, sumergidos en el encanto de la música conversábamos sobre esto y lo otro, sobre aquello y una que otra temática particular. Paramos a comprar un par de arepas con queso, seguíamos conversando. Subimos al apartamento y nos sentamos a esperar a Maritza, porque claro, ella siempre llegaba tarde a todas partes.
Rodeados de música, de historias para contar, de la memoria de los años noventa, del rock de los años ochenta, de las preocupaciones del nuevo milenio, del cigarrillo y el vino, de la soledad de los inteligentes, de las espesuras del amor y sus demonios. Nos sentamos expectantes, rodeados de cuentos y palabras de todo talante, los dos, como dos amigos que se conocían cada día más, como dos fulanos absorbidos por el ocio pero encantados por la música de El Dorado.

Era el año 2002, por supuesto.

La noche comenzó a darnos su calor y allí como dos enamorados, conversábamos sobre lo que era y ya no es, sonreíamos con las ocurrencias de los amigos presentes y de los que se presentaban de manera casual entre la multitud. Bromeamos con aquello y con lo otro, sentados a modo de pic nic le dimos inicio pues a nuestra cita sabatina, nuestro momento de compartir, alrededor de las nueve de la noche salió Aterciopelados a cantar, disfrutamos a más no poder, quizás en el fondo yo los estaba esperando desde hace mucho tiempo y es que sus canciones me pertenecen en la memoria, en el imaginario de los que se fueron, los que no están pero que a bien recuerdo; canciones que a hoy día en pleno 2015 son una complicidad de lo cotidiano.

Recordar entonces esa tarde lluviosa en el año noventa y siete con pachito, cantar Florecita Rockera bajo la lluvia en un torrente de inexperiencia y excesiva juventud.

Recordar entonces esas tardes en mi apartamento en Bogotá, aquel dos mil dos con diatribas y bebidas, al buen César Muñoz, gran hombre e ingrato amigo, sus ocurrencias y virtudes, sus cotidianas tragedias y su Bolero Falaz.

Ser agradecidos claro, porque son ahora los sueños en el 2015 los que se construyen, los que se fundan en pareja, permitirnos vivir el aquí y el ahora, dejar de ser exageradamente nostálgico y disfrutar del pic nic cantando La Estaca mientras nos abalanzamos en una noche llena de cerveza y buena energía.

Recordar aquel álbum de El Dorado, adentrarnos en cada canción y dar cabida a lo esencial que nos permite la música vivir. Entender que una nueva etapa en la vida ha sido bienvenida por Aterciopelados, como si fuese una cita que estaba pendiente.

Como si fuese una nueva historia para el noticiero de lo cotidiano.

AV

29 de julio de 2015

La Ciudad de la Melancolía .




"Marshy the Marsh Cat" By: Paula Villanova

Me encuentro con maletas listas y a disposición de emprender mi viaje de rutina a las húmedas tierras del Chocó. Calles polvorientas que hacen un Quibdó una capital natal que se desvela entre el comercio y la expectativa de una mejor calidad de vida, de una ciudad que se sonríe a sí misma en medio de los calores de un sol que no da tregua  a los desesperados, de un cielo que se descubre al majestuoso río atrato pero que no es tolerante con las avionetas que en desespero buscan salir del caraño.

Tanto que nos llenamos de historias en cada viaje, que nos envolvemos en el lenguaje de la melancolía, donde las canciones se van desvaneciendo en un radio que pierde su fuerza, que deja su energía en unas pilas agotadas, en una esquina donde se comercia cerveza y se espera a que llueva, o a que deje de llover, a la final el juego es esperar, ver la vida desfilar en fundaciones y organizaciones de ayuda social, vernos reflejados en locales que se remodelan apresurados, porque hay que vender.

Recorrer las calles es viajar en medio de un bulevard que no quiere servirse al progreso, una ciudad que no debería jamás enfrentarse a las intolerables convicciones del tiempo, ya lo mentaban los juglares en el alto Magdalena cuando observaban al progreso como un demonio, como un inmenso tren que arrasaba con todo lo que se le cruzara.

Una ciudad que se deja coquetear por todos, porque sabe que todos quieren estar con ella pero no para ella. Una ciudad que se lleva en el corazón de los poetas y bohemios, una ciudad que ve a sus hijos despejar las calles con el paso de la edad, jóvenes que encuentran en Medellín o Bogotá recetarios para su melancólica historia de vida, noches en que el fuerte viento canta con el silencio, fuertes brisas que dejan su lamento en los recovecos de edificios lejanos.

Noches que se desviven en una fiesta constante, una parranda que se construye no para la celebración sino, para la distracción. Aprender a entretenernos en el rutinario don de la música y la palabra, acostumbrarnos a ocupar el tiempo libre en canciones, los más afortunados, en programas de televisión.

Nos recordamos en esperanzas, porque no las vivimos de infantes. Nos especulamos en proyectos y soluciones a crisis que llevan más imaginarios que problemas, porque la crisis del Chocó no es su pobreza, es su amplia brecha con el mudo real: En el mundo real no se es permitido vivir de la naturaleza y ser fieles a la belleza interior. Se exige lo contrario.

Grandes juglares viajaron por los pantanos y trochas de la gran Colombia, dejaron en sus caminos mujeres embarazadas, hombres heridos y despechados, botellas vacías de licor, pañuelos renegados al olvido, dejaron muchas letras y miles de lamentos. Más que un trabajo social, ser juglar se convirtió en la primera mitad del siglo XX en un oficio intelectual, un recetario de reconstrucción histórica.

Grandes desafíos que terminaron en leyendas. Ciudades enteras se vieron forjadas con vallenatos y poemas, el gran porro y la cumbia que fueron dando a la voz femenina esa tristeza que la compañía no podía  calmar en los tiempos de azules y rojos. Aquellos generales que enamorados de la mujer equivocada comprendía que la guerra era mejor imaginarla que vivirla.

Tiempos de amores y esperanzas que se tacharon con el bareque de los nuevos vecinos, igual a los desplazados que fundaron el ficticio Macondo, llegaron desde Fundación y muchos otros lugares, ese mágico país costero que se re fundó en el desespero, ese espejo que en la segunda mitad del siglo XX tuvo que vivirse en el otro país, el del pacífico.

Aquellos juglares del Pacífico no fundaron ciudades ni dejaron leyendas, no hubo hombres heridos ni militares enamorados, porque en estas zonas el amor es de otro tono, el hombre es más institución que persona, se es justo con el poderoso y cruel con el despojado de esperanzas. Recordarnos en miles de estrellas caídas, en cuentos de esclavos y resentimientos. No es pues escribir sobre la desgracia de un pueblo unido sino, aprender a conocer a un pueblo que aun unido, tuvo que sostenerse entre lágrimas y violencia, porque su problema jamás fue de pobreza.

Reconocer una tierra de tradición europea en la miseria misma del olvido, de un majestuoso río que se presume de valiente pero que nadie lo quiere navegar porque los bandidos esperan más arriba en la ribera. No se permiten morir historias ni anécdotas, pero se nos hace mejor hablar de la industria cultural y la no tan recordada leyenda paisa, del país paisa por conveniencia y necedad, de esa terquedad que a la final se quedó en cada calle y hogar.

Reinventar el cuento o dejarlo morir, no hay tradición oral que de continuidad a los juglares olvidados, a esas guitarras que entonaron melódicas notas de borrachos y bohemios. La percusión y la marimba que más que una fuerza musical fueron una revolución en sí, porque la iglesia siempre ha sido amiga de lo establecido y no de la tradición local.

Lo cultural se hace inmarcesible, los agentes culturales en su parte terminan siendo más perecederos que las instituciones que dicen defender. 
Ahora cada calle tendrá de adorno el mejor mensaje del mundo, porque estamos en campaña y el progreso hay que traerlo.

Porque ellos – dicen – son el cambio.

AV

24 de julio de 2015

Lenguaje



Imagen Tomada de: www.dreamalittlebigger.com  
Catty Art – Feline Silhouette Paintings Tutorial by Allison Murray 


En ocasiones, las piedras son solo eso, piedras. No podemos imaginarnos que son algo diferente o que simbolizan algo especial, no, simplemente son piedras. No podemos pretender entender a las personas, buscar leer su mirada o hacer de su gestualidad un lenguaje comprensible al entendimiento humano, no se nos hace fácil entendernos entre humanos, fallamos constantemente en el milenario arte de la comunicación oral, ahora complejizamos todo esperando entender comportamientos y conductas que de nada dicen y mucho nos preocupan.

Nos formamos como ciudadanos para amar de manera incondicional, para dar por el otro lo que de mejor modo nos salga, somos seres solitarios en un mundo que día a día se va volviendo una maraña de aplicativos y artilugios de intercomunicación, de un entorno donde las palabras hacen más ruido y en el que las imágenes son más avasallantes que antes; nos comprometemos a entender el humor y la ironía, a preguntarnos día a día sobre el qué o para qué de las cosas, darle fe a las personas que no conocemos para que por medio de un usuario nos den un nuevo orden del día a día, de ese intrínseco modo de interactuar entre seres humanos.

Dejamos que el amor por el amigo, la familia, la pareja, la ciudad misma o las grandes corporaciones que nos adornan la felicidad con sus maravillosos productos y servicios crezca de modo exponencial, somos presa constante de la frustración cuando algo no sale acorde a nuestras expectativas. 

Nos dejamos influenciar con facilidad de bonitas intenciones, de brillantes y coloridas marcas o aromas, de excusas que indignan o de palabras que alientan, a la fina terminamos todos en lo mismo: Entendiendo lo que nos frustra, pero de comunicación interpersonal cada vez muy poco.

Nos enojamos porque somos humanos, nos gusta reír y correr, disfrutamos de un beso y de caricias, nos apegamos a eso que nos brinda el estado de comodidad, de esa felicidad o estabilidad que trae consigo el tiempo y el esfuerzo invertido. Nos hallamos rodeados de mucha comunicación, día a día crecen los canales para comunicarnos, día a día fracasan nuestros intentos por ser claros en el mensaje porque otras variables que surgen lo vuelven poco viable, poco transparente.

Entre silencios y monumentos vamos construyendo mensajes en líneas de texto, en renglones que de algún modo incomprensible logran generar acento, tonalidad, dan gestualidad a una simple palabra o a una imagen que sonríe o llora, algún personaje sin nombre que resume el cómo nos sentimos con una sola imagen.

En ocasiones cambiamos de estado de ánimo pero no de tonalidad en el mensaje porque la tonalidad se vuelve silencio, el acento se hace gramatical, el verbo se hace constante y se resume a pronombres y adjetivos cada día más excluidos o reemplazados por imágenes.

Podremos escribir miles de versiones de una misma historia y asimismo, podremos encontrar miles versiones de una historia que hemos leído, nos llenamos de confusiones, de mal interpretaciones y hasta de vagas dudas que no nos permiten aclarar nada.

Somos vagos al hablar, se nos hace limitado el discurso, el lenguaje se hace etéreo en una espiral de imágenes y grabaciones de audio y video, se nos vuelven fotografías los momentos, se nos vuelve rutinario el hablar. Dependientes.

El amor escapa a todo, lo brindamos en el lenguaje, construimos historias y emociones, las extendemos a los amigos o familiares, a las personas que hemos elegido para amar o a los que nos han elegido  como suyos, volvemos a la final a lo mismo, a querer entendernos más allá de lo dicho, querer explicarle al universo universal lo que el otro siente o le ocurre sin querer preguntárselo,  nos volvemos visionarios del lenguaje, intrusos del silencio.

Adivinos o no, solemos darle simbolismo a todo y lo ajustamos a la conveniencia de nuestro conocimiento, nos ensañamos con lo moral y lo ético, nos virtualizamos con las sonrisas y los miles de muñecos sonrientes que se disponen en un catálogo de imágenes. Nos convertimos en expertos comediantes y hasta en intelectuales con el don de la ironía.

Nos volvemos guardianes del lenguaje, del amor, de los sentimientos, expertos en tecnología y hasta desarrolladores de propuestas para pequeñas corporaciones, nos volvemos lo que siempre hemos sido pero al servicio de una plataforma diferente a la que le llaman innovación.

Nos volvemos aire y tierra, nos volvemos maestros del lenguaje, lastimosamente somos solamente un arquetipo entre muchos, el producto de lo que consumimos.

En ocasiones, las piedras simplemente son eso, piedras.


AV

23 de julio de 2015

El Privilegio de Ayudar.




PAX & HART LUNA CAT POSTER. By Leo & Bella.

En muchas familias colombianas y quizás, de América Latina,  el ayudar es una costumbre ligada al querer ser buena persona, pocas son las ocasiones en que el ayudar se convierte en un acto de solidaridad y buena voluntad por encima de las ansias de protagonismo o fe. Es que ayudar es diferente a colaborar y en Colombia me atrevería a opinar, se colabora demasiado pero no se ayuda en igualdad de proporciones.

Somos solidarios con la colaboración porque es nuestro pilar de última hora, es esa llanta de repuesto a la que acudimos cada vez que necesitamos ampliar el plazo final, es ese gesto de grandeza que enaltece a las personas de disciplina flexible. Colaborar se nos convierte pues en atravesar el afán con un poco de velocidad, extender la mano a quien ya sabemos ha merecido la derrota o el fracaso.

Colaborar es una opción y siempre lo será, estará en manos del profesor o el supervisor, del Jefe o Juez, del testigo o familiar, de cada quien al que se le invoque la genuina novedad de dar auxilio a quien ha merecido verse en desgracia, a quien ha acudido a la pereza o descuido para no tener a tiempo las tareas o compromisos adquiridos tiempo atrás, colaborar es dejarnos seducir por el irresponsable manejo de las buenas intenciones, es la señal en color amarillo del semáforo de la buena fe, o por qué no, el sermón que nadie escucha pero que todos invocan en la misa de cada domingo.

“Colabóreme” como expresión de auxilio, sin importar el tono de voz o la precisión de la fonética, sin descuidar el acento o dejarlo fluir con la pereza del mendigo, independientemente de quién o en qué momento se acuda a tal palabra, la expresión en sí se vuelve un desafío irremediable entre dos o más fulanos: El emisor y el receptor (es).

Dicha expresión es un reto al que la escucha, le sujeta de las mismísimas y le invoca a ceder a tal presión, es invocar al demonio sin tener en cuenta la gran diferencia que se siente cuando se le ve venir.

Preceder cada frase con el apelativo “Por Favor” “Porfitas” “Porfa” “…un Fa” es de sensatos conspiradores de lo absurdo, porque no se cae en el elegante y muy respetuoso ejercicio del diálogo, de la proposición y la disposición sino, en una maleable jugada de discursos, de gestos que respaldan la voz, del deseo de imponer en el otro la voluntad de lo que no se tiene o pertenece y si ello no es eficiente, se recurre como extintor de emergencia al ya mentado “Colabóreme”.

Ayudar – decía al inicio del texto – es en sí un acto de fe, un eco del alma que se vuelve acción.  Es convertir la solidaridad en la verdadera esencia de lo humano pero para ello, es indispensable la educación. Contar con el suficiente criterio y el poder mental – o frialdad quizás – para aprender a decir Sí o No, para dejarnos enredar en el dolor o sufrimiento de quien invoca la ayuda, o por el contrario, para entender que el mejor modo de ayudar a alguien es permitir que la persona misma obre por su bienestar sin necesidad de acudir a otros.

Es una educación que no se imparte en las aulas propiamente, es parte del hogar o la unidad misma de la familia, es ese algo que se siente en el aire cuando lo fraternal es permisivo y se opone a cualquier rechazo o acto de exclusión, es ajeno al colaborar, porque el ayudar es entrar en contacto con el dolor del otro, es hacer del sufrimiento del otro nuestro sufrimiento, entenderlo, interpretarlo y darle opciones a cada escenario o posible solución. Ayudar es entregar lo mejor de nosotros a quien lo invoca, pero es bien sabido además que el tener buenas intenciones es igual de peligroso que el no hacer nada.

Las intenciones son banales, nacen del impulso sideral de la vida, del cosmos mismo del alma o meramente, de las vísceras; son intenciones que se materializan en grandes ideas o, en inmensos desastres. Ayudar implica educación (insisto), no saber cómo ayudar es mucho más peligroso que el problema mismo de la existencia humana.

El infierno está lleno de grandes idiotas que han pretendido entender la mente femenina y, de otro grupo de ingenuos que se han pasado la vida expresando buenas intenciones. Las buenas intenciones son peligrosas porque su misma condición de fe hace que no se pueda medir o predecir el daño que se hace al fallar el plan, son intenciones (buenas) que no tienen sentido de humanidad, intenciones que no corresponden al Ecce Homo, por lo tanto son intenciones que no están preparadas para reparar el daño causado o ser consecuentes ante el vacío gestado.

El asistencialismo social o mecenazgo, se convierte en la modalidad empresarial de ayudar a los más necesitados, una actividad económica que con el fin de evangelizar el alma de las empresas pecadoras, se invierte en acciones de donaciones y atención de poblaciones víctimas de alguna calamidad inventada por el mismo ser humano: Enfermedades, Víctimas de violencia o desastres ambientales, Exclusión y discriminación, educación y/o pobreza y miles de cuentos más.

Este ejercicio solidario de una parte muestra el lado humano de los gerentes y altas directivas corporativas, porque siente que están “Colaborando” con la sociedad, en cambio, en la otra orilla encontramos otro tipo de organizaciones (no todas empresariales) que buscan ayudar para mejorar la calidad de vida de alguien, su modo de ayudar es promover programas y/o proyectos que den resultados medibles y comparables, que disminuya un malestar y no un síntoma.

El mundo ideal es aquel donde no existen Fundaciones, ONGs, grupos sociales de caridad o filantropía, ¿por qué? Sencillamente porque sería un mundo sin problemas, sin exclusiones, sin brechas sociales ni poblaciones vulnerables, un mundo donde las organizaciones de ayuda serían pocas porque nadie les necesita, por el contrario, en este nuestro mundo, cada día son más las fundaciones, corporaciones y asociaciones que se registran e igual el número de problemas y síntomas que aparecen en las brechas de la sociedad.

Ayudar es un don que pocos comprenden y dan buen norte, colaborar es más bien un acto común de solidaridad con lo que no se debe de hacer pero que surge bajo el discurso del “deber ser”. Irónico, incomprensible, insensato y plenamente exagerado.

Gusto me da pues, enfocar mi ejercicio profesional (y visión de la vida) en ayudar a los que ayudan, ser una herramienta  para aquellas organizaciones que quieren ayudar y no colaborar, porque los que ayudan aunque usted no lo crea, necesita urgentemente de ayuda.

Un privilegio que pocos saben invocar.


AV

22 de julio de 2015

Una Deuda Cultural (Entre muchas)



Imagen Tomada de: www.gatsvallromanes.org
Tarda De Gats En Radio Vallromanes. Gats Vallromanes: Marzo 2013

El valor cultural de toda canción se siente no solo en su melodía sino, en las historias que nos cuentan, la pasión del intérprete y claro, la claridad con que sentimos empatía con lo escuchado. Sucede pues con “El Cantor de Fonseca” que es de esas canciones vallenatas que me transporta a otros tiempos, me diluye en un imaginario de cuentos y canciones, de personajes que existieron en la cultura popular de una región, de imaginarios que se construyeron con los regionalismos y los sueños de colombianos que anhelaron el progreso, de señores de mucha edad conviviendo con la nostalgia y el calor, inclusive, de canciones que disfrutaban más de sí mismas que de premios y discos vendidos.

“Alicia Adorada” me recuerda esos amores eternos, esos encuentros con el tiempo que se fueron permeando en recuerdos y besos a la entrada de grandes casas coloniales. Ese aroma a selva y trópico, de calores asfixiantes y mujeres de vestidos variopintos, de sandalias modelando bellos tobillos sin cadenas ni colores, sin tatuajes ni calles pavimentadas. De canciones que en su sonar nos mezclan religión y política sin sonar incorrectas, musas que inspiraron a borrachos y poetas, de historias que se gestaron al fondo de una botella y se esfumaron en la radio local mientras se paseaba en el tren de la sabana.

Canciones de muertes y derrotas, porque no es solamente el dar lírica al despecho o a la soledad, de dar a la  melancolía un lugar hipotético en la radio o por qué no, de darle motivos a bellas y desesperadas con dedicatorias vallenatas. No lo veo de tal manera por la sencilla razón de que lo básico en ocasiones (por no decir casi siempre) permite contar historias y crear grandes obras musicales, no ver la necedad (y necesidad) de inventar complejas mezclas, ediciones exageradas con lenguajes reforzados, a veces basta solo con enamorarse, o también, querer morir de amor.

La tradición de los pueblos se permite reproducirse en la oralidad de los cuentos, en el respeto por los viajeros y los abuelos. Esa mágica costumbre de dejarnos asombrar por las historias que se construyen con el anecdotario de los olvidados, dejarnos presumir por cuentos que salen de las viejas calles empolvadas del tiempo, del río donde las lavanderas dejan fluir la ficción de sus penurias, del parque donde se sientan a conversar los que ya no tienen nada que decir.

Historias que se impregnan al qué hacer cultural, donde el acordeón no es un instrumento musical ni mucho menos un lujo, es por el contrario una extensión del hombre vallenato, una muestra de su virilidad en tiempos de violencia y cacicazgos, un talento que se construye entre familias y se hereda entre compadres, porque la tradición se vuelve musical y deja lo oral para lo superficial, se desvanecen miles de personajes reales para darle paso a miles  de intenciones ficticias que a nombre de amor o desamor, comienzan por narrarnos una a una las peripecias y desgracias de un pueblo que se vale honesto y trabajador, de una cultura que se declara ajena al conflicto y amiga del amor.

El poder de la música, la mística de las historias, los cuentos y los anhelos, ese deseo reprimido de muchos de salir de la pobreza, de ver en la música una industria y no un medio cultural. Encontrarnos en la historia miles de canciones después, miles de excusas para consumir licor a ritmo de un vals del Valle, dejarnos enlodar la memoria con temas musicales que se adhieren al despecho y al amor, que se alejan progresivos los años noventas, de una mística cultural para darnos solo entretenimiento, dejarnos atrás los parranderos mensajes de pueblos trabajadores, de mujeres encantadas con el hombre vallenato, el caimán eterno de una virilidad construida socialmente.

Amores pasajeros y peleas de gallos, Celos y discusiones, problemas de memoria y canciones de duelo, resentimientos entre regiones, familias condenadas al olvido y otras al exilio, gobernantes posesionados en discos de oro y platino, comerciantes que desconocen a sus compositores, niños que aprenden el saber pero no el arte, tiempos modernos que llegan y acaban con todo, como la industria que llevó el progreso a regiones bananeras y algodoneras.

Descansarnos en el tiempo libre, es pues este rompecabezas el que nos descifra el perdón del tiempo perdido, dejarnos herir por el complaciente público que aplaude cuanta canción llega con un acordeón de fondo sin importar su letra o mensaje.

Compadres que ya no son compadres, rivales de discotienda quizás, mujeres embajadoras de la música vallenata en tierras salseras  y rockeras, diatriba del mercado que nos confunde con ritmos urbanos y letras golosas, ambiciosa oleada de cantantes y reencauches: Todo tiempo tiene sus melancólicos comentaristas.

La deuda cultural estará siempre vigente, porque la cultura se construye reiterativamente, se imagina a sí misma y se reinventa en otras sonatas, en nuevos bailes y nuevas necesidades (necedades), pero siempre debe existir ese telón de fondo que poco a poco hemos visto desaparecer: Hablar de la tierra.

Es indispensable (pienso),  se cuente la historia de lo que esconde el dolor o la felicidad, no es caer únicamente en el pretexto de amar o querer amar, mucho menos caer en el caótico ejercicio de hacer campaña a una ideología o a un programa político, no ser religiosos por serlo ni criticar el establecimiento actual como inspiración musical.
Es ser compositores de lo que se olvida en el río, de esas noches y tardes que el ruido se ha robado, ser sensibles a la historia, a la memoria colectiva y con ella a los que ya no están con nosotros pero nos dejaron su sudor.

Es componer en el nuevo mundo lo que el viejo mundo nos enseñó, es escuchar lo que la Guajira misma nos heredó y tierra abajo nos legó. Imaginarnos navegando el río y sufriendo de amor con el atardecer rosado de fondo. Ahora nos ufanamos en lo urbano,  en lo insensible de un mercado que me permite ser melancólico con las viejas historias.

Hay nuevas historias que nos traen nuevos valores culturales, nos cambian el modelo del mundo, no obligan a temer un poco a las edades que se van encontrando porque a la final, siempre hablaremos de amor y de desamor.

Refrescar la memoria y por qué no, el paladar  con una buena canción.

Reinventarnos.

Siempre. (Suena "Matilde Lina" de fondo)


AV

17 de julio de 2015

A la Espera.



Imagen tomada de:  http://kazani.gr/2014/07/
30 Melancholic Cats Waiting For Their Humans To Return


Hay historias que se construyen con los días, hay noticias que nos llegan con el nuevo día en y él se nos entrometen en la calma del momento. Llamadas que recibimos desde lejos o cerca, palabras que se nos van  enredando en el aire, como el sudor que se nos impregna en la ropa y nos hace incómodos ante un solitario soplo de calor.

Nos volvemos expertos en recurrir a maromas de último momento, en diligenciar datos con la premura del tiempo perdido, nos acercamos a la divinidad de las cosas en la medida en que las vamos perdiendo, en definitiva, nos volvemos cada vez más humanos por cuanta razón hallamos en el descuido.

No es que se trate de ser descuidados, somos metódicos en nuestros tiempos, damos uso a cada argumento para dilatar el calor y el espacio, para hacer de las tareas un asunto pendiente en la agenda de los días pasados, como si las fechas de entrega fueran estaciones del tiempo y no límites a la decencia.

Comprendemos a los amigos por lo que son, diferenciamos su escala de valores con los colores de la puntualidad, nos desesperamos en la espera pero aprendemos que con ella vienen tiempos nuevos, cada caso es su propio andar, cada ocurrencia trae sus tiempos y sus ritmos, pero en los encuentros generales el que madruga no siempre cuenta con la ayuda del señor, mucho menos el que llega tarde, a la final, el asunto era encontrarse, las reglas sociales de conducta pasan a un plano muy pero muy inferior.

Siempre es que una flor tiene el tiempo suficiente para crecer, para hacerse vida en un único lugar, en un estático plano que más que general es casual. Tiene el tiempo suficiente para florecer y hacerse bella en un gris mundo de desamparados.
Siempre es que aparece un afanado que llega tarde a sus citas, pero que las justifica con una flor, porque regalar una rosa o un girasol puede ser más coqueto que sonreír con la puntualidad del tiempo acordado.

Nos preocupamos porque preferimos reflexionar ficciones a ocuparnos en realidades (algunas más alarmantes o afanosas que otras), porque nos enfrascamos en anacrónicas dudas, en pendientes que necesitan ser atendidos pero que no le permitimos atender, le hallamos siempre obstáculo alguno o culpable ajeno.

Es un decir quizás, que el tiempo nos devela enseñanzas, nos madura, nos ocupa, inclusive, nos estimula en cada teatro y consejo. Pero como lo dicta el poeta de Rosario, “(…) nos encontramos en tiempos donde nadie escucha a nadie, donde todos estamos contra todos, de egoístas y mezquinos, tiempos donde siempre estamos solos”, tiempos diría yo, donde no aprendimos a esperarnos, donde nos escapamos llegando tarde a los compromisos con la fe ciega – parafraseando de nuevo a Rodolfo – de declararnos inocentes, o ser abyectos y desalmados.

Es que los amigos son la primer escuela, el lugar donde nos divisamos a la distancia y pactamos agenda, construimos horarios y rutinas, personajes con los que comenzamos a hacer de la cotidianidad un primer lugar para las noticias importantes de la vida, el breve espacio en el que nos sometemos a opiniones y conjuros, confesiones y debates, el esquivo loop de la vida donde nos enajenamos hasta el cansancio, tarde la noche para al día siguiente volver a comenzar.

Historias que se construyen con los días,  que nos llegan con el nuevo aire, como el sudor que se nos impregna en la ropa y nos hace incómodos ante un solitario soplo de calor, que legando tarde a la imaginación nos convocan a reiterativos mensajes que a novedosas preguntas. A los amigos y familiares, porque de todos hemos aprendido el para nada noble  de la impuntualidad, esa inmoral desidia que a todos nos afecta pero de la que nos hemos acostumbrado.

Nos comprometemos a entregar, a llegar, a partir, a dialogar, inclusive a vivir. Nos prometen castigos y escenas de desconsuelo, nos amedrentan con miradas, nos esquivan la buena voluntad, porque el retrasarnos nos hace débiles en lo moral, pero gran ironía de la vida la que a su vez nos vuelve fuertes de carácter porque en la siguiente entrega, reiteramos en la tardanza.

No se trata de madrugar o ser más veloz, porque hasta las almas llegan tarde a su rosario. No es esquivar el tráfico o preparar desde la noche anterior el equipaje, porque hasta los dioses olvidan a sus más fieles seguidores. No se trata de cargar el tiempo en los bolsillos o identificar el paso del día con el trayecto de las nueves y el sol, ni de identificar las estrellas en su infinita gracia porque hasta el mismísimo creador del universo las diseñó para que nos llegara tarde su brillo.

Aprendí a esperar con el tiempo, cortesía de amigos y familiares, pero algo que jamás aprendí fue a tolerar las sonrisas del que llega tarde o las disculpas del que siempre evade la fábula urbana.

Es viernes y como todas las historias llegamos con afán al fin de semana, llegamos porque nos da pena decir que nos esperaron. ¿La gente por qué llega tarde? Sencillo: Porque siempre habrá alguien que le espera.

Es viernes y llegamos tarde.

AV


16 de julio de 2015

Pequeñas Compañías





Parte de los placeres de la vida está en el compartir con otro, entregar lo mejor de nuestros momentos a una compañía placentera, ser cómplices de la alegría del otro. Nos gusta sentirnos vivos en la medida en que la vida nos permite estar acompañados, dejar de lado las saludables soledades para asumir como un reto el bonito acto de querer.

Nos gusta la compañía, sentirnos reconocidos, hacernos partícipes de otros y sus historias, de esquivar las preguntas del ocio y hacer de ellas un manual para los amigos, cómo no, sernos testigos de cuanta inocencia desprende de nuestras ocurrencias, de esa ingenuidad a la que hemos dado compañía y bienestar.

Como todo en la vida, hay decisiones que nos llevan a cada tipo de compañía, unas más profundas que otras, unas con sentido más humano que las demás, compañías que se nos dan con un fin en particular, metas que se sacuden de la ropa para ser expuestas en una calle o una mesa de Bar, amistades que se endurecen con el pasar de los días y sus noches, que nos convertimos en pares e impares, como un grupo de pequeños mamíferos que saludan al sol en manada, o como el banco de peces que huye en conjunto.

Recuerdo una conversación con un viejo (muy viejo) amigo quien me celebraba la diatriba en lo que fue el ocaso del año inmediatamente anterior. Conversábamos en aquel enero nuevo sobre lo bueno y lo malo que había sido el año a nuestra percepción, no olvidaré (más con desagrado que otra cosa) el comentario que surgió de esa (quizás) superficial conversación. Iniciamos la reflexiva conversa con los acierto y desaciertos que nos acompañaban en el calendario, de los encantos del trabajo en equipo y de las grises tardes de confusión y mucho estrés laboral, vimos de reojo las relaciones interpersonales que fuimos construyendo en ese año y las evoluciones que cada círculo social que nos rodeaba daba, era un ejercicio muy anecdótico para lo que cualquier fulano haría en los primeros días de enero.

Al girar en el trayecto, nuestra conversación terminó en un frenesí de sonrisas y brindis, saludábamos la buena era y convidábamos alcohol y un poco de historias más. Todo llevado a una reflexión general: “El año anterior fue un año complejo, fueron más las malas experiencias que las satisfacciones” a lo que mi contertulio de barra con más gracia que respeto espetó mi comentario con un silencioso pero muy certero dardo, ausente de compasión y más bien recargado de valor: “Creería que no fue el año en sí, sino más bien las decisiones que tomaste”.

Ante tal sabiduría fue más mi reacción de sorpresa que la razón misma la que sentaba en la mesa,
La sonrisa de mi compañero de turno evidenciaba más a una déspota conclusión a lo que quizás realmente era la intención: Una reflexión. No tomé de buen modo tal acierto, pero gran sabio que es el tiempo mismo y supe valorar tal discreción. Insistir en las compañías y sus palabras.

Sernos fieles a los amigos, consigna que en muchas ocasiones no entendemos o apropiamos, ejemplo de ello el eterno 2013, un escenario de fidelidad y lealtad en el que las mismas situaciones difíciles nos mantuvieron en escena, o el 2002 que con sus mensajes y retos siempre nos embriagaba en ternura, en unión y comunión. Ya bastante se ha dicho de ello en este blog, pero es que de eso se trata siempre, de recordar, renombrar, retomar, reincidir inclusive en el discurso, de alienarnos en la lectura de los días pasados.

Cuando nos alejamos de unos u otros, somos también consecuencia de una decisión, por eso que las compañías que tanto hacemos respetar deben ser soportadas en nobles actos de verdadera amistad, en la constancia y la buena escucha, no solo en el parecer y aparecer.

Decisiones, no saber tomarlas, entenderlas mejor.

Desde asuntos de pareja hasta compromisos laborales, la compañía que nos llega en el camino se acentúa como una huella en la memoria. Casos como las filas de espera para ingresar a un espectáculo o a una entidad financiera, compañías que nos departen conversaciones inesperadas o lugares muy comunes que terminan siendo un protocolo social de interacción. Visitas guiadas o desesperadas atenciones en salas de espera, sillas vacías en bares o restaurantes, pasillos en buses que sirven de lugar de encuentro, huellas al fin y al cabo, siempre se habla de huellas que quedan en la memoria.

A cada momento, se le ha dado un buen recuerdo y en el mejor de los casos, vamos conociendo a nuevos personajes que se quedan para la vida, Fiona por ejemplo, una pequeña can de tres años de edad, juguetona, cascarrabias y siempre anda de moño variopinto en la llegada de cada mes. Su condición de canina le permite hacer del tiempo un lugar de juego y encuentro y con ello ha permitido en mi vida hacer del tiempo, un noble lugar de juego y encuentro.

Así como Fiona, una Pug de tres años de vida, muchas son las personas y animales que se nos van adentrando en el día a día hasta hacernos suyos, pedirnos galletas o jugar con nuestras ideas; nos volvemos seres de tercas motivaciones, olvidamos ver en la compañía del momento esa agradable pintura que adorna a un simple pared blanca, se nos olvida ser cómplices del otro o por qué no, como lo dijo mi descuidado amigo: Saber tomar las decisiones acertadas.

Escribir nuestros titulares de lo cotidiano.


AV