20 de noviembre de 2008

MISIÓN CUNDINAMARCA PARTE X


Foto Tomada en las Calles de Girardot (agosto 2008)
Observaba en la distancia las hojas secas caer, sin preocuparse por la ingratitud del tiempo continuaba su paso lento sobre el antejardín mientras recordaba los días e inclusive años que había vivido en constante soledad, acostumbrado al buen vino y su paquete de cigarrillos se reflejaba con su sombra en el agua que aun quedaba por el suelo. Con la escoba en su mano derecha y su mano izquierda sobre la cintura sentía como la brisa fría de la muerte enamorada paseaba por su cuello, como el beso de un niño a su primer amor, tan sutil, tan suave, tan ajeno que se llegaba a percibir el mismísimo aroma del cemento recién humedecido, esas caras que se asoman en la conciencia, que se encierran en recuerdos y lápidas pasajeras cual fotografía del viejo mundo.

Como si las cosas cambiaran con el pasar del viento, ajenas ventanas del otro lado de la calle aun conservan gotas de lluvia en su marco, los muros grises duermen con el bochorno de la tarde, cada hoja cae a ritmo de lágrimas, su cuerpo se estanca en el pavimento a esperar que el reloj marque las tres de la tarde, guardar la escoba y recoger las hojas y ramas caídas, cerrar el portón azul y comenzar a preparar el café de la tarde.
Girardot continúa con su tiempo muerto, las cosas no avanzan ni se proponen avanzar, las familias tradicionales de la calle 20 siguen escondidas en la siesta de la tarde y se levantan con el café de las cinco, aún cuando faltan casi dos horas para ello algunos niños merodean entre casas y esquinas, juegan con el balón y sonríen con la poca luz de un cielo nublado, el calor no merma solo descansa sobre hombros de trabajadores y ancianos que juegan a vivir sentados en sus sillas mecedoras.

Las imágenes continúan apareciendo de manera desapercibida en la memoria y evitan contener lágrimas en el rostro de algunos pocos, los platos sin ser lavados todavía adornan la cocina, sobre la estufa un sartén con manteca deja en evidencia una carne que quedó frita tres horas antes. La nostalgia ha regresado a la memoria de los descuidados, aquellos que nunca se ensimismaron con la partida de los abuelos, ni los que se asustaron con la pólvora en meses feriados.
Recordar esas tardes de silencio entre el almuerzo consumido y el café de las cinco dieron creatividad a los propietarios de almacenes y cafeterías, quizás para una cerveza o algún helado, el servicio de videojuegos por hora comenzaba a llenarse en la esquina en la casa de la familia Luna, uno a uno llegaban los niños con monedas y tiempo libre, las vacaciones daban sus primeros inicios en un calendario escolar propio del interior del país, los viajantes que llegaban a ese pueblo cundinamarqués se centraban en el descanso o en la búsqueda de un bus para ir a nadar a los centros recreacionales de Melgar, los pocos que pernoctaban en Girardot cumplían con dormir y recordar, porque antes de empezar a gestionar un presente o evaluar la llegada de algún futuro, Girardot era ante todo un mundo para llegar a dormir y recordar.

Hoy años más tarde y desde otra orilla, en las cercanías de la cordillera Occidental a la misma hora y con una taza de café en la mano el ejercicio de recordar retornaba a las tardes que dan inicio a unas nuevas vacaciones, la ausencia de familiares y de ese clan Vargas que se homenajeaba en la década de los ochenta ahora brillaba por su ausencia, el regreso a la tierra paterna quizás se referenciaba no en un equipaje o un boleto de bus sino, en esos nombres que ahora no existen en la vida de los vivos, en el valle del cauca.

Girardot ahora a pesar de estar en el letargo del tiempo, sigue siendo un pueblo para recordar, pueblo en el que muchos inclusive siguen durmiendo.
AV.

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