7 de octubre de 2014

Proyecto 31: Un lugar.




Somos seres de costumbres, más si se refiere a mi modo de vida. Además de costumbres, podría afirmarme como un ser de rutinas, un ser metódico, conforme, de viejas pasiones, que se incomoda hasta la médula cuando le cambian un plan o una idea inicial. Soy de esos que se les desgarra el alma con la impuntualidad de las personas, de esos a los que se les encoje el corazón con la prepotencia de otros, con la falta de carácter, con el vacío de los corazones urbanos.

Soy un ser de ciudad que adora el campo, perfectamente puedo pasar una larga temporada en el campo, no sé si desarrollando labores de campo como tal, pues no he sido formado en esos menesteres pero quizás si me interese aprender a hacerlo. Soy de ciudad, de grandes ciudades, admiro el poder del hombre manifestado en la arquitectura, en sus grandes obras de concreto, de las metrópolis como espejo de lo que realmente somos.

Soy de los que adora salir a comer, me gusta comer bien y disfrutar del conocimiento del hombre en la cocina, pero también disfruto de la grasa, de esa vitamina CH que llamamos. Soy de los que disfruta salir a escuchar buena música, de encontrar una mesa dónde conversar, de encontrar una rutina donde comenzar. Así comienza este recorrido mental, este viaje por el pasado, por donde hemos dejado huella o quizás, por donde acostumbramos a que nuestras huellas se queden para esperarnos.

Al ser un personaje de costumbres soy a la vez, un sujeto de nostalgias, recordar con gran placer a mi Girardot del alma, ese universo de más de 30 grados centígrados de temperatura donde mi infancia se revolcaba entre hojas secas caídas de los árboles, entre el silencio de las calles interrumpidos por un chicharra, por los gritos de niños en callejones donde había juegos y aventuras. Esa ciudad donde alguna vez volví porque era mi misión hacerlo, aquel rincón de mundo donde la familia nació.

Recordar para vivir esos lugares a los que se dejó más que el tiempo y la rutina, se les dio identidad o quizás, fueron esos espacios los que nos dieron identidad. Café El Solar en la Javeriana de aquel 2002, lleno de tazas de “icopor “ y amigos rodeando la misma mesa, sonriendo y haciendo de la vida una oda al punk. Porque fuimos personajes de una tragicomedia, fuimos ese grupo de ocho civiles envueltos en cotidianas historias pero que cuando nos juntábamos, en ocasiones nueve, hacíamos de nuestro mundo un lugar perfecto para contar, fuimos esa reunión de solitarios, de viajeros, de esos que nos fuimos conociendo en la marcha y no en el inicio como carta de presentación.

O entender pasados años, la Bogotá del 2001 en el que mi apartamento era un punto de encuentro para esos espejos del presente. Vivir la dicotomía entre la esfera de lo racional y la locura, aprender a conocerme a mí mismo, entenderme como persona, verme como un camino y un hogar, compartir mi soledad y mis silencios con entes fuera de este mundo, alejarme de mi cordura o quizás, aferrarme a ella para poder sobrevivir a episodios que nunca terminé de comprender, quizás porque se trataba de eso, del ininteligible conflicto por un lugar, un territorio.

Continuar nuestra marcha, y de allí los recuerdos a ese maravilloso 2003 cuando nació el entonces mentado proyecto, en aquel centro comercial deambulando tarde por tarde, día tras día, allí, en Café & Café, de lunes a domingo, soñando, dibujando ideales en servilletas, en mesas metálicas rodeadas de nuevos y viejos amigos, de extraños que serían años más tarde hermanos, y de hermanos que años posteriores serían solo fulanos. Ser la oficina de las ilusiones, ese fotograma de las pasiones por las letras y la cultura, y sin querer serlo, esa inspiración para darle carne y hueso, nombre y pasado a lo que fuera pues “Nocturno 2003: Toma la Palabra”.

Fue ese café de encuentros y desencuentros, allí, dónde vi a la Siberiana por primera vez, donde sus azules ojos se clavaron como una canción de Maná y nunca pudieron salir de mi mente provocando más daño que felicidad. Ese café dónde conversé con Oriana y logramos hallar puntos en común, dónde nos dijimos adiós para siempre con Maria Fernanda, dónde nos dimos la oportunidad de intentarlo con doña Martha, dónde dimos vida a tres versiones de un Festival de Arte y Poesía en el que nadie creería que fuese posible materializar, donde me equivoqué con Mónica, o porque no, donde me clavé a la cruz por querer imaginar lo inimaginable.

Ser seres de rutina nos hace únicos pero no especiales, qué mejor evidencia que la disyuntiva del pasado con los lugares donde ocurren las cosas, ese Café Mulato de los años 2007 al 2009, una bienal de muchas tazas de porcelana, de muchas tortas de chocolate, cajetillas de Marlboro Rojo, amigos, cerveza y reuniones, reuniones, reuniones y más reuniones. Ser nuestro punto de encuentro, nuestro espacio de desencuentro. Inolvidables las noches en Caffeto Bar como mesero y tiempo después como Barman, porque allí también conocí seres maravillosos como mi hermano Sam, como el gran Carlos Cuervo.

Ser especiales porque los lugares son los que nos dan la huella, nos transforman. Cada que vamos a un lugar y lo acogemos como propio, lo estamos envolviendo en nuestro encanto y ese lugar claro está, nos está envolviendo en su universo, nos hace suyos, nos roba la energía vital para dejar allí esas carcajadas o lágrimas, esas historias para contar.

Hablar de paseos, de experiencias, de frustraciones y melancolías, de amores y estallidos de felicidad, todo pude ubicarse en un lugar especial, en un rincón y bajo un árbol, son los lugares comunes los que nos encuentran, nos unen; sea en esta ocasión que buscamos esa reflexión para sabernos ubicar en ese lugar especial donde queremos dar prioridad, por cuestiones del presente proyecto 31, sernos fieles en la memoria.

De muchas vueltas y revueltas siempre llego a la misma parte, a la mesa vacía. A esa estética de la cotidianidad, darle el nombre que mejor podamos dar, café, Bar, Restaurante, Cafetería, darle la identidad que mejor nos plazca a la final siempre es ese el lugar al que después de muchos octubres de vida llego por cordialidad, por mera necesidad de superviviencia.
Darnos un lugar en la mesa, comprender que no interesa de qué ocasión se trate o cuál sea el motivo de convocatoria, es allí en la mesa donde damos en común nuestras ideas, donde dejamos los sueños puestos a merced de nuestros interlocutores, donde escuchamos y recibimos del otro lo mejor que ese ser considera, nos puede brindar.
Ese lugar donde las hipocresías se descubren, donde las mentiras caen, donde el sufrimiento desaparece porque precisamente allí, en la mesa, es donde se discuten los placeres, sean estos en forma de comida, de alguna bebida o simplemente de una mirada que nos dice en el fondo, que todo va a salir bien.

Darnos un lugar especial en la vida del otro, aprender a sentarnos y a acompañarnos, a sernos vida para dar y recibir. Muchas mesas son a las que he llegado en el tren de la memoria, pero solo después de recorrer todos aquellos años es que descubrí pues, que no era el Café o el Restaurante, la cafetería o Bar el que hacía que fueran especiales aquellas tardes de sábado dónde planificábamos el entonces Proyecto Nocturno, ni esas semanas enteras de discusión para sacar un proyecto de campaña que al tiempo veríamos como fallido, sería la voluntad de cada persona por querer que las cosas salgan bien y den los mejores frutos, la voluntad de cada personaje, porque en algo venimos llevando el común y es que venimos convirtiéndonos en ese soporte que cada mesa necesita, que cada grupo, familia, parche o comunidad quiere de sí misma.

No es encontrar un lugar en las letras o la imaginación, sino, en el corazón de cada persona, aprender a sentarnos juntos, escucharnos y dejar fluir nuestras intenciones.

Darnos un lugar en el otro.


AV

No hay comentarios.: