14 de febrero de 2023

Palabras (Su Universo)


 

Imagen tomada de:

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De acuerdo a muchas vidas nos vamos encontrando en la casualidad de los sueños, en suspiros que pueden ser una cita a tomar café o en la espera eterna de un trámite bancario. Muchas vidas y muchos sueños se entrecruzan en el papeleo de un registro, en la intención misma de querer terminar todo a tiempo, por supuesto para llegar a descansar a casa.

Muchas vidas nos tienen en común de aceptar en el otro la diferencia, de colorearnos en mil modos de pensar y aprender de cada persona como un manual de supervivencia. Nos encontramos en el sentimiento mismo de la fraternidad, construimos placeres en una taza de café o un helado de ciruelas.

Nos dibujamos en la sonrisa del otro (otra), nos borramos en los miedos propios.

Conectamos con la naturaleza de los desesperados, a ellos a quienes el mundo tantas veces ha dado la espalda les saludamos con la intención de desearles otro día de amable espera. Nos refugiamos en constante torbellino de preguntas, damos fechas y cifras a cada pensamiento, como si fuésemos un calendario de castigos y prohibiciones.

De acuerdo a muchos sueños nos proyectamos en los cuentos y fábulas de otros universos. Ardemos en deseo con cada mirada, proponemos amar con la misma intriga con que nos escapamos de la cotidianidad, porque es que amar es un acto de transformación personal que se revela en las palabras que nos dan en correspondencia.

Algunas palabras de aliento siembran en un “te quiero” la capacidad de poseer, aprehender sobre lo advertido. Aquel te quiero que se reparte entre la obsesión de una canción eterna y el desespero de un olvidado poeta.

Palabras que nos definen desde la costumbre misma de los hogares que nos forjaron como personas. Palabras que ahora nos dan enseñanza en una copa de vino, en los ojos cafés de un alma noble, o quizás en el crudo universo de una oficina con vocación de poder.

Demasiado amor para este mundo, demasiado amor para uno mismo. Demasiado real para quien sueña con algo tan básico como lo es la sonrisa de la persona deseada.

Demasiado humano.

De acuerdo a muchos proyectos nos encasillamos en formatos y estilos de vida, crecemos y reproducimos el modelo nuclear de una familia entregada al santísimo sacramento. Nos reproducimos en poemas y canciones de occidente, nos deslumbramos con la magia de oriente y sus inciensos eternos.

Vemos en la comida un canal de conexión internacional. Tan internacional como la pizza italiana que se consume con fervor en las calles de américa latina. Tan internacional como el Café que se vende en los mostradores de cada panadería. Una cotidianidad tan sorprendente como el mundo conocido, donde la comida, los sueños, los proyectos, las canciones, las oraciones, los amigos, los vacíos, los miedos, los deseos, la humanidad misma es una reiterada invención de lo ya vivido.

Una pirámide de expectativas.

Amamos porque es un acto de supervivencia. Queremos ser amados, porque somos sobrevivientes de nuestro propio pasado. Queremos ser premiados, una medalla que nos recuerde el nuevo lugar que ocupamos en el viejo mundo.

Una canción de Arjona, un poema de Dylan o un murmullo de Michael Bublé.

Se nos hace preciso vivir en la expectativa del “te quiero”, porque todos queremos poseer. Se es necesario empezar a construir en el amar, porque amamos lo que verdaderamente se nos hace sagrado.

Demasiado amor para este mundo, demasiado amor para uno mismo. Demasiado real para quien sueña con algo tan básico como lo es la sonrisa de la persona idealizada. 

Fe.

De acuerdo a muchos sueños nos proyectamos en los cuentos y fábulas de otros universos.

Su universo.

AV

8 de febrero de 2023

Transformación (agradecimiento)



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Me gusta el reflejo en el espejo. La mirada decidida que ha virado con precisión hacia donde incuban los sueños. Me gustan las palabras que se anteceden en cada pensamiento, con la exclusividad de saber que se empieza un día maravilloso, un día más.

Me gustan los procesos porque de ellos se aprende la calma y se engendra la paciencia que nos convierte en lo que somos. La prudencia de una idea, del temor de tomar la decisión siguiente, de darle nombre a lo que antes nos invadía en razonamientos.

Me gusta lo que ha llegado, el color de las ilusiones, el modo mismo en que desde afuera se ha logrado dar forma a muchas inseguridades, que con la bendición del cielo, ahora tienen lugar en la historia que ahora narramos en el corazón.

Han sido meses de caminar bajo la lluvia, el sol, ante la incertidumbre de muchas decisiones que opacadas por el temor no se tomaron ni fueron llevadas al verbo mismo. Meses de encerrarse en los pensamientos y con el aire asfixiando las lágrimas, quedar en silencio ante la pantalla de un computador. Sin nada que decir ni avanzar.

Nada.

Meses de dedicación a las labores contractuales con tal esfuerzo que se enmudecía el desesperado grito de un niño que quería resurgir en el alma. Porque eso hacemos los adultos, opacamos lo que nos desafía en tiempos de crisis, porque tememos soñar, porque tememos avanzar en la locura, porque somos carne de la cotidianidad.

Una cotidianidad mal vivida, pero necesaria.

Me gusta la transformación porque nos quita lo que pesa, lo que arde, lo que acostumbra. Nos mueve de un cielo a otro, quizás del mismo color pero de otro aroma, de otra dimensión inclusive.

Ha sido un tiempo de agradecer la presencia y amor de mi madre, su coraje, fuerza, acento en lo propio ha sido fundamental para que, en el menor de los silencios haya podido con a cabeza baja, observar todo lo que hay que caminar, porque de la cotidianidad no somos presos sino, arquitectos.

Agradecer con esperanza y un poco de banalidad la ausencia de quienes vieron en la distancia un modo de enseñar. Con total convicción de lo vivido estrechar la mano de aquellos que con su presencia dieron a este cachorro tres lecciones, que cuando fueron atendidas, desaparecieron para seguir en sus asuntos: Salazar, Hernández, Guerrero.

Porque de mis asuntos me encargo yo, siempre.

Me gusta el reflejo en el espejo de quien escribe, porque es allí en el reflejo donde nacen las dudas y los retos. Es en la interpretación del tiempo donde vamos dando nombre a lo que nos incomoda, a lo que nos agrada, a lo que necesitamos, a lo que nos daña.

Lo que amamos.

Me gusta la transformación que desde diferentes colores aparece aún si no la hemos invocado. Inevitablemente la vida nos transforma y con sus idas y vueltas nos deja en otro lugar. Nos enseña a no preocuparnos, nos obliga es a ocuparnos.

Me gusta el momento en que nacen estas palabras, porque ahora siento total agradecimiento por cada lágrima, por cada gota de sudor, por cada llamada negada y cada noche de desconexión. Palabras que si bien no tienen destinatario específico van al cielo, porque allá, es de donde emergen las dudas y las certezas, anidan también la misericordia y el perdón, florecen los versos del día a día, esos sonetos con los que saludamos a quienes nos rodean.

Me gusta estar aquí, ahora.

Me gusta lo que me rodea, quienes me rodean. Doy gracias por quienes llegaron y me dan de su amor, de su sincera puntualidad.

Me gusta el silencio, porque en sus ojos observo el amor por vivir, allí, a su lado.

Transformación.


AV


5 de febrero de 2023

Espacios Vacíos (Vida)


Cat Abstract Art Print by: Stonechatter

Vivimos el día a día con la tranquilidad del deber cumplido, de saber que hemos actuado en sincronía con todo aquello en lo que creemos y damos por correcto. Vamos andando entre tareas y descuidos nuestros roles de la vida adulta, donde el pensar es un ejercicio de supervivencia y el soñar un acto de rebeldía.

Vivimos como lo dice mi amigo el profesor Salazar, ante el afán de cada segundo e incertidumbre de momento. Nos exponemos al constante ritmo de la inmediatez, de la premura de un jefe que quiere una información o la intensidad de un aprendiz que quiere una oportunidad.

Estamos aquí observando la montaña que nos recorre la ciudad, la percibimos tranquila, como un muro inmenso que dialogando con el cielo se extraña de nuestro afán.

Nos acomodamos a cada tarea y su acción pendiente, llegamos a casa en ánimo de descanso y olvido. Queremos estar quietos, en silencio, en lo oscuro de una soledad amistosa que nos pide algo de comer.

Se vive entonces porque de otro modo no tendríamos canciones o poemas que recordar en soledad.

Nos encontramos en la memoria como una caja de resonancia que nos silba melodías de canciones que habíamos dejado de escuchar hace mucho: “cruz de navajas por una mujer, brillos mortales que despuntan al alba (…)”

Esa misma memoria que en un itinerario de labores pendientes en el hogar nos atrapa en el aroma de un familiar que ya no está. Lágrimas.

Intensidad que damos al vivir que en la soledad encontramos un placer tan personal e inocuo que damos identidad a sus lugares comunes. Se comienza a entender que no se trata de llenar espacios vacíos sino, de construir la calma en donde antes había ansiedad.

Vivimos porque para eso hemos nacido, nos reconocemos en el espejo cada mañana. Sonreímos y prometemos que será un gran día. Bueno, en mi caso, vengo de una temporada de buenos días y sus buenas tardes, agradecido siempre con el amor de El Buki y cada uno de sus santos, porque en la soledad y el hambre aprendemos también a diferenciar a la luz de la ilusión.

Sigue la música y sus letras “Sobre Mario de bruces, tres cruces. Una en la frente, la que más dolió, otra en el pecho, la que le mató (…)” y allí en el devenir de las frases de los hermanos Cano y la voz de Ana, surge una idea feliz.

Vivimos porque los tiempos nos permiten estar allí, acompañarnos y elegirnos unos a otros, convencernos que de la vida estamos llenos por dentro y de sus deseos y frustraciones es que tejemos las palabras, pero son nuestras, no de los demás.

Mis palabras quizás den aliento o pesen en frustración, no es mejorar la intención o el verbo adecuado, es conocer a fondo lo que desde el corazón se pueda delegar al corazón de quien nos escucha.

Vivimos porque nos cansamos de persuadir a las ideas en vacías estancias de la edad. Nos ahogamos en varias oportunidades en insensatas reflexiones, como si estar enojados con lo que nos rodea fuera un acto de necesaria rebeldía, y no.

Soñar es un acto de rebeldía.

Con la tranquilidad del deber cumplido y saber que hemos actuado en sincronía con todo aquello en lo que creemos y damos por correcto, compartimos esto que merecemos en vida y ya no nos pesa en la insulsa reflexión del ayer.

Sentirnos vivos, con nombres propios.

AV

2 de febrero de 2023

Pausas (Cambios)

Imagen tomada de: https://streetartutopia.com/2021/09/16/meow-meow/

Street art cat by: Tianooo The Cat (Manchester, England)


Hay caminos que se recorren con la tranquilidad de saber que hay tiempo a nuestro favor, trayectos que se viven en el variopinto museo de la cotidianidad, sin afanes, alejados de cualquier preocupación.

Divisamos las vitrinas de locales comerciales con ofertas de toda índole, ropa para dama, artesanías de la región, telas y telas, joyería y relojes, tecnología de media punta y alguna sin punta. Siempre a su entrada en pasillos de amplio desdén, una respetada dama vendiendo fritos de gran atractivo culinario, cerca quizás otro que venda arepas con o sin relleno, chorizos de pronto.

Observamos un cielo juguetón que se esconde tras los inmensos ventanales de edificaciones de antaño, cuadradas, rústicas, mudas.

Recorremos la vida con la misma impertinencia con la que la soñamos. Esas calles que atrás fueron patio de juegos hoy son la pasarela del adulto que se apresura a llegar a tiempo a una cita. Recorremos las calles con el mismo impulso con el que las recordamos, incluso, si se nos hace urgente olvidarlas.

Somos seres de costumbres y vamos creando rutinas en específicos lugares de la ciudad, sin importar su tamaño nos identificamos en trayectos o sectores que nos van marcando identidad. Si llegamos a una nueva zona por la razón que la vida nos empuje, allí estableceremos una base de operaciones para nuestras costumbres ciudadanas: Un café, una panadería, un parque, una esquina, un lugar.

De estas costumbres es que fuimos emergiendo como ciudadanos, nos aprendimos las reglas de convivencia que fuimos observando en los adultos, nos esforzamos por llegar a lugares que se nos daban prohibidos por la edad, nos escapábamos de las diligencias para llegar a casa, refugiarnos en ese único lugar del mundo que consideramos perfecto.

De estas ciudades nos fuimos volviendo responsables, crecimos, engordamos, desafiamos a la autoridad, obedecimos a la soledad, abnegación profunda ante la ansiedad. Ciudadanos que queremos conocer el mundo y hacernos globales, incapaces de adornar la rutina de expectativa, mas bien, expertos en desdibujar las razones y argumentos en precisos silencios, incómodas sonrisas.

Una responsabilidad que se construye con valores y datos aprendidos en casa, de consejos y hematomas adquiridos en la escuela, de muchas monedas y sillas perdidas en la calle, en el amor, en el entusiasmo de un mundo mejor. Responsabilidad que nos invita por supuesto a soñar, a ser capaces de proyectar una vida mejor a la que se tiene en el presente, algunos románticos quizás pretenderán retomar la vida que en su ayer disfrutaron, como si estancarse en la memoria diera caminos y tranquilidad.

Amantes de los atardeceres, cielos rosados, anaranjados, cielos azules que se mezclan en la profundidad de la noche, depredadores del cambio. Coherentes claro con lo deseado pero cobardes con el riesgo y el cambio.

Deseos que no llegan por temor a vivir el peso de la vida, porque todo tiene peso, un canje. Coherencia que se nos escapa en las palabras de terceros, nos dejamos influenciar en la perspectiva de otros deseos, aunque estemos en la misma calle, con el mismo afán, con el hambre intacta.

Hay caminos que se deben de recorrer con tranquilidad, sin afanes, con la coherencia del pensamiento y el tiempo, con los colores de la cotidianidad en el bolsillo, alejados de cualquier preocupación, de cualquier modo son los sueños y la responsabilidad ciudadana los imaginarios que nos esperan en el cruce peatonal.

Huele a empanadas.

AV