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23 de junio de 2025

Miedos (Sin nombre)

 



Imagen tomada de:
https://unsplash.com/es/s/fotos/halloween-cat 

By: Sašo Tušar (29 de agosto de 2016).


Hay miedos que nacen ante la presión de lo no conocido, de todo ello que no tiene forma ni nombre, de aquello que no ha ocurrido o incluso, que no se sabe si ocurrirá. Miedos, temores que se cultivan con abono de lo insospechado, una incertidumbre que empuja a quien le padece, en una toma de decisiones desaplicada, quizás amigos míos, por el amor mismo por la prevención o la rendición absoluta ante el error.

Miedos, como cualquier mal que no tiene forma ni tamaño.

Miedos que nacen ante el susto inmarcesible de vivir lo ya vivido, aquellos espacios del alma que se ocupan en pensamientos, algunos miserables, de derivar en una vida ya vivida, en un orgánico proceso de repetir los pasos de lo que tanto daño hizo.

Miedos, como cualquier mal que acecha en la mente de lo insospechado, de los pasajeros de una nave que repite siempre las mismas estaciones.

Grandes escritores crearon desde su creativa mente universos inmensos donde monstruos y deidades de todas las formas e invocaciones atormentaban a quienes podían verles, historias y crónicas que desde la ficción podrían abrir muchas mentes, un cofre de especímenes no identificados, como aquel espectro del almohadón de plumas, o la sombra coqueta de la máscara de la muerte roja. 

Personajes propios del mito de Cthulhu o de aquellos seres sintientes que sin forma ni tono de voz saludaban a los mortales desde una esquina, propia de las almas de Barker o la cotidianidad de King.

Todos, con su estilo literario y su mente abierta a terrenos etéreos, brindaron desde el más violento o sarcástico tono de horror una historia, un personaje, una leyenda para reflexionar sobre lo que no está bajo nuestro dominio.

Hay monstruos más grandes, más fuertes, con una capacidad destructiva superior a cualquier deidad de esas que se leen en las obras de Wilde, Dicker o Shelley.

En común acuerdo con la locura, el anhelo a un mundo mejor, o quizás, el terror al pasado, conlleva a que estas misteriosas fuerzas sean mínimas ante la más poderosa pasión de los vivos: El odio.

Grandes escritores, cronistas dirán otros, han logrado anteponer el miedo a lo desconocido, porque allí, donde los ignorantes cantan, los poetas escriben y no precisamente prosa romántica, sino, historias que ante el más incrédulo de los reyes se hace violenta, se hace etérea esa capacidad del ser humano de destruir su propia especie, su propia historia, su propio pasado.

Nuestras guerras, nuestras persecuciones, nuestras aflicciones y cómo no, aquellas posturas morales de finita capacidad intelectual son la base para que la ficción del terror sea minúscula ante el horror mismo de una vida que pocos se han animado a contar, porque el dolor es superior a la razón.

Encontrarnos en el péndulo de la ficción y la realidad es parte de ese proceso de identidad.

Desencontrarnos en la realidad para omitir los relatos de las víctimas es en demasía un acto de total inhumanidad, porque el delirio de rechazar a otros por su creencia, apariencia o pasado es más cruel que la capacidad de crear monstruos en el cine, el teatro o la televisión, porque la crueldad que es capaz de construir imperios de terror, está siempre en el mensaje.

Aquellos mensajes que invitan a olvidar, mensajes que pretenden engañar, crear enemigos, ajustar ideologías y sostener bandos, una segregación que es capaz de eliminar a quienes viven bajo la misma residencia.

Hay temores que son infundados, por nuestra propia mente, o por el absurdo de la cotidianidad.

Hay terrores que suceden en las sombras, en aquellos territorios donde no hay presencia del Estado o de los medios de comunicación.

Horrores incluso que se reviven como un ciclo inmarcesible de dolor, preciso porque el silencio y la impunidad son el escudo de tantos monstruos, tantos caminantes de la oscuridad y la eternidad.

Hay miedos que nacen ante la presión de lo desconocido, de todo ello que no tiene forma ni nombre, de aquello que no ha ocurrido o incluso, que no se sabe si ocurrirá.

Hay miedos que tienen nombre, apellido y número de identidad, miedos que por supuesto están esperando a tener un lugar, una historia, una crónica.

Hay monstruos que, por encima de los miedos, son demasiado humanos.

Demasiado literarios.

AV.

29 de mayo de 2023

Fantasmas (Mocaccino)


 Imagen tomada de:

https://goodfairyart.com/products/set-of-3-siamese-cat-bath-watercolor-painting-print?variant=42862855815388

 

Set of 3 siamese cat bath By: Maryna Salagub

 


El tema de lo paranormal es un asunto de alta morbosidad entre clubes de lectura, reuniones sociales o incluso medios de prensa especializada, es por supuesto un riguroso conjunto de ideas y escenarios que en el menor de los esfuerzos rebota en ideas (algunas por lo general) superfluas donde pulula más intensa la cultura popular, donde el fanatismo se impulsa en nuevos imaginarios, donde la ciencia y la academia se acreditan de lo falso del discurso de cada espectador.

 

Muchas narraciones caen en su propio peso en el fervor de quien la emite. Se gestan escenarios cotidianos que comienzan a ser marcados por lo particular de cada caso, desde maldiciones y fantasías, hasta apariciones de seres no identificados.

 

En mi caso por supuesto he referenciado vivencias varias que a lo largo de los lustros de vida me han arrastrado en un péndulo entre lo inimaginable y lo tolerable. Un péndulo en el que se recrimina lo creíble de la realidad y lo inmarcesible de lo vivido, como si las fuerzas invisibles de lo ininteligible se enfocaran en atrapar seres incautos de lo cotidiano.

 

Desde visitantes sin rostro que juguetean con objetos sin importancia, hasta mensajeros descarnados que en la intimidad de su aparición dejan una voz simbólica a esperas de ser comprendida.

 

Familiares que con los años dejaron salir de su silencio anécdotas propias del misterio. Amigos que sin saberlo daban datos clave sobre vivencias que pensaban eran únicas, de allí la emergencia de una industria de la fe y el sortilegio.

 

Bendiciones o maldiciones, castigos o ajuste de cuentas.

 

Llamados de atención que se aterrizan entre lo indescriptible, luces que en el fuego de una vela se comportan como infantes buscando que comer.

 

Todos a su juicio han ido coleccionando mitos familiares o territoriales que dando carácter de fantasmas se han convertido en cuentos, narraciones populares de toda índole.

 

Desde la existencia de seres elementales o mitológicos que guardan a la naturaleza del invasor pie humano, hasta vengadores que desde otra dimensión se han tomado la molestia de revisitar lo vivido para quizá, dar nuevos rumbos a quienes aún están pendientes por morir.

 

Objetos que se cargan de tanta energía que terminan por ser un amuleto del bien o del mal, de prejuicios y avenencias con apellidos, colores o hasta plegarias impresas en el más humano de los inventos: la fe.

 

Cuando lo desconocido nos aborda solemos indagar en toda esquina razones que permitan dar entendimiento a la causa, aquello que sin saber su nombre u origen nos azuza en el asombro y nos empuja a leer lo que no es visible.

 

Nos llenamos de temor, nos incomodamos, nos desesperamos.

 

Queremos trascender en la lógica, deseamos respuestas en el saber de otros, por lo generar colegas que nos confiesen haber sido protagonistas de un misterio similar. Saltamos del desespero a la frustración y allí vemos emerger la rabia, la ira, sentimientos cargados de poder que rechazan lo inexplicable de la vivencia.

 

En alguna oportunidad un fulano confesó sentirse abordado por un aroma sin origen detectado, una fragancia indeleble que atormentando su soledad lo terminó por sacudir en la memoria hasta un fallecido personaje que quizás, estuviese dando un mensaje o advertencia de vida.

 

Otro día un incauto dejó su historia escrita en un foro virtual aduciendo locura ante el insoportable desorden que se había convertido su cotidianidad. Objetos desplazados de su lugar de origen: llaves, monedas o esferos instalados en otro espacio distinto al de todos los días.

 

Golpes en la ventana en un edificio de 10 pisos, luces encendidas en apartamentos deshabitados, plantas y flores que perecen en espacios que en otras condiciones deberían de perdurar en un tiempo de vida normal.

 

Sujetos que narraron en reuniones sociales haber visto sombras transitar en condiciones fuera de toda lógica. Algunos más científicos o inquietos, persiguen la evidencia de lo ininteligible con cámaras, grabadoras y antenas que, según su experticia, son los equipos adecuados para atrapar aquello que no se ha podido ir de este plano.

 

Amantes del misterio que aseguran observar visitantes de dormitorio que provienen de las estrellas, y allí mismo, en lo desesperante del relato, insisten en evidencia tangible en esculturas, pinturas o artefactos propios de culturas milenarias.

 

Amantes de la vida que insisten en investigar a quienes ya no viven, quien sabe desde dónde y hasta cuándo el otoño de la vida será pues, un simple puente de la lógica y la materia, a trascender en un portal de lo no vivido y las ciencias transmutables de la ética y la estética.

 

En mi caso he referenciado vivencias que de un tiempo para acá consideré estaba siendo nuevamente invocado, pero el tiempo y la calma permitieron descubrir que el espectro que movía mi ropa de los cajones era una pequeña felina de ojos azules, una juguetona siamesa de pelaje mocaccino.

 

Un péndulo entre lo inimaginable y lo tolerable.



AV