22 de abril de 2014

Su Majestad: El Rey.





Los libros tienen una magia que es difícil de explicar o por su vez, de hacer evidente en el mundo de lo racional. Cada parte de nuestras vidas queda marcada por un libro, una historia, un personaje, queda estampada en nuestra memoria una vida narrada y con ello por supuesto, hacemos empatía, la hacemos nuestra.

Y es que con los libros ocurre igual que con las canciones, con las personas: siempre hay uno con el cual se entra en nuestras vidas, pero también es cierto que siempre habrá otro con el cual saldremos de nuestras vidas, sea quizás para pasar a otro estilo de vida, para asumir nuevas cotidianidades, para ser mejores personas, o peores, o quizás, quizás, quizás, simplemente para empujarnos a pasar a mejor vida.

Existe ese fetiche intelectual por los libros, ese objeto de páginas impresas, su aroma, su textura, el color de la tinta, la portada, el poder llevarlo en un maletín a cualquier parte y leerlo, distinto quizás, a la experiencia de leer uno en formato digital, pero libro al fin y al cabo y ante ello cada quién se rinde a los pies de quien mejor le llene de calma y comodidad el oficio de leer.

Los libros nos enseñan a vivir con recuerdos, nos abrazan y motivan a guardar secretos ajenos, nos embelesen con sus tiranas intenciones, nos irritan en ocasiones, pero enamoran y hasta nos dan esperanza de creer en un mundo mejor, sea pues, un mundo basado en ficciones.

Cada libro ha llegado a mi vida de la manera adecuada y se ha dejado leer en el momento oportuno. No niego que en varias ocasiones intenté iniciar la lectura de algún libro y fallé en el intento, quizás la demagogia no me convencía, quizás la temática no me agradaba, quizás la misma extensión o tipo de letra no me animaba, normal, como todo en la vida, nos ocurre igual con la comida o con los seres con los que interactuamos.
Son momentos, y a cada libro uno debe aprender a identificar el momento: Me ocurrió con “Cien años de Soledad”, hice 3 intentos  y en todos deserté, pero fue en una semana santa de 2007 que con café en mano y cajetilla de cigarrillos a disposición, logré devorarme una fantástica historia de ficción caribeña en el periodo de 4 días (y sus noches).

Siempre he logrado entablar empatía con los personajes o tipo de historias que se leen, sea quizás esta la razón por la cual me agrada a morir el género de la Novela Histórica, pero tampoco niego mi fascinación por la literatura de Terror (No de Suspenso, no nos confundamos) y es allí, en ese punto de encuentro donde entra uno de mis escritores de admirar: Stephen Edwin King.
Si bien es reconocido más por la adaptación de sus libros al cine, es a mi concepto uno de los más completos escritores de nuestra era, pero como todos, cuestionados y hasta señalados de plagio o fraude, para mi caso, a pesar de haber un gusto excremental, no puedo caer en el ciego fanatismo de defenderle si para el caso en alguna oportunidad se evidencien dichas denuncias (pero eso es tema de otra conversación), por el contrario espeto con ansias leer con voraz antojo sus recientes publicaciones, sea tal vez porque a mi concepto, ha recuperado el rumbo que perdió desde mediados de los 90s y mediados del 2000, diez años publicando un tipo de literatura que se aleja a lo que realmente me agradaba (y de seguro a muchos fans alrededor del mundo).

Sus libros han llegado en espontáneas ocasiones, ninguno ha sido planeado, o bueno, sí, pero más bien deseado diría yo. 
Con IT tuve quizás mi experiencia más cercana al miedo con un texto literario, sensación difícil de encontrar, pero el señor King lo logró y me devoré pues las casi 1600 páginas, aquellas hojas en formato electrónico que noche tras noche me encerré en Derry, tanto en los años 50s como en los turbios 80s, ambos detrás de un demonio venido desde el mismísimo macrocosmos. A pesar de haberlo leído en formato digital (No he podido conseguir la versión impresa – y de pasta dura – aún) fueron dos semanas de terror absoluto. Caso similar me ocurrió con “El Resplandor” (The Shining) donde pude aprender que las cosas, inertes, insensibles, materiales, inorgánicas pueden asustar más que el mismo mundo de los muertos, en este caso, un inmenso Hotel a merced de una débil alma que se balancee en el abismo de la locura.

Con la saga de La Torre Oscura (7 libros) no he logrado realmente sentarme con juicio a introducirme en el quizás, más complejo mundo que se haya podido inventar el señor King, pero tras 2 fallidos intentos, se que en algún momento de mi vida podré entrar en profundidad a ese oscuro y fatal universo literario.

La mejor historia de amor que he leído en los últimos años ha sido pues “22-11-63”, una mágica narración de viajeros en el tiempo y amores que no deben ser. La magia de este libro me la dio Natymoon, una mujer a la que quise demasiado, y es pues que además de haber sido un grandioso regalo de navidad, fue una excelente historia que me llevó a la mortal Detroit de los años 60s. 

Actualmente me encuentro leyendo una antología de cuentos – sin mencionar que hace un par de meses me terminé de leer la segunda parte de El Resplandor, conocida como “Doctor Sueño (Dr. Sleep)” – y es quizás esta antología la que me llevó (empujó) a escribir estas letras. Desconozco el sentido de fondo, la intencionalidad del caso; El libro titula “Todo Oscuro sin Estrellas (Full Dark, No Stars)” y son 4 cuentos de antología, aparentemente ninguno se conecta con el siguiente, pero en este universo uno nunca termina de saber las cosas, lo particular del caso, es que no he podido terminar el primer cuento que lleva por nombre “1922” y tiene una extensión de 150 páginas, cabe anotar que inicié la lectura del mismo hace por lo menos 2 meses, hojeándolo en mis tiempos libres, pero ahí viene el asombro: Siempre que termino de leer o voy a la mitad de mi espacio de lectura, me da una fuerte depresión, me siento obligado a dejar de leer y salir a distraerme o mejor, salir a airear las emociones pues de alguna extraña manera logra ese libro (la empatía que mencionábamos inicialmente) llevarme a una depresión a tal punto que me cuestiona, me lleva al existencialismo, acaba casi que con mi voluntad; me es difícil negar que es un excelente cuento y si bien la historia no siento logre transferencia (o adherencia) alguna en mí, sí siento ese poder con el que fue escrita.

Este es el precio que pagamos por aquello que tanto amamos, si bien mi amor es escribir, mi pasión es el leer. Lograr una empatía tal con estas obras (y muchas otras que por espacio no alcanzo a mentarles) es lo que quizás consideramos como el premio al buen leer, al sentir, a esa sensibilidad que nos caracteriza, o para otros, esa insensibilidad que les es necesario validar.

Seguiré fiel con el señor King, con sus historias, sus descuidos, sus obras. Seguiré firme además, con el nostálgico esfuerzo de poder seguir reclamando una a una sus obras de años (y décadas) anteriores con la firme esperanza claro, de lograr convertir sus ficciones en inspiraciones.

Ya lo dijo Jacinto Benavente: "Los libros son como los amigos, no siempre el mejor es el que más nos gusta".

Su majestad: S. King.


AV

21 de abril de 2014

Para Olvidar





La Soledad dignifica, también lo hacen los amigos y por supuesto, la fuerza de las palabras. Siempre tendremos motivos para aparentar ante terceros el valor de nuestra felicidad, o la debilidad de nuestras expectativas, incluso, lo temeroso de nuestras tristezas, nuestros fracasos.

Ha sido una semana interesante, de aprendizajes y muchas lecciones. Una semana producto de lo que fue la anterior, y esa claro, producto de lo que fue su antecesora, y así sucesivamente, porque cada semana con sus historias y sus personajes, con sus vacíos y sus melodramas, sus heridas y sus premios, deja en la mesa servida una hoja blanca que quiere ser escrita con el paso de los días y claro, esta no podía ser la excepción.

Ha sido una semana de distanciamientos, de soledades compartidas. 

Una semana de reflexiones que desde la carne y la piel, hasta lo más profundo del miocardio han dejado en la memoria excelentes enseñanzas y aprendizajes.
Es que son semanas que se dejan marcar por la consecuencia de las decisiones tomadas u omitidas, semanas en las que en ocasiones es mejor aprender a perder que, aprender a aceptar las derrotas. 
Un símil interesante, flojo quizás, pero interesante en todo los aspectos. Es que aprender a perder es saberse retirar, saber hacerse a un lado y comprender desde la ética del autocuidado cuándo es nuestro momento en la vida, entendernos en la diferencia y asumirnos como propios, sabernos cuando somos los indicados, cuando somos parte del momento oportuno y cuando no es así. Por el contrario, aprender a aceptar las derrotas es sumergirnos en una actitud desafiante con la vida, es navegar en un mar de contrariedades donde la conformidad y la sumisión son más compañeras de derrotas que muletas para el soldado.

Ha sido una semana como muchas, con sus historias, sus aciertos y desaciertos, sus reflexiones y sus aprendizajes. Quizás lo más fuerte de la semana fue el fallecimiento del Honorable y admirable escritor latinoamericano Gabriel García Márquez, gran hijo de Hispanoamérica, porque claro, él no nos pertenece a los colombianos, ni le pertenece a los mexicanos, compatriotas que lo recibieron cuando su vida estaba en manos de bandidos y bellacos.

Entender la obra de García Márquez se volvió pues en un soliloquio permanente en muchos medios de comunicación, redes sociales, Blogs de opinión y crítica literaria. Su obra literaria ha sido cuestionada desde tiempos “inmencionables”, pues a muchos se les ha escuchado o leído afirmar que “Lo admiro como escritor pero no me gusta su estilo/obra” y así, afines de apreciaciones, como muchos otros que lo idolatran y permean en la historia como “El Gran Colombiano”.

Sea cuales fuere la real Y/o única opinión válida en este loop literario fue pues, de gran presión para esta casa sentarnos a escribir sobre su fallecimiento (1927 - 2014), en primera instancia porque ha sido pues una semana de variopintas situaciones: Desde el amor por la guitarra santafereña (tenía en proceso de fábrica un texto sobre ese tema el cual claro, espero pronto retomarlo y poderlo publicar) producto de una salida familiar que logró removerme las entrañas, transportarme a otros tiempos (años 40s), a otros planos, a otros escenarios y claro, a otras letras; ha sido de igual modo una semana de aprender a conocernos a nosotros mismos, aprender a desafiar nuestros deseos y darle más prioridad a la razón, una semana también de alegrías y tristezas, al final de todo, una semana más al mejor estilo de mi vida.

No me corresponde tomar postura con el fallecimiento del gran escritor de nacionalidad colombiana, ni mucho menos me corresponde juzgar mi vida, cuestionar mis semanas y darle rienda suelta a rencores o frustraciones. Me corresponde ser feliz, por la sencilla razón de que me da la gana ser feliz, me corresponde seguir leyendo y disfrutando de la obra del recién fallecido pero desde el amor propio por la literatura y no, desde el amor por el esnobismo literario.

En ocasiones la soledad dignifica, y es que es allí donde retomo esa dignidad que tanto somos expertos en permear, como el caso aquel donde se sugiere que Macondo se encuentra de luto con la muerte del gran escritor, como el hecho que Aracataca llora la partida del Nobel y con ella, su luto se vuelve un sentir macondiano. Estas y otras muchas perlas propias de la prensa terminan por destruir más que por homenajear o construir el legado de García Márquez, porque el mismo Gabriel lo dejó claro en sus cuentos y novelas: Macondo es producto de un realismo mágico que en ocasiones supera a la ficción, porque se trata de una cultura, una tierra, un pueblo miserable que se destruye a sí mismo, un pueblo que no se respete ni respeta a sus instituciones, un pueblo donde el “Valemierdismo” siempre triunfará por encima del “deber ser”, eso es Macondo, porque así se construyó, porque así es el retrato hablado de la cultura que inspiró a García a escribir, porque él nunca fue universal, fue más local, fue un gran extranjero de su propia patria.

La próxima vez que pensemos en nosotros como Macondo, hagámoslo desde lo miserable de nuestras raíces culturales, no desde el espectro de una fábula de mariposas amarillas, o desde lo incomprensible de nuestros días, nuestras semanas (Para olvidar).

La Soledad dignifica.


AV

11 de abril de 2014

Hijos del Sol





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Y salir a caminar con el radiante sol vallecaucano, sentir su calor susurrando a nuestras espaldas, sentir como nos abraza en los hombros y nos recuerda lo miserable que podemos llagar a ser con un traje y una corbata. De eso se trata, de sentirnos  miserables quizás, porque de eso se trata el silencio en una plazoleta o en un parque a la altura de las diez de la mañana, cuando el sol nos baña y riega al Cauca los campos de flor, bajo el límpido azul de este cielo, adelante feliz juventud.

Es de conocimiento popular la plaza de los Cholados, luladas y demás bebidas autóctonas de la región, manjares para los ciudadanos de buen gusto y un vagabundo corazón. Encontrarme pues esta mañana en la zona suroriental, en la plazoleta de la caja de compensación del valle, esa que alguna vez fue de los industriales, allí, sentado observando el calor regar cada baldosa, hacernos sudar y lamentar, ver a los caleños trabajar y sentir orgullo por lo que hacen.

En esa plazoleta precisamente, se encuentra un gremio interesante de trabajadores: Los profesionales del Jugo de Naranja y de Mandarina. No compiten con los gestores del Salpicón o los magos de la lulada, no, a esos los vemos en otras plazas y con otros planes. Aquí los empresarios del jugo natural de naranja y mandarina reposan en paz sus cuerpos en una carreta (que quizás en otra era perteneció a algún transporte de tracción animal o, a algún reciclador de buen corazón). 
Otros más sofisticados dejaron atrás la nevera de icopor (de poliestireno expandido) y se aventuraron a la consecución de sofisticados vehículos con compartimiento especial (nevera); el aroma a cáscaras de naranja y la tradicional mandarina rodea la plaza, deja en ella impregnada su aroma como el más fiel de los frutos que se rinde ante un poderoso (y miserable) sol, ante un inclemente clima que no da espera a los desesperados.

Estaba allí pues, y era como si me sintiera en cualquier pueblo, cualquier plaza de mi tierra querida, observando los mesones con muchas naranjas esperando a ser partidas en dos, observando grandes tarros llenos de mandarina, de esos frutos tropicales, y claro, con el entorno encontré pues a muchos agremiados con sus cuchillos en mano, afilándolos, jugando con ellos para que sean más eficientes, para lograr mejores cortes quizás, o para domar quizás a una que otra cáscara rebelde de naranja. Jarras llenas de jugo, con grandes cubos de hielo en su interior, todos se respetan en su espacio, ninguno compite, solo esperan, cada uno en su lugar, con sus cuchillos, sus asientos, sus sueños.

No se trata de competir y ganar más clientes, ni de tener las mejores ventas o las más ingeniosas estrategias. Aquí no hay ideación, o innovación como los nuevos intelectuales del “entrepreneurship” lo quieren hacer ver. No hay plan estratégico, solo sed, calor, soledad, muchas palomas, y muchos colegas, agremiados.

Es de esas calmas de las que queremos nos libre el señor, porque fue allí donde me visualicé pues, a un joven Santiago Nassar, soñador, pícaro, agraciado pero sobretodo, ingenuo. Y es que cualquiera de esa plaza podía personificar a ese personaje ficticio pero procedente de una cruel realidad. Los empresarios del Jugo de Naranja afilan sus cuchillos bajo el candente sol, como si no les importara nada, como si fuesen los propios hermanos Vicario que buscan venganza, que asechan al presunto culpable. Y la sonrisa de las señores cuando te ofrecen el jugo, como si le sonrieran a la nostalgia, como si estuvieran presentes solo para atestiguar los hechos, uno a uno, como si se llamaran Escolástica Cisneros, como si la venta de jugo no importara.

Caí víctima del inclemente clima, opté por partir no sin antes preguntar la hora, sonreírle a cualquiera de las señoras que me atendió, con mi pinta de forastero, de ejecutivo de otros pueblos, de otras realidades.  Me tomé un delicioso jugo de naranja natural, es mi adicción, nunca se es suficiente; por mi me tomaría todos los jugos de naranja del mundo, pero quizás mientras yo me sentase a tomar y tomar, a sonreír y brindar cada vaso de zumo, fuese posible que en algunas calles de distancia estaría un asustado y desesperado joven Santiago, huyendo de dos hermanos que buscan reivindicar el nombre y respeto de una hermana, de la hija del ciego.

Es una mezcla de ficción con realidad, como el calor de ese implacable sol, como mi sombra que pareciese que huyese de mí buscando un refugio del límpido azul de los cielos.  Terminé mi jugo de naranja y tomé la ruta del Bus, quizás la próxima semana, o el mes entrante deba volver y de seguro que encontraré a los mismos en las mismas, solo que de 6:00 am  a 08:00 am son empresarios del Café (tinto) y la arepa.

Porque así funciona el mercado del sol.

AV

10 de abril de 2014

La Pachanga Depresiva (O del amor eterno)




Siempre la vida nos pone caminos largos y llenos de retos, nos regala experiencias y con ellas, aprendizajes, derrotas, nos invita a llevar en los bolsillos arena para las derrotas, para los retos, para cada proceso que con temor o vacilación tenemos por mérito. Siempre la vida nos pone en un lugar dónde no hay retorno, y es allí, en el no retorno, donde aprendemos a conocernos, a identificarnos, a ser humanos.

Siempre los trayectos, por largos que sean, traen consigo compañía. La mejor de las compañías, al mejor de los amigos.

En esta oportunidad estas letras vienen con sello ajeno. En esta oportunidad es un sentido homenaje a mi compañero Iván y su historia. Todos tenemos un compañero (a), para este, nuestro caso, un hijo.

La vida siempre deja que los caminos lleguen a su final aún cuando nadie los espera o que es peor, cuando los esperamos y negamos con fuerza y fe, que esa fecha no llegue. Zeus Osezno, gran hijo ejemplar, gran amigo de esta casa, gran hombre y vigilante de la ciudad, desde aquí, desde la prensa de lo cotidiano te extendemos respeto y admiración y allá, en tu despedida damos todo de nuestro amor para rendir sentido homenaje.

A mi amigo el Oso, el gran Oso Navarro, a la Japonesa, la madre de Zeus, a ustedes mis valientes hermanos les recuerdo que estas no son despedidas por más desubicados que quedemos con cada partida, ante ello, os entrego mi calma y mi amor y dejo en ustedes esas sabiduría de conocer que para Zeus ya todo estaba bien, que ya era el momento. Y es que estas despedidas son crueles pero jamás acepten que les han roto el corazón sino, por el contrario, les han regalado un corazón que ustedes no conocían, les abrieron esa humanidad que todos creemos tener pero que solo identificamos cuando es puro el dolor, así como la satisfacción de un buen hijo haber tenido.

A mi amigo el Oso, el gran Oso Navarro, que la nobleza que te caracteriza, la prudencia que te hace verdadero sabio, ese ser sereno y meditabundo que eres, ese admirable personaje que hace presencia en mis letras, ese ser que al día de hoy solo encuentro tristeza y silencio, quiero pues, sin hacer eco en la herida darte mi afecto, dejar servido en la mesa mis abrazos, dejar impregnado en las letras mi fervor y claro, mi amor por tan honorable ser humano, que despide a tan honorable dios canino.

Duele ya no volver a ver a quien amamos, más si se trata de alguien peludo de 4 patas. Duele no poder explicar el vacío que queda no solo en el hogar, ni en la rutina sino, en el corazón, porque se convierte en sueños de papel, ser artistas en medio del silencio, aprender a sonreír para ver en fotografías, o en los lazos de la memoria, esos sueños, esos recuerdos, esa vitamina que solo de cada uno depende se convierta en energía para la vida o en vitaminas para la soledad.

A mi amigo el Oso, el gran Oso Navarro, es cierto que ya Zeus Osezno no nos acompañe en la rutina que despide, pero alguna vez, con un compañero que tuvo otro hijo canino conversamos en el momento de su despedida, de esas malditas despedidas, que Escritorio (el hijo de mi amigo) no se había ido al otro mundo como puristas y evangélicos suelen mentar sino, que por el contrario, el hermoso ser había partido para una finca.

Desde entonces todos los perros van a una finca, una finca inmensa, hermosa, con platos de comida infinitos. Amor por todas partes, grandes orgías caninas sin riesgo de embarazo, grandes valles verdes y con riachuelos bordeando la frontera, un hermoso lugar donde todos juegan y duermen y siempre, al caer el sol y llegar el brillo de las estrellas piensan en ese humano que los cuidó durante su permanencia en la ciudad y ladrando, al mejor soneto musical, regalan a la brisa sus palabras (ladridos) de agradecimiento, porque saben que no están solos sino, que ahora son un tatuaje de la memoria.

Así pues, para la Pachanga Depresiva, para el Gran Oso Navarro, la música siempre serán los ladridos que quedan en el alma, esos hermosos tatuajes de la memoria.

Con amor.


AV.

8 de abril de 2014

Te Amo



Entonces le dejé un mensaje en el chat, le dije que la amaba, finalicé la conversación con un corazón, de esos que vienen en las opciones de los emoticones. Me respondió con asombro, más indignación que asombro diría yo, explicándome que no podía amarme, que era un sentimiento y una frase muy fuerte, algo que no podía tomarse a la ligera.

Siempre lo supe, simplemente necesitaba decírselo, hacerle notar que me ignoraba, porque en realidad no la amo, ni la he amado jamás, pero sí logré mi propósito, llamar su atención para que comprendiera que me tenía en el jodido mundo de la ingratitud, y es que hacerle entender a alguien que uno también necesita que le escriban, que le respondan los mensajes es un ejercicio de delicadas pretensiones, pero es más abogando por el respeto que uno se merece que por la real necesidad de comunicación.  

En otra oportunidad, a otra señorita le escuché en reiteradas menciones hablar de lo mal que le iba en el amor, era una (sigue siendo)  mujer muy bella, muy inteligente inclusive, pero para esa época de su vida quizás estaba con el ánimo por los suelos, quizás solo necesitaba un empujón a la carrilera del tren o quizás, quizás, quizás, solo estaba despechada.

Es normal en dichos casos encontrarse con mujeres que consideran ser desafortunadas en el amor, así que decidí darle lo mejor de mí. No le di mi corazón, ni mi dinero, ni mi tiempo, ni siquiera le di mis ideas, solo le di mi experticia en molestar la vida: en cada oportunidad que la señorita escribí algo en su red social de 140 caracteres, yo le respondía que la amaba.
Siempre, siempre, siempre le dije que la amaba, a pesar claro que no sentía nada por ella, y es que claramente ella lo sabía pero ya empezaba a fastidiarle mi reiterada expresión de acoso y amor. Aprendimos juntos (ella y yo) a no molestar más, a querernos por la clase de amigos que somos, a entender pues, que quejarse del amor no era la solución, pues siempre habría un idiota en alguna parte dispuesto a decirte que te amaba.

Un amigo tiene por usuario un nombre más femenino que abstracto, es parte quizás de esas conceptuales decisiones que tomamos a la hora de crear perfiles en redes sociales o en chats grupales, cualesquiera sea la ocasión, el “Username” de aquel fulano - al que quiero mucho y es gran amigo de esta casa – se presta para toda clase de interpretación más por el género femenino que por la misma cultura LGBTI, ya imaginarán ustedes el “bocatto di cardinale” que es para este, su servidor, entender el juego y lo abstracto como algo íntimo y especial.

En primera instancia, se optó por darle un trato de señorita a este personaje, claramente era un acto de solidaridad no solo con su “Username” sino, con su lindo y sensible corazón (aunque usted no lo crea), seguidamente se le empezó a brindar afecto y mucha compañía en la red social, habíamos logrado, desde la política del amor (?) darle trascendencia a un banal nombre de usuario. Cuenta la leyenda y algunas reuniones sociales donde los Hernández, que el personaje en cuestión comenzó a recibir vía mensaje interno comunicados, propuestas y hasta dedicatorias sacadas desde lo más sensato del deseo, el amor había triunfado otra vez, aunque para nuestra “señorita” se tratara tristemente, de muchas propuestas de corte homosexual que claramente, no serían correspondidas.

En una de las múltiples organizaciones educativas donde laboraba, tenía como compañera de trabajo a una señorita de voluptuosas curvas, de bella figura y claro, enmarcado en un acento paisa que solo era odiado por sus congéneres, pues para los hombres era un delicado veneno adornado de bonitas palabras (lo normal).

En el escenario laboral muchos de mis colegas reconocen mi seriedad y en ocasiones, frialdad en el trato, marcando siempre las distancias y dejando en claro el rol de cada parte según el ejercicio o contexto donde nos encontremos. Con la señorita la finalidad y el trato era el mismo, siempre dejando las distancias y mi apoyo o rechazo a decisiones que se tomasen en el contexto meramente laboral.
A partir de un proyecto en particular ella comenzó a buscarme con más frecuencia que los favores que solía pedir, era evidente que en mis manos estaba una de las fases importantes de reestructuración de la empresa y el rol de la señorita le pedía que rindiera cada vez más resultados en una relación de tiempo a la que quizás la misma no estaba acostumbrada.

Primero me agregó al chat personal, luego por mensajería de telefonía móvil y así sucesivamente hasta invadir todo medio o canal de acceso de comunicación personal. Ante el panorama y haciendo uso de mi sentido común comencé por alejarle de mi con estrategias básicas de comunicación asertiva para Dummies.
Primero le pregunté cuando tenía tiempo para salir a tomarnos un café, por la calidad del proyecto me aceptó la invitación casi que al nivel de decirme que si era el caso, ella misma preparaba el café.  Salimos a un establecimiento local (la cafetería) y conversamos, me pidió el primer favor que ya sabía que iba a pedirme, con excusas y buenas evasivas superé tal presión, pero quedaba la estela de una nueva petición.

A la jornada siguiente me pidió otro favor, menos pretencioso que el anterior, pero favor es favor. Con disgusto pero siempre sonriente, le hice el favor, pero no le quedé debiendo el favor. Por mensaje interno le dije que la amaba, ella, un poco sorprendida me respondió que me quería mucho, que yo era un lindo. Las cosas estaban funcionando como yo lo necesitaba.  A la siguiente semana, le reiteré que la amaba, ella, con su sonrisa enmarcada con acento paisa me respondía nuevamente que yo era un lindo. Seguimos esa rutina un par de días más con la perseverancia e intensidad que solo mis amigos me conocen, y claro, las cosas se estaban dando como yo lo deseaba, ya la señorita no me buscaba, no me pedía favores, no me escribía pero seguía sonriente en su puesto de trabajo.
Se había conseguido otro labrador que le hiciera los dichosos favores y yo, bueno, yo seguí trabajando tranquilo sin tener a una bella compañera de trabajo con acento paisa (del Quindío) buscándome para que hiciera lo que según el manual de funciones, era su trabajo.

Una vez más, el amor había triunfado y consigo, las intenciones de quienes lo buscan o lo refunden. Es que es de este modo que siempre creemos que amar o ser amados es un acto de protección, de necesidades básicas y no, se debe de entender también que el amor o mejor, las luchas en nombre del amor (así como la guerra en nombre de la paz) son necesarias para conseguir resultados diferentes, para hacernos abrir los ojos ante sucesos de nuestra vida, ante problemas que se pueden prevenir, o simplemente ante el bonito ejercicio de complicarle un rato la vida a los aburridos que no entienden que reír es un ejercicio necesario.

Punto para el amor.


AV

6 de abril de 2014

Sanar y Vivir.


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Todos tenemos historias para contar, en ocasiones el anecdotario no nos es suficiente en comparación con lo que dejamos pasar, con lo que seleccionamos y lo que desechamos en el traste del olvido. Si de algo somos expertos es pues, de desechar y coleccionar cuando de historias de amor se trata, en ello todos tenemos un contundente anecdotario de satisfacciones y frustraciones, de personajes honorables, agradables, valiosos y, de grandes villanos que solo nos alimentan el rencor o el dolor, o ambos, cada quien con su caso.

Todos hemos tenido historias, por desagradables que sean, dejan sus huellas, sus enseñanzas y bueno, también sus filias y fobias. En mi caso particular y siendo honesto con mi amigo y colega Theraq, es siempre la nostalgia ese motor de arranque que me lleva de cuento en cuento y claro, estos últimos meses han traído consigo grandes historias y apariciones, desde amores fortuitos e ilusiones quebrantadas, hasta interesantes y maravillosos reencuentros, pero también nuevos odios y viejos rencores, como a todos.

¿Usted cree en las maldiciones? Quizás suene extraña esta pregunta, pero es válida como todo lo que nos ocurre en la vida, y en el presente caso, como una advertencia que no se tuvo jamás en el tintero: Sucedió a mediados del año inmediatamente anterior, salía con una señorita que después de unas semanas, decidí no seguir la relación que aparentemente se empezaba a cosechar, ¿el motivo? Muy sencillo, no veía de mi parte interés para brindar salud y bienestar a esa persona que aparentemente me correspondía en bonitas intenciones. Decidí de manera arbitraria pero lo más formal posible dar fin a esa “relación”, la señorita, muy en su lugar comprendió (mentira) mi discurso y sin reacción alguna aceptó dando fin a quizás una bonita pero muy breve historia de amor, o de pareja, o no sé, ¿de obsesión?

Pasaron muchas semanas hasta que en el Inbox del Facebook recibí un mensaje lleno de mucha pasión, se evidenciaba que aquella señorita aún pensaba en mí. El mensaje fue muy concreto:

… vi tu twitter , enserio sos una porqueria , por asi decirlo UN MALDITO HIJO DE PUTA , Te odio , gran pendejo porque me decias que me querias , te deseo lo peor de la vida

Como podremos ver, fue muy contundente y muy apasionado. Pregunto nuevamente: ¿Usted cree en las maldiciones? Porque este mensaje, hoy a casi un año después de recibirlo, creo con evidencia en mano que trajo consigo una fuerte carga espiritual o de otro mundo que sí tuvo repercusiones en mi vida, no digo que un poco de desgracia, pero sí me pasó lo peor en uno que otro aspecto en el que realmente necesitaba que salieran las cosas bien.

Hablando de desgracias, fue a inicios de este año que nuevamente me encontré con la que fue mi compañera sentimental mucho tiempo, casi 5 años para dar una cifra. Nos saludamos como un par de desconocidos y retomamos un par de salidas a almorzar o a tomar un café para ponernos al día en historias, ya habían pasado desde entonces nuestra separación alrededor de 4 años. Hablamos de esos 4 años en un ejercicio de resumidas cuentas, ella su mundo, yo mi mundo.

Una noche de jueves, (Jueves, malditos jueves) nos vimos como un par de desconocidos, porque para mí eso éramos ahora, un par de desconocidos. Finalizada la noche y tomadas algunas copas de más, ese demonio que el pasado sabe maquillar muy bien había resurgido nuevamente entre los mortales. Después de una incómoda y asquerosa situación, con el apoyo de la policía local y un buen abogado, logré deshacerme de esa persona cuando el reloj abandonaba la medianoche. Fue una noche para olvidar, una noche de cicatrices, de memorias, de trastornos, de odios, una noche de esas que los intelectuales de la poesía renacentista denominaban como “una noche de mierda”.

Algunos meses después y cuando uno menos espera de la vida, conociendo mujeres y señoritas en cada oportunidad que uno cree la vida nos está dando, terminé por comprender que ya era momento de dejar ir para empezar a recibir. Que estos ciclos se estaban cerrando (algunos de la peor manera) por alguna razón que yo no lograba ver.

Entendí, que en la vida uno tiene que aprender a dejar ir, para aprender a recibir. En ocasiones nos desesperamos por no dejar ir a los que queremos, o el trabajo que tenemos, o las oportunidades que tenemos, sin saber que dejándolas ir estamos abriendo espacio y disposición para recibir otras cosas que quizás, la vida misma nos pide que tengamos, que merezcamos.

Para sanar en la vida y claro, para vivir sin preocupaciones más allá de las modestas preocupaciones del día a día, comprendí que cada historia de amor y dolor hace parte con fuerte claridad en nuestra hoja de ruta. Comprendí que cuando llegase esa persona adecuada para nuestro camino, el camino sin esfuerzo alguno se encarrilaría hacia nuestro destino, nuestro puerto final.

Comprendí que nuestro polo a tierra no proviene del pasado o de las expectativas del futuro, sino, de la fuerza con que aprendemos a desamarrar al presente, dejar ir los vientos de viejas historias y dar importancia a cada microhistoria que se subraya en el día a día.

En lo cotidiano.

AV.

1 de abril de 2014

Abril (Gallardo y Azul)




Siempre he pensado que la gente se merece lo mejor de uno, porque uno a la final, es el reflejo de la sociedad. Siempre, aún cuando los tiempos son difíciles he pensado que uno debe de aportar al otro, al que lo necesita, y sí, soy muy desapegado a lo material, quizás por ello no funcionen directamente conmigo los chantajes o castigos y bien pueden mis padres dar fe de ello.

La vida es un camino que muchos poetas y filósofos ya han reseñado en aforismos, escritos, poemas e inclusive en movimientos ideológicos, mi favorito de todos, el del Nobel colombiano de literatura [A.K.A El Mexicano] Gabriel García Márquez: "La vida no es lo que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla".
Y es que para contar he nacido, al mejor estilo de Neruda, dónde las historias y las reflexiones, el pasado y las ensoñaciones se cruzan en determinados caminos, rutas que a la final llevan es a la memoria, no a Roma.

Precisamente a propósito de amigos y la vida es que llego a estas letras, cuando han pasado bastantes aguas bajo el puente del tiempo. Recientemente cada semana de mi vida, desde finales del año anterior a hoy se han encargado de traerme historias, vivencias, experiencias para contar y yo claro, en el silencio de la rutina había optado por mencionar en tertulias y la bohemia, pero no a las letras públicas que ustedes, mis fieles lectores (?) merecen leer.

¿Creen ustedes en Dios? O como le digo yo: ¿En El Buki?, ¿Creen en las casualidades y las causalidades? ¿Están seguros de que todo lo que ocurre en la vida es producto de coincidencias y aleatorias sucesiones del presente y el pasado? Estas y otras preguntas surgen en mi mesa, con vaso de whisky 12 años y buena música en el fondo. Ya hoy a casi 6 meses después de todo lo ocurrido puedo sentarme recostado en el espaldar y observando el hilo del humo de mi cigarrillo, burlarme de mí mismo y saber que la vida, como las estrellas, solo son un reflejo de lo que ya ocurrió, no de lo que ocurre constantemente.

Y es que puedo encerrarme en retrógradas letras y en mamertas líneas que intentan definir a la vida y sus consecuencias, al arte de tomar decisiones y ausentarse en decisiones ajenas, o cualesquiera sea vuestro asunto, pero no, en esta oportunidad no. Siempre tenemos detonantes que nos hacen escribir y como buen hombre, puedo dar fe de que todo radica en una mujer.

No voy a hablarles de esa mujer en esta oportunidad, para ello tendremos otro espacio, otras expresiones, mejores líneas redactadas y hasta quizás, quizás, quizás, mejores explicaciones.

Tal como inicié este panfletario compromiso con la amistad, todo en lo que nos ocupemos en la vida debe siempre buscar beneficiar al prójimo, siempre (opino yo) debemos de ayudar al otro, darle la mano, extenderle nuestra ayuda y jamás pedir algo a cambio así sea pues, que nuestra ayuda no sea realmente un acto de colaboración sino, una estrategia de chantaje emocional (que de ello somos expertos todos quienes habitamos este mundo).

Agradecido me encuentro con todo y con todos, en especial con “El Buki”, porque tanto él como todo el misterio que le rodea (en medio de la broma) han permitido con sus señales darme en la vida todo lo que he necesitado, aún si no lo comprendo o lo tolero: Desde los fracasos hasta las malas decisiones, pero a la final, hoy mes de abril, cuando siento que ya se cumple un ciclo en un cambio de época, todo comienza a tener sentido y su lugar. En un inicio siempre nos reacomodamos bajo el discurso de que nos encontramos en “una época de cambios” pero realmente, es la madurez (y testarudez) lo que nos permite centrarnos en los hechos y poder comprender (con dolor en ocasiones) claramente que ya estamos frente a frente en un cambio de época.

Agradezco la selección natural de amigos que se dio en estos dos años, agradezco el resultado de las decisiones tomadas, agradezco los miedos enfrentados y los retos perdidos, agradezco los esfuerzos dados en vano, los premios recibidos, los favores y sus deudas, el amor y sus miles maneras de llegar.

Siempre debemos dar a los demás lo mejor de nosotros, siempre debemos de dar a los demás aquello que nos gustaría recibir.

Tener.


AV