La
Soledad dignifica, también lo hacen los amigos y por supuesto, la fuerza de las
palabras. Siempre tendremos motivos para aparentar ante terceros el valor de
nuestra felicidad, o la debilidad de nuestras expectativas, incluso, lo temeroso de nuestras tristezas, nuestros fracasos.
Ha
sido una semana interesante, de aprendizajes y muchas lecciones. Una semana
producto de lo que fue la anterior, y esa claro, producto de lo que fue su
antecesora, y así sucesivamente, porque cada semana con sus historias y sus
personajes, con sus vacíos y sus melodramas, sus heridas y sus premios, deja en
la mesa servida una hoja blanca que quiere ser escrita con el paso de los días
y claro, esta no podía ser la excepción.
Ha
sido una semana de distanciamientos, de soledades compartidas.
Una semana de
reflexiones que desde la carne y la piel, hasta lo más profundo del miocardio
han dejado en la memoria excelentes enseñanzas y aprendizajes.
Es que son semanas que se dejan
marcar por la consecuencia de las decisiones tomadas u omitidas, semanas en las
que en ocasiones es mejor aprender a perder que, aprender a aceptar las
derrotas.
Un símil interesante, flojo quizás, pero interesante en todo los
aspectos. Es que aprender a perder es saberse retirar, saber hacerse a un lado
y comprender desde la ética del autocuidado cuándo es nuestro momento en la
vida, entendernos en la diferencia y asumirnos como propios, sabernos cuando
somos los indicados, cuando somos parte del momento oportuno y cuando no es
así. Por el contrario, aprender a aceptar las derrotas es sumergirnos en una
actitud desafiante con la vida, es navegar en un mar de contrariedades donde la
conformidad y la sumisión son más compañeras de derrotas que muletas para el
soldado.
Ha
sido una semana como muchas, con sus historias, sus aciertos y desaciertos, sus
reflexiones y sus aprendizajes. Quizás lo más fuerte de la semana fue el
fallecimiento del Honorable y admirable escritor latinoamericano Gabriel García
Márquez, gran hijo de Hispanoamérica, porque claro, él no nos pertenece a los
colombianos, ni le pertenece a los mexicanos, compatriotas que lo recibieron
cuando su vida estaba en manos de bandidos y bellacos.
Entender
la obra de García Márquez se volvió pues en un soliloquio permanente en muchos
medios de comunicación, redes sociales, Blogs de opinión y crítica literaria.
Su obra literaria ha sido cuestionada desde tiempos “inmencionables”, pues a
muchos se les ha escuchado o leído afirmar que “Lo admiro como escritor pero no
me gusta su estilo/obra” y así, afines de apreciaciones, como muchos otros que
lo idolatran y permean en la historia como “El Gran Colombiano”.
Sea
cuales fuere la real Y/o única opinión válida en este loop literario fue pues,
de gran presión para esta casa sentarnos a escribir sobre su fallecimiento (1927
- 2014), en primera instancia porque ha sido pues una semana de variopintas
situaciones: Desde el amor por la guitarra santafereña (tenía en proceso de
fábrica un texto sobre ese tema el cual claro, espero pronto retomarlo y
poderlo publicar) producto de una salida familiar que logró removerme las
entrañas, transportarme a otros tiempos (años 40s), a otros planos, a otros
escenarios y claro, a otras letras; ha sido de igual modo una semana de
aprender a conocernos a nosotros mismos, aprender a desafiar nuestros deseos y
darle más prioridad a la razón, una semana también de alegrías y tristezas, al
final de todo, una semana más al mejor estilo de mi vida.
No
me corresponde tomar postura con el fallecimiento del gran escritor de
nacionalidad colombiana, ni mucho menos me corresponde juzgar mi vida,
cuestionar mis semanas y darle rienda suelta a rencores o frustraciones. Me
corresponde ser feliz, por la sencilla razón de que me da la gana ser feliz, me
corresponde seguir leyendo y disfrutando de la obra del recién fallecido pero
desde el amor propio por la literatura y no, desde el amor por el esnobismo
literario.
En
ocasiones la soledad dignifica, y es que es allí donde retomo esa dignidad que
tanto somos expertos en permear, como el caso aquel donde se sugiere que
Macondo se encuentra de luto con la muerte del gran escritor, como el hecho que
Aracataca llora la partida del Nobel y con ella, su luto se vuelve un sentir
macondiano. Estas y otras muchas perlas propias de la prensa terminan por
destruir más que por homenajear o construir el legado de García Márquez, porque
el mismo Gabriel lo dejó claro en sus cuentos y novelas: Macondo es producto de
un realismo mágico que en ocasiones supera a la ficción, porque se trata de una
cultura, una tierra, un pueblo miserable que se destruye a sí mismo, un pueblo
que no se respete ni respeta a sus instituciones, un pueblo donde el “Valemierdismo”
siempre triunfará por encima del “deber ser”, eso es Macondo, porque así se
construyó, porque así es el retrato hablado de la cultura que inspiró a García
a escribir, porque él nunca fue universal, fue más local, fue un gran extranjero
de su propia patria.
La
próxima vez que pensemos en nosotros como Macondo, hagámoslo desde lo miserable
de nuestras raíces culturales, no desde el espectro de una fábula de mariposas
amarillas, o desde lo incomprensible de nuestros días, nuestras semanas (Para
olvidar).
La
Soledad dignifica.
AV
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