Imagen tomada de: http://d21p753pzfk62u.cloudfront.net/wp-content/uploads/2013/02/iStock_000000352016XSmall.jpg
Todos
tenemos historias para contar, en ocasiones el anecdotario no nos es suficiente
en comparación con lo que dejamos pasar, con lo que seleccionamos y lo que
desechamos en el traste del olvido. Si de algo somos expertos es pues, de
desechar y coleccionar cuando de historias de amor se trata, en ello todos
tenemos un contundente anecdotario de satisfacciones y frustraciones, de
personajes honorables, agradables, valiosos y, de grandes villanos que solo nos
alimentan el rencor o el dolor, o ambos, cada quien con su caso.
Todos
hemos tenido historias, por desagradables que sean, dejan sus huellas, sus
enseñanzas y bueno, también sus filias y fobias. En mi caso particular y siendo
honesto con mi amigo y colega Theraq, es siempre la nostalgia ese motor de arranque que me lleva de cuento en
cuento y claro, estos últimos meses han traído consigo grandes historias y
apariciones, desde amores fortuitos e ilusiones quebrantadas, hasta
interesantes y maravillosos reencuentros, pero también nuevos odios y viejos
rencores, como a todos.
¿Usted
cree en las maldiciones? Quizás suene extraña esta pregunta, pero es válida
como todo lo que nos ocurre en la vida, y en el presente caso, como una
advertencia que no se tuvo jamás en el tintero: Sucedió a mediados del año
inmediatamente anterior, salía con una señorita que después de unas semanas,
decidí no seguir la relación que aparentemente se empezaba a cosechar, ¿el
motivo? Muy sencillo, no veía de mi parte interés para brindar salud y
bienestar a esa persona que aparentemente me correspondía en bonitas intenciones.
Decidí de manera arbitraria pero lo más formal posible dar fin a esa “relación”,
la señorita, muy en su lugar comprendió (mentira) mi discurso y sin reacción
alguna aceptó dando fin a quizás una bonita pero muy breve historia de amor, o
de pareja, o no sé, ¿de obsesión?
Pasaron
muchas semanas hasta que en el Inbox del Facebook recibí un mensaje lleno de
mucha pasión, se evidenciaba que aquella señorita aún pensaba en mí. El mensaje
fue muy concreto:
“… vi tu twitter , enserio sos una porqueria , por asi decirlo
UN MALDITO HIJO DE PUTA , Te odio , gran pendejo porque me decias que me
querias , te deseo lo peor de la vida”
Como
podremos ver, fue muy contundente y muy apasionado. Pregunto nuevamente: ¿Usted
cree en las maldiciones? Porque este mensaje, hoy a casi un año después de
recibirlo, creo con evidencia en mano que trajo consigo una fuerte carga
espiritual o de otro mundo que sí tuvo repercusiones en mi vida, no digo que un
poco de desgracia, pero sí me pasó lo peor en uno que otro aspecto en el que realmente
necesitaba que salieran las cosas bien.
Hablando
de desgracias, fue a inicios de este año que nuevamente me encontré con la que
fue mi compañera sentimental mucho tiempo, casi 5 años para dar una cifra. Nos
saludamos como un par de desconocidos y retomamos un par de salidas a almorzar
o a tomar un café para ponernos al día en historias, ya habían pasado desde
entonces nuestra separación alrededor de 4 años. Hablamos de esos 4 años en un
ejercicio de resumidas cuentas, ella su mundo, yo mi mundo.
Una
noche de jueves, (Jueves, malditos jueves) nos vimos como un par de
desconocidos, porque para mí eso éramos ahora, un par de desconocidos. Finalizada
la noche y tomadas algunas copas de más, ese demonio que el pasado sabe
maquillar muy bien había resurgido nuevamente entre los mortales. Después de
una incómoda y asquerosa situación, con el apoyo de la policía local y un buen
abogado, logré deshacerme de esa persona cuando el reloj abandonaba la
medianoche. Fue una noche para olvidar, una noche de cicatrices, de memorias,
de trastornos, de odios, una noche de esas que los intelectuales de la poesía
renacentista denominaban como “una noche de mierda”.
Algunos
meses después y cuando uno menos espera de la vida, conociendo mujeres y
señoritas en cada oportunidad que uno cree la vida nos está dando, terminé por
comprender que ya era momento de dejar ir para empezar a recibir. Que estos
ciclos se estaban cerrando (algunos de la peor manera) por alguna razón que yo no lograba ver.
Entendí, que en
la vida uno tiene que aprender a dejar ir, para aprender a recibir. En
ocasiones nos desesperamos por no dejar ir a los que queremos, o el trabajo que
tenemos, o las oportunidades que tenemos, sin saber que dejándolas ir estamos
abriendo espacio y disposición para recibir otras cosas que quizás, la vida
misma nos pide que tengamos, que merezcamos.
Para sanar en la
vida y claro, para vivir sin preocupaciones más allá de las modestas
preocupaciones del día a día, comprendí que cada historia de amor y dolor hace
parte con fuerte claridad en nuestra hoja de ruta. Comprendí que cuando llegase
esa persona adecuada para nuestro camino, el camino sin esfuerzo alguno se
encarrilaría hacia nuestro destino, nuestro puerto final.
Comprendí que
nuestro polo a tierra no proviene del pasado o de las expectativas del futuro,
sino, de la fuerza con que aprendemos a desamarrar al presente, dejar ir los
vientos de viejas historias y dar importancia a cada microhistoria que se
subraya en el día a día.
En lo cotidiano.
AV.
1 comentario:
Una buena excusa para traer a colación el reciclaje al que puede llevarnos la inconsolable nostalgia, que ataca precisamente en esos momentos que que entre un ir y venir, de alguna forma se cae en un punto reptido o de inflexión corriente y frecuente... Porque lo errores los comete uno hasta que realmente le entran ganas de madurar, o de envejecer o de volverse sabio; aunque le pasa a todos. ¿no?
Publicar un comentario