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Gemini IA.
Rakel, con K, llegó a casa a la
brevedad de una tarde de marzo, de esas en las que el calor es un visitante
cotidiano como otros, con pelaje blanco y una mirada desorientada. Cargada en
los brazos de un elegante caballero vestía un moño azul en su collar de tela,
llegaba como un regalo para la joven Carolina, una señorita de joven edad y
muchas expectativas de conocer el mundo.
Su padre, un reconocido empresario
aprovechó la bonanza canina para mandar a traer un caniche de otras tierras,
algo que fuese elegante y justo para la edad de su hija, la única. Su esposa,
generosa como siempre, acudía a sus ideas como un ave al nido. Bautizaron
Raquel a la criatura de pocos meses de vida, pero Carolina, la hija, la re
bautizó con la letra K, porque así debía pronunciarse tal nombre, con potencia
y mucha distinción.
Hija de empresarios y visionarios,
creció educándose en el liceo femenino donde aprendió las artes de la culinaria,
el tejido, la pintura, el canto y el piano. Su obra favorita eran Chaikovski,
quizás por aquel cuento que le leía su madre de niña, pero le aprendió a tocar
de manera autodidacta, la escuela se esforzaba más en enseñarle las obras
básicas de Bethoveen y Chopin.
La llegada de Rakel, la perra, fue
un detalle de lujo sensible para Carolina, pasó de convertirse en su mascota a
su compañía. Dialogaban a diario, encerradas en la habitación observaban por la
ventana la miserable vida de aquellos que caminando las calles eran atrapados
por el sol, derritiéndose en un sudor notable, palpable. Consideraba a aquellos
caminantes justos pecadores que penaban en vida los malos actos del ayer, pues
no encontraba otra razón para salir a vender en las esquinas, en los parques, en
las calles bajo un inclemente sol.
Rakel ladraba, porque eso hacen
los cachorros, le expresaba en movimientos de cola sus acuerdos en cada
conversación, recostaba su cabeza blanca y suspirando se dormía boca arriba
dejando en vista su pelada panza, Carolina aprovechaba para besarle allí, como
un acto de amor y rebeldía.
Durante diez años, tiempo que duró
la nobleza de la bonanza canina Carolina terminó sus estudios en el liceo
femenino, soñaba con ir a la capital y estudiar ingeniería, algo que le alejara
de los hábitos familiares, no quería ser ama de casa ni madre de una caprichosa
criatura.
La muerte fue llegando como el sol
que quema la espalda de los miserables, muchos de los animales cayeron ante el
ciclo vital de los años, Rakel por supuesto estaba con años de madurez, pero
vital. Preocupados por el extraño régimen decidieron dejar que la niña se fuese
a la capital junto a su perra, pero antes de iniciar aquel viaje, Don Elias, el
padre de Carolina, junto a su esposa, Carmenza, contrataron a un pintor para
que les hiciera un retrato familiar, algo que pudiese evidenciar esa unidad
católica y nuclear que tanto orgullo daba.
Un hombre mayor, profesor de uno
de los colegios de la zona metropolitana acudió al llamado, invitó a la familia
Ugarte a posar con sus mejores atuendos, Carolina, rebelde en la edad y en el
alma, salió con pantalón de jean y una camisa de algodón, con estampado de rayas,
cargaba en su regazo a Rakel, que con un moño amarillo en cada oreja observaba
al pintor.
Buscaron la universidad católica,
fiel a los principios del liceo femenino y en ella, arrendaron una habitación
en la residencia estudiantil.
Matricularon a Carolina en la
escuela de Diseño y Artes, su perra, cada vez más mayor, era menos atractiva
pero seguía noble a las conversaciones en la ventana.
El 31 de julio una llamada
telefónica avisó a Carolina que Muñeco, el perro de la familia Estrada había
fallecido en condiciones por fuera de la lógica, que guardara distancia y no se
acercara a casa, habría una misa al día siguiente para honrar a quienes fueron
los últimos canes de la ciudadela, pero que jamás acercara a Rakel a lo que su
madre, llamaba una maldición.
Carolina, fiel a su negligente
postura ante la vida y ya con algo de conocimiento en arte y arquitectura,
colgó el teléfono y sentada en su cama, observaba en la televisión los
programas de los canales nacionales, pensativa, abrazaba a Rakel a quien además
había aprendido a retratar en sus cuadernos. Sintió algo de frío, giró y allí
durmiendo en la eternidad, la pequeña bestia de pelaje blanco y crespo, tenía
sus ojos cerrados, con lagañas y lágrimas, no suspiraba, no dormía, simplemente estaba.
- ¿Rakel? - Alzó la voz con angustia
la joven Carolina.
Esta vez, Rakel no respondió a la
conversación, tampoco movió la cola, simplemente se había ido.
Una obra imprecisa.
AV.
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