Avena
y pandebono.
Más
pandebono porque nos quedó avena. La charla se prolongaba y la tarde caleña nos
acompañaba con su brisa. Veíamos la gente pasar con sus afanes de centro
comercial. Mientras tanto, para nosotros la política y la politiquería regional
eran terreno de conocimiento mutuo. Secretos de corredor de movimientos y
jugadas electorales. Así puede ser una tarde con él. Simple, tranquila,
enriquecedora.
Lo
conocí por una de esas coincidencias de las redes sociales. Tema de cine. Con
mi defensiva aproximación coincidimos para vernos en un lugar que estaba
condenado a desaparecer al mes siguiente. Un lugar que para él tenía muchos
recuerdos de logros fílmicos. Eso compartimos la primera vez. Ese día ni
recordaría su nombre, solo su alias de internauta. Y no fue avena sino café.
Siguieron
los encuentros mientras mi permanencia en Cali se prolongaba. Nos reuníamos y
pasábamos mucho tiempo conversando eufóricamente. Como esas conversaciones de
avión que comienzan intensas y terminan apagadas por el ruido de las turbinas y
por los miedos compartidos. El centro comercial, el que fuera, era testigo
también de los silencios. Gente que seguía pasando a nuestro lado y nosotros
acompañados de los proyectos que en la incertidumbre nos daban impulso para
seguir.
Entonces,
¿vas a Bogotá a exponer tus ideas? Pues quiero ir a ver eso. Camarógrafo
improvisado en aquella ocasión. Compañero porrista. La mirada que en medio de
tanta gente animaba a seguir. Descubría de esa manera la fuerza de sus ideas y
la capacidad de presentarlas con pasión. Ese discurso digerido con el tiempo
que sale a golpear argumentos, a mover paradigmas, a cumplir su propósito.
No
voy a negar que en algunos temas no coincidamos. En otros, simplemente no tengo
conocimiento, solo aprendo. Lo que sí es seguro es que cada vez que hemos
tenido la oportunidad de conversar, salimos enriquecidos.
Valoro
su tolerancia. Su capacidad de luchar contra ese gigante que es El Sistema y al
que le hemos inventado mil maneras de burlar, a partir de experiencias
cercanas, familiares, multiculturales. Y a pesar de la distancia, llegamos a
compartir anécdotas de esa intención de romperle el brazo a lo establecido sin
caer en el delito. Una complicidad que patrocina y alienta.
Salí
del país y pretendimos continuar con las andanzas. No es lo mismo. No hay red
social ni plataforma que remplace esos encuentros. Cada vez que volvía de
vacaciones a Colombia, ese lugar en la agenda ya estaba definido. Cumplíamos y
eso hacía que nuestra amistad creciera, se fortaleciera. Tuve que ir a la corte
del perdón aquella vez que estuve en Colombia y no nos encontramos. Uno se
puede justificar diciendo que ese tiempo se destinó a la familia o a otras
ciudades pero al final uno se da cuenta que no era una falta hacia el otro. Que
en realidad era uno mismo negándose a lo que realmente vale la pena: el tiempo
y lugar con los amigos.
Incluso
llegamos a hacer planes decembrinos aunque no coincidiéramos de país. Quedó en
eso. Me contó una idea de viaje que no me llamaba mucho la atención pero que
solo por el hecho de hacerlo juntos me hubiese gustado hacerlo. Quedó y está en
la lista de pendientes. Espero que pierda ese estado en un futuro próximo.
Me
ha pedido favores que no he podido cumplir. Soy bueno diciendo que sí y al
final termino enredado en mis promesas. He querido involucrarlo con personas
que podrían impactarle positivamente en su vida y no lo he conseguido. Aún así,
en ningún momento he visto cuestionado la amistad. Este escrito es prueba de
ello. Porque la paciencia y el respeto son claves en la construcción de este
tipo de amistad.
Uno
de esos días estuvimos en un bar con otros amigos celebrando su cumpleaños. Lo
disfrutamos hasta el último trago y la compañía permitió conocer otras facetas
de cada uno de nosotros. A eso me refiero cuando hablo de los encuentros que
permiten hacer crecer lo que hemos decidido tener y valorar.
Respeto
y admiración. Y mi deseo de que se puedan repetir esas medias tardes en centro
comercial, hablando de política, de cine, viendo la gente pasar, con las
ilusiones acomodadas al lado de la avena y el pandebono esperando los merecidos
silencios.
Ahora
mismo mi gato me molesta en el teclado y no quiere dejarme escribir.
Esto es
para él.
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