12 de agosto de 2011

El Caminante Observador




Imagen tomada de: http://bit.ly/pwGMiL

Eran las seis de la tarde, un radiante atardecer daba paso al azul profundo de los cielos y dejaba con la caída del día un aire fresco en la hacienda familiar. Las herramientas se habían guardado tal como se acostumbra al caer la tarde, la caballeriza estaba sellada y los trabajadores se disponían a recoger las cañas de pesca ubicadas en el lago principal. Cerca, en el criadero de peces reposa una pequeña balsa con alimento listo para ser regado sobre el agua, allí don Gustavo se dispone a alimentar las crías mientras revisa su reloj, un pequeño armazón de cuero que su patrón le regaló con motivo de las festividades de temporada. Tomando su jersey y alejándose del estanque recordó que había olvidado cerrar la caseta de materiales así que tomó rumbo a ella dejando la balsa sobre el agua, la niebla de la noche por ser temporada de invierno caería cerca de las siete de la noche y bien sabía que no era recomendable dejar los materiales sin seguro.

La cena familiar se sirve siempre a las ocho en punto, Gustavo después de un par de recomendaciones de su patrón toma un plato de plástico y lleva de comer a su casa, una pequeña construcción ubicada a medio camino de la hacienda con vista al lago y las caballerizas, cerca al almacén de materiales. Desde allí puede observar todo lo que ocurre; su esposa, una mujer entrada en años aun continúa en la casa principal atendiendo los asuntos de la cocina, por ser temporada de fin de año y a causa de la gran cantidad de habitantes en la villa, permanece la totalidad del tiempo en dicho recinto, pasa la noche en una habitación contigua al jardín trasero, esperando a que termine la temporada y volver a su pequeña cama a dormir en compañía de su marido, un buen hombre que ha dedicado la mayor parte de su vida a trabajar para la familia Vizcaya.

Un pequeño rosario cuelga de una de las bases de la cama, en la pared, una estampa no mayor a 5 centímetros con la imagen del sagrado Corazón de Jesús vigila la pequeña habitación, junto a la estampa un almanaque de una marca de cigarrillos señala la fecha recordando cada día la llegada del fin de año. Gustavo toma su ropa y la guarda en una esquina, en una bolsa de tela vieja que siempre su mujer lleva a la lavandería temprano en la mañana, a cambio, toma un suéter de lana marrón, una bufanda delgada para protegerse del frío y su infaltable machete para dar inicio a la primera ronda de vigilancia. Por órdenes de su patrón y debido a la inseguridad que vive la nación, en especial en zonas rurales, se le ha asignado la tarea de recorrer la hacienda tres veces, su primera ronda inicia a las ocho de la noche, hora en que la familia cena con los invitados, en dicho momento recorre los alrededores del lago, revisa los estanques y por último da un breve paseo por la caballeriza. Una yegua embarazada reposa sobre la paja al fondo del establo alejada de los demás equinos, en cualquier momento puede dar a luz y es prescindible estar atento al momento del parto.

La segunda ronda la inicia a las tres de la mañana, una hora en que todos descansan en la villa, sólo el silencio está presente por los alrededores, si se agudiza el oído, se puede escuchar el canto de los grillos, los renacuajos y algunos murciélagos que sobrevuelan los tejados del establo y las casas aledañas.

La ronda final la da a las cinco de la mañana, hora en que además recoge algunos huevos del gallinero para llevar a su esposa quien ya desde ese momento está preparando la casa para dar los buenos días a los presentes. Es una rutina cordial, desde hace varias noches la viene realizando y no encuentra preocupación alguna en cuanto al tema de seguridad, su único temor son las historias que se escuchan en el pueblo, historias de desaparecidos, de mujeres ultrajadas y algunos borrachos irresponsables que deambulan por la carretera del sector.

El más valiente de los hombres es consciente que a los vivos jamás se le debe subestimar, por eso las medidas de seguridad, para Gustavo, su preocupación radica es en los muertos, esos seres mitológicos que sea en apariencia de fantasmas o mitos populares invaden la tranquilidad de los lugareños, hace un mes precisamente escuchó de algunos vecinos relatos de hallar el ganado con mordiscos en el lomo, de gallinas encontradas muertas sin explicación lógica o inclusive, de encontrarse algunos equinos con trenzas en su pelaje. Desde el pasado domingo, la villa Vizcaya había sido invadida por el ruido de los caballos siempre cerca de la media noche, así Gustavo emprendía su recorrido nocturno antes de lo acordado, su sorpresa siempre era la misma, la yegua no dormía y los demás caballos en actitud de desespero caminaban como si tratasen de salir de su resguardo, pero nunca se encontraba rastro de intrusos o animales que atentaran contra la salud de los mismos. Algo le preocupaba realmente al pobre Gustavo, sabía que desde la llegada de su patrón y sus invitados, las cosas en la hacienda no eran normales.

La Niebla comenzaba a ser más densa que de costumbre, aparentaba tener vida propia, el canto de los grillos aumentaba al unísono y la incomodidad en el ambiente se sentía con cada ronda de vigilancia. Decidido a no prestar atención prefirió recostarse un rato con la estampa sobre su mano, quiso descolgarla de la pared, algo en su incoherente temor le decía que debía rezar y dormir protegido por su dios.

Pasó exactamente una hora de sueño cuando unos ruidos sobre el sector del lago le despertó, tomó su machete y su linterna, se asomó por la ventana y no vio nada fuera de lo normal, todo transcurría en calma, inclusive la niebla pareciese que se moviera por si solo hacia los pinos por fuera de lago. Decidió salir de igual modo a recorrer la parte trasera de la finca, no vio nada de qué preocuparse, caminó durante una hora por los alrededores de la cerca que divide la hacienda de la carretera que conduce al pueblo, todo transcurría en calma, solo las luciérnagas le preocupaban, volaban de manera sospechosa como si quisieran decirle algo o guiarle hacia algún lado.

De regreso, vio a lo lejos al hijo menor de su patrón caminar por el sendero, ya estaba entrando a la hacienda, pensó acercarse a ver si todo estaba en orden, pero al ver salir a la madre del menor decidió ignorar la idea y retomar su camino, allí vio sobre la cama la estampa del sagrado corazón con una mancha, no supo explicar de qué se trataba, pero quizás – pensó – era debido a su antigüedad que estaba deteriorada. Decidió acostarse a dormir a esperar la otra ronda de vigilancia, pero su corazón latía sin dejarle acomodarse en la cama, algo le preocupaba, como si la muerte estuviera presente en la Hacienda de la familia Vizcaya.

La Noche apenas comenzaba para algunos...

AV

11 de agosto de 2011

La Noche Blanca



Imagen tomada de: http://bit.ly/otaF6i

Sentía un frío en el pecho que le incomodaba, quería despertar y gritar, o quizás ya estaba despierta y no lo sabía, trataba de moverse de la cama a como diera lugar, sin embargo sus esfuerzos resultaban inútiles a cualquier movimiento. Era como si alguien se le sentase encima en el pecho, una presión insoportable, un sentimiento de agotamiento constante que no le dejaba gritar, no se le permitía respirad con facilidad, solo el desespero le llevaba de manera inexplicable a dormir nuevamente. Cada mañana se preguntaba lo mismo, ¿qué era lo que ocurría?

Noche tras noche mientras su estadía en la casa familiar de descanso era halagadora por el templado frío de la Sabana, por el constante contacto con la naturaleza y el tener que socializar con familiares y viejos amigos, su comodidad se veía interrumpida por el desasosiego de una insoportable y en ocasiones, dolorosa presión en el pecho. Era una preocupación que crecía sin misericordia, una duda que le asaltaría por el resto de su temporada de descanso en la villa familiar.

Su hermano, cinco años menor que ella, se quejaba constantemente de escuchar ruidos en el establo, pero no era nada que le preocupase, lo consideraba siempre una excusa para escaparse de la hora de dormir y jugar hasta altas horas de la madrugada, excusas que siempre molestaba a su madre, por ello prefería ignorar sus quejas y reclamos. Por su parte, en silencio y con la costumbre de meditar sobre un libro abierto, pensaba constantemente sobre su malestar, cada noche era una presión que le robaba la esperanza de dormir en paz.

Esa noche, decidió no dormir, por el contrario hizo caso a las molestas preguntas de su hermano, esperando a que su madre se ocupase en la cocina salió con sigilo para observar a su padre en el zaguán compartir con sus amigos de toda la vida. Estaban bebiendo aguardiente con un poco de cerveza, algunas botellas vacías se podían observar acomodadas junto al muro de la puerta principal de la hacienda. Regresó y despertando a su hermano lo invitó a salir, el frío era insoportable y se sentía desde el interior de la casa, por eso refunfuñando y con muecas de rechazo éste no quiso aceptar la invitación, para ello, tuvo que recurrir a fantasías populares y con la excusa de ir a ver qué ocurría en el establo tomó del brazo derecho a su pequeño hermano levantándolo de la cama. Le vistió con la primera chaqueta que encontró a la mano y salieron a prisa en un descuido de su madre.

Con sudadera y botas de goma, se abrigó con un delgado jersey de lana verde, se soltó el cabello y caminando lograron llegar al sendero de balastro, un angosto camino grisáceo que conduce a la zona de trabajadores y al establo, sobre el costado derecho del sendero se puede observar el lago de pesca de la villa, enormes pinos y rocas sobre el césped decoran el incontrolable canto de los grillos, las luciérnagas vigilan la noche como si fuesen testigos de algún suceso en particular, las estrellas, inquietas ante el camino de los dos jóvenes solo se dedican a seguir su rastro, la noche se acerca a su final y cerca de las cero horas la temperatura sigue disminuyendo sin compasión.

Un pequeño niño con chaqueta roja camina muerto de frío, su consuelo es saber que su hermana mayor, con mirada distante, lo llevaría a resolver su duda sobre el ruido de la caballeriza en horas de la noche, ella, vestida de impaciencia, camina sin rumbo pero con decisión. No sabe lo que busca, pero su temor a pasar otra noche con dolor y angustia le motivan a seguir el rumbo, se acerca la media noche, comienza a hacer una fuerte brisa, helada y mordaz.

Mientras se acercan a la caballeriza, ella le pide a su pequeño hermano entrar a revisar, saben que hay una yegua embarazada y lo más probable es que ese sea uno de los motivos del bullicio al interior, en el fondo, ella sabe que eso no es verdad, no cree en las quejas de su hermano, pero prefiere mantenerle ocupado en búsquedas sin sentido mientras ella prefiere dar prioridad a su propia búsqueda aun cuando sabe que la suya es mucho más incoherente que la de su pequeño acompañante de expedición.

A lo lejos logra observar algo correr entre los pinos, piensa un instante si es algún animal, pero por la hora sabe que los únicos que salen en la noche son los murciélagos y los Búhos, pero en el lago es poco probable encontrarse alguno de esos animales corriendo así que decidió dar paso a su curiosidad y emprender camino. Su hermano ya entraba al establo, nunca había visto a los caballos dormir, así que se tomaría su tiempo saciando su curiosidad en el interior mientras ella tomaba rumbo al lago, cerca a la entrada de la arboleda. Escuchó una risa un poco confusa, no sabía bien si era una risa o algún sonido particular de los grillos, o quizás, de los renacuajos. Prefirió seguir adentrándose.

La Niebla era densa y se posaba sobre el agua del lago, parecía como si fuera una cobija que cubría aquellos secretos que la noche prefiere dejar escondidos del entendimiento humano, era un frío sospechoso, la brisa que viajaba entre árbol y árbol, parecía más un ser con libre albedrío que una brisa campestre. Cerca al estanque donde duermen los gansos, los pasos dejaban una evidente huella sobre el barro, las botas de goma eran suficiente protección para el andar de una adolescente presa de su propia curiosidad, quizás presa de su propio miedo.

Se apoyó sobre el tronco de un viejo pino, escaló sobre un par de grandes piedras y brincó hasta llegar al otro lado del estanque, un pequeño hilo de agua donde nace la afluencia del lago. El barro era su mejor confidente y no permitía que hiciera ruido al caminar, al llegar al otro lado se encontró frente a frente con un pequeño grupo de luces que flotaban detrás, pensó que eran luciérnagas, pero por su tamaño era consciente que se trataba de algo superior, quiso acercarse pero nuevamente empezó a sentir presión sobre el pecho, intentó moverse para apoyarse sobre algún tronco, pero le fue imposible dar un paso, observando alrededor se dio cuenta que ya no estaba el lago, era como si se hubiese transportado a otro lado de la villa, solo alcanzaba a ver a lo lejos el sendero de balastro, en él, su pequeño hermano caminaba con las manos en los bolsillos de la chaqueta, se notaba cansado y un poco desesperado, como si el tiempo hubiese avanzado rápidamente mientras estuvieron separados, no comprendía con exactitud que ocurría, solo quería gritar pero ni la voz le daba para ello, su cuerpo no le hacía caso, su silencio era lo único que le quedaba de humanidad.

Decidió caminar de nuevo, intentarlo una vez más, querer alcanzar a su hermano, pero no lo lograba, era como si la presión del pecho estuviese sobre todo su cuerpo, solo podía observar, ser parte del juego de espectador. Con dificultad logró identificar algo inusual en todo, la niebla seguía intacta, pero ella, era parte de la niebla y sin proponérselo, avanzaba lentamente hasta llegar a un inmenso árbol donde le esperaban varias luces blancas, detrás una mirada le esperaba, pero no sabía con exactitud de qué se trataba, quería salir de allí, pero ya era demasiado tarde.

Al otro lado, en el sendero, un pequeño niño camina desesperado con las manos en los bolsillos de su chaqueta.

AV

9 de agosto de 2011

La Hacienda



Imagen tomada de: http://bit.ly/qZRyuh

Nunca había visto dormir a un caballo, por supuesto, se trataba de una yegua encinta que en un rincón lejos de los demás equinos reposaba sobre la paja. Relajado, sin preocuparse ni inmutarse por el ruido ocasionado por sus pasos, con intriga y mirada expectante recorrió el establo y escondiendo sus manos en los bolsillos de su chaqueta roja caminó a prisa para alcanzar a su hermana. No la veía por ninguna parte, le había perdido el rastro minutos atrás mientras observaba atónito el encuadre de una yegua durmiente. Debía regresar solo a la casona, una Hacienda de mediados del siglo XIX construida por familiares que nunca conoció pero que su padre orgulloso siempre mentaba en reuniones sociales o cenas familiares, esas cenas donde llegan familiares de lejanas latitudes a pasar una temporada al acercarse el final del año.

Sin siquiera mirar a su alrededor bajó la cabeza y tomó camino por el sendero de balastro que conducía a la hacienda a menos de un kilómetro de distancia, debía recorrer una breve loma y un par de pequeñas casetas, en una de ellas, propiedad de la familia, descansan los capataces, en la otra simplemente se guardan las herramientas de trabajo, él sin saber de qué se trata caminaba sin percatarse que algo o alguien le seguía. Por un momento pareció escuchar pasos, pero no quiso prestar atención y mordiéndose los labios tomó prisa hasta llegar al sendero que le conducía a casa bordeando el frío y solitario lago.

Son cerca de la una de la madrugada y lo único que se logra observar a esa hora es la luz encendida de la Hacienda donde unos caballeros departen tomando licor y compartiendo historias de mujeres y batallas que a nadie a la edad de los once años le debe interesar, simplemente caminaba fuera porque no podía dormir, salió a jugar con su hermana mayor pero ahora en medio del susto de una oscura madrugada y la soledad de su edad sólo pensaba en regresar a su cama y esconder su vergüenza bajo un par de cobijas de lana. La niebla era espesa, el aire frío enfriaba sus pensamientos y le llenaba de misteriosas historias la cabeza, sólo quería llegar a la casona y desalojar los temores en sus quejas hacia su hermana, pero no encontraba rastro de ella así que pensaba afanosamente en que ya estaría acostada en su cama burlándose de su situación, no imaginaría por supuesto que debía apresurar el paso, dejar de pensar y actuar en pasos más largos, no pensaba si quiera en lo débil que el frío lo colocaba, no pensaba en nada más que en su propia vergüenza de sentirse burlado por su hermana nuevamente.

En silencio, preocupado, un poco asustado y con las manos aun en los bolsillos de su chaqueta avanzaba a paso lento, reflexionaba sobre todas las historias que se le podrían ocurrir, en las leyendas que en el colegio alguna vez le contaron de fincas y selvas tropicales. Su consuelo, por supuesto falso como todo lo que se siente en noches oscuras, era que no se encontraba en selvas tropicales sino en el frío de una sabana, que esas historias no tendrían cabida en ese tipo de Haciendas o lugares alejados, sólo pensaba en llegar a su cama, no pensaba en aquello que le perseguía sigilosamente, no imaginaba nada de lo que a su hermana ya le había ocurrido, ella no estaba en su cama ni mucho menos en los alrededores de la casona, ella desaparecida por completo ya ni lo esperaba aunque él aun lo desease.

Paso tras paso sentía que no se acercaba a la casona a pesar que ya divisaba la luz del portón de entrada, afinando su buen oído alcanzaría a escuchar las carcajadas de los adultos que brindando por sus hazañas gastaban su tiempo en conversaciones impolutas, trataba de apresurar el paso pero aún así no se acercaba, quizás, pensó, caminaba en circulo o por el sendero equivocado, pero no era cierto, estaba en el camino correcto y el sudor en la frente evidenciaba su cansancio por unos pasos largos y fuertes que intentaban hacer desaparecer la niebla y dejar atrás la baja temperatura que le acorralaba las manos dentro de la chaqueta. Pensaba en su hermana, tanto que ya comenzaba a apegarse a improperios populares para calmar su angustia, le molestaba estar solo a sabiendas que fue ella quien lo involucró en dicha caminata nocturna, no quería ser perdedor en un juego que para él nunca tuvo sentido, en especial porque era evidente que su hermana todo lo hacía para humillarle. Quería golpearle y acusarla con su madre.

Cansado y queriendo echar en el suelo sus esfuerzos notaba que la distancia a la casona era la misma, pero era evidente que llevaba más de dos horas de dar marcha, le preocupaba su percepción del tiempo, no era normal llegar con tanto retraso a su casa de vacaciones cuando en la mañana corría por el mismo sendero y en menos de cinco minutos avistaba la puerta de entrada, era extraño pero no le desmotivaba, era un joven testarudo a pesar de su corta edad.

Retomó el ritmo e intentó iniciar a paso apresurado su carrera para llegar finalmente a casa. Sólo faltaban pocos metros, sentía que había caminado toda la madrugada, pero sus preocupaciones sí que habían avanzado sorprendentemente, lo habían poseído en su totalidad, la razón ahora le pertenecía al desespero, el frío era superior al que sentía tiempo atrás, quizás ahora la temperatura estaba bajo cero, la niebla densa como siempre se filtraba por sus fosas nasales, su frente destilaba un sudor frío, un sudor letal.

Sus pasos le daban una mala jugada y a poco de llegar a casa, acompañado por el ruido de grillos cantores y las luciérnagas de testigo, observaba con dificultad a un joven entrar a la Casona, la mesa con botellas vacías evidenciaba la partida de los adultos a dormir, ya habían bebido suficiente, pero él no comprendía quién entraba a casa. Quiso acercarse pero al ver a su madre salir por la puerta y abrazar al pequeño entendió que era él quien entraba, le parecía extraño y a sus adentros se justificaba en que todo era un sueño, pero no era cierto, al descuidar sus pensamientos sólo avistó a su derecha a un niño de igual estatura, vestido con hojas y piel de vaca, descalzo, con el cabello desaliñado, con una sonrisa traviesa donde se notaban algunos dientes en mal estado, uno ojos oscuros y brillantes, lleno de vida, pero era expectante en que no eran de vida propia, sino, de la vida de muchos como él, niños extraviados o desorientados en senderos a altas horas de la madrugada.

No pudo pronunciar palabra alguna, solo dejó rodar una lágrima fría bajo su mejilla y sintió como una fría mano tomaba la suya y lo llevaba por un sendero que él jamás había visto, en ese momento recordó con lujo de detalles que en aquel establo, aquella yegua que dormía sobre la paja era diferente a los demás caballos del recinto, tenía trenzas perfectas que por supuesto ningún ser humano sería capaz de realizar, en ese momento recordó con exactitud el final de una de las tantas fábulas que había leído en el colegio, supo entonces en ese momento, que su hermana tampoco había llegado a casa, o por lo menos, su hermana de verdad.

Los Grillos habían dejado de cantar.

AV