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Qué mejor manera de iniciar una semana con una buena
taza de Café, dejar el aroma fluir por los aires, danzar, impregnarse en
nosotros, descubrirse con un delgado hilo de humo que nos indica la temperatura
del líquido aquel; qué mejor manera de iniciar un día que tomar una taza de
Café y con ella, revitalizar la energía, darnos esa fuerza que una buena bebida
caliente pueda darnos al cuerpo y al alma. Qué mejor manera de iniciar cada momento con
una reflexión que nos haga eco en la memoria, que nos llene de nostalgia o por
lo menos, nos eleve a placeres personales, claro, acompañados de una buena taza
de café y por qué no, de una persona especial.
Como colombianos tenemos el acto de tomar café y
siempre acompañarlo de una buena excusa para su consumo, sea nuestra memoria,
esos tiempos que hemos dejado de cultivar aquellos que nos convoque.
Todo comenzó en ese fatídico año 2002 en que de regreso a la ciudad de
Cali, comencé a frecuentar el muy famoso Café El Solar, en la Universidad
Javeriana. Allí conocí personas especiales como a Choco o a Meg (Julián y
Carolina), también fue el punto de quiebre donde vi por vez primera a la
Jurisprudenta (Lina) y bueno, donde supe de muchos sueños y proyectos. Allí, en
ese establecimiento conocí de más de cerca el proyecto de El Clavo y afiancé mi posterior
amistad con César y otros soñadores más.
Café El Solar podría darlo como el punto de partida, no solo por el tipo
de lugar que era sino, por la clase de bebidas que comercializaba, allí en ese
recinto, la que meses después sería mi
novia fue la culpable de mi imperiosa ansiedad y adicción por la bebida
negra.
Fue en el año 2004 en el que realmente fue en un Café donde
materializamos una idea vaga. Ya habíamos salido del exitoso pero pequeño logro
del proyecto Toma la Palabra en el 2003, el grupo de hecho, comenzaba a sufrir
transformaciones entre sus integrantes, ya llegaban vientos no solo de nuevas
generaciones sino, de nuevas disputas y querellas. Ya habíamos abandonado el
nombre de Toma la Palabra y nos hallábamos en una espiral de búsqueda de
identidad, en alguna oportunidad para un festival literario de la Javeriana,
optamos por identificarnos como “La Orfandad Escrita”, pero el inconformismo de
mi parte y algunas querellas mal manejadas hacían de ese nombre no solo un
perfecto sinónimo a nuestro estado sino, una identidad confusa y mal aceptada.
Sentados tomando café con Lina, Alejandro, Andrés y Angélica dimos ideas
sobre ideas, dimos palabras sobre argumentos, dimos verborrea a la mañana,
dimos juego a la oralidad hasta que al finalizar la jornada no hallábamos un
nombre que fuera identidad a la nueva organización.
Luego de varios intentos nació el afamado “Proyecto Nocturno” y a este,
le dimos su camino a recorrer, pero en aquel 2004 fue realmente con una taza de
café lo que dio su primer escalón: Sentado estaba con Catalina, una Gitana (de
las de verdad) que había participado del anterior concurso de poesía y por
supuesto, había salido ganadora. La invité a un café y a conversar una tarde de
domingo, jugamos a las adivinanzas y ella a enseñarme más a fondo su cultura y
misterios, fue un bonito juego alrededor de una taza de café.
Recuerdo para entonces estaba sonando en la radio juvenil aquella
canción de Mago de Oz y con ella llegaron todas las ideas y la
inspiración para dar vida al entonces II Encuentro Local de Escritores JóvenesNocturno 2004: Tributo a GAIA. Todo por una taza de café y una buena canción,
mezcla perfecta para la vida.
Tal como lo mencionaba en una anterior entrega, Café &
Café y posteriormente Café Mulato fueron dos lugares (Guiño) de gran
influencia, dar sentido a cada historia y a cada personaje. No recuerdo el día
de la semana, pero en reiteradas ocasiones comenzamos a cruzarnos en el camino,
visitarnos con la mirada a varias mesas de distancia, ella con sus amigos, yo
con mis libros (estaba encerrado en mi temporada de Literatura sobre los
Templarios).
Cruzamos una vez las miradas, su sonrisa se desbordó
por toda la mesa, sus marrones ojos buscaron un refugio, paseaban por todo el
local buscando un lugar donde fijar la mirada, donde calmar la sonrisa, de mi
parte, solo bajé la cabeza y con una cómplice burla del destino seguí con la
lectura de mi libro. Así ocurrieron un
par de semanas, o quizás tres, no lo recuerdo.
Para septiembre nos encontrábamos en la misma
universidad, una gran jugada del destino. Nos saludamos y apresuradamente
pregunté su nombre. No nos volvimos a ver sino hasta el día siguiente en el
mismo café, aquel lugar de encuentro y miradas. En alguna oportunidad
coincidimos con el grupo de amigos y estuvimos compartiendo mesa y claro, allí
una vez más supe su nombre. Logramos sellar el acuerdo con un beso, en una tarde
lejos del café, habíamos preferido salir a caminar y conversar lejos, donde la
cotidianidad no nos juzgara.
Allí nació para mí lo que sería mi historia de amor
con Doña Gata, alrededor de una taza de Café.
Sellamos todo con un beso, caminamos por las calles de
San Antonio y nos refugiamos en el Cine Club, nuestro insomnio ya estaba
pactado. Todo inició meses atrás, en aquel año de superaciones y frustraciones,
ella, una luz en medio de tantas nubes. Nos vimos por vez primera en la era
virtual, frecuente lectora de este Blog y admiradora de sus historias y
anécdotas fuimos anotando en la cotidianidad un mejor uso a la palabra chat.
Nos reunimos en Facebook y posteriores servicios de mensajería, para entonces
viajé a Barranquilla a un evento académico y allí, con el calor de “la arenosa”
en plena Universidad del Norte sacié mi adicción al Café con una mala decisión,
allí, ella con su sonrisa y delicado sentido del humor supo darme un buen
consejo: “No tomes café”.
De regreso en Cali, logramos encontrarnos y
conversamos por mucho tiempo en aquel Oleo & Café, mi refugio de cada
sábado desde que había creado mi primer Cine club. Continué mis tardes
sabatinas con Anna, hasta lograr convertirlas en un sueño de Jueves, hasta
aprender a conocernos y entendernos,
hasta hacer de nosotros el verano como junio hizo suyo al sol. Las despedidas
siempre son tristes pero lo más triste siempre fue el nunca habernos despedido,
y esa tristeza, esa nostalgia siempre la llevé en mi bolsillo como un amuleto,
como un recuerdo de cada beso, hasta que pasaron cuatro años y allí, en el
norte de la ciudad, nuevamente en un café, sellamos todo con un beso,
acompañados de una botella de vino, pero cerrando el día alrededor de una taza
de Café.
Cada historia trae consigo su sana intención pero en
ocasiones, también su profundo dolor, allí, alrededor de una taza de Café es
que aprendí entonces sobre la importancia de cada idea y cada paso, desde las
lecciones de vida con Leslie y nuestras tertulias de Limonada y Café, hasta los proyectos e historias en
la Bogotá del Té.
Aprender a encontrarnos, a conocernos, aprender a
identificarnos por lo que somos o inclusive, por lo que no somos y queremos ser, por esa cotidianidad que nos
sumerge en rutinas y lecciones, por esos personajes que nos comprenden y nos invitan a tomar un Café.
En esta entrega, ya la octava de Proyecto 31 podemos
dejar de lado muchas tardes y conversaciones, porque parte de mi vida ha girado
alrededor de un café, porque su espíritu ha sido el de la comunión, el de
entregarnos a nosotros y compartir vivencias y chistes.
Con todos siempre me he tomado un café y lo seguiré
haciendo, pero son realmente pocas las personas y las historias donde nace ese
deseo por brindar un poco de nuestro café. Inolvidable aquella tarde, a la
ribera del río Magdalena en un Café local, ella tomando Te Helado, yo
saboreando un Tinto fuerte y amargo, con el cielo rosado y el río bordeando los
sueños, el calor más insoportable del mundo pero comprensible a los ojos del
tiempo, allí, en Girardot con la Tortuga jugando a ser fugitivos, jugando a ser
adultos, jugando a ser expertos en café.
Dejar a los silencios suspirar, dejar a los lectores
reflexionar, dejar siempre sobre la mesa una taza de café, porque a su
alrededor siempre tendremos una historia para contar. Un silencio para brindar.
Y usted, ¿cuándo me invita a tomar un Café?
AV
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