5 de febrero de 2016

Hay Lugares.



Imagen tomada de: www.easternstate.org
“Saying Goodbye to the Ghost Cats”
Tracy Lynn Kendig (2012)

Hay historias que nacen para contarse como un recuerdo vivido de lo que se podría aproximar al amor. Cuentos que se escriben para reseñar aprendizajes y lecciones que lleven a la reflexión y la contemplación. Discursos inclusive, que derivan en parábolas, que se desquitan de la ciudad en imaginarios sociales. Hay historias que no contamos porque las relegamos a la fantasía, las dejamos en el armario y allí, encerradas junto a los cadáveres las silenciamos, porque nos da miedo, porque no las entendemos, porque nadie quizás nos las vaya a creer.

Hay lugares que tienen su magia, encantadoras plazas donde nacen los primeros versos de un poema, pasillos que en su silencioso espacio son confidentes de murmullos de oficina, bancos que en sus filas reseñan las anécdotas de infieles y testarudos, sillas de cafetería, de transporte público, de salas de espera, eternos lugares para convidar recuerdos y anhelos, escenarios de lo real donde lo ficticio se vuelve elocuente al unísono con el aburrimiento.

Existen canciones que narran esas historias, que detallan aquellos lugares o re inventan la magia de la palabra en arreglos musicales que dan felicidad o eterna tristeza a todo cuanto se vive o rememora. Vivimos de imaginarios sociales, de contarnos delante del otro esa necesidad de experimentar sus cuentos.

Aquellas historias que no son contadas por lo general salen a la luz en espacios de intimidad, en susurros de una noche de copas, en residencias lejos de lo urbano, en paseos de encuentro con la naturaleza o en el diván de un profesional de la salud mental. Historias que nos dejamos convidar porque el morbo es más poderoso que el miedo, porque lo desconocido nos hace cómplices cuando hallamos empatía en el sufrimiento o placer del otro, en el modo en que nos narramos lo que callamos.

Desde siempre he tenido cierta sensibilidad a estos encuentros, a estos cuentos, a los misterios del discurso hecho poesía urbana, a las banalidades de un cuento mal contado, a los miedos de un closet cargado de brujas y demonios, de duendes y aparecidos. Historias acompañadas de rock, de baladas, de salsa romántica, de vallenatos, sin importar la edad el cuento persiste.

En alguna oportunidad conversamos de ello en este espacio de lectura, otras aún siguen en vigente construcción y las demás por lo general terminan en ficciones y relatos , en todo caso son historias que rematamos con un poco de locura para darle placer a las palabras que rebuscamos para hacerlas entendibles, de algún modo, nos sentimos atraídos por el peligro y la estupidez, no es que sea vano dejarlo en plegarias y dogmas, pues también aprendemos a convivir con los mitos y los hitos, con los retos de la conciencia y lo espiritual, lo ininteligible.

Con algunas amistades hemos sido testigos de situaciones paranormales o científicamente indemostrables, poéticamente expresables y visceralmente sensibles. Con otros hemos tenido cierta flexibilidad espiritual (?) y en el resto de los casos, hemos sido total víctimas de la mente y la realidad, dicotomía de la locura.

A lo largo de los años uno aprende a convivir con tales hitos, pero siempre llega una situación sorpresa que cambia el paradigma o remueve vísceras, por lo general son situaciones en las que es mejor guardar silencio y hacer memoria para saber si se identifica algo en especial o, casos en que es mejor prestar demasiada atención por si se trata de una nueva etapa de exploración indeseada (?)

Los hospitales son los escenarios por preferencia aptos para la aparición o inspiración de este tipo de material anecdótico y esta semana no fue la excepción. Por razones que no vienen al caso no entraré en detalles pero mi padre se encuentra en la unidad de cuidados intensivos desde hace algunos días, producto del tratamiento ha sido sedado para evitar complicaciones de algún tipo, así pues, mi madre y yo hemos turnado nuestras jornadas para ir a visitarle y cuidarle mientras siga en la clínica.

Esta mañana al llegar al lugar de los hechos mi padre me recibió con la sonrisa que lo caracteriza, comenzó a quejarse de todo (propio de un señor de su edad) hasta que inició la narración de unos sucesos que al finalizar no tuve más opción que considerar a) “Que traba tan hijuemadre la que le dio el medicamento” o b) Que sueño tan bárbaro el que tuvo” que viene siendo casi lo mismo que la opción a.

Conversamos por largo momento en medio de las incongruentes frases hasta que fijó su mirada y me señaló: “mire papi lo que llegó” haciendo referencia al techo de la habitación, justo en la entrada. No vi nada y tampoco entendía que trataba de decirme. - “¿no lo ve?” - me preguntó insistentemente, preocupado de que yo no lo viera o le creyera lo que me decía. Por supuesto que no, y ante mi respuesta hizo un gesto de sorpresa, como si se diese cuenta consigo mismo que algo no andaba dentro de lo normal.

Nunca me dijo qué o quién era (cambió el tema con prontitud). No supe de qué se trataba. 

En el transcurso del día señalaba personas en el pasillo que no estaban, mencionaba a unas bailarinas que iban y venían, mentaba de gente que ya se iba y que lo esperaban, que llamara al médico para que lo dejara salir, inclusive, al ver frustradas sus intenciones de retirarse de la camilla, se molestaba. Durante toda la mañana estuvo observando sin entender qué era real o no.

Delirios (quizás)

Me toma  por sorpresa porque mi padre jamás ha sido una persona de creencias o sensibilidad a estos temas tan volátiles, pero las miradas no mienten, el lenguaje corporal tampoco. Verle en ese estado (acuso también a la opción de los sedantes y medicamentos, pero no del todo) y convencido de la presencia de lo que no se podía observar era a mi juicio una señal de algo que jamás entenderé.

Hay historias que nacen para contarse como un recuerdo vivido de lo que se podría aproximar a anécdotas o cuentos chinos, historias que no contamos porque las relegamos a la fantasía, las dejamos en el armario y allí, encerradas en la memoria junto al silencio las vamos desdibujando porque nos da miedo, porque no las entendemos, porque nadie quizás nos las vaya a creer.

Hay lugares con sus propias historias,

                                                                           

                              … sus propios personajes.

AV


(seguramente continúa)