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11 de enero de 2023

Entretiempo (22)

Imagen tomada de: https://fineartamerica.com/featured/bee-witched-debra-hall.html

“Bee-witched” By: Debra Hall

Si bien no había sacado el momento para escribir cuanto ha pasado por mis pensamientos, bastante se ha reflexionado desde los últimos meses del año que terminó. Año de aprendizajes como reiteran varios contertulios en sus redes sociales, tiempo de transformación como bien se resaltó en este blog con las enseñanzas del profesor Salazar, el piloto Hernández y el gran amigo Diego Alejandro.

Se cierra entonces un año 22 cargado de fuertes lecciones. Más allá de las opacas situaciones que impactaron mi estabilidad (e inteligencia) emocional al punto de derrumbarme en mis propias lágrimas, fue un año que dividido en dos sucesos particulares me aventaron al vacío sin consideración.

De una parte reintegrarme a la sociedad como un ser ahora en solitaria vocación por buscar una vida mejor, con muchas emociones que licuadas en llanto fueron simplemente un sendero de malas decisiones, angustias e incluso rabietas. De otra, el menester ejercicio de querer conservar lo que me sostenía en ese preciso sendero y de ahí la importancia de las lecciones del gran amigo y piloto el señor Hernández: Cuidar el trabajo, cuidar la salud y cuidar los sueños.

Ante mi ausentismo en gran parte de los momentos clave que debí de dar atención terminé por cargar una maleta muy pesada en esa triada llamada trabajo-salud-sueños.

Gracias al Buki no hubo repercusiones en mi salud, pero sí enfrenté un incómodo suceso en el trabajo al punto mismo de recordarme el abismo llamado amor, finalmente la lucha más grande fue en el cuidado de los sueños, porque de los sueños es que nos construimos como seres humanos, son los sueños o anhelos lo que precisamente nos dan energía para cada mañana amanecer con ganas de salir.

En esto que llamaré “entre tiempo” tuve a bien la oportunidad de conocer muchas personas y como buen idiota, tuve por supuesto la insolente ración de ingratitud, en otros contextos puse a prueba mi inteligencia dejando en evidencia su incompleta estructura para tomar algunas decisiones. En otras situaciones logré sin sentido lógico salir adelante al punto mismo de superar las expectativas de lo soñado, a la final, un sendero húmedo con sabor a sal.

De este entre tiempo es que se retoma el nubarrón de la nostalgia, una pizca de melancolía si le podemos denominar así, repensando nombres, momentos, labores, incluso pendientes, en todo ello, la notable ausencia de los que uno pensaba estarían allí pero no los juzgo, a veces la gente piensa que alejarse es un favor.

Rabia.

Un cierre de año con tres meses que se fueron en el más salvaje carro de balineras sobre una loma de incertidumbre llamada vida. A una velocidad en la que los pensamientos tuvieron que convertirse en instinto, ser obedientes con el plan de trabajo diseñado y con mucha vocación de fe para su adecuado resultado.

Se sintió la ausencia, bastante, casi como una inmensa sala de teatro con un solo asistente. Se sintió el desapego hacia ciertos propósitos, porque cuando las cosas ya no nos pertenecen terminamos por convertir en paisaje lo que para otros en un maravilloso logro de vida.

A bien puedo señalar la oportunidad de vivir, de darme cuenta lo mucho que tengo pendiente por terminar, de esos sueños que estaban guardados en una gaveta sin fecha de caducidad y que debía de retomar. De reconstruir mi esencia y mi nombre. Claro, hay que limpiar el desorden y quitar las manchas que se dejaron en muchas personas porque está en evidencia que cometí muchos errores, algunos a hoy día los sigo pagando, pero también conocí a algunos ídolos, también estreché manos y di abrazos a personas maravillosas que sin tener carga alguna me recibieron en su sonrisa.

Ternura.

Resaltar en ella el valor de la familia, mi madre. De entender que estamos juntos en este plano y allí es lo más importante a cuidar, los amigos aparecen cuando consideran es menester hacerlo, pero a la soledad que fui sometido doy gracias al Buki el coraje y valía de mi madre, una vez más su fuerte carácter lleno de amor logró de alguna manera, sostener mi mano mientras hacía maromas en ese húmedo sendero del que les hablé líneas arriba.

Sigo resolviendo asuntos personales del 22, ahora hay nuevos retos en el 23 y cómo no, con ellos tendré que a juicio de una buena planeación organizarme para retomar la esencia de quien soy. Redescubrir a ese “Don Gato” que con mucha pasión construyó lo que casi perece por la falta de luces en el camino. Retomar la escuela, aprender cosas nuevas y ahora sí, intentar paso a paso, volver a conquistar el mundo soñado.

En este entre tiempo todos sufrimos, a todos nos pasaron cuenta de cobro en errores y descuidos. Muchos nos dejaron, otros tuvieron que partir de este plano y su ausencia es un vacío que merece un brindis y una lágrima de corazón. Vivimos retos que no pensamos que serían así de exigentes justo después de pasar dos años de pandemia y crisis social.

Hay que continuar y jamás olvidar lo importante: Nuestro tiempo.

AV

8 de marzo de 2017

Sala de Espera




Esperar a alguien puede ser un proceso que nos tome más tiempo del que esa persona promete hacernos esperar, espera el resultado de un proceso puede terminar inclusive más extenso que lo que podamos creer o querer soportar. Esperar, en sí, ha sido siempre un asunto de verdades a medias, no hay exitoso fulano que nos pueda compartir una espera satisfactoria, porque incluso, en la más puntual de las esperas se nos hace injusta la llegada.

No somos los más idóneos para atender temas de partidas o llegadas, nos sacudimos en excesiva ansiedad y damos fin a nuestra paz interior, vamos idolatrando los afanes como un argumento para justificar los términos de eficiencia y eficacia, nos alejamos de lo plausible, nos volvemos inertes en un torrente de discursos, preferimos pasar del sustantivo al verbo y del aquí al ahora. Vamos robotizado nuestra espera como un autómata que está a la orden de cualquier directriz.

Cuando alguien parte es muy doloroso para quien se queda el poder imaginar el tiempo que deberá de transcurrir para poder volver a estar con aquella persona. Viajeros que emprenden aventuras en otras tierras y prometen regresar a casa, quizás rebeldes que ven en la distancia argumentos suficientes para explicar sus revoluciones y sinsabores. Damas y caballeros que juntos acuerdan partir porque eso es lo que dicta el código de conducta, prometiendo traer de regreso semillas de vida y frutos de nuevas generaciones.

Todos aprendemos a esperar, todos terminamos por ser educados en espacios de ansiedad y locomoción, uno que otro incauto termina por ser un mago del tiempo y sale con mejores excusas para no tener que esperar, sea lo que fuera que tuviese que esperar. Nos desesperamos con facilidad al punto de dar a la innovación las herramientas y discursos necesarios para estar aquí y ahora donde necesitemos estar, inclusive, con quien necesitemos estar, pero es dicha espera la que nos ha invocado en innecesarias súplicas de pausa y calma.

No aseveramos la importancia de un saludo o un abrazo, mucho menos comprendemos que al decir adiós puede que sea la última vez que hagamos contacto físico, porque la vida es así, a veces ingrata, a veces coqueta.

No entendemos la dimensión de las cosas cuando se nos escapa una lágrima por aquellos que tuvieron que partir y a los que claramente no pudimos despedir, porque simplemente se fueron. Pero seguimos pensando en el aquí y el ahora, seguimos cuestionando nuestras razones para estar físicamente en un lugar y mentalmente en otro, como si el do de  la omnipresencia fuera un requisito indispensable para vivir.

Porque nos preocupamos más por responder al que nos saluda en el dispositivo de mensajería instantánea que por conversar mirando a los ojos a aquel que nos dedica su tiempo. Porque nos ocupamos más en la nostalgia por el que se ha ido que en dar lugar y sentido a lo que la memoria nos dejó en el pensamiento.

Al partir un beso y una flor recomienda el poeta. Pero es quizás menester entender que el mundo no es de poetas ni de sabios, es de ingratos y nostálgicos, de melancólicos que dan más valor a lo ya vivido que a la necesidad misma de vivir el momento siguiente. 
Lo confieso por supuesto, sigo pensando en el momento vivido, en ocasiones me sueño esa vida maravillosa que me he prometido a mí mismo y que me esfuerzo por alcanzar, pero la ansiedad no desaparece, la deuda del tiempo no descansa, es como si mi mente buscara de manera inmediata llegar a otro universo, despedirse de un plano para implementar mecanismos de comunicación con los que ya no están aquí.

Querer hablar con los que ya no nos pueden saludar, desear decir adiós a los que se les olvidó que se podía hablar, a los desvalidos, a los que nos escuchan pero no nos hablan, a los que nos observan sin entender que ya no pertenecen acá.

Vigilantes del tiempo y testigos de la nostalgia.  

No somos los más idóneos para atender temas de partidas o llegadas, nos sacudimos en excesiva ansiedad y damos fin a nuestra paz interior, como si preocuparnos fuera la solución.

Como si ocuparnos fuera la condición.


AV

31 de mayo de 2010

Canciones de Clausura



Imagen Tomada de:
Ceci n'est pas un hommage
http://www.flickr.com/photos/53782220@N00/475953552
mattijn Gallery

Un tiempo que se vuelve único, un relleno de casualidades que se distraen en un par de canciones, un mundo de desesperados que buscan bailar en sí mismos, situaciones que no son producto de la casualidad ni mucho menos las coincidencias del amor. Los amigos han sido tema de conversación en esta temporada, una banda sonora de extraños acontecimientos que bien detallados se fueron posteando en un cancionero de la cotidianidad.

Cerrando un ciclo que ha comenzado con la fuerza del agua, viendo la bandera verde quedar a media asta, entender la singularidad de algunas canciones y dejarme mecer en un viejo discurso de amor, perpetuar mis convicciones en un salón de clases y salir victorioso con el mismo impulso con el que se perdió la guerra. Alrededor del mundo cada cosa la sometemos a discusión, pretendemos bailar, gritamos y sonreímos, ganamos experiencia, adquirimos vida al lado de los que nos quieren, cerramos capítulos enteros. Se acaba Mayo.

El pasado Viernes conocí en mi casa a una chica que responde al nombre de Daniela. Muy particular su manera de vestir y su sensatez frente a la vida. Acompañados por 27 personas más dejamos reunidas las voces bajo un mismo cielo estrellado y un reggaetón (reguetón) mal intencionado. Muchos conversando sobre sus puntos de vista, otros callados en una silla rimax observando su desidia, algún incauto enamorándose de alguna incauta, otros sosteniendo conversaciones airadas y los demás haciendo presencia como un grito de protesta a la semana que culmina. Muchos de los presentes son amigos de un amigo, bebiendo licor y en diversos colores, marcas y sabores fuimos entrando en confianza para hablar de política y darle al tejido social otro porcentaje de polarización y disensos.

Daniela es una joven con cicatrices invisibles, golpeada por la vida y con el ego enclaustrado di por entendido el rol de las casualidades en este mundo. Coqueta y sincera dejaba en su mutismo un brindis a las muchas copas de aguardiente que ya entradas en ella, comenzaban a hablar por sí solas. Un gran dolor es imposible de ahogar y más cuando de extraños se pretende acompañar, el caso de la Joven Daniela similar, era inevitable ver a alguien dejarse morir en vida. Pero nunca tuvimos compañía, tuvimos asombro de las historias de cada uno, en el caso de ella, su padre había fallecido dos semanas atrás.

El Sábado salí como nueva costumbre a tomar un café con el pirobo, terminamos de ver la película en el cine club y tomamos rumbo en compañía de la tortuga amada y el joven Oscar para el oeste, regresamos a San Antonio (ya sin Oscar) y retomamos la tarea de bebernos un café. Invisible como las canciones, insensible como la gravedad, ausente como la política, divergente como es costumbre en días de cansancio. Fueron excelentes verdades y conversaciones, dos sobres de azúcar, unas grandes canciones, gratas compañías, un final de tarde interesante.

Ese sábado fuimos a casa de Raquel, yo le decía Miriam, pero ahora prefirió quedarse con Raquel.

Celebrando el cumpleaños de quien no cumplía años en mi calendario, brindando por la buena salud y buenos deseos por quien hace mucho deje de compartir una noche de licor, reencontrando a los amigos en esas canciones tan interesantes como suelen ocurrir en un encuentro de cumpleaños. Terminó la fiesta, hora de partir.

Aunque la fiesta para muchos siguió en otro recinto, mi continuidad era vegetal. Haciendo presencia física y viendo como un amigo hacia uso de sus hormonas para pretender conquistar a una dama de esta era, el sueño y las grandes observaciones me dejaron absuelto sobre el cemento, sobre el asiento, sobre el tiempo, sobre todas las cosas.

Cerca de las cuatro de la mañana pocos quedaban en pie disfrutando y pocos sentados observando. Caras nuevas, esparcimiento en compañía de desconocidos, conocidos en actividades desconocidas, tiempo de sobra en palabras confundidas. Aun no se partía para casa.

Sonó sin previo aviso y con la misma fuerza con que abrazamos a los que se van, la mejor manera de cerrar este mes, una gran clausura que a su vez sería la apertura de otra era, de otro mes que quizás será igual o más exigente que este que terminaría sellado por un fuerte golpe de recuerdos y años ochentas. Precisamente el relatar toda una actividad que se sale de un fin de semana cotidiano es lo que da vida a este blog.

Tanto a Daniela, como a mi amigo como a mí este mes terminó con más preguntas que metas. Terminó con más canciones que reacciones, terminó con un sencillo homenaje a la cotidianidad.

Terminó con una buena canción.

AV