Mostrando las entradas con la etiqueta Olvido. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Olvido. Mostrar todas las entradas

8 de marzo de 2017

Sala de Espera




Esperar a alguien puede ser un proceso que nos tome más tiempo del que esa persona promete hacernos esperar, espera el resultado de un proceso puede terminar inclusive más extenso que lo que podamos creer o querer soportar. Esperar, en sí, ha sido siempre un asunto de verdades a medias, no hay exitoso fulano que nos pueda compartir una espera satisfactoria, porque incluso, en la más puntual de las esperas se nos hace injusta la llegada.

No somos los más idóneos para atender temas de partidas o llegadas, nos sacudimos en excesiva ansiedad y damos fin a nuestra paz interior, vamos idolatrando los afanes como un argumento para justificar los términos de eficiencia y eficacia, nos alejamos de lo plausible, nos volvemos inertes en un torrente de discursos, preferimos pasar del sustantivo al verbo y del aquí al ahora. Vamos robotizado nuestra espera como un autómata que está a la orden de cualquier directriz.

Cuando alguien parte es muy doloroso para quien se queda el poder imaginar el tiempo que deberá de transcurrir para poder volver a estar con aquella persona. Viajeros que emprenden aventuras en otras tierras y prometen regresar a casa, quizás rebeldes que ven en la distancia argumentos suficientes para explicar sus revoluciones y sinsabores. Damas y caballeros que juntos acuerdan partir porque eso es lo que dicta el código de conducta, prometiendo traer de regreso semillas de vida y frutos de nuevas generaciones.

Todos aprendemos a esperar, todos terminamos por ser educados en espacios de ansiedad y locomoción, uno que otro incauto termina por ser un mago del tiempo y sale con mejores excusas para no tener que esperar, sea lo que fuera que tuviese que esperar. Nos desesperamos con facilidad al punto de dar a la innovación las herramientas y discursos necesarios para estar aquí y ahora donde necesitemos estar, inclusive, con quien necesitemos estar, pero es dicha espera la que nos ha invocado en innecesarias súplicas de pausa y calma.

No aseveramos la importancia de un saludo o un abrazo, mucho menos comprendemos que al decir adiós puede que sea la última vez que hagamos contacto físico, porque la vida es así, a veces ingrata, a veces coqueta.

No entendemos la dimensión de las cosas cuando se nos escapa una lágrima por aquellos que tuvieron que partir y a los que claramente no pudimos despedir, porque simplemente se fueron. Pero seguimos pensando en el aquí y el ahora, seguimos cuestionando nuestras razones para estar físicamente en un lugar y mentalmente en otro, como si el do de  la omnipresencia fuera un requisito indispensable para vivir.

Porque nos preocupamos más por responder al que nos saluda en el dispositivo de mensajería instantánea que por conversar mirando a los ojos a aquel que nos dedica su tiempo. Porque nos ocupamos más en la nostalgia por el que se ha ido que en dar lugar y sentido a lo que la memoria nos dejó en el pensamiento.

Al partir un beso y una flor recomienda el poeta. Pero es quizás menester entender que el mundo no es de poetas ni de sabios, es de ingratos y nostálgicos, de melancólicos que dan más valor a lo ya vivido que a la necesidad misma de vivir el momento siguiente. 
Lo confieso por supuesto, sigo pensando en el momento vivido, en ocasiones me sueño esa vida maravillosa que me he prometido a mí mismo y que me esfuerzo por alcanzar, pero la ansiedad no desaparece, la deuda del tiempo no descansa, es como si mi mente buscara de manera inmediata llegar a otro universo, despedirse de un plano para implementar mecanismos de comunicación con los que ya no están aquí.

Querer hablar con los que ya no nos pueden saludar, desear decir adiós a los que se les olvidó que se podía hablar, a los desvalidos, a los que nos escuchan pero no nos hablan, a los que nos observan sin entender que ya no pertenecen acá.

Vigilantes del tiempo y testigos de la nostalgia.  

No somos los más idóneos para atender temas de partidas o llegadas, nos sacudimos en excesiva ansiedad y damos fin a nuestra paz interior, como si preocuparnos fuera la solución.

Como si ocuparnos fuera la condición.


AV

7 de marzo de 2017

Nuestra Aflicción







Los silencios se convierten en esos caminos donde nos dejamos llevar por el pensamiento, los desvirtuamos de toda realidad y allí comenzamos a fraguar todas nuestras preocupaciones y anhelos. Vamos como es costumbre diseñando en cada silencio las excusas necesarias para afrontar el día siguiente.

Se viven etapas que nos ponen en consuelo cada momento de vida, damos de nosotros lo suficiente para que el prójimo tenga en sí su mejor versión de sí, le extendemos confites y uno que otro cumplido siempre con el ánimo de dar apertura a una sonrisa, porque de sonrisas vacías nos hemos llenado en estos últimos meses.

Cuesta mucho imaginarse que todo podría estar diferente, cuesta, porque no somos amigos del futuro paralelo, de esos inciertos pensamientos donde acomodamos la vida a situaciones paradójicas, paralelas a los hechos reales que acontecieron. No servimos para pensar más allá de lo que la inmediatez nos arroja,

No sirvo para llenarme los bolsillos de expectativas andantes cuando de andares es que he alimentado mi cuerpo por muchos años. Quizás es cansancio o rebeldía, no logro cuadrar los pensamientos con los vacíos que cada silencio va dibujando en la pared, como la tiza que en la pizarra va dejando una línea débil y sin sentido. Llevarme las expectativas a la calle y dejarlas allí esperando por una idea feliz, o quizás guardarlas en el equipaje y trastearlas de oficina en oficina hasta cansarse de sí.

Dejar dicha responsabilidad en la música y exigir a las canciones que den sentido a los silencios, que den un significado a las reflexiones que se pierden en la mente, que no trascienden el verbo y el fonema. Dejarme caer en la soledad de una habitación esperando a que sea mi turno de dar declaraciones y justificar un currículo.

Esperar.

Es muy difícil dar a cada silencio su lugar. Toda preocupación tiene su ocupación, su tiempo y directorio. Todos tenemos etiquetas para lo que nos ocurre, pero es que es difícil compañeros, es difícil querer verbalizar lo que el alma ya ha llorado, lo que la voz ya ha gemido y las plegarías han despedido. Es difícil dar el giro que todos sabemos que hay que dar, desanclar las ideas y pretender que el trayecto apenas comienza.

No se trata de creer en agüeros o en excesivas verdades metafísicas, no es interponer la razón a la devoción ni censurar la especulación en manos de la desesperación, es querer dialogar. Se hace injusto no poder hablar, no sentir respuesta, desestimar toda conducta ante una pared que no cede.

No es darle a la costumbre un lugar sagrado para llenar el vacío que las despedidas dejaron, no es darle categorías a cada sentimiento, a la final la mierda es mierda y el oro es oro. A la final el amor es amor no importa desde donde se sienta o hacia dónde se oriente. De un modo u otro no nos debe de importar los colores o etiquetas, la materia misma de las cosas o los dolores escasos de los silencios.

Ya hablábamos en versiones anteriores que estamos rotos por dentro, pero nunca mencionamos qué era lo que se nos colaba por entre las grietas, nos negamos en concordancia con el afán, a darle espacio a páginas leídas de la prensa. Preferimos darle al recuerdo la responsabilidad sobre la nostalgia, ser hipócritas quizás ante los silencios, ser en excesiva razón bullosos con la verborrea, porque para caminar nos han educado, jamás nos hablaron de hacer pausas y reflexionar, de tomar impulso, de caminar en reversa si es el caso.

Quedaron muchas preguntas por responder, se sienten una gran ausencia que en el otro plano se excusa como celebración. Se me cuestiona el don de la vida cuando es esta la que nos da pistas que no me son fáciles descifrar, se me cuestiona el don de la vida cuando es el tiempo el que me quiere hablar pero en su fonética y estética. No soy un traductor de silencios, no soy un lector de horas o momentos, huérfano quizás, pero tampoco guerrero ni portador de luz.

La aflicción puede ser temporal, pero ya se habla de un temporal de casi 8 meses donde el tiempo ha volado más rápido que la misma capacidad de la memoria de darnos un lugar de calma. La aflicción puede ser nula si la acobijamos con abrazos como se ha intentado hacer a pesar de que en el fondo, allí, donde se incuban los sueños sigue estando presente esa sonrisa como una insignia de pequeños exploradores.

Los silencios se convierten en esos caminos donde nos dejamos llevar por el pensamiento, los desvirtuamos de toda realidad y allí comenzamos a fraguar todas nuestras preocupaciones y anhelos. Vamos como es costumbre diseñando en cada silencio las excusas necesarias para afrontar el día siguiente o por qué no, para encerrarnos en esa noche siguiente.

Buscar otros caminos para hablar, para comunicarnos, para responder las preguntas que a la fecha aun quedaron sueltas en el sillón.

Para volver a preguntar.


AV

7 de enero de 2017

Días Nuestros (2016)



El 2016 ha sido un año muy fuerte con relación a sentimientos, un año en que la velocidad de cada suceso se ha caracterizado por la vertiginosa vía de descenso en que debía de sostenerme en pie. Enero llegó con una gripe de esas fuertes que me convidó a recibir la noche de año nuevo acostado en una cama bajo los efectos de una aguapanela y un par de acetaminofen. Fue por igual, un mes lo más de interesante, pues se estaba iniciando una nueva etapa al lado de la mujer amada, el hogar que comenzábamos a soñar estaba en proceso de construcción.

Un enero donde me vi por última vez con Sammy Alexander, pero también un enero donde iniciamos clases en la cálida ciudad de Quibdó.

Fue un 2016 fuerte, porque desde finales del año 2015 mi padre presentaba ya síntomas de gravedad en su estado de salud, la paciencia con que se llevaba el tratamiento contrarrestaba con los ataques de ansiedad en los que debía de distanciarme, dejarme convidar por lo superfluo de la rutina para no dejarme afectar por lo profundo del tratamiento.

Fue entonces en febrero cuando caímos en urgencias por segunda vez, mi padre aferrado a un respirador artificial y bajo los efectos de sedantes era una marioneta de observación en la sala de cuidados intensivos, mi madre, mi novia (para entonces) y yo nos turnábamos visitarlo y darle lo mejor de nuestros corazones.

Marzo fue un poco más tolerable, continuaría con mis viajes al Chocó y mis clases en las universidades privadas del sur de la ciudad, jugamos “Monopoly Star Wars”, y en abril almorzamos ajiaco. Visitamos a la señorita Maria Fernanda y bailamos el Vals para celebrar sus 15 primaveras.

En mayo celebramos el día del profesor con unas deliciosas Waffles. Mi padre mejoraría un poco en salud y mucho en su estado de ánimo, nos aferrábamos cada vez más a la esperanza de que todo saldría bien, todo saldría bien.

Todo saldría bien (decían).

Almorzamos en familia en junio, quizás de las últimas fotografías en compañía de todos con la pared amarilla de fondo, era un delicioso almuerzo preparado por mi amada, claro, no podía faltar el fantástico jugo de lulo que deja bigote. En Junio Martina aprendió a abrir el closet por sí misma para entrar a dormir encima de la ropa, jugamos la Copa América Centenario y fuimos a urgencias un par de veces, una a visitar a mi padre, en otra, a buscarle solución a los dolores del cuerpo.

Conocí Neiva en julio y vi las ruinas del antiguo aeropuerto El Dorado, fueron además 8 horas infames de viaje por carretera en un trayecto que por lo general no toma más de 5 horas de viaje. No había hospedaje para entonces y tuve que dormir en una vieja pensión que proveía servicios de pornografía en la televisión.

Atlético Nacional ganó la Copa Libertadores de América, esa misma noche, en julio, nuevamente debíamos de interrumpir actividades para ir a la clínica a acompañar a mi padre. Esa noche, por última vez, pude verle con la razón y la conciencia en la mano, al mismo tiempo, los jugadores celebraran en la televisión el ganar un torneo deportivo internacional, fue una noche larga, amarga, un sin sabor que solo a un miércoles de julio se le podría haber ocurrido.

Llegó agosto y con él los familiares que debíamos de saludar. Un 2016 lleno de imágenes y emociones, de aromas que dilatan el alma y la encierran en dudas y temores, de días que pasaron de la felicidad absoluta a la entrega precavida de unos buenos días y unas buenas tardes. Aprender a entender que en dicho año se tuvo la fortuna de volver a ver a esos familiares que desde hace mucho tiempo no se saludaban, a pesar de que no eran las circunstancias ideales.

Llegó Nala a la casa.

Viajamos a Bandola, tomamos café y comimos helado. Fuimos al Palique de Tramarte, nos arrodillamos y nos juramos amor eterno. 

Un agosto que estuvo cargado de emociones y muchas noches para reflexionar, rememorar aquello que la vida daba por sentado.

En septiembre volví a Neiva, en Cali nos visitó David Guillermo y llegó para convertirse en Padrino. Fuimos de Picnic con Diego Alejandro y celebramos su cumpleaños, tomamos cerveza y cantamos las canciones de los Amigos Invisibles. Octubre ingrato que siempre llega con rapidez, comimos torta y soplamos las velas con el escudo de armas de Kal-El, fuimos al CIAT y bailamos hasta tarde, porque celebrábamos Halloween, porque celebramos la vida, el amor bonito.

Celebramos también el cumpleaños de doña Blanca, nos juntamos de nuevo en la mesa, comimos masmelos una vez más.

Los amores son para toda la vida, los amigos, la familia, los recuerdos. Quizás en ello el 2016 se caracterizó por ser un año de muchas emociones donde todas, de alguna manera ininteligible, terminaban en eso que llaman amor. En noviembre dimos lectura a los votos, nacía un hogar bonito que ya desde un par de años atrás vendría construyendo los cimientos de una familia llena de esperanza y muchos deseos de amar. Nos juramos la vida porque así era lo que deseaba cada corazón, ella de blanco y yo de corbatín fucsia, los amigos nos acompañaron y dieron a este noviembre el premio de ser un inolvidable día 26.

Celebramos el don de la vida y el don del amor.

Viajamos a la playa, consentimos al sol y conversamos con las estrellas, las olas del mar nos abrazaron en su encanto juguetón y dieron así la bienvenida a diciembre, un diciembre que como todos los años, se escaparía a toda emoción y se asentaría en la reflexión, esta vez, desde el Caribe como punto de partida.

Llegaba diciembre y con el terminaba mis estudios de nuevo, viajamos a Sevilla y bailamos con la familia. 
Una reunión familiar que albergaría de cierto modo mi orfandad, una reunión donde me acobijaba del cariño de mi nueva familia, una felicidad que surgía en medio del llanto silencioso de la nostalgia. Del querer y el extrañar.

Un 2016 para armar una y mil veces.


AV

31 de enero de 2016

Sin Título (Hoja en Blanco)



Cat Portraits by the artist: Gail Bartel (2008-2016)

Hay días en que pasamos el tiempo pensando en los menesteres pendientes, en lo difícil que se hace aterrizar una idea y darle forma en una hoja en blanco, días en que la presión del tiempo es más fuerte que la confianza en uno mismo, momentos en que dejamos que el tiempo se desperdicie en pensamientos etéreos  y no en pensamientos constructivos, en ideas que aporten o acciones que permitan dar forma a lo que solo existe en la mente. Este es de esos días.

Suceden ideas una tras de otra pero ninguna con fines de quedarse en algo concreto, se disipan los temores pero a su vez, se desdibujan las seguridades, caemos en una espiral intermitente de ansiedad y confusión, días en que nos dejamos vencer por la hoja en blanco, no es que sea una aproximación a la literatura o una labor de reflexión, es digamos, un compromiso de crecimiento profesional el que se estanca en esa página desnuda, compromiso que se quiebra en el vacío de las ideas, la nulidad de las voces perdidas.

Las preocupaciones aparecen como telaraña en casa abandonada, se van corrigiendo a sí mismas para alardear de sí, se ubican en cada rincón y van consumiendo cada optimista impulso que exista en el interior. Preocupaciones que se van guardando en tiempos justos hasta estallar en sí, nos corroboran su placer por la hoja en blanco, por la historia no escrita.

Nos frustramos un poco, pero también nos desnudamos ante la insensatez del deber incumplido, nos doblamos en una constante duda, salimos en defensa de nuestro silencio y disimulamos al mundo el sufrimiento que se carga; disipamos las ideas en frascos vacíos, llenamos de tinta la pluma, dejamos en blanco a la hoja.

Cargamos nuestras mentes de culpas y acumulamos los fracasos o pendientes del ayer con el reciente, dejamos que como bola de nieve aumente el sentimiento, como la leche que se riega cuando hierve, como la espuma que sube cuando se calienta, como las mentes que se apagan cuando estallan los dolores y las imperfecciones.

Somos seres de costumbres, la culpa y la indignidad se impregnan, se aprehenden como un imán a la nevera, le damos sentido a lo bello aun a sabiendas que es precisamente lo bello lo que nos deja en muda sincronía; espacios vacíos que se rellenan con sentimientos insensatos, que se acumulan como polvo bajo la alfombra, que se desdibuja como la humedad en las ventanas un día lluvioso de verano.

Duele, pero no se sabe que ocurre.

Nada se escribe. Solo el silencio se percibe, el aroma a cigarrillo ronda por la habitación y sella en ella los recuerdos de la memoria. Difícil es además, cuando de la culpa nace el resentimiento y en él el instintivo deseo de auto-agresión, la complejidad del alma por las oportunidades perdidas o desperdiciadas, por las emociones desechadas y claro, las expectativas frenadas.

Nada se escribe, ni un título o rótulo, queda todo en el vacío dando de sí vueltas y vueltas, como el perro que quiere morderse la cola, dando vueltas en un mismo espacio sin pretender lograr algo. Se convierte tedioso soportarse a uno mismo, pero más tedioso es dar cabida a todos los seres queridos en un mismo silencio y pretender que a todos se les debe de sonreír sin siquiera intentar explicar lo que por dentro ocurre.

El poeta es un mago que descubre la sensibilidad del mundo en un papel sin exponer la suya, un incendiario que construye su propia casa en las ideas para quemar en un escrito sin publicar. 
El poeta a la final no es más que eso, un fabricante de poesía que desdibuja lo que para otros puede ser simplemente una anécdota o un deseo.

Un mundo lleno de letras donde en ocasiones estas no se juntan para dar un final legible, un universo comprendido por miles de historias y experiencias, de ideas finitas, de religiones y canciones, un cosmos que trae dentro de sí la dicha resuelta que los malaventurados buscan en las calles.

Una casa gigante, amarilla, con patio trasero, una reja verde, en otros tiempos de color azul, un recuerdo en la casa grande, la casa amarilla. Las hojas secas cayendo sobre el pavimento, el niño que observa sobre la ventana. Solo estos recuerdos aparecen de manera fugaz, nada y mucho que ver con la necesidad de producir escritos académicos o profesionales, nada que relacionar con poesía o literatura, solo reflexiones.

Solo aflicciones y desencantos.

Palabras vacías;

... hojas en blanco.

AV


24 de julio de 2015

Lenguaje



Imagen Tomada de: www.dreamalittlebigger.com  
Catty Art – Feline Silhouette Paintings Tutorial by Allison Murray 


En ocasiones, las piedras son solo eso, piedras. No podemos imaginarnos que son algo diferente o que simbolizan algo especial, no, simplemente son piedras. No podemos pretender entender a las personas, buscar leer su mirada o hacer de su gestualidad un lenguaje comprensible al entendimiento humano, no se nos hace fácil entendernos entre humanos, fallamos constantemente en el milenario arte de la comunicación oral, ahora complejizamos todo esperando entender comportamientos y conductas que de nada dicen y mucho nos preocupan.

Nos formamos como ciudadanos para amar de manera incondicional, para dar por el otro lo que de mejor modo nos salga, somos seres solitarios en un mundo que día a día se va volviendo una maraña de aplicativos y artilugios de intercomunicación, de un entorno donde las palabras hacen más ruido y en el que las imágenes son más avasallantes que antes; nos comprometemos a entender el humor y la ironía, a preguntarnos día a día sobre el qué o para qué de las cosas, darle fe a las personas que no conocemos para que por medio de un usuario nos den un nuevo orden del día a día, de ese intrínseco modo de interactuar entre seres humanos.

Dejamos que el amor por el amigo, la familia, la pareja, la ciudad misma o las grandes corporaciones que nos adornan la felicidad con sus maravillosos productos y servicios crezca de modo exponencial, somos presa constante de la frustración cuando algo no sale acorde a nuestras expectativas. 

Nos dejamos influenciar con facilidad de bonitas intenciones, de brillantes y coloridas marcas o aromas, de excusas que indignan o de palabras que alientan, a la fina terminamos todos en lo mismo: Entendiendo lo que nos frustra, pero de comunicación interpersonal cada vez muy poco.

Nos enojamos porque somos humanos, nos gusta reír y correr, disfrutamos de un beso y de caricias, nos apegamos a eso que nos brinda el estado de comodidad, de esa felicidad o estabilidad que trae consigo el tiempo y el esfuerzo invertido. Nos hallamos rodeados de mucha comunicación, día a día crecen los canales para comunicarnos, día a día fracasan nuestros intentos por ser claros en el mensaje porque otras variables que surgen lo vuelven poco viable, poco transparente.

Entre silencios y monumentos vamos construyendo mensajes en líneas de texto, en renglones que de algún modo incomprensible logran generar acento, tonalidad, dan gestualidad a una simple palabra o a una imagen que sonríe o llora, algún personaje sin nombre que resume el cómo nos sentimos con una sola imagen.

En ocasiones cambiamos de estado de ánimo pero no de tonalidad en el mensaje porque la tonalidad se vuelve silencio, el acento se hace gramatical, el verbo se hace constante y se resume a pronombres y adjetivos cada día más excluidos o reemplazados por imágenes.

Podremos escribir miles de versiones de una misma historia y asimismo, podremos encontrar miles versiones de una historia que hemos leído, nos llenamos de confusiones, de mal interpretaciones y hasta de vagas dudas que no nos permiten aclarar nada.

Somos vagos al hablar, se nos hace limitado el discurso, el lenguaje se hace etéreo en una espiral de imágenes y grabaciones de audio y video, se nos vuelven fotografías los momentos, se nos vuelve rutinario el hablar. Dependientes.

El amor escapa a todo, lo brindamos en el lenguaje, construimos historias y emociones, las extendemos a los amigos o familiares, a las personas que hemos elegido para amar o a los que nos han elegido  como suyos, volvemos a la final a lo mismo, a querer entendernos más allá de lo dicho, querer explicarle al universo universal lo que el otro siente o le ocurre sin querer preguntárselo,  nos volvemos visionarios del lenguaje, intrusos del silencio.

Adivinos o no, solemos darle simbolismo a todo y lo ajustamos a la conveniencia de nuestro conocimiento, nos ensañamos con lo moral y lo ético, nos virtualizamos con las sonrisas y los miles de muñecos sonrientes que se disponen en un catálogo de imágenes. Nos convertimos en expertos comediantes y hasta en intelectuales con el don de la ironía.

Nos volvemos guardianes del lenguaje, del amor, de los sentimientos, expertos en tecnología y hasta desarrolladores de propuestas para pequeñas corporaciones, nos volvemos lo que siempre hemos sido pero al servicio de una plataforma diferente a la que le llaman innovación.

Nos volvemos aire y tierra, nos volvemos maestros del lenguaje, lastimosamente somos solamente un arquetipo entre muchos, el producto de lo que consumimos.

En ocasiones, las piedras simplemente son eso, piedras.


AV

22 de julio de 2015

Una Deuda Cultural (Entre muchas)



Imagen Tomada de: www.gatsvallromanes.org
Tarda De Gats En Radio Vallromanes. Gats Vallromanes: Marzo 2013

El valor cultural de toda canción se siente no solo en su melodía sino, en las historias que nos cuentan, la pasión del intérprete y claro, la claridad con que sentimos empatía con lo escuchado. Sucede pues con “El Cantor de Fonseca” que es de esas canciones vallenatas que me transporta a otros tiempos, me diluye en un imaginario de cuentos y canciones, de personajes que existieron en la cultura popular de una región, de imaginarios que se construyeron con los regionalismos y los sueños de colombianos que anhelaron el progreso, de señores de mucha edad conviviendo con la nostalgia y el calor, inclusive, de canciones que disfrutaban más de sí mismas que de premios y discos vendidos.

“Alicia Adorada” me recuerda esos amores eternos, esos encuentros con el tiempo que se fueron permeando en recuerdos y besos a la entrada de grandes casas coloniales. Ese aroma a selva y trópico, de calores asfixiantes y mujeres de vestidos variopintos, de sandalias modelando bellos tobillos sin cadenas ni colores, sin tatuajes ni calles pavimentadas. De canciones que en su sonar nos mezclan religión y política sin sonar incorrectas, musas que inspiraron a borrachos y poetas, de historias que se gestaron al fondo de una botella y se esfumaron en la radio local mientras se paseaba en el tren de la sabana.

Canciones de muertes y derrotas, porque no es solamente el dar lírica al despecho o a la soledad, de dar a la  melancolía un lugar hipotético en la radio o por qué no, de darle motivos a bellas y desesperadas con dedicatorias vallenatas. No lo veo de tal manera por la sencilla razón de que lo básico en ocasiones (por no decir casi siempre) permite contar historias y crear grandes obras musicales, no ver la necedad (y necesidad) de inventar complejas mezclas, ediciones exageradas con lenguajes reforzados, a veces basta solo con enamorarse, o también, querer morir de amor.

La tradición de los pueblos se permite reproducirse en la oralidad de los cuentos, en el respeto por los viajeros y los abuelos. Esa mágica costumbre de dejarnos asombrar por las historias que se construyen con el anecdotario de los olvidados, dejarnos presumir por cuentos que salen de las viejas calles empolvadas del tiempo, del río donde las lavanderas dejan fluir la ficción de sus penurias, del parque donde se sientan a conversar los que ya no tienen nada que decir.

Historias que se impregnan al qué hacer cultural, donde el acordeón no es un instrumento musical ni mucho menos un lujo, es por el contrario una extensión del hombre vallenato, una muestra de su virilidad en tiempos de violencia y cacicazgos, un talento que se construye entre familias y se hereda entre compadres, porque la tradición se vuelve musical y deja lo oral para lo superficial, se desvanecen miles de personajes reales para darle paso a miles  de intenciones ficticias que a nombre de amor o desamor, comienzan por narrarnos una a una las peripecias y desgracias de un pueblo que se vale honesto y trabajador, de una cultura que se declara ajena al conflicto y amiga del amor.

El poder de la música, la mística de las historias, los cuentos y los anhelos, ese deseo reprimido de muchos de salir de la pobreza, de ver en la música una industria y no un medio cultural. Encontrarnos en la historia miles de canciones después, miles de excusas para consumir licor a ritmo de un vals del Valle, dejarnos enlodar la memoria con temas musicales que se adhieren al despecho y al amor, que se alejan progresivos los años noventas, de una mística cultural para darnos solo entretenimiento, dejarnos atrás los parranderos mensajes de pueblos trabajadores, de mujeres encantadas con el hombre vallenato, el caimán eterno de una virilidad construida socialmente.

Amores pasajeros y peleas de gallos, Celos y discusiones, problemas de memoria y canciones de duelo, resentimientos entre regiones, familias condenadas al olvido y otras al exilio, gobernantes posesionados en discos de oro y platino, comerciantes que desconocen a sus compositores, niños que aprenden el saber pero no el arte, tiempos modernos que llegan y acaban con todo, como la industria que llevó el progreso a regiones bananeras y algodoneras.

Descansarnos en el tiempo libre, es pues este rompecabezas el que nos descifra el perdón del tiempo perdido, dejarnos herir por el complaciente público que aplaude cuanta canción llega con un acordeón de fondo sin importar su letra o mensaje.

Compadres que ya no son compadres, rivales de discotienda quizás, mujeres embajadoras de la música vallenata en tierras salseras  y rockeras, diatriba del mercado que nos confunde con ritmos urbanos y letras golosas, ambiciosa oleada de cantantes y reencauches: Todo tiempo tiene sus melancólicos comentaristas.

La deuda cultural estará siempre vigente, porque la cultura se construye reiterativamente, se imagina a sí misma y se reinventa en otras sonatas, en nuevos bailes y nuevas necesidades (necedades), pero siempre debe existir ese telón de fondo que poco a poco hemos visto desaparecer: Hablar de la tierra.

Es indispensable (pienso),  se cuente la historia de lo que esconde el dolor o la felicidad, no es caer únicamente en el pretexto de amar o querer amar, mucho menos caer en el caótico ejercicio de hacer campaña a una ideología o a un programa político, no ser religiosos por serlo ni criticar el establecimiento actual como inspiración musical.
Es ser compositores de lo que se olvida en el río, de esas noches y tardes que el ruido se ha robado, ser sensibles a la historia, a la memoria colectiva y con ella a los que ya no están con nosotros pero nos dejaron su sudor.

Es componer en el nuevo mundo lo que el viejo mundo nos enseñó, es escuchar lo que la Guajira misma nos heredó y tierra abajo nos legó. Imaginarnos navegando el río y sufriendo de amor con el atardecer rosado de fondo. Ahora nos ufanamos en lo urbano,  en lo insensible de un mercado que me permite ser melancólico con las viejas historias.

Hay nuevas historias que nos traen nuevos valores culturales, nos cambian el modelo del mundo, no obligan a temer un poco a las edades que se van encontrando porque a la final, siempre hablaremos de amor y de desamor.

Refrescar la memoria y por qué no, el paladar  con una buena canción.

Reinventarnos.

Siempre. (Suena "Matilde Lina" de fondo)


AV

18 de enero de 2015

Domingos de enero.




Street Light and Cats Wall Sticker
by:  amandabetty


Es domingo, día de reflexión y descanso, momento de pasar la tarde viendo películas o series de televisión de corte romántico, con tintes de comedia, con un poco de tragedia, no sé, diatribar en redes sociales o salir a tomar gaseosa a la calle con los seres queridos. Tiempo de magia y pasión, de poesía y amor propio.

Ha sido una semana muy bella en compañía del ser que uno quiere, del que se está enamorado, también hubo tiempo para los amigos y claro, para dar atención a los asuntos laborales, inmiscuirnos entre páginas, copas y música. Dejar a los sentidos ese placer de identificar en el tiempo libre las caricias que nos animan a iniciar cada mañana, que nos lleva a enfrentar la semana con más pasión que pereza, sentirnos únicos en los brazos de alguien, dejarnos empujar por la brisa como una hoja seca que cae del árbol, pero que su caer, es poesía para el más sensible de los mortales.

Hemos dado paso a la reflexión – bendita reflexión – y las historias del ayer y otros tiempos, recorrer los lares de la vida con cada compañero que se nos va, con cada historia que se nos queda impregnada en el escritorio, como si quisiera ser arrastrada por la corriente, como si fuese a terminar en algún Blog local o en los labios de una bella mujer. Cada historia nos hace especiales y nos convierte en escritores de diversa índole, cada historia hace de ustedes los lectores, un personaje de inmensa índole, como un sonsonete en la memoria de lo cotidiano.

Es domingo y nos recordamos en esos tiempos de emisoras y casettes para grabar las mejores canciones, perdernos en la programación y suspirar con los artistas del momento, dejarnos olvidar en el olvido de unos años donde fuimos grandes héroes de ficciones y tareas, perdernos en el tiempo libre.

Es domingo y también hay pereza para la memoria, inclusive, se me dificulta la escritura de esta entrada como si quisiera pues que no ocurriera nada, que fuese mejor seguir en cama viendo televisión o sentarme en un costado a leer la prensa y escuchar una emisora local, se me derrama la semana entre las manos, pensándole como suscribir cada intención en sus días, ya con reuniones programadas para el lunes y jueves, ya con la posibilidad de viajar el miércoles o por qué no, con el tedio de no esperar nada.

Se me ahoga la ansiedad porque inicia un nuevo periodo cargado de proyectos y emociones fuertes, de retos que se engrandecen en mi mente, de proyectos que se hacen visibles en la marcha, del tiempo que fue tiempo y las ideas que fueron ideas, de las noches con sus días y de la melancolía con sus historias. Ahora mejor se me enfunda la ansiedad con las horas, el aprender a esperar y dar para recibir, el construir en pareja y derivar cada esfuerzo en planes y proyectos, subirnos al bus de la constancia, ser parte del fruto que cae del árbol, de la rama que extiende sus hojas para alimentar a los demás.

Prefiero dejar en las baladas de la emisora local la corriente del día, que se pierda en horas y horas de reflexión, que me quede la temperatura de un bonito día soleado, de un domingo de amores y letras, quizás un poco de noticias deportivas de fondo, algo de pereza y muchos pepinillos sobre la mesa, dejar la silla vacía con el antojo de terminar un buen día.

Es domingo y quizás sea mejor idea recordarnos como personas con necedades y ansiedades, evaluarnos desde la distancia, ser ajenos a lo que el mundo nos exige, para regresar mañana en el expreso del amor a las horas de cada rutina, a iniciar de nuevo los ciclos del nuevo año.

Dejar todo en manos de un domingo cualquiera.




AV 

30 de noviembre de 2010

El Gato en el Espejo (Gato Negro)




Imagen Tomada de: Cat In The Mirror - ©2009-2010 ~ABcreatorOfGrotesque

A veces, cuando me siento a escribir es porque tengo algo en la garganta a punto de salir, es porque tengo una idea merodeando en mi mente sin detenerse, es porque mi corazón quiere estallar en llanto, sea de dicha o de tristeza. Es cuando el aliento me reforma en constantes suspiros y me sumerge en un juego de adivinanzas y aforismo.

Una buena canción suele acompañar este tipo de relatos, más reflexivos que literarios, este tipo de entradas en las que una buena dosis de sinceridad se ve opacada por una alta dosis de metáforas, por un símil de posibilidades regadas por toda la conciencia.

No estoy en una buena temporada, lastimosamente la vida da unos giros imperdonables, cambia de estación el reloj y mi conciencia se ve afectada con todas las proporciones del caso en un ruedo de melancolía y actos depresivos. Letras muertas que se dejan nacer aun sin ser discutidas con el comité de censura y reformas. Quisiera ser un poco más estable, un detalle de sensatez que me permita beber con calma del amargo vino barato, que me deje reflexionar de manera positiva y no como un acto impositivo de rivalidad conmigo mismo.

Ella me lo recuerda en todo momento, el secreto está en saber perdonar, en querer renacer y en un cuerpo nuevo exorcizar todos esos odios y esas culpas que me trinan día a día. No logro ubicarme, algo ha salido del carriel, algo me tiene flotando en andamios de infelicidad.

Necesito un buen motivo para detenerme en el camino haciendo un alto productivo. Necesito una idea feliz que me retorna ese estado natural de dicha y buena vida. Necesito volver a sonreír, encontrarme, volver a lo básico, seguir en la perseverancia y retomar el liderazgo perdido con los años, necesito re-fortalecer mis andanzas, necesito muchas cosas, pero al igual que hace cinco años, mi vida se envuelve en un torbellino de temores, de una cobardía absoluta propia de mendigos, me encierro en una jaula inmensa en proporciones, pero pequeña de soluciones, me dejo cegar con la luz del sol por miedo de salir de la caverna.

Extraño intensamente muchas cosas, otras me asustan, estoy en ese lado en el que la sinceridad es más molesta que los consejos de un buen adulador.

Lo confieso, me he llenado de odio, me es imposible perdonar. Tengo una cicatriz que con el transcurso de los días se humedece con sangre fresca, un ardor insoportable que me envenena la conciencia y me mata neuronas por doquier. Aun no sé si el odio es el propio ejercicio eclesiástico de la autoflagelación, de la culpa que no perdona, o, si es propio de esas acciones que me han afrentado algunos sujetos que sin importarles los medios, me han herido para cumplir sus fines.

Sí, he perdido la fe, la esperanza de creer en que todos pueden ser buenos, en que nadie hace daño a los amigos, en que la hipocresía sólo es propia de políticos y empresarios. Pero lo he vivido en carne magra, no puedo dejar rodar esos recuerdos, esa memoria tan cotidiana que me da condenas en tazas de café. Sí, lo odio, a él y otros más, pero no puedo devolver el tiempo, no puedo retener los recuerdos. No puedo dejar de darle importancia a aquello que ha sido dominado por el tiempo.

No sé si sea catarsis u otra dignidad propia de poetas y sofistas, pero debo decirlo, debo escribirlo, tan negro como la noche, tan lejano como el viento, tan tenebroso como la dignidad de un ciervo herido.

Puedo permitirme mentir un poco, puedo permitirme ser cruel, puedo permitirme engañara y dejarme engañar, puedo permitirme muchas cosas, pero nadie me quitará lo que puedo escribir, en cambio, yo puedo deletrear lo que puedas leer.

Puedo mirarme al espejo y seguir haciendo preguntas, puedo caminar y revisar estantes en calles mundanas, puedo retomar los sueños, puedo ser un estúpido, puedo ser lo que soy.

Puedo encontrarme al otro lado del espejo, puedo dejar mi garganta estallar, puedo dejarme cegar, puedo amar, puedo odiar, puedo escribir sin ser ni dejar de ser.

Puedo ser a veces un Gato Negro.

AV

16 de agosto de 2010

Regalame una Canción




Regálame una canción donde pueda estar sin reclamos ni sentimientos llenos de confusión o ardor, donde el pasado no me persiga ni me de esa puñalada que sólo el amor puede dar, donde los celos no sean acordes ni el escepticismo un extremo donde nadie quiere vivir. Regálame una canción para ser un buen perdedor, para asumir mis culpas de manera razonable, responsable, de manera adictiva y descuidada. Nada que no pueda ocurrir en un abrir y cerrar de ojos. Un mentira que pueda dar menos dolor que la verdad.

Una mentira que salga desde lo más profundo del corazón pero que se frena en la piel, no sale ni con sudor ni con lágrimas, ni en la saliva ni el aroma del corazón, no sale porque sabe que no es del todo mentira, porque sabe que la verdad que se ha dicho no es la verdad de los hechos, es por el contrario un antifaz que se le ha colocado a un sinnúmero de fanatismos, a hechos que no son de conocimiento público, hechos que como cualquier canción, no son fáciles de interpretar e interpelar.

Regálame una canción para recordarte siempre, para saber que cada día es uno nuevo, donde pueda detenerme a pensarte, donde un par de ojos verdes sea el sinónimo de un par de ojos marrones, donde el calor de una conversación sea el momento de todo lo que se quiere hacer. Sigo a toda hora pensando en miles de canciones, en miles de momentos de mi vida que quizás puedan ocurrirle a cualquier fulano, que se puedan heredar en un separaciones de términos buenos, de buenos perdedores, de buenos sabios, de celos insoportables, de ritmos cardiacos, de besos positivos, de viajes impositivos.

No se puede mezclar al igual que la música, diversas letras y emociones, sugerir ritmos en fusiones desastrosas, en detalles musicales que acaben con el dolor de algún lado de la marea, de cualquiera de las letras, de cualquier capricho que su merced me puede cumplir, de cualquier llamada que me puede responder, o de cualquier beso que se puede corresponder. Sólo es una canción, algo que le de identidad a esa búsqueda que siempre trata de inventarse en verbos y no en sustantivos, en adjetivos y no en conectores, en sentimientos y no en situaciones.

Regálame una canción para entenderme, para entenderte, para tratarte bien y prometerte calma, algo que quizás jamás he brindado en una relación, quizás algo que quieras que te brinde, algo que sea merecedor de morir, algo que sea propio de mí, que salga de mi interior, que sea más puro que aquel dolor que no he podido enseñar a soportar. Regálame una canción para borrar la culpa del asfalto, para dibujar con tiza tu nuevo nombre, para vivirme en un atril de discursos contra-actualistas, en cervezas mejicanas, en platos españoles o en pastillas sevillanas.

Regalame una canción para irme a Sevilla, para viajar a otras latitudes, para cambiar la manera de observarme y entenderme, para recomponer las piezas sueltas y darle al robado corazón una nueva ruta, sólo un nombre. Quizás identidad, quizás lo que menos se necesiten sea canciones, mejor acciones, quizás la memoria es la peor de las canciones que hemos dejado que sea seductora de momentos, quizás nuestras preocupaciones sean más por misterios que por realidades, por mentiras disfrazadas de verdad y de realidades camufladas con el antifaz de la mentira.

Regalame una canción para vos un poco.

AV

26 de octubre de 2009

En Clave Estigia



Imagen Tomada de: http://www.onekind.co.uk/art/largemain/500/MK0005.jpg
http://mattbrown.etsy.com
Matt Brown - Cat's Eyes - 10" Art Print

Como un escalofrío frío y tácito, tambalean los pasos y el silencio se hace grande, la luna busca sus argumentos lejos de la noche mientras se duermen las acciones en grandes distancias. Junto a la cama se escucha el respiro de la nostalgia, se acaparan cariños en canciones que ya no suenan en la radio, en geografías de la soledad, en la perdida memoria del tiempo. Con el afán de los domingos se bebe a sorbos un café que nadie quiere, frío como el amanecer del lunes los espacios se van desgastando junto al espejo, la duda se cuela en las aulas y el cansancio en los horarios de laburo.

Nuestras fuerzas de octubre van culminando con el tradicional afán de un noviembre que reza por fuera.

No es pecado querer ni mucho menos crimen escapar, subastarse en horas y páginas rayadas, no hacer nada, no hablar tampoco es causal de despido ni de castigo, no se puede ahogar con limonada lo que con limón no sana, no se puede alimentar de presiones minutos pasajeros con agujeros de sal en nuevos ropajes, no dar identidad ni pasar bajo palabra otras amenazas, conmigo no.
No se esconde el verso del suicida poeta que figura en el espacio perdido, no se explica la belleza de Munch en sus pinturas ni en sus locuras, conmigo no se escribe en prosa ni se baila con ritmo.

No se presiona al heredero con sueños del padre ni al enamorado con afanes del orgullo, no se le escribe con plegarias ni letanías a quien bien sabe leer el sentido del amor en la vida de los otros, no se redactan naciones en aventuras de guerreros ni en valentía de guerrilleros, no se transforma al hombre con sueños o con sonrisas disfrazadas de sangre. No se perdona ni el más mínimo sentimiento de orgullo cuando el café sigue frío sobre la mesa sin amante o pretendiente que lo beba, no se cuestiona al mojado después de que cruza la frontera.

Mirar en la ventana y dejar que la brisa siga su curso, alimentar la locura con olvidadas canciones, dejarse besar por el licor y fumar un cigarrillo en noche vieja, vagar por la magia del arte y sufrir con el descuido de la ciencia, ser veloz a la dulzura de tus agujas y escuchar miles de consejos sin argumentos, dejarnos subastar en el mercado improvisados deseos, desechar papeles de amor en ridículas sensaciones de soltería y tiempo perdido de camas sin vengadores. Dejar al lunes el trabajo del martes, el martes a merced del miércoles, el jueves con la insistencia del viernes, al viernes declararlo día de feria, el sábado pagar el luto y el domingo yacer sobre el césped de un lunes abandonado.

Cobarde o no, miles de preguntas se encierran bajo camisas de alquiler, mezclando con mesura el cianuro con vino, arte con política o sueños con adicciones, dejar en el plano material los suvenires de tus afanes, escaparme de tu malicia y hundirme en trincheras de indecisión. Quizás los permisos se le piden a la vida aun estando exento de ella, las incomprensiones a veces no se solucionan conversando, mucho menos bailando y aun lejos de la realidad persiguiendo.

Quizás duele, quizás sea un malestar que de octubre a noviembre toma colores oscuros, quizás sean días que desde septiembre se pierden con alta factura de deuda, la importancia se está dando con la misma insensatez con que se paga una deuda, el tiempo se pierde con el mismo rigor de una eucaristía, las huellas del pasado pisotean los besos del presente, triste como el despecho y el orgullo es también la duda, se cuestiona con la misma fuerza con que se abraza a un ser querido, sus rencores no provienen del dolor sino del ardor de un nuevo entender.


No se trata ahora de escuchar ni de perder valores en juegos de enamorados, recorrer calles hallando explicación a las emociones o indagar en las heridas de un guión, se puede querer en la incondicionalidad de la palabra, en la legalidad del sentimiento y en el olvido de la juventud, encontrar nueve vidas en miles de orillas, olvidar dolores de toda la vida, silbar canciones sobre la playa o naturalizar el color del amor en cuadros de texto.

Vuelves a tomar el remo de la Laguna Estigia para darle ruta a los perdidos sin notar que ahora la barca te pertenecerá con eterna practicidad, servirá el tiempo como remedio o como veneno.


Servirá la duda como cuarto menguante de la locura.

AV