7 de abril de 2009

Sinestesia Musical


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Como hace mucho tiempo atrás, me siento con la cabeza mirando el suelo, coloco mis manos sobre el piano y comienzo a pensar, a recordar. Paso suavemente mis dedos por cada tecla, con cierta timidez aprieto mis labios y me muerdo, un poco de sangre se escapa, solo un poco. Cada tecla se deja apreciar con la suavidad de la soledad, esa reflexión que me hace falta y que se enreda en la nostalgia, en ese oscuro sentimiento de una habitación desolada, tan vacía que lo único que le apremia es mi encierro, mi excusa perfecta para estar acá.


Sigo reflexionando, mis manos juegan de izquierda a derecha, no suena nada, solo ese timbre hermoso del silencio de una tecla, ese aroma a música que destila el suspiro de un joven desventurado, rememoro mis causas ganadas y miro a mis amigos pegados al azul del cielo, pienso en mis causas perdidas y son notas musicales las que comienzan a sonar, canciones del ayer que se escapan, comienza mis parpadeo a ver en sinestesia colores y aromas por palabras y recuerdos, el paladar se humedece con el ácido de un helado de maracuyá, el aroma a incienso de una casa rodeada de botellas de vino y luces amarillas en los rincones de la habitación, esas imágenes del ayer que se colaron en un par de notas musicales, esa sinestesia del dolor.


Junto al piano unas hormigas rastrean canciones, se preguntan qué significa ese aparato negro y blanco sobre la cama, Julieta con sus enormes ojos amarillos y su cola negra se desliza de lado a lado observando mis manos, mis dedos juegan con la risa de eso que no me pertenece, esas ilusiones que llamamos canciones.


Sólo pocos lo saben, no hay literatura, no hay inspiración ni lectura a bordo, solo semana santa, un tiempo que no se puede ver en lo que queremos que regreso, sólo esas dudas que se estancan en lo que se llamó amor, ese mar de lágrimas que hoy no están ni quieren volver. Las caricias hoy decidieron morir.


Con la misma suavidad con la que regalé una rosa blanca en el año 2000 deslizo mi dedo índice sobre un do, luego el meñique con timidez toca la tecla La, así sucesivamente los días aparecen en cada dedo de mi mano derecha mientras en la izquierda el mismo movimiento continuo marca los pasos y la velocidad de una duda que me encarna el alma con el corazón.


Mis dudas se disfrazan de música, no puedo escribir, no puedo leer, no encuentro la canción necesaria para escuchar y fomentar el arte: solo silencio y notas musicales encerradas en ecos.


Mirando a la pared verde de mi alcoba la sombra del ventilador despierta mi estado lúgubre de supervivencia, la suerte se me escapa en suspiros y eso me devela la hora de costumbre. Son casi las dos de la mañana, la música lentamente me va regalando notas musicales y en mi mente palabras aparecen a la velocidad del dolor, se unen fonemas y acentos con falsetes y notas musicales, mi boca va alimentando esa melodía que se me va por la ventana en canciones que priman por su suave dolor, quizás regresando a mi estado natural.


Hoy no puedo escribir, hoy quiero cantar.


AV

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