Cat Nap
Pluto
Todos
tenemos una historia que contar en especial en este Blog dónde le sacamos
cuento y misterio hasta la pastada de una burra. Somos seres de costumbres y
nos apegamos a la rutina a tal punto que somos ajenos a lo cotidiano, pasamos por
alto detalles minúsculos que hacen que la vida sea especial, única.
También
somos seres especiales y narcisos, nos agrada la idea de soñar que el mundo
gira alrededor nuestro y que cada una de nuestras vivencias es tan importante
como las batallas que se narran en enciclopedias o los personajes que se
retrataban en óleos que datan de los siglos XVIII o XIX. Somos humanos, ¿qué más podemos pedirle al
cielo?
En
muchas oportunidades amigos y cercanos, al entrar a mi morada preguntaban de la
manera más inocente (pocos lo hicieron con alevosía) por una fotografía
especial que hay en la sala. Un retrato de un niño de aproximadamente siete
años de edad acompañado de un perro de gran tamaño, de manera ajena respondo
que fue producto de un viaje que se hizo en mi infancia y con ello, casi como
ademán que como casualidad, doy por terminada la conversación o por lo menos,
eso trato de hacerle entender a cada contertulio que pretende hacer de esa
pregunta un tema de debate.
Soy una
persona muy abierta en mis cosas con mis amigos, de confiar, sin embargo, de algún
modo un poco confuso soy más bien precavido al hablar de mi pasado, no gusto de
confiar abiertamente en cuanto a ciertos temas se refiere el tiempo, pero hay
algo que se debe de mencionar con sensatez y es que precisamente, de un tiempo
para acá (años quizás) he aprendido a abrir la puerta de algunos temas
personales, evidencia mayor es este Blog, donde se han reseñado historias y
ocurrencias de mi infancia, niñez pública en algunos sentidos, anécdotas y
cotidianas ocurrencias en otros.
Este es
quizás uno de los canes más famosos del mundo mundial, junto a él hay una
pandilla de animados animales que ha logrado fama a costa de un imperio muy
particular. De niño tuve la oportunidad de viajar al palacio de este reino
mágico y tomarme fotos con cada uno de estos ficticios personajes, pero nunca
con el “Emperador”, un ratón de ojos grandes y voz aguda que usualmente viste
de tirantas y chor rojo.
A la
entrada del reino mágico (Magic Kingdom) me crucé por vez primera con aquel
can, de mi parte iba vestido con jean de color rojo y una remera blanca de otro
conejo famoso por la época (1989), tímido un poco y más al no saber hablar el
idioma inglés (Lengua oficial de aquel Reino mágico), nos acercamos como dos
niños que se conocen por vez primera en el parque y quieren convidarse a jugar.
Este era (y sigue siéndolo) un perro muy especial, por lo menos su modo de ser
en nuestro plano terrenal, pues es un perro que no puede mover la cola como sí
lo hacen los demás canes de su especie.
Nos
abrazamos tímidamente y sin hablar, con el lenguaje de los ojos logramos
concertar una sonrisa y nos tomamos una foto que para entonces era casual pero
que hoy día, se convirtió en un retrato para la eternidad, aferrado a la sala
de mi casa, a la memoria de la infancia.
Esta
semana retomamos labores en mi ejercicio de turista en tierras americanas; viajamos
de nuevo al reino mágico, como el poeta que regresa a su tierra para reclamar
la gloria. En mi caso no fue un regreso triunfal o una búsqueda de gloria
insaciable, fue más bien un punto de retorno a la memoria de la infancia, un
ejercicio interesante que inicié hace un par de años, como si de reconciliar la
mente con el alma fuese parte de ese ajedrezado trayecto.
Se
trataba de regresar al reino mágico y en esta oportunidad no fue un plan
trazado de mi parte como lo fue en su momento el regreso a la Casa Grande, fue
más bien un encuentro casual al mejor estilo de Dorian Gray, como si mirarse al
espejo fuese solo un acto reflejo y no un verdadero mapa de vida; se trataba de
mí para mí, llegar a donde alguna vez ya había llegado.
Hoy 25
años más tarde me encuentro agradecido con lo que la vida me ha dado y me ha
quitado, me encuentro en franca conversación con mi yo adolescente y mi yo
infantil, Con la confianza de poder construir día a día mi yo adulto,
preparándome quizás, para ser ese yo mayor que la vida tendrá que configurar.
Quizás pues, parte de ese acto de configuración me llevó como un plan de otros
a estar nuevamente aquí, porque sigo aquí mientras les escribo, en predios próximos
al ya mencionado Reino Mágico.
Mientras
caminaba la plazoleta central de Main Street, observaba un inmenso árbol de
navidad, un poco exagerado en decoración, pero navidad al fin y al cabo. Allí
mientras caminaba comencé a ver en cada baldosa una huella de la memoria, el
cielo gris y nublado cubría el paso de esa mañana de martes, todo comenzaba a
hacerse mágico, a ser especial, como si la magia de Disney me subiese en un
imaginario vehículo y me librase de lo material para llegar a lo emocional, ser
niño.
Continuaba
caminando y allí, a unos pasos estaba él.
Lo vi,
no me vio.
Me
acerqué con mi madre y mis abuelos, un poco confundidos claro, mi madre con más
gracia que burla, ambos caminando hasta la rotonda central de Main Street,
adornada con bastones gigantes y grandes esferas de colores. Había una larga
fila de niños que de seguro estarían viviendo en ese instante lo que viví hace
25 diciembres de vida, también había adultos y jóvenes, pero de seguro que con
la convicción que El Buki me da, creería que no vivirían lo que yo sentía en
ese momento.
Era un
niño perdido de nunca jamás.
Al
llegar al momento de la fotografía y ya con mi inglés más mejorado que hace 5
lustros, susurré al oído a ese inmenso Perro de pelaje amarillo: “Gracias por estar aquí, he vuelto para que
renovemos nuestra historia”
Nos
tomamos la fotografía y en esta oportunidad era yo quién estaba más alto que el
personaje en cuestión. De buzo color morado, jean negro y anteojos de aumento.
Con la sonrisa de un niño de 6 años, pero la espalda y las canas de ya un
caminante de 31 años. Finalizada la fotografía, nos tomamos dos más con toda mi
familia, quizás porque el momento era el último para ellos, pero en palabras de
mi madre, de seguro volveré dentro de 25 años para otra fotografía y claro, para
presentar ante él quizás a la que sea la nueva generación de esta particular y para
nada cotidiana historia personal.
Hablamos
del amor, de lo importante que es vivir cada día con la sonrisa y
despreocupación con que un niño sale a batallar a los parques de diversión. Me
enseño lo simple que puede ser cada día si aprendemos a ocuparnos y no a
preocuparnos, de lo sensato que es una sonrisa y lo bonitas que son las
fotografías cuando se toman con la (s) persona (s) que uno quiere, porque el
amor y el querer son las puertas y ventanas del mundo.
Terminada la
conversación, en un perfecto bilingüismo Perro – Gato [?], continué mi
trayecto adentrándome cada vez más en ese Reino Mágico que había olvidado.
Hoy
miércoles 24 de diciembre, al iniciar mi jornada lo primero que hice pues fue comprar mis
orejas como un gran homenaje a todos los perros del mundo mundial. A todos los
personajes del mágico reino de Disney. Si bien mis orejas no eran propiamente
como las de Pluto, si iban en bonita cordialidad con Goofy, porque tanto el uno
como el otro fueron los primeros en recibirme en esta cruzada decembrina
versión 2014.
El amor
es la magia que mueve al mundo y que nos empuja a actuar, pero seamos sensatos,
la magia existe siempre y cuando creamos en ella y seamos parte de ella. Porque
para creer hay que ceder y pertenecer, querer.
Feliz
navidad y felices Orejas.
(dedicado a todos los preocupados del mundo que siguen
a la espera de esa idea feliz)
AV
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