30 de diciembre de 2014

Al Final del Año, ¿Qué?





Todos tenemos momentos de reflexión y calma, nos alejamos un poco de la realidad para poder construir la nuestra, hacer propia nuestra esencia en un entorno que puede variar con cada párrafo o letra que encomendamos en un libro. Somos seres de costumbres, nos gusta asumir nuevas posturas y  volverlas rutina, siempre que encontramos algo que es de nuestro agrado nos esforzamos en encontrar el medio para volverle a sentir, a vivir, disfrutar a expensas de lo cotidiano.

Usualmente escogemos una canción para dar vida a lo que en silencio ocurre, ese es el arte de la diligencia, de los abnegados hijos de la vida, nosotros los sensibles y en ocasiones, inhumanos hijos del sol. Aprendemos a cada conversación una lección y a cada lección una historia para contar; Cerrar este año ha sido un verdadero proceso de reflexión y retrospectiva. Observar al insaciable enero , ese mismo que dejó atrás a la cordura para enmendarse en el hedonismo y la ternura, mezclarse con un melancólico febrero, con más nostalgia que dolor, siempre de la mano de una que otra anécdota para borrar del cuaderno.

Ver en marzo florecer el camino de los retos, porque si algo fue este año fue precisamente el año de los retos y los obstáculos, fue aprender a confrontarme contra el espejo, ser como Alicia y atravesar el espejo buscando una tierra de nunca jamás, más allá del mundo maravilloso, llegar directamente a donde los espíritus duermen, donde el gran duende viaja jugando de lado a lado, sin tanta poesía, fui presa de mi consumismo, fui víctima de mi propia arena y fue en ella que comencé a reconocerme, porque las crisis son para eso, para aprender a conocernos.

Abril, como mejor poema que la primavera, fue el mes de renacer, un bello abril de hecho, un mes cargado de emociones y encuentros, de renacimiento intelectual y espiritual, el momento de atender las señales de la vida y bueno, como cualquier humano, apartarme de las correctas y terminar en las instintivas. Porque a Abril le debo los meses, le debo la memoria de los amores que se fueron, de los amores que volvieron, de los amores que se conocieron, inclusive, de los olvidos en que nos convertimos versus la memoria de los que desaparecieron. En mayo por su parte fuimos esa máquina de reinicio, sujetos a indecisiones, envueltos en ansiedades de momento, más hielo que ceniza, más noches que madrugadas, menos amigos, mas amores.

Junio y julio me regalaron sus particulares maneras de llegar al meridiano del año catorce, en junio se terminaba un ciclo académico, se formaba un carácter que a causa de la ansiedad, buscaba entre noches y calles diversas la manera de conectar en polo a tierra la ansiedad de un nuevo empleo o alguna oportunidad que se maquinaba punto por punto, pero oh julio y su tristeza novedad, porque allí se dio inicio al restante año por vivir, como si allí iniciara el segundo tiempo de mi partida deportiva.

Agosto fue un mes fuerte, pero allí aprendí a conocer a los verdaderos amigos, a reconocer a los miserables y a darle más valor a la constancia que a la dichosa calidad o tradición. Nuevamente me enfrentaba a mí mismo, era rival de mis ansiedades, enemistado con mis pasos dados, era un mes de más reflexión que acción, porque para eso nos llegó septiembre. Noveno mes del año y ya todo parecía claro a mí entender: Comprender las señales, escuchar a los amigos, no insistir cuando la espalda es más grande que las palabras de aliento, ser coherente con las pérdidas y bueno, ser siempre sensato con los amigos, esos seres diminutos que hacen de nuestra ansiedad una simple cortesía.

Octubre fue un mes de despedidas, finalmente aprendí la lección y comencé paso a paso a despojarme de cada hoja, como el árbol que en otoño deja caer su peso para florecer con una nueva vocación de vida, porque cuando uno aprende a dejar ir en la vida, la vida misma le devuelve a uno. Maestra vida, porque a octubre le debo la felicidad, el núcleo familiar, el amor de mamá, la admiración de papá, la constancia de los amigos, porque amigos muchos claro, la vida me ha dado ese donde la amistad, pero míos, míos, míos… aprendí a saber quiénes eran y a qué precio.

A noviembre le devuelvo la sonrisa y las caricias recibidas, le devuelvo el amor, porque noviembre me regaló la lectura, me trajo ese libro que a finales de octubre apartaría mi neblina y me daría una ruta en tren desde San Petersburgo hasta Moscú, me dio el perfume para dar identidad a lo que mi camino demandaba, ¡oh noviembre infame! Diría en un susurro cobarde, o como se pueda criticar en términos cinematográficos, “oh dulce noviembre”.

Diciembre es ahora, porque más parecemos hijos en gestación de un enero desconocido a lo que realmente somos: Frutos de un año muy movido y a mi consideración, un año fuerte. Pero también a diciembre le debo mi familia y le debo el amor, el cariño, la soledad, las noches en Palmira, las tardes en san Antonio, las mañanas verdes, y la clarividencia de poder decir adiós, también de llegar para conocer a Simona y a Martina.

Al final del año, volvemos a la reflexión.

AV.


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