22 de diciembre de 2014

Un Café para el Desayuno.




Cats at Breakfast Blank Cat Greetings Card.


Encontrarse de nuevo con la familia que vive lejos, retomar viejas costumbres y con ellas conversaciones que para algunos ya quedaron atrás en la cotidianidad, para otros son novedad, son sorpresa y fervor. Compartir cada mañana con un nuevo compañero que para los años ya no es nuevo, para la distancia, es más bien modesto.

En estas fechas de fin de año siempre la nostalgia ataca y para ello hace gala de sus mejores técnicas, en ocasiones, llega por un aroma o una sensación que nos remonta al pasado, en otras veces lo hace por medio de una palabra o alguna canción, siempre, tratando de salirse con la suya.

Me encuentro en la Florida, al este de los Estados Unidos, allí por el momento estoy compartiendo apartamento con el hermano menor de mi madre, el Tío alcahueta de otrora tiempo, el tío divorciado de nuestros días y la bendición de Dios para el cuidado de mis abuelos. Mirarle a los ojos es un ejercicio de redención, entender día a día cada una de sus decisiones, comprender sus comportamientos, ver el pasado esfumarse en su mirada, sentirlo preso de su presente, verlo cargar en su espalda un peso que ni si quiera él conoce, soportarse a sí mismo, y ante esa imagen ser persona, tratar de ser lo más cordial y de mi parte lo más humano, porque nuestras vidas son distintas pero familia es familia y es allí donde comienzo a comprender su rol en todo este escenario llamado vida.

Cada mañana desde hace varios días atrás compartimos una taza de café, quizás como algo sacro en medio de tanta nostalgia, en esa espesa niebla que acuñándola a la humedad, acusamos de capturar cada reflejo de la memoria. Digo cada mañana más como un eufemismo de la vida que como un hecho real, pues ustedes que han aprendido a conocerme saben que duermo como león y, haciendo honor a tal rol he comenzado por iniciar mi jornada diaria alrededor de la 1pm. Allí, sentados uno junto al otro comenzamos nuestra jornada, primero un sorbo de café seguido por algún comentario suelto sobre realidad política. Allí comienza todo.

Mi Tío, a quien llamaremos Arturo por aquello de proteger su identidad, es ya un hombre mayor con estudios en “Ciencias de la Comunicación” y a quien desde joven he admirado por su proeza intelectual. Tiene en su haber varios premios de periodismo y otros más en literatura, ya ha publicado varias obras y con ellas se ha ganado un lugar de respeto entre poetas y escritores modernos en la caníbal y ansiosa comunidad intelectual de los Estados Unidos, país en el que lleva residiendo por más de 30 años. Colombiano como él solo y amante del Vodka, buen aguardientero y caprichoso hincha del Club Independiente Santa Fe.
Bajo este entorno imaginarán ustedes el ambiente de felicidad y conquista que se respira en esta casa, pero no podemos permitirnos en la confusión asumir situaciones que ya no son de agenda en estas almas, porque la gente cambia, las personas cambian, sea porque sufrieron demasiado, sea porque se cansaron de lo mismo.

Con el primer café del día comenzamos nuestra conversación de la jornada; yo formado como Politólogo y con posgrado en temas sociales junto a un curioso niño de más de 50 años de edad damos rienda suelta a un sin número de temas propios de la realidad política de Colombia (nuestro país de origen) para terminar luego más en explicaciones de contexto que en debates de fondo. El primer paso casi obligado en toda conversación con un extranjero es el papel que juega el Ex presidente Álvaro Uribe Vélez, seguido por incesantes puntos de inflexión sobre el por qué ocurre lo que ocurre en nuestro país, como si la memoria de “Gabo” no fuese suficiente para tal tormento. Allí, descansando de la política nos encontramos en lo deportivo y qué sorpresa entrar explicar detalles (más con morbo que con pedagogía) sobre la situación actual del América de Cali, mientras tanto, tomamos otro sorbo de café.

Iniciamos nuestros puntos personales, él claro, buscando en mí entender lo que afuera ocurre y que la prensa no ha podido publicar. Hablar de nuestra vida privada, exponernos uno ante el otro como una danza de tango en aquellos años 30, donde el que cortejaba era el que bailaba y el que disponía era el que observaba desde la barrera; enfocarnos en historias de lo cotidiano y allí, comenzar una a una las historias de cómo hemos llegado hasta aquí, explicándonos uno al otro como el asesino que busca redención en el confesionario de una parroquia de barrio, cada una de nuestras historias, todas con el mismo grado de importancia porque aquí todo vale, sencillamente, porque el pasado siempre deja una huella imborrable por más distintas que sean las vidas de los interlocutores.

Aprender a reconocernos en el otro.

Por ahora, termina nuestra primera taza de café.


AV

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