29 de julio de 2010

Sólo Quería Un Café


Imagen tomada de: http://www.flickr.com/photos/hjmart/3927592790/

Title: Waiting... Artist: Helen Janow Miqueo - International Artist

2009

Tengo que darle las gracias a R. Blades, su música me empujó un poco para ese largo y majadero camino de escribir de culpables y solemnes de sobrenombres y avenidas. Con el calor más fuerte que hasta el momento había sentido, el sudor ya demandaba frescura en mí pasar por los diversos pasillos de la universidad del Norte, definitivamente por encima del peso del calor sentarnos en cualquier muro y darle un revés a la memoria no sorprende en estos calores, donde el indulto del crimen se evidencia en un complejo clima para un turista desesperado.

Mi gusto por el café lo adquirí como herencia de una novia que tuve muchos años atrás, inicialmente yo no gustaba de esa bebida, por el contrario era amante del te frío, pero al llegar a Cali y empezar la relación de ese entonces me vi envuelto en una dependencia a la cafeína sorprendente, tanto que dicha bebida se convirtió en mi acompañante número uno, siempre presente en todas mis decisiones, en mis temores, mis vacíos, mis vicios, mis errores, en mis silencios, en mis reuniones y mis intimidades.

Siempre defendiendo mis convicciones llevé conmigo de manera colectiva el gusto por el café hasta convertirlo en una bebida social, gustoso por su amargo sabor y su dulce compañía resultaba dando ademanes a la cotidianidad con históricos sorbos de pasión, seudónimos universitarios y muchos sobres de azúcar alrededor.

En Buenos Aires, en Ciudad de Panamá, en New York, en Washington y en todo el territorio nacional que recorría siempre hallaba la manera de perderme en mi cotidianidad y escapando de mi mente me acercaba al beso de una bebida de café. Un tinto doble, con dos de azúcar y en lo posible cargado. Grandes amigos han sido testigos de mi gusto por dicha bebida caliente, grandes paisajes y pequeños momentos han sido endulzados por dos sobres de azúcar, en algunas ocasiones en recipientes de icopor (esa palabra como tal no existe en español, de hecho significa “Industria Colombiana de Porosos”, en este sentido la palabra que mejor se asemeja es ´Polietileno expandido´) o de plástico, en definitiva la importancia que le había dado a dicha bebida ya era parte estructural de mi personalidad.

A la primera mesa de degustación de Café que vi me tiré cual náufrago a tabla en el mar, inmediatamente me serví el café (me tomó bastante tiempo entender el funcionamiento del termo de café, fue vergonzoso ese momento) con la ayuda de una amable costeña que trabajaba como aseadora en el auditorio, salí al pasillo externo y sentado sobre las gradas bajo un sol amarillo, precioso y ardiente, me dejé abrazar por el calor de la bebida prohibida por los mormones (la cafeína altera el templo del alma que es el organismo), y de un solo guiño rechacé continuar tomando esa taza de café. El calor era insoportable y jamás en mi vida había sentido la necesidad de dejar servido el café y salir a buscar otra cosa diferente.

Fueron varios los días de negación, a cambio retomé mi vieja costumbre de beber Té Helado y pensar en cómo sería mi vida sin beber café, seguramente sería más saludable y menos acelerada, pero en el trasfondo logré darme en la cuenta de lo importante que había sido ese momento y abrir mi voluntad a permitirme comprender otros detalles de la cotidianidad recibida en un Caribe desconocido para mi, más allá de la música o la geografía era nula la información y conocimiento que tenía de la cultura del norte, por supuesto la tarde llegaba a su fin y después de un par de mesas de debate intentaba negociaba con el clima el deseo de acomodar mi cotidianidad con la cotidianidad de una cultura y unas condiciones nuevas para mí.

Al finalizar el acto cultural preparado por los anfitriones del evento decidí salir a fumarme un cigarrillo y emborrachar mis ilusiones con un anaranjado cielo que se coqueteaba con el azul de un día que se marchaba, solo lograba observar la estela anaranjada y rosada que se sacudía en la brisa de unas nubes juguetonas, el azul de costumbre ya poco a poco se marchaba en promesas de regresar; Muerto de placer y ansioso por entrar en esa paleta de colores caribeños anhelé ver ese atardecer en todo el frente del horizonte, sacarle un pañuelo al cenit y besar a las nubes como acto de agradecimiento, acomodarme en una roca elevada y fumarme un cigarrillo como acto de reconciliación con el día que llegaba a su fin y darle apertura a unas tímidas estrellas que no querían dejarse ver.

Reflexionando sobre la aventura que iniciaría en tierras caribeñas el golpe de la nostalgia no fue mayor cuando sin censurarme me dije en voz alta: “Qué mejor que sentarse a tomarse un café, fumarse un cigarrillo y ver este hermoso atardecer”

AV

27 de julio de 2010

Encuentros



Imagen Tomada de: http://www.dosisdiarias.com/ Albert Montt.

Un camino de bolsillos rotos, un buen rock & roll delineando el camino en una autopista de calor y buenas intensiones, una ventanilla de sacro silencio que marca pautas por cada esquina, una hermosa Barranquilla que en medio del calor de las once deja al hambre un segundo lugar para dar protagonismo a la sonrisa desesperada de los vecinos que salen a barrer en esquinas. Una zona en constante construcción, una ruta fuera de la urbanización, un caleño lejos de su situación de folclore, un mundo lejos de lo posiblemente real, sólo un testigo en un bus urbano.

Al llegar a la U del Norte, en portería un Pendón grande con el logotipo del evento al que estaba dirigiéndome me daría la tranquilidad de que llegué a donde se debía llegar, por supuesto un amable guarda de seguridad y una cámara de vigilancia fueron los testigos de mi arribo, lo demás en este episodio del día se resumiría en caminatas por pasillos, esquinas y salones de clase, cafeterías y plazoletas, auditorios y un coliseo deportivo que serviría de cierre de la jornada. En general este tipo de actividades siempre vienen acompañados de la expectativa de saber que compañeros o personajes conocidos encuentra uno en el evento, cómo está la atención por parte de los organizadores, que tal es la representación femenina en el auditorio y superficialidades por el estilo.

Con el calor de Barranquilla en ese preciso día comenzaría la historia de quizás un viaje que inició como un evento de reflexión y análisis para terminar en un vagón de viaje a otro punto de vista de las cosas, a un escenario de cambios y ambiciones, a la recuperación de ciertas actividades e ideales congelados en el ayer y recuperados en el calor más justiciero de un día normal.

Quizás lo más sorprendente de este tipo de eventos académicos de integración interuniversitaria es la llegada de la jornada de la noche, en su gran mayoría de asistentes el promedio de edad oscilaba en un rango de 23 – 27 años, y en ese mismo rango gran parte de la población presente es estudiante de pregrado o recién egresado. Con esto, a lo que me refiero como sorprendente es a la explosión de hormonas de cada ser con la llegada de la luna, de manera graciosa cada quien comienza a observar y dejarse observar, buscando donde sugerir lamentos o donde imponer condiciones, la evidencia de ello es precisamente la programación de la salida nocturna.

Muchos – y me incluyo – bajo el imaginario de estar en Barranquilla, ciudad costera y rumbera, asumen que la noche es un lugar y no un escenario o tiempo, y en ese mismo discurso salen a buscar donde divertirse, la gran diferencia en este aspecto es a lo que cada uno llama diversión, pues en mi caso es salir a tomar una cerveza helada y relajarme de todo lo que se encierra en mi mente mientras para otros – algunos colegas míos de Cali – es salir a conquistar mujeres dispuestas a tener sexo con ellos. Este suceso me recuerda el mismo incidente en la ciudad de Bogotá en el año 2007, de todo el grupo de Cali era el único que no perseguía tal interés. ¿Será mal de caleño? ¿Seré un Caleño diferente a los demás?

Cada viaje de estos, a pesar de uno intentar disfrutarlos en soledad o a la mejor manera autómata y desinteresada posible siempre terminan en alguna estación acompañados por personajes especiales, personajes que en ocasiones son temporales o secundarios, en otras situaciones son más protagónicos y en otras terminan siendo inclusive la misma razón de ser de dicho viaje.

En esta travesía Barranquillera dos personajes de mi pasado – cada uno en una línea de tiempo diferente - reaparecieron en mi vida en este guión, el primero de éstos un viejo amigo de actividades de participación estudiantil e integración social de la carrera que estudié y otro un viejo estudiante que fue alumno mío en alguna cátedra que di como Monitor asistente de docente. Ambos con sus distintas motivaciones fueron mis compañeros de aventura en la gran mayoría de actividades a pesar de tener cada uno su rol especial definido, lo mejor de todo ello, es que a pesar de jamás proponernos tal cosa, la unión fue nuestra mejor aliada en ocasiones donde las soledades eran compartidas y los desesperos consolados entre sí.

Cada uno de los días de este viaje tuvo su aroma distinto, inclusive su propio cielo y su propio atardecer – del cual habláremos en la siguiente entrega – donde convergían de manera sensata y humilde las esperanzas, motivaciones y silencios particulares de cada uno de los compañeros de este censurado y académico discurso.

Aquella noche cada uno estuvo preocupado por sus asuntos disimulando en el mejor de los discursos un brindis y una cerveza que ahuyentara el calor de nuestra presencia. Mientras alguno mostraba al mejor estilo de un pavo real, sus dotes de buen bailarín haciendo alusión a su condición de caleño para conquistar señoritas de pregrado de otras ciudades, el arte de la contemplación llegó esa noche en mi mesa, disfrutando de mi cigarrillo y observando la dinámica de mis dos escuderos, recordé entonces ese malicioso y secreto mensaje que trae consigo aquella tierra donde todo ha sido carcomido por el olvido.

AV


Caribe con sal




Imagen tomada de: http://equinewebmarketing.com/blog/?m=200908

Hay lugares que te cambian la mirada de un solo concepto, te llevan de la mano en su aroma vida y te transforman en alguna circunstancia cualquiera en un heredero de cotidianidades pasajeras. No hay cotidianidad más falsa y a su vez verídica que la de un aeropuerto, aquel lugar donde las despedidas y las emocionantes bienvenidas juegan con la ambigüedad de un lugar seductor de olvidados trabajadores, de personajes que dejan de ser misteriosos para el olvido y solamente juegan un rol en sus labores.

El primer pensamiento al bajarme del avión fue “esta ciudad huele a sal”, lo curioso es que aquel aroma no estaba impregnado en el aire o la brisa, no viajaba entre los suspiros y los bullicios, lo encontraba por el contrario en las paredes, en los pasillos y en cada baldosa que contenía dicho aeropuerto. A la salida, un fuerte sol me daba la bienvenida, dándome a entender su poderío y reinado, pero ni su fuerza ni su calor lograron ganarse mi asombro o mi respeto, fue por el contrario ese aroma bailarín que en todas partes daba su sello de calidad.

Conversando con un vendedor de dulces, luego con una señora encargada del aseo, posterior a un oficial de policía de turismo, todos, sin proponérselo sugerían llegar en bus hasta el centro, tomar por la calle 46 llegando al SENA otro bus que subiese por la 38 y en la SIJIN tomar otro bus que subiera hasta la 51, allí, cruzando el puente llegaría a la vía a Puerto Colombia, un municipio del que hablaremos después, a 5 km encontraría la Universidad del Norte. Por supuesto, presté atención con toda la cautela del mundo porque ni por el mismísimo mesías pagaría más de treinta mil pesos en taxi, claro, viajaba con sueldo de joven.

Me comentan algunas amistades costeñas que la bulla en los buses es impresionante, no sé en qué clase de transporte público estuve movilizándome, pero el silencio que se transportaba en dicho vehículo era la mejor introducción que pudiese recibir a un mundo costero alejado de la realidad del interior, un mundo que carga en su legado todos los problemas del olvido, pero que jamás pensaría entre ellos llevaría consigo el silencio que por 25 minutos estuve observando.

Sudando hasta la última gota llegué a mi destino, primero hice la parada en el lujoso hospedaje que la Javeriana había asignado a los viajeros, una humilde construcción de los años del frente nacional con la tecnología del ayer en su sistema de refrigeración y protección contra insectos. Ubicando mis pertenencias en una cama con el sistema de resortes similar al de una mesa de billar, separando mi cansancio del nuevo destino, observando la calidez de un jardín y el azul de un despejado cielo, tomando impulso y abundante agua, tomando nota de lo que sería mi recorrido hasta llegar a la mentada universidad.

Es curioso que en estos casos lo que más me resuelve es el aroma a sal, aun en el más abierto de los espacios, de la manera más caprichosa me acompañó de lado a lado, no era por supuesto un aroma a sal marítima ni a océano, se trataba de un aroma especial que sólo en par de ocasiones de mi vida he podido percibir, un aroma que no se asemeja al bochorno o a la humedad de un día soleado, ni al cambio climático del turista, tampoco a la antigüedad de una construcción o a la velocidad del viento, un aroma más bien especial, lleno de vida, lleno de motivos, un aroma que serviría de guía en algunos momentos del viaje.

Lo que me gusta de estas experiencias no es precisamente el aspecto turístico del asunto sino, el hermoso proceso de descubrimiento y empatía que se genera con ciertos lugares o personajes, obviamente, también he evidenciado experiencias desastrosas y amargas pero en esta ocasión, aquel aroma no era estable, quizás algo jugaba con mi sentido del olfato, quizás se tratase de una simple percepción, quizás fuese sólo un punto aislado, quizás, quizás, quizás.

Con la mente abierta y el corazón ocupado en asuntos de importante trabajo, tomar el impulso de asumir el famoso “ya llegué” o “aquí estoy” me dirigí a la universidad sede del evento que convocaba mi presencia en dicha ciudad, lo sorprendente de Barranquilla a estas alturas del viaje no era pues la curiosa iconografía que maneja, las señales especiales de tránsito que tiene ni la sencillez de los locales, no, era el persistente aroma.

Un aroma que explicaría lo que es ahora, una esencia de cambios.

AV

25 de julio de 2010

Alas del Caribe




Imagen Tomada de:
http://i124.photobucket.com/albums/p15/cunningrabbit/Cat_Heaven.jpg&q=heaven%2Bcat

Siempre emprendemos un viaje con alguna intención o motivación guardada distinta a la original, para esta ocasión como cualquiera de los viajes de corte académico que he emprendido, siempre el deseo de reconocer el territorio me ha abrazado con más afán que el mismo deseo de aprender, y es precisamente en ese sentido que para esta ocasión un buen viaje siempre va acompañado de una bitácora que respalde lo vivido y aprehendido, sin embargo, más que una bitácora de viaje se ha decidido realizar un encuentro literario entre lo vivido y lo literario, jugar a estar.

Los viajes siempre van acompañados de soledades personales. Siempre me he caracterizado por emprender caminos de manera independiente, recorrer las calles a mi modo de ver la vida y alejarme en lo posible de aquellos formatos de turismo que recomiendan las oficinas de cultura o la prensa escrita. Al igual que cuando inicias la lectura de un libro, los viajes siempre se deben arrancar con la expectativa de una historia por conocer, una trama por construir a base de cotidianidad y un amor por el vuelo de la imaginación.

El Caribe colombiano no es la excepción y más que una tierra costera y con riqueza cultural es, a palabras de algunos pensadores, una nación diferente en la que se tejen las historias de toda una nación, una tierra distinta en donde a pesar de conformar el territorio nacional es a su vez otro mundo lleno de aquella magia que tanta tinta le permitió a los literatos producir.

La primera consigna en estas experiencias es ser fiel a las convicciones, no permitir que los principios caigan en la ambigüedad del turismo o en la seducción del comercio, sólo pertenecer y estar, aprender a inmiscuirse sin interferir aquello que nos recibe. Muchas son las lecciones que se traen de regreso a casa, las posturas de vida y las lecciones soportadas. Un enorme viaje literario donde el libro más importante estaba compuesto por una tapa de océano y unas páginas asfalto.

Una importante tarea llevaba consigo esta partida: Reflexionar y reconsiderar, estudiar y evaluar, observarnos en el espejo de la soledad esa sumatoria de hechos que se deben consensuar entre razón y corazón, darle un nuevo aire a un camino de vida que ya este año cumple su vigésimo séptimo aniversario. Construir el carácter que se ha forjado y darle más herramientas de peso para el proceso de alquimia y orfebrería, para la vida y la muerte.

Curiosamente lo primero que conocí del Caribe Barranquillero no fue su tierra, por el contrario, el primer contacto visual directo fue con las nubes, atravesar los cielos y observar desde la ventanilla del avión cómo desde los aires se ve la virginidad de tierras y el dolor de predios, como el brazo del Magdalena y la cintura del Atlántico se aferran a una curva de tierra ceñida por la nostalgia de los hombres. Observar desde una ventanilla un azul lleno de profundidad, tan claro, tan lejano, tan propio del pasado, un azul que quiere ser reconquistado con letras y canciones, un azul que no se hace proclamar sucursal o embajada, pero que lleva toda la realeza de miles de años en un soplo de vida dispuesto a dar vuelo a las alas de la imaginación, a un Caribe que parece más una galería que un lienzo.

El Caribe no es un lienzo dispuesto a ser dibujado por amores y pasiones culturales, es en todo el sentido de la palabra una galería llena de vida y de arte, de sangre y contaminación, de placeres y curiosidades, de sal y de asfalto, de hombres que aman a las mujeres y mujeres que mandan a los hombres, de una tierra que ha aprendido a olvidar para no sufrir, ha aprendido que el mejor color para una obra no es el azul del cielo que lo observa desde arriba sino, el invisible y transparente color de una cultura que le protege de todo rencor y dolor.

Mi primer contacto fue con el cielo despejado, y casualmente, el que necesitaba observar: Un territorio en el que se me invitaba a alzar las alas y dar vuelo a la imaginación, luego, al llegar a tierra, sería pues el momento de dar alas a la razón y el corazón.

AV

19 de julio de 2010

El Museo de la Memoria




Imagen tomada de:
http://cuteandcuter.tumblr.com/ "Famous Men Who Love Cats"

Dejar que el tiempo pase con calma, sentarnos a escuchar la canción que nos gusta, darle vida a los recuerdos y que en ella cada acorde de señales de vida y de amores, que se estremece con la lluvia que golpea en la ventana. Que la distancia es larga y la casa está vacía, que el calor no llega más arriba de las rodillas, que los pecados de una década pasada se viven en la memoria de los presentes. Saberse de memoria todos los cuentos de los hermanos Grimm, re-leerse las fábulas de Esopo, colorear los libros de pluto o aprender a leer con nacho.

Si de algo se ha caracterizado este blog ha sido precisamente de creyente y dependiente de la musa de la memoria, de darle a la cotidianidad unos tintes de pasado, darle sepia al color de los recuerdos y convertirse en testigo literario de muchos cuentos del pasado, de vivencias extrañas que se aparean en promesas de un mundo mejor o que quizás se sientan a comer helado en una esquina singular de un rincón casual. También se le ha dado banda sonora a la narración primera persona, en caso de terceros ha sido más el asombro gráfico que musical, siempre correspondiendo a los honores de un buen lector.

El museo de la memoria es el palacio sagrado de nuestra redención, escenario perfecto para descifrar enigmas o dudas, encontrar señales, perseguir fantasmas y guardar en vitrinas los días y los sentimientos que cada uno de estos lleva consigo. Un escenario físico al interior de la cabeza de cada lector, una cotidianidad similar que se plasma en letras y obligaciones, un ejercicio mágico de darle oficio a los sentimientos y abstraerlos a una realidad emocional imposible de calcular, ser callejeros en asuntos que jamás han visto la luz del sol.

Cada misión en la vida lleva detrás un presente generoso para con el misionero, explicaciones a transeúntes que observan su esencia en espejos desgastados por tanto uso, miradas de interés en titulares de prensa, oídos sordos a melodías del pasado, programas radiales que no prosperaron en el concierto nacional, caminantes que llevaron en sus bolsos marcas de artistas y perdedores, de libros y asesorías, de tiempos llevaderos.

Los Gritos del Tiempo se escucharon en aquella década de los 90s, una década que le tendió la mano a la exigente juventud de los 80s, de los inspirados poetas de obituarios y epitafios de la prensa nacional, donde la sangre se derramó sin vigilantes en escena. Las Sombras del Tiempo se observaron en la década del 00s, pobre de aquellos que naufragaron en la juventud de los 90s, no encontraron una mano que recibir, sólo estigmas sociales y tráfico de emociones, etiquetas y acusaciones heredadas.

Ese vacío generacional hace parte de los lugares donde el sol no llega ni por invocación, donde los nacimientos se esfuman con silbidos y se marchan con el viento gritando que no quieren volver, donde las identidades se mezclan en intimidades prestadas, en lágrimas compartidas por la redención y la culpa, por la inocencia de algo que no se sospechó, por algo que la generación antecesora no creyó necesario conservar.

Dejar que el tiempo pase con calma, sentarnos a escuchar la canción que nos gusta, darle vida a los recuerdos y que en ella cada acorde de señales de vida y de amores, que se estremece con la lluvia que golpea en la ventana. Dejar que las virtudes de cada generación tengan un espacio para ser recordadas y mentadas en el paso del tiempo, en el estilo acelerado de una excitante generación de incautos conectados a un par de audífonos, de seres de luz que no salen a la calle a escuchar el tráfico sino, a escapar de su encierro.

El museo de la memoria no debe servir únicamente para recordar y exhibir los más preciados y extraños sucesos de nuestra existencia, debe servir para dar justicia a lo que los sentidos dieron importancia en algún agujero del pasado, darle control a la inerte esencia de lo cotidiano.
Seamos sensatos con el papel en blanco de la memoria, con el acetato de la creación, con las intenciones de los años, los amores que se roban recuerdos, los corazones que se quedan esperando, los años que se quedan sin solución.

Las musas que vuelven al blog.

AV

17 de julio de 2010

El sueño de la Mandrágora



Imagen Tomada de: http://i207.photobucket.com/albums/bb196/CeLeStiaL-MySTiC/Animals%20And%20Nature/BlackCatFaeryForest.jpg

Al igual que la leyenda de la mandrágora, el hombre siempre ha querido superar su condición de ser humano, inclusive, vacilar al universo una broma pesada y pretender ser inmortal por encima de cada una de las virtudes y condiciones que se le han brindado. La mandrágora en su desespero ha permanecido callada en el profundo bosque y en innumerables leyendas, querer eternizarse en sus intenciones de ser un ser superior a su condición de vegetal, más allá de su entendimiento como ser irracional, sólo busca su placer y su redención.

Todos los seres cumplen una tarea indispensable en el sano equilibrio de la vida, de hecho la vida es precisamente lo que se define como una relación de costo – beneficio entre distintas especias hasta lograr un solo ecosistema. El hombre, en sus desespero por romper barreras y robarle a la inocencia el derecho a decidir, ha sufragado en actos violentos manchas inolvidables de sangre en santos lugares donde la nieve o la niebla jamás imaginaron lo imposible, la sed de poder, la avaricia, los celos e inclusive la misma ira han servido de pecado para darle a la razón y al entendimiento la ciencia necesaria para la construcción de herramientas y armas mortales, capaces de matar a inocentes mamíferos, de acribillar a seres submarinos para arraigarlos en tierras que estos desconocen, virtudes como la disciplina y el amor han sido tergiversadas para llegar en renglones sueltos a implorar a nombre de una fe desconocida el destino de una naturaleza que ve morir sus orígenes en viejos árboles, en talas indiscriminadas y pieles comercializadas más lejos de lo que la cordura puede dar, darle al significado de la naturaleza y el ecosistema un mero sustantivo. Darle muerte al significado de la vida.

Cada uno de los ciclos del universo da a una raza en particular el donde del equilibrio, primero lo fueron las plantas, posterior a ella llegaron los insectos, con el tiempo las aves lograron migrar conocimiento y amor, años más tarde llegaron los reptiles e inclusive la misma especie mamífera. Cuando el turno de hombre toco base en la pirámide se inventó el fuego, el pecado más grande de todos los pecados, no por ser la llama un objeto de sanción o injuria no fuera suficiente para un mismo fin, de hecho la esencia del cosmos se había desaparecido con la misma llama con que se daría vida a una hoguera en la selva.

No se olvidó de la inocencia, pero se pecó en la ciencia, se dieron espacios de discusión en escenarios donde jamás se debería haber dado discusión alguna, la sangre se volvió alimento para aquellos que querían dominar lo que los insectos y las aves protegieron por miles de años, inclusive se inventó la música, una manera descuidada de darle sentido a la voz de una naturaleza que veía en el fuego la muerte de aquello que la lluvia y la brisa protegieron de por vida.

La invención del universo dio nombre científico a las cosas, pero mientras los hombres se debatieron en armas y argumentos, la mandrágora continuaba con su sueño de ser mujer. Le suplicó a la luna darle un calé y con él un nombre, una piel, una esencia, un alma; el error que le castigaron los dioses a aquella especie no fue su deseo de ser humana ni mucho menos de pisar tierra, fue su ignorancia. La juzgaron al igual que a una sirena, le prohibieron el cielo eterno y le negaron las agallas, le censuraron pulmones e inclusive hasta el derecho a derramar sangre le fue negado, ningún dios estaba en la desidia de otorgarle el beneplácito de dar un nuevo bípedo a la tierra que sangraba costa de la raza humana, aquella raza que se consideraba superior y guardiana de los seis elementos del cosmos.

Aire, tierra, fuego, agua, espíritu y cosmos. Las hadas dejaron de ser hadas para convertirse en inmensos cedros, los duende dejaron sus cuevas y se transformaron en grandes volcanes, las sirenas fueron castigadas y terminaron su travesía en submarinas corrientes de aire, los elementales se exiliaron en los cielos y fueron torrentes y temporales, fueron seres de agua y aire, fueron vengadores de lo que los insectos no lograron contener. Los faunos y las valquirias se mezclaron en lo que los civilizados ignorantes llamaron mitos, las leyendas fueron cuevas y los ánimos de supervivencia sólo se resguardaron en lo que la imprenta siglos más tarde denominó como libros.

Las ansias de poder y el amor por lo inmortal dieron a los bípedos un ropaje que hizo inútil cada uno de los vellos que la naturaleza les brindó por siglos, inclusive se cortaron el cabello para rechazar lo que la protección de las valquirias consideraban necesario, la brisa de los elementales, y el fuego duendes de antaño no transformaron la tierra, la dieron por entregada al ingenio de una ciencia naciente, sólo la música fue el más noble acto de los mortales con ropaje que un cielo grisáceo pudo agradecer.

Fueron silencios eternos en una nueva era.

AV

15 de julio de 2010

tristitĭa




Imagen Tomada de:Ian Lind’s Photo Blog
"The view from Kaaawa"

Suena el reloj, levanta la mirada y con el equipaje en mano se despide con un breve suspiro ante el nublado cielo de julio. Pasado junio sus prioridades no se consensuaron ni se disociaron, cada caminante admite banda sonora propia o silencio eterno, no existen términos ni matices grises en un trayecto lleno de adrenalina.

Cada vida se dibuja en un sinfín de correcciones y acertijos, desconocidas musas y postergadas explicaciones, desaciertos e infidelidades a la memoria. Cada corazón se sumerge en su propio latir, en ese latir y con un reloj presionando a la cordura apretó fuertemente la maleta contra su espalda y tomó rumbo bajando la colina sin retroceder mirada alguna.

Desértica imagen del olvido, con abrigo y bufanda, inseguro en ocasione y taciturno en otras se dirigió con rapidez cuesta abajo, no pretendía emerger ni sacrificar tiempo perdido, sólo busca placer y conocimiento, inclusive el exceso de información fue lo que le exilio de aquel estad de sueños sobrepuestos y sugerencias reencauchadas, amores furtivos, familiares fugitivos, amistades fusiladas.

Cerca al próximo escalón del trayecto un paisaje inexistente le detuvo, paredes azules, murales llenos de mensajes de protestas, himnos del rock tallados en inmensas cárceles de olvido y desfachatez, cerca a un bar un recuerdo se bebe cada nostalgia que los amigos le heredaron; cual herramienta de aseo desfilan las emociones en una noche aplastada por el frío verano, vientos fuertes y árboles acongojados por el hedor de un tiempo que no existió, héroes que se olvidaron, cuentos que se tergiversaron y se demandaron en cuentos infantiles, memorias de la cultura popular llevadas a páginas gastadas por la imprenta de un nuevo milenio.

Observando el cielo sigue su camino declama letras de contratos sin firmar, murmura canciones y su mirada perdida entre las nubes choca con un pasaje oscuro lleno de gotas de agua, patea sin pasión los obstáculos y se da una oportunidad entre tanta muchedumbre, invisibles como los aromas, terco como el amor, intransigente como la pasión del periodismo, inevitable como una copa de vino, volando, susurrando, delirando en rincones no existentes.

Cada caminante suele escabullir su rumbo en notas musicales, darle sentido a su soledad e inventarse trayectos de compañía mientras le dura la vida en un reloj gastado por el tiempo. Se imagina en otro universo, camina más a prisa y se deja guiar por los encantos de un nuevo paisaje, ahora se halla ante una inmensa arboleda, quizás una alameda o algún enjambre gigante de malos recuerdos, no importa, se sigue el camino y se toma impulso a ritmo de corrientes, zigzaguea y cruza un par de puentes, amarrado a su equipaje deja en un cuento la evidencia de que algún día estuvo allí, se convierte en un ser abstracto e impersonal, en un objeto de colección.

Su piel se estremece en un sentido pésame de la vida, se siente en una paradoja extraña de la vida, se prefiere detener a continuar girando en círculo en un parque sin sentido, revisa con cautela su equipaje y se desprende de detalles que le fueron importantes en otro momento, sólo conserva su información y se desviste ante la tentación de un nuevo modo de vida, sólo busca sentido en lo que la filosofía ha descartado como origen del universo.

Tan abstracto e impersonal como el sigiloso llanto de un neonato, submarino de pensamientos e infundido en dudas, camina sin perseguir nada, no pretende llegar a ninguna parte a pesar que se da prisa para no llegar tarde, el reloj le presiona, la ventaja de la vida se deja alcanzar por la impaciencia del tiempo, de las noticias perdidas, de las fotografías estampadas en nubarrones y murales, de aquellos himnos del rock que leyó en los murales de ayer.

Enciende un cigarrillo y se detiene por un instante. Frente a un puente elevado consulta con la profundidad del paisaje el destino de aquel cruce, solo inmuta lamentos y sube escalones, se detiene en el borde e intenta escabullirse en un arbusto de melancolía, le da sentido figurado a la vida, como cualquier metáfora brinca sobre la base y corre hasta llegar al otro extremo, no es de día ni de noche, sin sol y sin estrellas que criticar sólo encuentra nubes y profundidades, desespero y enemistades, se halla en su propia espiral. Se sostiene a base de caminos.

El Reloj deja de sonar.

AV