22 de septiembre de 2015

Sueños del 95.





Comenzamos a caminar por entre carpas y largos espacios de expectantes civiles, comenzamos a adentrarnos en el rumbo de una tarima. Observamos artesanos y emprendedores, jugamos a ser consumidores, nos volamos en una vaivén de ideas y antojos; caminamos porque era lo mejor que podíamos hacer mientras recorríamos decenas de carpas adornadas por el comercio, llegamos ahí, a donde era mejor quedarnos. 
Estiramos la manta y nos ubicamos haciendo eco de un pic nic un poco alejado de su real condición, estábamos los dos, enamorados, tomados de la mano, sonriendo, observando el escenario, observando los árboles adornados por faroles y rodeados de ciudadanos igual de expectantes que nosotros, era de noche y hacía calor, nos tomamos una cerveza, luego otra, y así hasta contar dieciocho en una noche musical.

Era el año 2015, por supuesto.

Comenzamos a caminar por entre los carros, nos dejamos confundir con la presencia de muchos y pocos, observábamos los rojos edificios de una universidad imponente y llena de jóvenes variopintos. Caminamos, porque no teníamos mejor opción que seguir haciéndolo hasta donde los carteles informaban, entramos sin dificultades porque mi madre era profesora en dicha institución y bueno, porque eran los mejores días del veranos. Llegamos a una cancha de fútbol en cemento, a su lado una pizzería y una heladería, ahí estaba la tarima, sencilla para nuestros días, pero majestuosa ante nuestras miradas.
Nos sentamos en el césped a esperar, estábamos los dos, felices como un par de amigos, sonriendo, observando el escenario, observando los adornos de una sencilla universidad, rodeados de estudiantes igual de expectantes que nosotros, eran las tres de la tarde y comenzaba a llover, nos tomamos una coca cola en una lluviosa tarde musical.

Era el año 1997, por supuesto.

Comenzamos a caminar por entre calles y negocios, el frío de la ciudad no era tan frío ya para nuestra cotidianidad, sumergidos en el encanto de la música conversábamos sobre esto y lo otro, sobre aquello y una que otra temática particular. Paramos a comprar un par de arepas con queso, seguíamos conversando. Subimos al apartamento y nos sentamos a esperar a Maritza, porque claro, ella siempre llegaba tarde a todas partes.
Rodeados de música, de historias para contar, de la memoria de los años noventa, del rock de los años ochenta, de las preocupaciones del nuevo milenio, del cigarrillo y el vino, de la soledad de los inteligentes, de las espesuras del amor y sus demonios. Nos sentamos expectantes, rodeados de cuentos y palabras de todo talante, los dos, como dos amigos que se conocían cada día más, como dos fulanos absorbidos por el ocio pero encantados por la música de El Dorado.

Era el año 2002, por supuesto.

La noche comenzó a darnos su calor y allí como dos enamorados, conversábamos sobre lo que era y ya no es, sonreíamos con las ocurrencias de los amigos presentes y de los que se presentaban de manera casual entre la multitud. Bromeamos con aquello y con lo otro, sentados a modo de pic nic le dimos inicio pues a nuestra cita sabatina, nuestro momento de compartir, alrededor de las nueve de la noche salió Aterciopelados a cantar, disfrutamos a más no poder, quizás en el fondo yo los estaba esperando desde hace mucho tiempo y es que sus canciones me pertenecen en la memoria, en el imaginario de los que se fueron, los que no están pero que a bien recuerdo; canciones que a hoy día en pleno 2015 son una complicidad de lo cotidiano.

Recordar entonces esa tarde lluviosa en el año noventa y siete con pachito, cantar Florecita Rockera bajo la lluvia en un torrente de inexperiencia y excesiva juventud.

Recordar entonces esas tardes en mi apartamento en Bogotá, aquel dos mil dos con diatribas y bebidas, al buen César Muñoz, gran hombre e ingrato amigo, sus ocurrencias y virtudes, sus cotidianas tragedias y su Bolero Falaz.

Ser agradecidos claro, porque son ahora los sueños en el 2015 los que se construyen, los que se fundan en pareja, permitirnos vivir el aquí y el ahora, dejar de ser exageradamente nostálgico y disfrutar del pic nic cantando La Estaca mientras nos abalanzamos en una noche llena de cerveza y buena energía.

Recordar aquel álbum de El Dorado, adentrarnos en cada canción y dar cabida a lo esencial que nos permite la música vivir. Entender que una nueva etapa en la vida ha sido bienvenida por Aterciopelados, como si fuese una cita que estaba pendiente.

Como si fuese una nueva historia para el noticiero de lo cotidiano.

AV