27 de julio de 2010

Caribe con sal




Imagen tomada de: http://equinewebmarketing.com/blog/?m=200908

Hay lugares que te cambian la mirada de un solo concepto, te llevan de la mano en su aroma vida y te transforman en alguna circunstancia cualquiera en un heredero de cotidianidades pasajeras. No hay cotidianidad más falsa y a su vez verídica que la de un aeropuerto, aquel lugar donde las despedidas y las emocionantes bienvenidas juegan con la ambigüedad de un lugar seductor de olvidados trabajadores, de personajes que dejan de ser misteriosos para el olvido y solamente juegan un rol en sus labores.

El primer pensamiento al bajarme del avión fue “esta ciudad huele a sal”, lo curioso es que aquel aroma no estaba impregnado en el aire o la brisa, no viajaba entre los suspiros y los bullicios, lo encontraba por el contrario en las paredes, en los pasillos y en cada baldosa que contenía dicho aeropuerto. A la salida, un fuerte sol me daba la bienvenida, dándome a entender su poderío y reinado, pero ni su fuerza ni su calor lograron ganarse mi asombro o mi respeto, fue por el contrario ese aroma bailarín que en todas partes daba su sello de calidad.

Conversando con un vendedor de dulces, luego con una señora encargada del aseo, posterior a un oficial de policía de turismo, todos, sin proponérselo sugerían llegar en bus hasta el centro, tomar por la calle 46 llegando al SENA otro bus que subiese por la 38 y en la SIJIN tomar otro bus que subiera hasta la 51, allí, cruzando el puente llegaría a la vía a Puerto Colombia, un municipio del que hablaremos después, a 5 km encontraría la Universidad del Norte. Por supuesto, presté atención con toda la cautela del mundo porque ni por el mismísimo mesías pagaría más de treinta mil pesos en taxi, claro, viajaba con sueldo de joven.

Me comentan algunas amistades costeñas que la bulla en los buses es impresionante, no sé en qué clase de transporte público estuve movilizándome, pero el silencio que se transportaba en dicho vehículo era la mejor introducción que pudiese recibir a un mundo costero alejado de la realidad del interior, un mundo que carga en su legado todos los problemas del olvido, pero que jamás pensaría entre ellos llevaría consigo el silencio que por 25 minutos estuve observando.

Sudando hasta la última gota llegué a mi destino, primero hice la parada en el lujoso hospedaje que la Javeriana había asignado a los viajeros, una humilde construcción de los años del frente nacional con la tecnología del ayer en su sistema de refrigeración y protección contra insectos. Ubicando mis pertenencias en una cama con el sistema de resortes similar al de una mesa de billar, separando mi cansancio del nuevo destino, observando la calidez de un jardín y el azul de un despejado cielo, tomando impulso y abundante agua, tomando nota de lo que sería mi recorrido hasta llegar a la mentada universidad.

Es curioso que en estos casos lo que más me resuelve es el aroma a sal, aun en el más abierto de los espacios, de la manera más caprichosa me acompañó de lado a lado, no era por supuesto un aroma a sal marítima ni a océano, se trataba de un aroma especial que sólo en par de ocasiones de mi vida he podido percibir, un aroma que no se asemeja al bochorno o a la humedad de un día soleado, ni al cambio climático del turista, tampoco a la antigüedad de una construcción o a la velocidad del viento, un aroma más bien especial, lleno de vida, lleno de motivos, un aroma que serviría de guía en algunos momentos del viaje.

Lo que me gusta de estas experiencias no es precisamente el aspecto turístico del asunto sino, el hermoso proceso de descubrimiento y empatía que se genera con ciertos lugares o personajes, obviamente, también he evidenciado experiencias desastrosas y amargas pero en esta ocasión, aquel aroma no era estable, quizás algo jugaba con mi sentido del olfato, quizás se tratase de una simple percepción, quizás fuese sólo un punto aislado, quizás, quizás, quizás.

Con la mente abierta y el corazón ocupado en asuntos de importante trabajo, tomar el impulso de asumir el famoso “ya llegué” o “aquí estoy” me dirigí a la universidad sede del evento que convocaba mi presencia en dicha ciudad, lo sorprendente de Barranquilla a estas alturas del viaje no era pues la curiosa iconografía que maneja, las señales especiales de tránsito que tiene ni la sencillez de los locales, no, era el persistente aroma.

Un aroma que explicaría lo que es ahora, una esencia de cambios.

AV

1 comentario:

Anónimo dijo...

Era lo que en aventura, quería leer de este grandioso viaje, lo haces ver tan maravilloso, que ahora envidio estar allá.. jajaja
Tendré mi oportunidad pronto, y me encanta saber por medio de tus palabras q fue una gran aventura....