17 de julio de 2010

El sueño de la Mandrágora



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Al igual que la leyenda de la mandrágora, el hombre siempre ha querido superar su condición de ser humano, inclusive, vacilar al universo una broma pesada y pretender ser inmortal por encima de cada una de las virtudes y condiciones que se le han brindado. La mandrágora en su desespero ha permanecido callada en el profundo bosque y en innumerables leyendas, querer eternizarse en sus intenciones de ser un ser superior a su condición de vegetal, más allá de su entendimiento como ser irracional, sólo busca su placer y su redención.

Todos los seres cumplen una tarea indispensable en el sano equilibrio de la vida, de hecho la vida es precisamente lo que se define como una relación de costo – beneficio entre distintas especias hasta lograr un solo ecosistema. El hombre, en sus desespero por romper barreras y robarle a la inocencia el derecho a decidir, ha sufragado en actos violentos manchas inolvidables de sangre en santos lugares donde la nieve o la niebla jamás imaginaron lo imposible, la sed de poder, la avaricia, los celos e inclusive la misma ira han servido de pecado para darle a la razón y al entendimiento la ciencia necesaria para la construcción de herramientas y armas mortales, capaces de matar a inocentes mamíferos, de acribillar a seres submarinos para arraigarlos en tierras que estos desconocen, virtudes como la disciplina y el amor han sido tergiversadas para llegar en renglones sueltos a implorar a nombre de una fe desconocida el destino de una naturaleza que ve morir sus orígenes en viejos árboles, en talas indiscriminadas y pieles comercializadas más lejos de lo que la cordura puede dar, darle al significado de la naturaleza y el ecosistema un mero sustantivo. Darle muerte al significado de la vida.

Cada uno de los ciclos del universo da a una raza en particular el donde del equilibrio, primero lo fueron las plantas, posterior a ella llegaron los insectos, con el tiempo las aves lograron migrar conocimiento y amor, años más tarde llegaron los reptiles e inclusive la misma especie mamífera. Cuando el turno de hombre toco base en la pirámide se inventó el fuego, el pecado más grande de todos los pecados, no por ser la llama un objeto de sanción o injuria no fuera suficiente para un mismo fin, de hecho la esencia del cosmos se había desaparecido con la misma llama con que se daría vida a una hoguera en la selva.

No se olvidó de la inocencia, pero se pecó en la ciencia, se dieron espacios de discusión en escenarios donde jamás se debería haber dado discusión alguna, la sangre se volvió alimento para aquellos que querían dominar lo que los insectos y las aves protegieron por miles de años, inclusive se inventó la música, una manera descuidada de darle sentido a la voz de una naturaleza que veía en el fuego la muerte de aquello que la lluvia y la brisa protegieron de por vida.

La invención del universo dio nombre científico a las cosas, pero mientras los hombres se debatieron en armas y argumentos, la mandrágora continuaba con su sueño de ser mujer. Le suplicó a la luna darle un calé y con él un nombre, una piel, una esencia, un alma; el error que le castigaron los dioses a aquella especie no fue su deseo de ser humana ni mucho menos de pisar tierra, fue su ignorancia. La juzgaron al igual que a una sirena, le prohibieron el cielo eterno y le negaron las agallas, le censuraron pulmones e inclusive hasta el derecho a derramar sangre le fue negado, ningún dios estaba en la desidia de otorgarle el beneplácito de dar un nuevo bípedo a la tierra que sangraba costa de la raza humana, aquella raza que se consideraba superior y guardiana de los seis elementos del cosmos.

Aire, tierra, fuego, agua, espíritu y cosmos. Las hadas dejaron de ser hadas para convertirse en inmensos cedros, los duende dejaron sus cuevas y se transformaron en grandes volcanes, las sirenas fueron castigadas y terminaron su travesía en submarinas corrientes de aire, los elementales se exiliaron en los cielos y fueron torrentes y temporales, fueron seres de agua y aire, fueron vengadores de lo que los insectos no lograron contener. Los faunos y las valquirias se mezclaron en lo que los civilizados ignorantes llamaron mitos, las leyendas fueron cuevas y los ánimos de supervivencia sólo se resguardaron en lo que la imprenta siglos más tarde denominó como libros.

Las ansias de poder y el amor por lo inmortal dieron a los bípedos un ropaje que hizo inútil cada uno de los vellos que la naturaleza les brindó por siglos, inclusive se cortaron el cabello para rechazar lo que la protección de las valquirias consideraban necesario, la brisa de los elementales, y el fuego duendes de antaño no transformaron la tierra, la dieron por entregada al ingenio de una ciencia naciente, sólo la música fue el más noble acto de los mortales con ropaje que un cielo grisáceo pudo agradecer.

Fueron silencios eternos en una nueva era.

AV

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