26 de enero de 2010

Insomnia



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Alberto Montt en un breve Homenaje a su trabajo.

¿No te ha pasado alguna vez que te acomodas en tu cama e intentas dormir pero no lo logras? Quizás sea ansiedad u algún sentimiento contrario a esta, temor, enamoramiento, felicidad, dolor, tristeza o inclusive rabia. No es acostumbrarse a mirar el techo de la habitación con la luz apagada, ni remediar una cita con el recuerdo, no es posible contar ovejas o animales con el fin de llegar al sueño, pueda que se logre llegar al cansancio pero no al sueño, el insomnio es un desconocido que se escribe en versos en el borde de la cama.

Amantes de miles de misterios nos citamos en hoteles mentales, construimos un palacio en la oscuridad y le damos protagonismo a cada una de nuestras acciones del día en dicha galería, le damos nombre a cada imagen mental que adornamos en el palacio y por dentro le permitimos marcharse con nuestras ansias de dormir, de ese modo el insomnio como protagonista de una noche cualquiera se instala con nuestros sueños en un mismo silencio, unos escapan, otros se aferran.

Dar vueltas de lado a lado en la cama, sufrir de frío o calor, mover las piernas y enredarnos en la sábana, escuchar el silencio de una habitación sola y ver de reojo esa oscura pieza de calma que se desvive en nuestra espalda. Las almohadas se vuelven incómodas hasta en el más esquinero de su material, el desespero por querer dormir invita a que el tiempo progrese de manera veloz, sin embargo al ver el reloj más cercano el asombro nos termina de despertar al saber que sólo han transcurrido unos pocos minutos y no una cantidad de horas como uno lo desea.

El mayor de los casos se avista en noches previas a labores importantes que requieren de madrugar, esa ansiedad o deseo por dormir no se dibuja en el amor por la noche, ni el más débil de los noctámbulos se deja vencer por vasos de leche caliente u oraciones confusas de viejas creencias.

Algunas veces llegamos a la cama con una canción o melodía en la cabeza producto de nuestra actividad desarrollada en el día, alguna canción escuchada en el transporte urbano de regreso a casa o de ida al laburo, melodías provenientes de tonos del teléfono móvil o de ciertos sonidos urbanos, personas que susurran canciones en su soledad improvisada, o aquellos desapercibidos que silban sus preferidas melodías junto a nuestra presencia; sea cual sea el hoy o el más tarde, esas melodías nos engañan de momento instalándose en el más inesperado segundo de la noche: la hora de dormir.

En caso de dormir en compañía lo que más mortifica es ver el rostro de nuestra compañía en perfecto placer como muestra de un estado de REM elevado a la máxima potencia, en otras ocasiones lo que más frustra es saber que el que ronca es el primero que se queda dormido, mientras uno sigue en e noctambulismo con vocación de guardián de la calle.

Sin uniforme y sin radio, sin melodía y sin jarra de café damos giros en el único metro cuadrado que permitimos movernos a altas horas de la madrugada, bajar a comer algo, encender la televisión, sentarse a leer, escribir novedades en un blog de cotidianidades, llamar a otro par, permitirnos olvidarnos de la realidad en una cama vacía, caminar por el mismo pasillo de lado a lado sin contar las veces que se repite la acción, entre infinitas acciones que solemos hacer siempre termina con el inconsolable canto de los pájaros.

Lo sorprendente no es que veamos la luz del sol aparecer en los primeros minutos del alba, por el contrario, lo asombroso es saber que ciertas aves – aun no se identifica la especie en particular – inician su canto exactamente a partir de las 03:00 horas del día, algunas comienzan con retraso de una hora, hora y cuarto, a partir de ese momento y en el más seco de los silencios de la noche (en especial en temporada de verano) sólo los turpiales asumen el protagonismo, en repetidas ondas su canto se instala junto al insomnio de nuestra noche.

Ahora fingiendo que son varias las aves que realizan dicha acción en simultánea sinfonía, el ronquido de nuestra compañía y/o la melodía del día que sigue en nuestra cabeza, logramos superar la múltiple actividad neuronal y damos por sentado el sueño que debemos conciliar aun en el más controversial de los pronósticos.

A sabiendas que hay que madrugar la ansiedad o inclusive, la angustia de no lograr dormir, se toman el rol protagónico de nuestra actividad mental, a ello se le suma la causa del insomnio y se mezcla constantemente con recuerdos o emociones especiales. Se deja cocer por unos minutos y dejamos que la duda o la constante duda de siempre tome cuerpo y se espese en nuestra agenda del día siguiente, sabiendo el tiempo que ello demanda, nos acomodamos nuevamente en la cama y lo damos todo por no dejar vencer ese estado temeroso de una nueva noche en compañía de un noctambulismo en contra de nuestra voluntad.

Imposible dormir, imposible de dominar.

AV.

22 de enero de 2010

Hojas de Enero



Imagen Tomada de: http://citynoise.org/upload/37678.jpg

Caen las hojas suavemente mientras un niño observa desde su ventana pasar vehículos de todos los tamaños y colores, sonríe cada vez que un camión viejo o una buseta de transporte se detiene en la esquina, allí, junto al semáforo le divierte observar a otros niños brincar y hacer malabares con discos y botellas de plástico. La brisa guía la sonrisa del pequeño observador sobre la copa de los árboles que se dibujan en el callejón del otro lado, allí al mejor estilo de una novela de antología dos ancianos caminan tomados de la mano mientras discuten sobre el sabor del helado que se dirigen a comprar.

Caen las hojas suavemente, chocan contra el pavimento en un día fresco, alrededor se dibuja un parque con muchos árboles que dejan caer sus hojas secas, algunos de estos son grandes y frondosos palos de mango, un guayabo en la distancia es frágil a la brisa y casi desnudo deja su roja fortuna en las raíces de un día normal. La cotidianidad se viste de gala en la desdicha de un sol que no apareció, sólo nubes blancas vigilan el entorno desde arriba, la brisa las visita y las empuja otros lugares siempre cantando la misma canción, entonando sinfonías inconclusas para los transeúntes.

Caen las hojas suavemente en una calle deshabitada, cerca a ella un garaje público recibe vehículos de distintos colores y tamaño, no discrimina en cobrar por igual el alquiler de un espacio reducido para estacionarse; hombres y mujeres dan evidencia de la gran variedad de estados de ánimo que puede llegar a guardar el ser humano en el corazón, ni la brisa fresca de una tarde de enero sirve como medicina para aquellos que cerrando la puerta de su automóvil miran con desgano su cartera y buscan un billete para calmar las exigencias del propietario del garaje, allí al lado de ellos, siguen cayendo las hojas secas, haciendo su ruido particular se despiden del frondoso árbol que algún día las vistió.

Caen las hojas en un ritmo de desesperación que el mismísimo lector no comprende, quizás sea porque no las puede ver, tal vez sean historias ficticias de otoño, podría tratarse también de algún árbol que fallece de pie despidiéndose de su plumaje a la altura de un suelo ingrato y pisoteado, un árbol con cuerpo piramidal, débil y agitado, olvidado por los transeúntes que solo fingen emociones en un día normal. Sólo un pequeño niño desde una distante ventana observa llorar a aquel árbol que en un poético salto dijo adiós a su nube preferida.

Caen las hojas para volver a crecer, para cambiar de color y engalanarse de pintorescas canciones, de variopintas aves que en sus ramas más cercanas instalan un inmueble a base de hierbas y hojas que en otros tiempos cayeron para dar hogar. Crecen sin importar el nombre o la nacionalidad, disfrutan de cada brisa que pasa, del sol que saluda en pasajeros meses de agua y sed, en días saludables y noches espirituales. Caen las hojas porque desde afuera se les ve caer, pero siguen en píe cambiando constantemente de papel.

Caen las hojas, el silencio se detiene para que se escuche un pequeño roce eterno que cubre lentamente el suelo, se siente la paz de los demás.

Caen las hojas en distintos escenarios de tiempo, enamorados ancianos comen helado en un banco de madera ubicado bajo un frondoso árbol que quiere ser escuchado, sus historias intentan traspasar el límite de lo fonético, quiere desahogarse ante una pareja de eternos adolescentes, intenta rememorar lo débil que es su especie añorando a esos hermanos que fueron talados o inclusive quemados en despropósitos proyectos urbanos.

Caen las hojas cuando el año vuelve a comenzar, se siente la distancia entre el parque y el bullicio de grandes emprendedores, de ingratos vendedores de helados que intentan sonreír mientras comercializan paletas de agua en un parque, de ancianos que cansados de caminar se levantan de sus bancos y comienzan a caminar apresurados por el miedo al sedentarismo. Algunos automóviles se retiran del garaje dejando dinero a cambio en las manos de un inteligente cuidador, el semáforo cambia a luz verde y los pequeños malabaristas se resguardan bajo la brisa de enero con sus botellas y discos, las nubes empujadas por la voluntad de una muda estación solo observan.

Desde su ventana, el niño sonríe sin entender esa extraña dinámica que su mundo le ha mostrado, no más grande que una esquina junto a un parque antiquísimo solo espera a que llegue el momento en que las hojas dejen de caer.

Caen las hojas y la vida vuelve a comenzar.

AV

19 de enero de 2010

Nostalgia de Enero



Imagen Tomada de: http://fineartamerica.com/featured/cat-in-empty-room-carol-wilson.html
Cat In Empty Room Painting by Carol Wilson (presented by Carol Wilson Cat Art)

La nostalgia no es un remedio para los enfermos ni mucho menos una vitamina para los ancianos, no se cubre con azúcar o se guarda en un cajón, tampoco se entrega a otros o se envía por domicilio. Se observa con delicadeza y se le teme en gran medida por su sigiloso modo de hacernos llorar, quizás el suspirar tiempos distintos a los presentes es lo que nos evoca en una canción, un aroma, una fotografía, una caricia o cualquier sensación que dejamos atrapada en el laberinto de la memoria.

La observamos con cuidado y con la ingratitud del cuerpo no la dejamos entrar, es de venenoso ritmo pensar que gracias a la nostalgia nos damos cuento de lo que es el significado de vivir; mentira de padres anarquistas.
La nostalgia, tan fría como la venganza, tan poliedra como la soledad, infinita como el dolor de una madre o el silencio enfermizo de un mendigo, se pasea por entre todos sin perdonar razones o emociones, se esmera en acorralar lo más sensible de nuestra memoria para armar un rompecabezas de sustantivos con verbos propios, si bien la nostalgia se escapa a la memoria es a su vez una vestidura que se compra con sacrificio.

Besar el tiempo con pasos de angustia o con la satisfacción del deber cumplido permite madurar el carácter de lo foráneos, desvirtuarnos en mitos del amor, recordar personajes que se nos escaparon de las manos, amores que se nos murieron en los brazos, amistades que sacrificamos en el materialismo, sueños que dejamos mimetizar en la penumbra de la cotidianidad, sensaciones que preferimos guardar en una caja fuerte por miedo a perderlas, sin saber que perderíamos la clave de aquella guarida.

Sin más que una simple obra de caridad, levantamos el teléfono y marcamos los dígitos de la misericordia para saludar a ese ser que tanta tinta le dedicamos en veranos de amor, callamos al escuchar una voz distinta en el auricular y guardamos en la garganta un globo de aire tan incómodo como el adiós.

No volver a ver ese paisaje que se deja en el camino se evidencia en heridas o medallas, cualesquiera sea la mención son las historias de otros, las anécdotas del prójimo las que nos emiten señales de vida magra y parca. La ingratitud con la vida es tan evidente como la ausencia de la familia en una oración de desespero.

Solicitar ayuda para volver a encontrarnos en el espejo del tiempo, cristalizar nuestras emociones exiliadas en nuevas etapas, cada capa de la vida se humedece con cada dígito de la historia, con cada era, con cada eco que se en ruta en el vacío de los olvidados, en el sueño de miles de caminantes que olvidaron su nombre sólo para conservar el de otros, aquellos que se exiliaron en un idioma tan distinto como el rencor, en un anagrama de posibilidades desperdiciadas, un acróstico de oportunidades fallecidas.

Seguir caminando en nuestras propias líneas de tiempo para darle significado a lo que hemos trazado en la juventud, dar al idealismo de los jóvenes la sabiduría del radicalismo de los muros, dar al amor de la infancia la sabiduría del amor de la vejez, aprender a decir adiós mientras se saluda a una nueva experiencia o simplemente a una nueva sugerencia.

Notas musicales rondan en nuestro camino para dar sentido a la banda sonora de cada experiencia vivida, marcarla con un son o algún acorde particular, cantarle a la vida en susurros de melancolía para que la nostalgia no siga enfriando el laberinto de la memoria.

Guardar la llave de la caja fuerte junto a una carta de amor, no resignarnos en los puntos suspensivos del llanto, es preferible aferrarnos a los puntos aparte de la cotidianidad, allí se vive más y se olvida menos.

La nostalgia no es un remedio para los enfermos, es un modo de vida.

AV

5 de enero de 2010

Silencio de Enero



Imagen Tomada de:
http://fineartamerica.com/images-medium/cats--jakes-mousers-carol-wilson.jpg
Cats - Jake's Mousers Painting by Carol Wilson (presented by Carol Wilson Cat Art)


Recordar a veces nos encierra en ese inmenso dolor de las frustraciones y emociones, en ese sigilo de querer hacerlo todo y no poder; Caminar con hambre pensando no en comida sino en el siguiente paso, en desvirtuarnos por el amor familiar y afligirnos en una sala de espera no implica necesariamente que nuestra existencia sea solventada por la fe, también los amigos y el amor sirven de base, la familia se dibuja como un soporte de año nuevo, como ese péndulo que tanto nos distrae en verano.


No se trata de preocuparnos por aquello que no pudimos hacer, no es suficiente vivir de nostalgia o castigarnos por medio llantos y acusaciones, el espejo también tiene sentimientos, inclusive mas sensibles que los nuestros propios. Bajo el calor de casa pensamos en ese ser querido que no esta con nosotros, lo observamos en el llanto y le invitamos a perseguirnos en una ronda infantil.


Somos vecinos de eso que llamamos destino, no somos caminantes de su voluntad, por el contrario vivimos como espectadores amarrados a una cuerda de dudas y reclamos, servimos para volver a nacer, no para morir con dignidad.


Rozar la piel, observar el agua caer sobre la ventana mientras la sopa queda servida en un ambiente familiar incompleto, recibir el nuevo año con sed, con sueño, aquel cansancio de la juventud eterna. Vivir la vida es aquello que tenemos para contarle a los amigos, dibujar a los seres queridos en sonrisas placenteras que motivan a volver al hogar, decir lo que se siente por encima de lo que se piensa. Volver a creer.


Como seres humanos dejamos en el libre albedrío el amor por los demás, nos educamos en calles de aromas y sensaciones, navegamos con la voluntad del mismo modo que dejamos que nos inunden con dudas aquellos que no nos conocen. Nos servimos en textos y monumentos, somos egocéntricos por educación, ególatras por convicción, cada año lo dejamos como un tesoro que no hemos guardado, cada amigo, lo conservamos como a un familiar que amamos, pero los amigos también fallecen y los familiares también cometen errores.


A veces dios también se equivoca.


AV.