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Cat In Empty Room Painting by Carol Wilson (presented by Carol Wilson Cat Art)
Cat In Empty Room Painting by Carol Wilson (presented by Carol Wilson Cat Art)
La nostalgia no es un remedio para los enfermos ni mucho menos una vitamina para los ancianos, no se cubre con azúcar o se guarda en un cajón, tampoco se entrega a otros o se envía por domicilio. Se observa con delicadeza y se le teme en gran medida por su sigiloso modo de hacernos llorar, quizás el suspirar tiempos distintos a los presentes es lo que nos evoca en una canción, un aroma, una fotografía, una caricia o cualquier sensación que dejamos atrapada en el laberinto de la memoria.
La observamos con cuidado y con la ingratitud del cuerpo no la dejamos entrar, es de venenoso ritmo pensar que gracias a la nostalgia nos damos cuento de lo que es el significado de vivir; mentira de padres anarquistas.
La nostalgia, tan fría como la venganza, tan poliedra como la soledad, infinita como el dolor de una madre o el silencio enfermizo de un mendigo, se pasea por entre todos sin perdonar razones o emociones, se esmera en acorralar lo más sensible de nuestra memoria para armar un rompecabezas de sustantivos con verbos propios, si bien la nostalgia se escapa a la memoria es a su vez una vestidura que se compra con sacrificio.
Besar el tiempo con pasos de angustia o con la satisfacción del deber cumplido permite madurar el carácter de lo foráneos, desvirtuarnos en mitos del amor, recordar personajes que se nos escaparon de las manos, amores que se nos murieron en los brazos, amistades que sacrificamos en el materialismo, sueños que dejamos mimetizar en la penumbra de la cotidianidad, sensaciones que preferimos guardar en una caja fuerte por miedo a perderlas, sin saber que perderíamos la clave de aquella guarida.
Sin más que una simple obra de caridad, levantamos el teléfono y marcamos los dígitos de la misericordia para saludar a ese ser que tanta tinta le dedicamos en veranos de amor, callamos al escuchar una voz distinta en el auricular y guardamos en la garganta un globo de aire tan incómodo como el adiós.
No volver a ver ese paisaje que se deja en el camino se evidencia en heridas o medallas, cualesquiera sea la mención son las historias de otros, las anécdotas del prójimo las que nos emiten señales de vida magra y parca. La ingratitud con la vida es tan evidente como la ausencia de la familia en una oración de desespero.
Solicitar ayuda para volver a encontrarnos en el espejo del tiempo, cristalizar nuestras emociones exiliadas en nuevas etapas, cada capa de la vida se humedece con cada dígito de la historia, con cada era, con cada eco que se en ruta en el vacío de los olvidados, en el sueño de miles de caminantes que olvidaron su nombre sólo para conservar el de otros, aquellos que se exiliaron en un idioma tan distinto como el rencor, en un anagrama de posibilidades desperdiciadas, un acróstico de oportunidades fallecidas.
Seguir caminando en nuestras propias líneas de tiempo para darle significado a lo que hemos trazado en la juventud, dar al idealismo de los jóvenes la sabiduría del radicalismo de los muros, dar al amor de la infancia la sabiduría del amor de la vejez, aprender a decir adiós mientras se saluda a una nueva experiencia o simplemente a una nueva sugerencia.
Notas musicales rondan en nuestro camino para dar sentido a la banda sonora de cada experiencia vivida, marcarla con un son o algún acorde particular, cantarle a la vida en susurros de melancolía para que la nostalgia no siga enfriando el laberinto de la memoria.
Guardar la llave de la caja fuerte junto a una carta de amor, no resignarnos en los puntos suspensivos del llanto, es preferible aferrarnos a los puntos aparte de la cotidianidad, allí se vive más y se olvida menos.
La nostalgia no es un remedio para los enfermos, es un modo de vida.
AV
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