11 de enero de 2017

Los Gatos de Cristal.




Todos tenemos historias que nos marcan en la vida, de amores que fueron y no fueron, de trabajos que quedaron o se perdieron, de victorias deportivas o fracasos académicos. Tenemos historias de amigos que ya no están, de canciones que se grabaron en el gramófono mental y perduran aún hoy día. Historias de todo color y sabor, una presencia eterna en el diario de las notas mentales.

En esta oportunidad me refiero a una historia en particular, bueno, todas son particulares. 

Hagamos memoria al año 2002, una noche de domingo, televisión nacional (no contaba con cable en el apartamento de entonces), se aventajaba el frío por entre las paredes y la soledad de un aparta-estudio no daba abasto a la inmensa incertidumbre de saber qué ocurría.

Rondando por los albores de los 17 otoños iniciaría la semana de un nuevo periodo académico en la universidad jesuita de la ciudad, el frío no mermaba y el hambre comenzaba a golpear en el intelecto. Al cumplir el primer año de vivir fuera de la casa materna, tendría dentro de la decoración uno que otro artilugio que permitiera conservar esa conexión con mis padres, más allá de una fotografía familiar. Como es bien sabido mi gusto por los felinos, contaba entre mis pertenencias dos gatos de porcelana (macho y hembra) que estaban sentados en dos patas mientras que con las patas delanteras sujetaban un corazón con un “Te amo”, era lo más simbólico en el apartamento con relación a mis padres y la ausencia o distancia que sentía, en especial al vivir en una ciudad tan lejana como la capital del país.

Cada Gato estaba ubicado encima de un televisor viejo y con barriga pronunciada, de esos televisores que se conectaban con antena de polo a tierra. Durante las noches dominicales la distracción la brindaba el Canal 1 con los inolvidables cañonazos de don JB TV y el seriado de tele realidad “Pandillas Guerra y Paz”. No había nada más por ver; mis artes culinarias (tal cual sucede al día de hoy) no son las mejores cuando de preparar arroz blanco ha de tratarse, sin embargo, con las cremas, las sopas y las carnes rojas mi talento se supera en consideraciones.

Mientras terminaba el programa musical de JB TV, comenzaba a preparar el arroz y daba paso a la carne, dicho proceso duraba aproximadamente 45 a 60 minutos entre poner el arroz en el agua (sin sal, obviamente) y tener la cena lista, mientras el tiempo pasaba, me acostaba en la cama a ver la televisión y de manera itinerante daba revisión al arroz esperando a que “secara” para así poner a preparar la carne y claro, darle mirada de que no se quemara.

Al regresar a la cama después de un par de idas y venidas, noté con un poco de duda que uno de los gatos estaba girado, es decir, ambos estaban ubicados de frente en sincronía con la pantalla del televisor, el gato estaba girado hacia el lado izquierdo. Sin darle importancia y pensando más en mi TOC solamente lo giré como debería de estar y seguí con mi menaje en acción.

De regreso a la habitación era ahora la gata la que estaba un poco girada, no del todo, hacia el lado izquierdo, como si se fijara en el gato. Me llamó la atención y la ubiqué como debía.
Durante un largo tiempo sentía la presencia de algo más en la habitación, desde meses atrás para ser sincero, pero desde la frivolidad de la educación recibida en casa no daba lugar a ese tipo de posibilidades, sin embargo, el corazón no miente y si algo he tenido en la vida, ha sido la sensibilidad para algunas situaciones como la que menciono en esta oportunidad. Sin dar espacio a creencias varias, notaba que se movían sigilosamente tales felinos.

Al cabo de una hora el arroz quedó quemado en la base y sin sabor, la carne quemada y con demasiada cebolla y tomate, el agua de panela lista con el limón (más agua que panela), serví la comida y me senté en la cama frente al televisor a cenar, el programa musical llegaba a su final y se daría inicio al programa de seriado de los adolescentes pandilleros. Comía con más hambre que atención por el programa de televisión en sí.

Ambos gatos estaban giradas a cada lado, me levanté de la cama más molesto que antes y los regañé – cómo si ellos me escucharan y fuesen a obedecer -  haciendo hincapié en que no quería que se movieran. Les suplicaba que dejaran “la pendejada”.

Hicieron caso por un rato – pienso a mis adentros – sin embargo si hay algo caprichoso en esta vida, son precisamente los fulanos que no pertenecen a esta vida. Como si desafiara todas las leyes del hombre, el gato de  porcelana saltó (digo saltar porque no hallo otro eufemismo que haga justicia a lo que vi aquella noche) cayendo en frente mío, sobre el tapete junto a la cama. Observé con más miedo que rabia, el animal de porcelana estaba intacto en el suelo, semanas atrás cuando hacía limpieza en la habitación, sin querer tumbé el muñeco del televisor y cayó sobre el tapete donde se le partió una pata a pesar de haber sido una caída suave, en cambio, en esta ocasión se databa de una caída con mucha velocidad y así y todo estaba intacto, sin un rasguño.

La gata de porcelana comenzó a girar lentamente, muy despacio casi sin poderse notar el movimiento, pero sabía que se estaba moviendo. Cuando me agaché para recoger al gato de porcelana y ver que no tenía ni un rayón la gata de porcelana estaba ya girada totalmente hacia el lado derecho. Sentí un frío penetrante, fuerte, había un ambiente a soledad poderoso en el cuarto, pesado, me incomodaba estar allí y me asfixiaba la situación.

Sin pensar en mi vestimenta de noches de domingo, bajé corriendo por las escaleras (vivía en un segundo piso) con los muñecos de porcelana en la mano. El vigilante de turno (todos de hecho) conocía un poco de mis ataques de ansiedad y mis frecuentes bajadas a la portería tarde en la noche, con la excusa de conversar con alguien.

Le conté lo ocurrido y en evidentes términos el fulano no daba credibilidad a nada de lo que yo relataba. Tomé con rabia el muñeco y lo estrellé contra la pared del edificio. El animal rebotó como una pelota de goma sin verse afectado en nada. Me dolía porque era la única conexión material con mis padres, ese recordatorio que siempre guardamos en el estante de lo inverosímil.

Me molestaba en el alma, porque sentía que se burlan de mi (los gatos, además del silencio del vigilante), sentía que me retaba, que algo me confrontaba o hacía de mi distante actitud un motivo para buscarme. Duré alrededor de una hora explicando al vigilante lo ocurrido y sumándole un par de relatos más que me habían ocurrido en las últimas semanas. Al cabo de un rato, pasó el camión de la basura, aproveché y tiré ambos muñecos esperando no volver a verles nunca.

A pesar que los gatos de porcelana ya no existirían en el estante del televisor, tanto el amor y recuerdo por mis padres, como el recuerdo de los hechos de aquel domingo no se fueron nunca del lugar. Había una complicidad indeseada entre el ambiente y mi incertidumbre.

Comenzaba una temporada de fuertes experiencias, de burlas, de iras, de rencores y de frías reacciones al calor de un fenómeno poco normal.

Fueron pocos los cercanos que escucharon mis versiones (varias de hecho) de lo ocurrido, todas concluyendo con un temor por algo que no conocía ni quería conocer. 

No volví a comprar muñecos decorativos por mucho tiempo.



AV 

9 de enero de 2017

De Oficios y Escrituras Pendientes.




Sentarse a escribir no es que sea sencillo, con el paso de los años vamos perfeccionando tal menester o, lo vamos desmejorando, de alguna manera fallamos en la redacción o en el uso en ocasiones, excesivo, de ciertos signos de puntuación o reglas ortográficas que se nos pasan por alto.

De otra parte, vamos volviéndonos cada vez más mezquinos y exigentes con el uso de la ortografía y redacción en los escritos de otros. Corremos a corregir al que falla en una publicación o comentario en redes sociales, al que nos escribe en los servicios de mensajería o sencillamente, al que se deja descubrir en una nota de prensa.

Escribir es un oficio para unos, para otros como yo es una herramienta que se limita a mejorar el qué hacer de mi profesión. La docencia como ejercicio profesional se me convierte día tras día en una campaña permanente de crecimiento personal e intelectual, el sentarme a preparar material de enseñanza lleva consigo esa reflexión constante acerca del don de escribir o para algunos, del coco de tener que escribir. A saber de sus mejoras constantes, a conocer con profundidad las reformas que las normas de publicación escrita data en cada año, a soportar los dolores de cabeza de quienes nos lee cuando faltamos a dichos formatos o damos por sentadas ciertas “pequeñeces”.

En estos tiempos de crecimiento profesional es que hallo en la escritura de mi documento de grado, un grado más, otro afiche para ubicar en la pared si así El Buki lo permite. Dicha escritura es esquiva, se la juega siempre, porque el hablar en un Blog en alguna red social lleva consigo un lenguaje común que se aleja por completo del lenguaje académico, es allí donde reparo mi tiempo la lectura de escritos de otros pares académicos para así sumergirme en dicho lenguaje académico que para la época, siempre guardamos bajo llave.

Es difícil, sin importar la constancia de los días o meses. 

El lenguaje debe siempre ser ajeno a la voluntad del escritor. El académico debe ser siempre distante al lector, ser imparcial e insensible si es el caso, en cambio, el poeta nunca miente, le es imposible mentirse a sí mismo en sus letras, negarse a las posturas o no querer interpelar a quien le lee y le retroalimenta.

La academia disfruta de las interpelaciones, sin embargo, les exige un grado de profundidad que en ocasiones solo se limita a la réplica, por su parte, el poeta se sumerge en sus ideas sin darle lugar a los argumentos que otros puedan evidenciar o sugerir; una diatriba que se nos hace compleja vez tras vez cuando es el arte del escribir un oficio que constantemente se mezcla entre las aulas y la cotidianidad.
Es pretender exponer nuestras ideas y las ideas de otros, fundamentar todo como un juego único de especies y comenzar a visibilizarlas con un sentido y una lógica única, en ocasiones, egoísta.

Cuesta esforzarse para dar lugar a cada ritmo de escritura, lleva en su pasaje una identidad que almacena en ella la misma información,  que lleva a las motivaciones a ritmos diferentes, desde las banalidades de una noticia cotidiana o la indignación de una calamidad nacional, desde las ideas de un viejo remitente que quiere proponer mejoras u observaciones a un asunto de interés sectorial, hasta las mismísimas teorías del tiempo y la humanidad que se van replanteando con el ciclo de los años.

Permanecer en dicho estado de lectura da como frutos el retomar el discurso oportuno, los atajos y comandos para una mejor forma en lo que se escribe y lo que se desea comunicar. No es que se trate de un ejercicio permanente de lectura, pero sí de hallar referentes que lleven el mismo corte de contenido de lo que uno pretende comunicar en algún momento, intentar sumergirnos en breves (no tan breves) discursos de reconocidos investigadores, institutos y hasta asociaciones de profesionales que discuten eso que uno ha dicho, es su tema de interés.

Pero también es poesía, es una prosa inconfundible de verborrea que se asoma en cada página inclusive de entidades académicas bien reconocidas. 

Es cómico, quizás, precisamente porque la academia no tolera la comedia y la improvisación en sus páginas, mucho menos los estamentos nacionales e internacionales de evaluación científica (como se lee de bonito), es entonces, un juego de roles y de egos que se asoma en los textos, porque también existen los grandes pensadores de la nada que publican interesantes aportes académicos en una primera versión y siguiendo dicha línea de estudio comienzan a derivar sus letras en el mismo mensaje pero con otro tono. Se expanden en la mayor cantidad de vacilaciones al punto de recitar sus investigaciones (del mismo tema pero con múltiples matices por impresión) como si se tratasen de dogmas. Allí es donde la comedia también huye, porque no queremos ser expertos de la nada, ni claro, ser récord olímpico de verborrea.

No somos entonces dados a la escritura como la pulcra labor que tanto enorgullecía a poetas y escribanos, ni nos damos esas lides de identidad y helio en el ego, pero somos humanos, mundanos, somos además, ingenuos.

Nos convertimos por temporadas en académicos y en poetas, en docentes y en blogueros, en amantes de lo inverosímil y en expositores de lo imperceptible. Nos hacemos invisibles en ambos casos ante quien nos lee, pero sin que nos encuentre, nos desnudamos con las ideas que de allí emanan.

Nos convertimos en maestros de obra, mezclamos el cemento con el mismo decoro con el que mezclamos las emociones ante cada idea que queremos plasmar.

Sin importar que al final nada terminamos por decir.

Por anunciar.


AV

7 de enero de 2017

Días Nuestros (2016)



El 2016 ha sido un año muy fuerte con relación a sentimientos, un año en que la velocidad de cada suceso se ha caracterizado por la vertiginosa vía de descenso en que debía de sostenerme en pie. Enero llegó con una gripe de esas fuertes que me convidó a recibir la noche de año nuevo acostado en una cama bajo los efectos de una aguapanela y un par de acetaminofen. Fue por igual, un mes lo más de interesante, pues se estaba iniciando una nueva etapa al lado de la mujer amada, el hogar que comenzábamos a soñar estaba en proceso de construcción.

Un enero donde me vi por última vez con Sammy Alexander, pero también un enero donde iniciamos clases en la cálida ciudad de Quibdó.

Fue un 2016 fuerte, porque desde finales del año 2015 mi padre presentaba ya síntomas de gravedad en su estado de salud, la paciencia con que se llevaba el tratamiento contrarrestaba con los ataques de ansiedad en los que debía de distanciarme, dejarme convidar por lo superfluo de la rutina para no dejarme afectar por lo profundo del tratamiento.

Fue entonces en febrero cuando caímos en urgencias por segunda vez, mi padre aferrado a un respirador artificial y bajo los efectos de sedantes era una marioneta de observación en la sala de cuidados intensivos, mi madre, mi novia (para entonces) y yo nos turnábamos visitarlo y darle lo mejor de nuestros corazones.

Marzo fue un poco más tolerable, continuaría con mis viajes al Chocó y mis clases en las universidades privadas del sur de la ciudad, jugamos “Monopoly Star Wars”, y en abril almorzamos ajiaco. Visitamos a la señorita Maria Fernanda y bailamos el Vals para celebrar sus 15 primaveras.

En mayo celebramos el día del profesor con unas deliciosas Waffles. Mi padre mejoraría un poco en salud y mucho en su estado de ánimo, nos aferrábamos cada vez más a la esperanza de que todo saldría bien, todo saldría bien.

Todo saldría bien (decían).

Almorzamos en familia en junio, quizás de las últimas fotografías en compañía de todos con la pared amarilla de fondo, era un delicioso almuerzo preparado por mi amada, claro, no podía faltar el fantástico jugo de lulo que deja bigote. En Junio Martina aprendió a abrir el closet por sí misma para entrar a dormir encima de la ropa, jugamos la Copa América Centenario y fuimos a urgencias un par de veces, una a visitar a mi padre, en otra, a buscarle solución a los dolores del cuerpo.

Conocí Neiva en julio y vi las ruinas del antiguo aeropuerto El Dorado, fueron además 8 horas infames de viaje por carretera en un trayecto que por lo general no toma más de 5 horas de viaje. No había hospedaje para entonces y tuve que dormir en una vieja pensión que proveía servicios de pornografía en la televisión.

Atlético Nacional ganó la Copa Libertadores de América, esa misma noche, en julio, nuevamente debíamos de interrumpir actividades para ir a la clínica a acompañar a mi padre. Esa noche, por última vez, pude verle con la razón y la conciencia en la mano, al mismo tiempo, los jugadores celebraran en la televisión el ganar un torneo deportivo internacional, fue una noche larga, amarga, un sin sabor que solo a un miércoles de julio se le podría haber ocurrido.

Llegó agosto y con él los familiares que debíamos de saludar. Un 2016 lleno de imágenes y emociones, de aromas que dilatan el alma y la encierran en dudas y temores, de días que pasaron de la felicidad absoluta a la entrega precavida de unos buenos días y unas buenas tardes. Aprender a entender que en dicho año se tuvo la fortuna de volver a ver a esos familiares que desde hace mucho tiempo no se saludaban, a pesar de que no eran las circunstancias ideales.

Llegó Nala a la casa.

Viajamos a Bandola, tomamos café y comimos helado. Fuimos al Palique de Tramarte, nos arrodillamos y nos juramos amor eterno. 

Un agosto que estuvo cargado de emociones y muchas noches para reflexionar, rememorar aquello que la vida daba por sentado.

En septiembre volví a Neiva, en Cali nos visitó David Guillermo y llegó para convertirse en Padrino. Fuimos de Picnic con Diego Alejandro y celebramos su cumpleaños, tomamos cerveza y cantamos las canciones de los Amigos Invisibles. Octubre ingrato que siempre llega con rapidez, comimos torta y soplamos las velas con el escudo de armas de Kal-El, fuimos al CIAT y bailamos hasta tarde, porque celebrábamos Halloween, porque celebramos la vida, el amor bonito.

Celebramos también el cumpleaños de doña Blanca, nos juntamos de nuevo en la mesa, comimos masmelos una vez más.

Los amores son para toda la vida, los amigos, la familia, los recuerdos. Quizás en ello el 2016 se caracterizó por ser un año de muchas emociones donde todas, de alguna manera ininteligible, terminaban en eso que llaman amor. En noviembre dimos lectura a los votos, nacía un hogar bonito que ya desde un par de años atrás vendría construyendo los cimientos de una familia llena de esperanza y muchos deseos de amar. Nos juramos la vida porque así era lo que deseaba cada corazón, ella de blanco y yo de corbatín fucsia, los amigos nos acompañaron y dieron a este noviembre el premio de ser un inolvidable día 26.

Celebramos el don de la vida y el don del amor.

Viajamos a la playa, consentimos al sol y conversamos con las estrellas, las olas del mar nos abrazaron en su encanto juguetón y dieron así la bienvenida a diciembre, un diciembre que como todos los años, se escaparía a toda emoción y se asentaría en la reflexión, esta vez, desde el Caribe como punto de partida.

Llegaba diciembre y con el terminaba mis estudios de nuevo, viajamos a Sevilla y bailamos con la familia. 
Una reunión familiar que albergaría de cierto modo mi orfandad, una reunión donde me acobijaba del cariño de mi nueva familia, una felicidad que surgía en medio del llanto silencioso de la nostalgia. Del querer y el extrañar.

Un 2016 para armar una y mil veces.


AV

6 de enero de 2017

Camino a Ciudad Esmeralda.






En cada historia que escribimos damos protagonismo a un personaje, a un suceso, inclusive, a la nada. Destrabamos letras de la memoria para darles un orden con el cual podamos comunicar lo que callamos inclusive más de lo acostumbrado.

Amo la lluvia porque de ella se levantan los suspiros de muchos silencios que hemos dejado a la poesía. Amo el silencio, porque de allí emerge el más sublime de los encuentros con uno mismo, amo el recuerdo, porque de la nostalgia vivimos todos y es en ella donde se escriben las mejores historias y se componen las mejores canciones.

El tiempo como buen consejero ha sido testigo del arte de silenciarnos y observar a la vida transcurrir su curso y sus mensajes cifrados, querer entender todo lo que nos ocurre, dibujarnos en los vidrios empañados del carro y pretender ser infantes de nuevo. Iniciamos el año rememorando lo que el pasado nos dejó, llevarse a la memoria por los vicios del silencio y de cada canción, nos alejamos como el globo de helio que se le escapa a una niña en el centro comercial, disipamos la espera como el helado que cae al suelo y hace brotar las lágrimas en el niño que recién iba comenzar a probarlo. 

Un concurso de ironías nos descubre en ese vaivén que llamamos vida.

El camino a Ciudad Esmeralda se distingue por los baldosines amarillos, los fantásticos personajes que deambulan en el y las múltiples historias que de allí se puedan relatar, sin embargo, en la memoria esos caminos no son de baldosines amarillos ni están llenos de fantásticos fulanos, solo hay imágenes y canciones, familiares y conocidos.

Nos abrazamos a la nostalgia con el mismo afán con el que la melancolía nos busca en las salas de espera; nos dibujamos sonrisas en  fiestas de fin de año mientras las lágrimas brotan en silencio a la par de los juegos pirotécnicos. Nos sacude el tedio de las despedidas pasadas.
Pero no siempre es así.

Ha sido muy difícil esto de tragar entero cada sentimiento con el ánimo de seguir adelante afrontando cada reto del día, sin embargo, son miles las alegrías que por vez ha traído cada día. El poder consolidar día a día la institución del amor, ser fuerte en el hermoso esfuerzo de construir en pareja el proyecto de vida soñado, ser fiel a los principios y no dejarnos desviar del objetivo. 

Ha sido fácil entonces, el soportar cada silencio que el alma clama cuando de la mano se lleva a la mejor de las compañías, aquel polo a tierra que permite se siembre las ideas y se cosechen triunfos familiares.

No es que se trate pues de emprender un camino donde la melancolía es la constante de los pasos, es entender de adentro hacia afuera que además de las lágrimas o quejidos que podamos exhalar, están presentes las sonrisas y los besos.

El ánimo perfecto que busca equilibrar pasado y futuro en un maravilloso presente lleno de amor, de un amor bonito. Un presente que puede darse entonces en forma de baldosines amarillos, llevarnos a Ciudad Esmeralda y en ella despojar las ideas y los suspiros, los temores y las aflicciones. Una ciudad que puede ser ficción en su forma pero que su esencia está ambientada por lo que dos construyen y no uno, como inicialmente pensábamos.

Porque la vida cambia, la vida nos ha dado ese empujón de motivos para con ellos replantear el modo de avistar. Nos ha dado cuatro manos para sembrar, cuatro piernas para caminar, nos ha dado la perfección del amor hecha materia, ahora somos pareja y en múltiplos de dos vamos como los artesanos, construyendo a mano los sueños que queremos sean de total satisfacción.

Hora de llenarnos de fibra, de darle a la melancolía un lugar en el equipaje, pero no darle la prioridad que demanda, por el contrario, momento de darle al amor bonito la dicha de ser protagonista, de ser pensamiento y palabra, de darnos ese clamor de vida que nos transporta a los mejores recuerdos de aquellos que no nos pueden acompañar, que nos transporta a las mejores vivencias de los años anteriores, de los aprendizajes que sirven de herramienta para el proyecto de vida de un Don y una Doña.

Amo la lluvia porque de ella se levantan los suspiros que mi corazón quiere declamar al corazón de ella. Amo el silencio que nace de nuestras miradas, porque allí reside el poder eterno del amor, de ese amor que hace emerger el más sublime de los encuentros, encuentros donde se escriben las mejores historias y se componen las mejores canciones.

En cada historia que escribimos damos protagonismo a un personaje, a un suceso, inclusive, a la nada. Destrabamos letras de la memoria para darles un orden con el cual podamos comunicar lo que callamos inclusive más de lo acostumbrado. En cada historia que juntos vamos construyendo se va publicando el amor más bonito de todos, se va viviendo la fiesta más grande del universo, una fiesta para dos, para avistar a la vida en cada canción.

Es que ella es mi fiesta, es mi camino a Ciudad Esmeralda, es mi silencio y mi bullicio. Mis sueños y recuerdos juntos, el fervor de los recuerdos futuros.

Mi fiesta.

AV

4 de enero de 2017

Señales de Nuevo Año



No es que esté bien del todo, de alguna manera todos estamos rotos por dentro. Sufrimos del guayabo de la despedida de un amigo, de un lugar, de un amor o un familiar. Nos pasamos el tiempo pensando en el ayer, en pretextos para mejorar situaciones ya vividas, como si pudiésemos regresar en el tiempo y corregir o evitar esos sucesos que nos marcaron para algo en especial.

Es normal entonces encontrar escritos de personajes influyentes y otros no tan influyentes haciendo su balance del año que terminó. De aquel 2016 que se fue dejando satisfacciones y dolores en unos y otros. En este blog por lo general se da escritura a tal tipo de balances, siempre con el principio de dar gracias por lo vivido, por aprender de cada vivencia, de cada persona que conocemos, de cada golpe que recibimos y de cada comida que digerimos.

Siempre nos da por pensar en aquello y en lo otro, damos vueltas a ese año como si fuese una taza de café esperando a ser servida. No volví a escribir desde hace mucho, insisto, porque todos estamos rotos por dentro. Dejé de lado este quehacer para ocuparme en labores de niño grande, jugar a ser adulto en un mundo de fantasía que no soporta las desigualdades.

Recuerdo entonces conversaciones con mi gran amigo David Guillermo, de años más lejanos que el 2016 que terminó, donde en alguna de ellas mentábamos que cuando se vive una crisis, se debe aprender de ella, pues las crisis son precisamente la única manera de aprender a conocernos, de reconocer todo aquello de lo que somos capaces, pues muchos fulanos pueden superar una crisis pero al cabo de un tiempo, recaer en otra y así sucesivamente, sin aprender nada, sin reconocerse como sujetos. Las crisis son para reconocernos de lo que somos capaces, para  transformarnos, para dejar de ser algo y asumir un aprendizaje puntual.

No puedo asumir este 2017 como el año de la revancha o el año donde vamos a crecer y ser mejores persona, de cierta manera, esa es la labor de cada año que llega, así que afirmarlo sería caer en un juego de palabras propio  de todos aquellos que se sienten por igual bendecidos y afortunados, con más “reflexiones” que acciones. Asimismo, no puedo darle el crédito al 2017 de ser un año que llega con grandes cosas, porque sería un completo acto de ingratitud con el año que se fue ( y todo lo que se llevó), si bien cada año trae grandes cosas para la vida, es cada uno el que decide a qué presta atención y qué aprehende.

No es hacer disertaciones ni formular paradojas como un sabio de esos que dejan sus pensamientos en murales (aún con faltas de ortografía); no es pelar capa por capa las  historias hasta llegar a una moraleja, pues algunos se desvivirían por crear grandes relatos olvidando los sencillos y bellos aprendizajes de la cotidianidad.

He renunciado a la cotidianidad desde el pasado año, no porque me convirtiese en un ser de esos que viven el día a día esperando que sorpresa trae, por el contrario, perdí la capacidad de asombro sobre las pequeñeces para internarme (como mecanismo de defensa) en las rutinarias tareas de cada jornada. Ser un autómata dedicado al trabajo, al estudio, al hogar y a los amigos pero desde la superficialidad  de un encuentro ya planeado.

Me sorprendo porque no es mi forma de ser ni actuar ante la vida, pero es un mecanismo de defensa que adopté ante las desdichas de lo vivido. Me convertí en ese cobarde que tapó sus oídos evitando escuchar los mensajes del día a día. Me convertí en ese evasivo ser lleno de información que nada dejó para el mundo, como un ladrillo que sirve para construir una vivienda, pero que fue utilizado para romper la cabeza de otro fulano.

Sátiras, silencios, conformismos. Todo o nada, quién sabe. Un año de aprendizajes, y claro, es que todos los años son así.

¿Usted qué aprendió de diciembre? ¿Ven? El ejercicio es sencillo, no es mirar el año entero y sacar conclusiones o reflexiones, es ver la vida momento a momento y encontrar en la cotidianidad esas noticias que nos sorprenden, enseñan, molestan, que nos invitan a indagar, a vivir, a soñar.

Bien lo dice Rita Shirley, en ocasiones solemos soñar más de lo que la realidad nos permite (soportar), pero El Buki jamás  abandona a sus cachorros. Debemos no solo aprender a dar valor a cada cosa que soñamos y a cada realidad que confrontamos (soportamos), debemos además ver la película completa, aprender a reconocer que los que se fueron lo hicieron porque ese era el momento de su partida, aprender a soltar cuando la vida nos quita y se hace sorda a nuestras pataletas y berrinches.

Aprender a entender la ingratitud de los amigos. Es algo mágico (insoportable) pretender ser tolerante con todos aquellos que afirman ser nuestros mejores aliados cuando a la final, en el balance del año que termina, del día a día, del momento, observamos que fueron más los silencios y ausencias que las verdaderas muestras de amistad.

Es aprender a reconocernos con el paquete completo: Amigos, Trabajo, Familia y Espiritualidad.

Es aprender a leer los titulares de cada noticia que la cotidianidad arroja.


AV