Imagen tomada de: https://www.etsy.com/listing/220240392/pair-of-two-vintage-porcelain-cat
Todos tenemos
historias que nos marcan en la vida, de amores que fueron y no fueron, de
trabajos que quedaron o se perdieron, de victorias deportivas o fracasos
académicos. Tenemos historias de amigos que ya no están, de canciones que se
grabaron en el gramófono mental y perduran aún hoy día. Historias de todo color
y sabor, una presencia eterna en el diario de las notas mentales.
En esta oportunidad
me refiero a una historia en particular, bueno, todas son particulares.
Hagamos
memoria al año 2002, una noche de domingo, televisión nacional (no contaba con
cable en el apartamento de entonces), se aventajaba el frío por entre las
paredes y la soledad de un aparta-estudio no daba abasto a la inmensa
incertidumbre de saber qué ocurría.
Rondando por
los albores de los 17 otoños iniciaría la semana de un nuevo periodo académico
en la universidad jesuita de la ciudad, el frío no mermaba y el hambre
comenzaba a golpear en el intelecto. Al cumplir el primer año de vivir fuera de
la casa materna, tendría dentro de la decoración uno que otro artilugio que
permitiera conservar esa conexión con mis padres, más allá de una fotografía
familiar. Como es bien sabido mi gusto por los felinos, contaba entre mis
pertenencias dos gatos de porcelana (macho y hembra) que estaban sentados en
dos patas mientras que con las patas delanteras sujetaban un corazón con un “Te
amo”, era lo más simbólico en el apartamento con relación a mis padres y la
ausencia o distancia que sentía, en especial al vivir en una ciudad tan lejana
como la capital del país.
Cada Gato
estaba ubicado encima de un televisor viejo y con barriga pronunciada, de esos televisores
que se conectaban con antena de polo a tierra. Durante las noches dominicales
la distracción la brindaba el Canal 1 con los inolvidables cañonazos de don JB
TV y el seriado de tele realidad “Pandillas Guerra y Paz”. No había nada más
por ver; mis artes culinarias (tal cual sucede al día de hoy) no son las mejores
cuando de preparar arroz blanco ha de tratarse, sin embargo, con las cremas,
las sopas y las carnes rojas mi talento se supera en consideraciones.
Mientras
terminaba el programa musical de JB TV, comenzaba a preparar el arroz y daba
paso a la carne, dicho proceso duraba aproximadamente 45 a 60 minutos entre
poner el arroz en el agua (sin sal, obviamente) y tener la cena lista, mientras
el tiempo pasaba, me acostaba en la cama a ver la televisión y de manera itinerante
daba revisión al arroz esperando a que “secara” para así poner a preparar la
carne y claro, darle mirada de que no se quemara.
Al regresar a
la cama después de un par de idas y venidas, noté con un poco de duda que uno
de los gatos estaba girado, es decir, ambos estaban ubicados de frente en
sincronía con la pantalla del televisor, el gato estaba girado hacia el lado
izquierdo. Sin darle importancia y pensando más en mi TOC solamente lo giré
como debería de estar y seguí con mi menaje en acción.
De regreso a
la habitación era ahora la gata la que estaba un poco girada, no del todo,
hacia el lado izquierdo, como si se fijara en el gato. Me llamó la atención y
la ubiqué como debía.
Durante un
largo tiempo sentía la presencia de algo más en la habitación, desde meses
atrás para ser sincero, pero desde la frivolidad de la educación recibida en
casa no daba lugar a ese tipo de posibilidades, sin embargo, el corazón no
miente y si algo he tenido en la vida, ha sido la sensibilidad para algunas
situaciones como la que menciono en esta oportunidad. Sin dar espacio a
creencias varias, notaba que se movían sigilosamente tales felinos.
Al cabo de una
hora el arroz quedó quemado en la base y sin sabor, la carne quemada y con
demasiada cebolla y tomate, el agua de panela lista con el limón (más agua que
panela), serví la comida y me senté en la cama frente al televisor a cenar, el
programa musical llegaba a su final y se daría inicio al programa de seriado de
los adolescentes pandilleros. Comía con más hambre que atención por el programa
de televisión en sí.
Ambos gatos
estaban giradas a cada lado, me levanté de la cama más molesto que antes y los
regañé – cómo si ellos me escucharan y fuesen a obedecer - haciendo hincapié en que no quería que se
movieran. Les suplicaba que dejaran “la pendejada”.
Hicieron caso
por un rato – pienso a mis adentros – sin embargo si hay algo caprichoso en
esta vida, son precisamente los fulanos que no pertenecen a esta vida. Como si
desafiara todas las leyes del hombre, el gato de porcelana saltó (digo saltar porque no hallo
otro eufemismo que haga justicia a lo que vi aquella noche) cayendo en frente
mío, sobre el tapete junto a la cama. Observé con más miedo que rabia, el
animal de porcelana estaba intacto en el suelo, semanas atrás cuando hacía
limpieza en la habitación, sin querer tumbé el muñeco del televisor y cayó
sobre el tapete donde se le partió una pata a pesar de haber sido una caída suave,
en cambio, en esta ocasión se databa de una caída con mucha velocidad y así y
todo estaba intacto, sin un rasguño.
La gata de
porcelana comenzó a girar lentamente, muy despacio casi sin poderse notar el
movimiento, pero sabía que se estaba moviendo. Cuando me agaché para recoger al
gato de porcelana y ver que no tenía ni un rayón la gata de porcelana estaba ya
girada totalmente hacia el lado derecho. Sentí un frío penetrante, fuerte,
había un ambiente a soledad poderoso en el cuarto, pesado, me incomodaba estar
allí y me asfixiaba la situación.
Sin pensar en
mi vestimenta de noches de domingo, bajé corriendo por las escaleras (vivía en
un segundo piso) con los muñecos de porcelana en la mano. El vigilante de turno
(todos de hecho) conocía un poco de mis ataques de ansiedad y mis frecuentes
bajadas a la portería tarde en la noche, con la excusa de conversar con
alguien.
Le conté lo
ocurrido y en evidentes términos el fulano no daba credibilidad a nada de lo
que yo relataba. Tomé con rabia el muñeco y lo estrellé contra la pared del
edificio. El animal rebotó como una pelota de goma sin verse afectado en nada. Me
dolía porque era la única conexión material con mis padres, ese recordatorio
que siempre guardamos en el estante de lo inverosímil.
Me molestaba
en el alma, porque sentía que se burlan de mi (los gatos, además del silencio
del vigilante), sentía que me retaba, que algo me confrontaba o hacía de mi
distante actitud un motivo para buscarme. Duré alrededor de una hora explicando
al vigilante lo ocurrido y sumándole un par de relatos más que me habían
ocurrido en las últimas semanas. Al cabo de un rato, pasó el camión de la
basura, aproveché y tiré ambos muñecos esperando no volver a verles nunca.
A pesar que
los gatos de porcelana ya no existirían en el estante del televisor, tanto el
amor y recuerdo por mis padres, como el recuerdo de los hechos de aquel domingo
no se fueron nunca del lugar. Había una complicidad indeseada entre el ambiente
y mi incertidumbre.
Comenzaba una
temporada de fuertes experiencias, de burlas, de iras, de rencores y de frías
reacciones al calor de un fenómeno poco normal.
Fueron pocos
los cercanos que escucharon mis versiones (varias de hecho) de lo ocurrido,
todas concluyendo con un temor por algo que no conocía ni quería conocer.
No volví a
comprar muñecos decorativos por mucho tiempo.
AV
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