Mostrando las entradas con la etiqueta Historias. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Historias. Mostrar todas las entradas

9 de agosto de 2025

La Perra: Una obra imprecisa.

 


Imagen Generada con Inteligencia Artificial: Google Gemini IA. 


Rakel, con K, llegó a casa a la brevedad de una tarde de marzo, de esas en las que el calor es un visitante cotidiano como otros, con pelaje blanco y una mirada desorientada. Cargada en los brazos de un elegante caballero vestía un moño azul en su collar de tela, llegaba como un regalo para la joven Carolina, una señorita de joven edad y muchas expectativas de conocer el mundo.

Su padre, un reconocido empresario aprovechó la bonanza canina para mandar a traer un caniche de otras tierras, algo que fuese elegante y justo para la edad de su hija, la única. Su esposa, generosa como siempre, acudía a sus ideas como un ave al nido. Bautizaron Raquel a la criatura de pocos meses de vida, pero Carolina, la hija, la re bautizó con la letra K, porque así debía pronunciarse tal nombre, con potencia y mucha distinción.

Hija de empresarios y visionarios, creció educándose en el liceo femenino donde aprendió las artes de la culinaria, el tejido, la pintura, el canto y el piano. Su obra favorita eran Chaikovski, quizás por aquel cuento que le leía su madre de niña, pero le aprendió a tocar de manera autodidacta, la escuela se esforzaba más en enseñarle las obras básicas de Bethoveen y Chopin.

La llegada de Rakel, la perra, fue un detalle de lujo sensible para Carolina, pasó de convertirse en su mascota a su compañía. Dialogaban a diario, encerradas en la habitación observaban por la ventana la miserable vida de aquellos que caminando las calles eran atrapados por el sol, derritiéndose en un sudor notable, palpable. Consideraba a aquellos caminantes justos pecadores que penaban en vida los malos actos del ayer, pues no encontraba otra razón para salir a vender en las esquinas, en los parques, en las calles bajo un inclemente sol.

Rakel ladraba, porque eso hacen los cachorros, le expresaba en movimientos de cola sus acuerdos en cada conversación, recostaba su cabeza blanca y suspirando se dormía boca arriba dejando en vista su pelada panza, Carolina aprovechaba para besarle allí, como un acto de amor y rebeldía.

Durante diez años, tiempo que duró la nobleza de la bonanza canina Carolina terminó sus estudios en el liceo femenino, soñaba con ir a la capital y estudiar ingeniería, algo que le alejara de los hábitos familiares, no quería ser ama de casa ni madre de una caprichosa criatura.

La muerte fue llegando como el sol que quema la espalda de los miserables, muchos de los animales cayeron ante el ciclo vital de los años, Rakel por supuesto estaba con años de madurez, pero vital. Preocupados por el extraño régimen decidieron dejar que la niña se fuese a la capital junto a su perra, pero antes de iniciar aquel viaje, Don Elias, el padre de Carolina, junto a su esposa, Carmenza, contrataron a un pintor para que les hiciera un retrato familiar, algo que pudiese evidenciar esa unidad católica y nuclear que tanto orgullo daba.

Un hombre mayor, profesor de uno de los colegios de la zona metropolitana acudió al llamado, invitó a la familia Ugarte a posar con sus mejores atuendos, Carolina, rebelde en la edad y en el alma, salió con pantalón de jean y una camisa de algodón, con estampado de rayas, cargaba en su regazo a Rakel, que con un moño amarillo en cada oreja observaba al pintor.

Buscaron la universidad católica, fiel a los principios del liceo femenino y en ella, arrendaron una habitación en la residencia estudiantil.

Matricularon a Carolina en la escuela de Diseño y Artes, su perra, cada vez más mayor, era menos atractiva pero seguía noble a las conversaciones en la ventana.

El 31 de julio una llamada telefónica avisó a Carolina que Muñeco, el perro de la familia Estrada había fallecido en condiciones por fuera de la lógica, que guardara distancia y no se acercara a casa, habría una misa al día siguiente para honrar a quienes fueron los últimos canes de la ciudadela, pero que jamás acercara a Rakel a lo que su madre, llamaba una maldición.

Carolina, fiel a su negligente postura ante la vida y ya con algo de conocimiento en arte y arquitectura, colgó el teléfono y sentada en su cama, observaba en la televisión los programas de los canales nacionales, pensativa, abrazaba a Rakel a quien además había aprendido a retratar en sus cuadernos. Sintió algo de frío, giró y allí durmiendo en la eternidad, la pequeña bestia de pelaje blanco y crespo, tenía sus ojos cerrados, con lagañas y lágrimas, no suspiraba, no dormía, simplemente estaba.

- ¿Rakel? - Alzó la voz con angustia la joven Carolina.

Esta vez, Rakel no respondió a la conversación, tampoco movió la cola, simplemente se había ido.

Una obra imprecisa.

AV.

4 de agosto de 2025

El perro siguiente.

 


Imagen tomada de: https://www.prints-online.com/new-images-august-2021/cats-walk-french-postcard-23071526.html?srsltid=AfmBOoroSjZRwgN3EZYFfxAr4WxTOOQMprr1KBLcCKmMoqETkmRyfZJb


Siendo las ocho de la mañana del lunes 01 de agosto, el silencio se levantaba por todas las calles de la ciudad, una pequeña parcela olvidada por Dios que había encontrado el amor por los animales de una manera pintoresca y callejera. Durante cerca de doce años vieron correr entre las esquinas a diferentes razas y tamaños de perros, unos más juguetones que otros.

Profesiones como la veterinaria y la nutrición animal vieron emerger en dicha parcela, insisto, olvidada por Dios, sus ingresos, incluso aparecieron nuevas ideas de negocio como peluquerías, baños relajantes (SPA), centros de cuidado y hasta transporte vehicular especializado para cada can.

La muerte de Muñeco, precedida por la de Joaco, fueron sucesos que levantaron la indignación de todos, de una parte algunos alegaban falta de planificación de la Secretaría de Salud municipal para atender riesgos de enfermedades, como ocurrió con el coquer español, negando entre sí, el ciclo vital del tiempo y sus perros. De otra parte los más intensos y emocionalmente afectados con el caso, exigían a la policía provincial salir en la captura del irresponsable conductor, un desconocido señor que transportaba pasajeros de un olvidado pueblo de Dios, a otro olvidado pueblo, quizás, del mismo Dios.

El Alcalde Municipal, Don Eustaquio Herrera, vestido de camisa blanca de lino y un pantalón verde oscuro, con chaleco verde oliva y su menos elegante, bigote de pelaje marrón, saludó a la muchedumbre prometiendo investigar a fondo el caso del accidente con el bus intermunicipal. De otro lado dio un vergonzante discurso en nombre de todos los caninos fallecidos, resaltando la noble labor de los veterinarios y sus campañas animalistas de prevención de plagas, enfermedades y cómo no, perros.

Algunos ciudadanos, como Marcelo Alberto Penagos, de profesión abogado y de vocación músico, rechazaban las palabras del burgomaestre, las recibía como una ofensa en específico, por la no planificación oportuna de recibir a una siguiente generación de caninos, esos seres que se tomaron las calles de una ciudad, olvidada por Dios, dando quizás la felicidad que dichos hogares se habían limitado a recibir.

Los discursos duraron un par de horas, el siguiente acto fue una misa católica precedida por el capellán, Don William Orejuela, un moreno con vocación católica desde infante.

Finalizados los actos protocolarios, los representantes del sector alimentos y licores, como empresarios y amigos de la causa, brindaron alimentos y bebidas alrededor del parque principal, el parque Bolívar, dizque para enaltecer a quienes ya no están. Hubo música, hubo tristeza, comieron tamales, comieron arroz, comieron pollo y también pierna de cerdo. Bebieron aguardiente, las damas tomaron sabajón y crema de feijoa, las más atrevidas, algo de ron con cola.

Iniciaba una fiesta de despedida en un día lunes cualquiera en un pueblo cualquiera olvidado por Dios.

Alrededor de las tres de la tarde mientras el sol iluminaba el sudor en la frente de cada célebre ciudadano, un bus intermunicipal cruzaba de regreso la avenida principal, esta oportunidad llegaba despacio, como una carroza fúnebre que quiere recibir flores en el trayecto. Don Aníbal Estrada, el propietario de Muñeco, quien con tristeza y mucho licor en la sangre alarmaba a todos del avistamiento del bus, se lanzó sobre la vía para esperarlo, no tenía el machete en el cinto de su pantalón, pero sentía que era el guerrero más poderoso de la patria. A su lado se apostaron varios jóvenes, igual de alicorados, algunos ancianos observaban sentados en la plazoleta, mientras alzaban la copa transparente de licor.

El bus se estacionó ante la imposibilidad de poder avanzar con tanta muchedumbre reunida sobre la vía. Un señor de obesa presencia bajó despacio dejando sus pasos en las escalinatas de hierro, sobre sus manos cargaba un cachorro de pastor, no había claridad si era alemán, belga o criollo, como el sentir de quienes le recibían armados de ira en la vía.

Presentó sus respetos, se hincó en el polvoriento camino al lado del bus y dejando fluir sus palabras con algo de llanto, dejó en claro que jamás fue su intención el accidente, de hecho, estaba allí para remediar su error.

Todos escucharon, Don Aníbal, algo mareado por el calor y las dos botellas de licor que había compartido con sus hijos, miraba de reojo, entendía el clamor del chofer y en este, la intención de repatriar el dolor a otro sentir.

Bajó la cabeza como señal de perdón.

Abrió los brazos y ayudó a levantar al obeso conductor, le dio un abrazo y recibió en sus manos al cachorro de pastor, le besó la cabeza y lo alzó como un trofeo: ¡Será un nuevo comienzo!

Todos los presentes aplaudieron, el alcalde Herrera sonrió como si se tratase de un triunfo político.

En ese momento doña Patricia Alcaraz, con el cabello húmedo de sudor y las manos brillantes, también de sudor alzó la voz reclamando la propiedad del cachorro de pastor. En unísono otro ciudadano exigió derecho de propiedad, seguido por tres más.

Todos se sentían dueños de ese pequeño ser de cuatro patas y nariz fría.

El Alcalde Herrera, con el chaleco puesto sobre el espaldar de una silla y una gota de sudor colgando de su mostacho, entró en escena declarando al perro aquel, propiedad de la municipalidad.

Con el perro en brazos, se retiró de la multitud en dirección al despacho principal, allí, se dio vuelta y con el perro alzado dio la señal de que todo estaría bien.

Algunos inconformes bajaron la cabeza pero dieron crédito a la intención, otros como Don Aníbal sentían el deseo de salir corriendo a traer el machete y exigir lo que le era suyo.

Patricia miró a su esposo con reproche y le ordenó ir por el animal.

Todos con la violencia que el amor por lo ajeno emana, comenzaron a manifestar los argumentos que le daban derecho sobre el animal que ahora era un bien municipal.

El joven Ricardo le pegó a Mauricio porque lo empujó, Don Francisco le gritó a Patricia quien con una cachetada le devolvió el improperio. Aníbal sin su machete pero lleno de valor, extendió golpes de puño a un fulano que también devolvió los golpes.

Una comunidad que clamaba en llanto la pérdida de Joaco y Muñeco, ahora se embestía desde adentro en nombre de aquel que ahora estaba en manos del burgomaestre, quien desde las escalinatas era testigo del odio de su comunidad.

La fiesta estaba desapareciendo para convertirse en una pelea monumental, de esas que quien quedase en pie, exigiría como trofeo al cachorro de pastor.

El alcalde previendo tal escenario se encerró en su despacho, sin avistar que Maicol Baena, el patrullero de su escolta, empezaba a desear al perro aquel, como su propiedad.

Dos disparos de arma de fuego sonaron al interior del edificio municipal, mientras afuera, alguien rompía una botella para defenderse. 

AV.


2 de agosto de 2025

El penúltimo Perro.


This resource was generated with AI.

Sentado sobre un andén meneaba la cola, larga y peluda como una señal de satisfacción. Levantando una pata trasera acercó su hocico para lamer sus genitales, se giró un poco y fijando su mirada en un elegante ciudadano, alzó las orejas dejando escapar una sonrisa familiar.

Del otro lado de la calle un caballero con sombrero de paja y camisa blanca, larga y arrugada, paseaba con una bolsa de papel manchada de grasa, en su interior dos bolas de masa frita brillaban ante el intelecto del día soleado. Cruzó la calle y saludando a un perro de calle se retiró para lo que sería su lugar de trabajo, una bodega de materiales y chatarra de vehículos. Otro perro, de pelaje negro y con heridas en el lomo, lo salió a saludar.

Desde algunos años la ciudad comenzaba a sentirse invadida por perros de diferente razas y colores, estaban por todas partes, desde supermercados y callejones, hasta en oficinas del gobierno y estaciones del metro, una invasión afirmaba alguien, otros más modestos se conformaban con la perruna compañía, “es un avistamiento de ángeles peludos”.

A lo largo de los recientes años jóvenes y no tan jóvenes iniciaron campañas de sensibilización ante el tema, en una ocasión un fulano golpeó con tanta fuerza a un perro que el pobre animal, el perro, cayó adolorido hasta morir, muchos transeúntes tomaron justicia por mano propia golpeando al fulano aquel, el pobre animal también cayó al suelo desposeído de toda gana de vivir, la relación de los habitantes con los caninos se tornaba en extremos, una parte ansiosa de cuidarlos y otra en desesperada actitud de erradicarlos de las calles.

Tanta presión ahondaba en los curiosos que las campañas de sensibilización invitaban a recoger dinero para vacunar a los peludos habitantes de calle, recaudaban fondos para jornadas de baño público e incluso corte de uñas. Algún entusiasta instaló una carpa con camilla para el corte de cabello de los callejeros habitantes e incluso, otro colega junto a la carpa, instaló un puesto de demarcación de collares y placas, dizque para identificar a cada callejero perro.

Fueron meses de sentida intencionalidad, empresarios que antes rechazaban a los caninos ahora los adoptaban, de hecho en la droguería de los hermanos Zanabria, uno de los caninos fue empleado como guarda.

En aquellos meses, insisto, la ciudad daba un cambio a su mentalidad sobre lo que se acusaba como una plaga en los tiempos pasados, tanta actividad fue en dicha ciudad, que en cada hogar había un perro callejero.

No hubo preocupación por pulgas o plagas, pero si en modo de prevención intervinieron a cada perro con una cirugía de esterilización, por aquello del control de plagas.

Con la llegada del tiempo futuro la edad comenzó a extinguir a los animales ahora adoptados por la ciudad entera, muchos ya mayores fueron muriendo en la tranquilidad de un sofá y junto a un niño o algún ciudadano amable. Otros, víctimas del descuido, fallecieron por accidentes de tránsito o enfermedades comunes que suelen acabar con los ladridos favoritos de los niños.

Fueron muriendo, como mueren los sueños. En diez años la ciudad que antes estaba asediada por perros callejeros, era ahora una comunidad amante de los animales, una ciudadanía comprometida con el bienestar animal, tan comprometida que los esterilizó a todos eliminando con ello, la posibilidad de una descendencia canina para la ciudad.

La familia Alcaraz, de notable prestigio por sus empresas de alimentos, veía morir a Joaco, un coquer español de pelaje negro y blanco, como una especie de vaca en versión miniatura. Sus orejas felpudas cayeron como un golpe seco de felpa, su nariz negra dejó de enfriar y en esos ojos tristes, la vida se escapó para siempre.

Con la muerte de Joaco, la familia Estrada empezaba a buscar alternativas varias, desde magia y hechicería, hasta avanzadas técnicas de alimentación nutritiva, tenían el terror absoluto de que su Pastor Belga muriese pronto y con este, la ciudad quedara deshabitada de perros, porque claramente a nadie se le cruzó por la mente la idea de una siguiente generación, ahora de perros hogareños.

El domingo 31 de julio, cerca de las cuatro de la tarde, Muñeco se escapó de casa porque quiso, sintió el deseo de ir a perseguir a los gatos de enfrente, un afán que evitaba la razón.

Allí la muerte le encontró, como todos los accidentes que se llevan lo mejor de la vida: Muñeco sintió una embestida tan fuerte que falleció al contacto con el bus de transporte intermunicipal.

Un fulano que venía de otros municipios se afanaba por llegar a la estación central de buses, era su primer recorrido y ya iba tarde, tan tarde, que tuvo suficiente tiempo para matar al último canino de una sociedad sensibilizada.

El pastor belga quedó a un lado de la vía, muerto, con la lengua afuera señalando al autobús que avanzaba en la estrecha calle.

El polvo se levantaba detrás de sí, para tristeza de muchos testigos.

AV.

22 de julio de 2025

La Confianza de los desesperados (Otro Día)

 


Imagen tomada de: https://www.artpal.com/ArtByZuk

“Long Haired Gray Cat with Champagne” By: Karen Zuk Rosenblatt.

Bien les mencionaba en la entrada anterior, que tuve la oportunidad de presenciar el modo como nosotros, los más subnormales seres del planeta, compartimos intenciones y tomamos decisiones sobre las pasiones que tanto nos adornan.

Pues bien, el merecimiento de una buena historia hace que de parte de este, su escritor de confianza se conjuguen las versiones de cada quien en una espiral de risas, llantos y cómo no, silencios.

Aprendemos a conocer cómo los personajes van tomando rumbos que a primera vista son entendibles y por supuesto, necesarios.

Desde la rabia y tristeza del señor Conejo que en el exilio eructa un pliego completo de palabras obscenas, hasta la Coneja que son su amarillo pelaje disfruta de tomarse selfie para instaurar en sus redes sociales la autoestima que la onírica paciencia le ha robado.

Todos en el gremio del chisme estamos a la expectativa de cómo evolucionará tal propósito.

¿Volverá doña Coneja con el triste Conejo? ¿Caerá en las garras del malvado ser de mirada coqueta? ¿Tendrá la vida una nueva oportunidad para el triste conejo? ¿Existe el amor? ¿Hay vida más allá de la decepción? ¿Podrá esta historia ser lo suficientemente sólida como para crear una obra literaria justa y duradera?

Somos seres de preguntas constantes, de cuestionar y pretender entender el mundo que habitamos. Somos seres que al compartir recinto con toda clase de personalidades y puntos de vista, solemos caer en el exceso de confianza y esa es pues, nuestra tragedia contemporánea.

Así como el ahora triste y desamparado conejo perdió a su amada coneja porque un bribón de mirada coqueta se interpuso en su abominable concepto del amor, también es cierto que el joven de mirada coqueta tuvo una idea, una idea que se convirtió en un plan, un plan que se ejecutó y que con la voluntad de los tontos, pudo alcanzar un final ansiado, no esperado.

Para bien o para mal, el final esperado era otro, porque en todo caso doña Coneja terminó regresando a su mundo de amor propio a cambio de cariño ajeno.

Nuestro personaje de mirada coqueta, camaleónico como los más ágiles apostadores, trascendió entre colegas e incautos como un ser de dudosa reputación, de cuestionable obrar, de ser aquello que uno no busca en un amigo ni aplaude en un ciudadano de bien.

Una imagen que ahora en los recientes tiempos de julio ha dejado mucho qué desear, aquel espíritu de confianza que lleva en el desespero del tiempo perdido, a cosechar malas decisiones, placeres insensatos, transeúntes inconformes. Una imagen de un ser que a pesar de ser coqueto, no es fiable.

Nadie entra a defender al conejo triste, porque tampoco es una buena idea. Es una víctima, si, es una tragedia visible de lo que los desesperados y tontos quieren encomendar a los santos, una dignidad poco cualificada.

Pero tampoco es entrar a juzgar al triste ser, porque si fue trágico el devenir de una salida casual, de esas que jugando Pin Pon terminan en relaciones rotas, pero es inadmisible reclamarle paz, es incoherente abrazarle y pedirle excusas, porque el tema no es ese, a la final nunca hay tema, "Solo la brisa fría de la muerte enamorada", diría Rodolfo.

Lo que aprendimos de aquella treta fue lo mismo que nos hemos negado a aprender en la escuela de la vida, los tontos y los desesperados tienen una medición del tiempo y de la vida tan única que preciso, la confianza se torna de otros colores magros.

Como el dinero, el amor y la ambición.

AV.

5 de julio de 2025

Canción para mi muerte (Yeferson)


Imagen tomada de: https://www.craiyon.com/image/K6bfjQxwS36AQmHHjovkYA 


Yeferson nació enamorado de la música, con un gusto por el canto tan puro que desde muy niño parafraseaba canciones que su imaginación le permitía improvisar. Su madre, Maritza, le inculcó el amor por la música, pero desde el baile.

Todo ritmo latinoamericano pasó por la sala de la casa, un par de bafles aiwa daban volumen a los primeros pasos del infante y su madre, que tomándole de las manos le enseñaba primero a bailar que a caminar.

Roberto, el padre, bien se alejaba de pasiones musicales, pero gustaba del buen beber, así que sus jornadas de cantina las vislumbraba en canciones de Jose Alfredo Jiménez, Diomedes Díaz y cómo no, algunas baladas del maestro José José.

Yeferson creció enamorado del amor, del ideal de pareja perfecta que tomados de las manos superan las barreras del mundo entero, no tanto por el ejemplar matrimonio de sus padres, porque nunca fue ejemplar. Más bien por las románticas canciones que escuchaba y de ellas, las que entonaba en la ducha, en el coro del colegio y años más tarde, en los bares de Karaoke de la ciudad.

Cerca de los diecinueve años fue reclutado por una banda de música, de esas que cantan éxitos de la balada pop latinoamericana, desde versos de Ana Gabriel, hasta revolucionarias canciones de Charly García.

Allí conoció “Canción para mi muerte”.

La voz de García y Spinetta chocaron con la memoria musical de Yefersón, sus ídolos de infancia, Niche, Rikarena, Ana Gabriel, Maná, Valoy, todos juntos se revolcaron ante aquella revelación. El líder de la banda, un taciturno baterista de música rock, le había dado la letra de una canción desconocida, que, al reproducirla en su dispositivo móvil, le cambió por completo la percepción del mundo, quizás, había conocido la poesía.

Recorrió varios bares y restaurantes, en alguna oportunidad viajaron a municipios aledaños a cantar, contratos pequeños, pero justos.

Yeferson comenzaba a interpretar canciones de artistas que desconocía, como a Fito Paez, La Ley, Timbiriche, pero seguía atrapado con Sui Generis, era un amor de primera escucha.

En aquellas giras por pequeños municipios aledaños, hubo un particular suceso que para Yeferson fue el último.

Llegaron a Santa Lucía del Oro, una ciudad de pequeña importancia, una inmensa Quinta les recibía y dentro, un lujoso matrimonio, de aquellos ostentosos que terminan desperdiciando comida.

La agrupación musical se acomodó en una tarima estilo colonial, elegante, absurdamente grande. Con el micrófono en mano y dejándose guiar por el vocal principal de la banda, interpretaron canciones clásicas de la balada latinoamericana, uno que otro vallenato de antaño, de esos que escuchaba el padre de Yeferson cuando tomaba en la cantina, merengue y salsa, todo en distintas salidas al escenario, según avanzara el ambiente en la fiesta matrimonial.

En una de las pausas, un mesero de elegante corbatín entregó al líder de la banda, el baterista taciturno, una hoja de papel con una anotación particular: “Canción para mi muerte”.

Con una sonrisa de camaradería, informó a los dos vocalistas de la banda de la solicitud que llegaba, Yeferson emergía en felicidad, era su momento de homenajear al sentido mismo de la vida:

Hubo un tiempo que fui hermoso
Y fui libre de verdad
Guardaba todos mis sueños
En castillos de cristal
Poco a poco fui creciendo
Y mis fábulas de amor
Se fueron desvaneciendo
Como pompas de jabón

Comenzaron a cantar, con un ligero sentimiento de vida, contrario a la muerte que invocaba. Yeferson cantaba, se sentía a plenitud, completo, orgulloso, deseaba incluso que su madre estuviese en ese momento escuchándole.

Al terminar, alguien del público levantó la mano en señal de que repitieran la canción, parecía ser el padre del novio.

Volvieron a cantar.

Al finalizar, nuevamente insistieron que repitieran por vez tercera la canción, Yeferson sorprendido, se emocionaba.

Volvieron a cantar.

Una cuarta solicitud, otro familiar insistía.

Volvieron a cantar.

Yeferson estaba agobiado, sentía que su garganta ardía y su voz fallaba, sus piernas dolían a la altura de la pantorrilla, como si llevase mucho tiempo de pie. Miraba con detenimiento a todas partes hasta que con sorpresa notó que varios de los invitados tenían demasiadas arrugas en el rostro, las uñas largas, como una bestia.

La pareja de esposos en una mesa con decoración exagerada estaba sentada mirándoles fijamente, debajo del mantel de la mesa se podía observar extrañas formas que reemplazaban lo que debería de ser pies humanos.

Yeferson entendió en ese instante que era el final que siempre había soñado para su vida.

 

Te suplico qué me avises
Si me vienes a buscar
No es porque te tenga miedo 
 
Solo me quiero arreglar.


AV.

24 de junio de 2025

Juego de Niños (Respuestas)




 

Imagen tomada de: https://www.istockphoto.com/photo/cat-behind-bars-in-the-basement-gm2173431695-593157674

“Cat behind bars in the basement”  By: Aleksei Gorovoi


Comenzó como un juego, una simple travesura de la edad, la curiosidad de quien cumple la adolescencia al fervor del día vivido sobre el anhelo de vidas soñadas.

Estaba acompañado de dos amigos más, Gabriela, de ojos castaños y cabello rizado, dos largas colas de su cabello adornaban sus mejillas. Junto a Gabriela, Ernesto, de apellido Salazar, hijo de comerciantes y con ímpetu de artista.

Los tres sentados sobre el suelo se camuflaban del bullicio de la jornada escolar, dos de la tarde, un martes, finalizaba la década de los noventa.

Hay historias que se escriben en los descuidos de lo cotidiano, risas que se vuelven anécdotas en historias de adultos, memorias de lo absurdo en juegos ininteligibles.

Misael, el protagonista de este relato insistía en jugar a la copa, Gabriela ignorante de tema se distanciaba en miradas de preocupación, por su parte Ernesto, de ligera prudencia seguía todas las demandas de su mejor amigo de escuela.

En una hoja cuadriculada, la del cuaderno de trigonometría escribieron números y letras, un vaso plástico transparente serviría de guía. Querían jugar, anhelaban entrar en universos prohibidos, como la maniobra misma de ausentarse de clase bajo los salones de la biblioteca del colegio en aquel mes de junio.

Durante largos minutos preguntaron por todo lo que un grupo de adolescentes podría averiguar, desde los números de la lotería hasta el nombre de la persona que estaba enamorada de Gabriela, preguntaron por la vida del abuelo de Ernesto en el más allá y hasta indagaron por la salud de Rolando, un caniche French Poodle que había fallecido el pasado marzo.

Dejaron todo en su lugar ante la frustración de una visita que jamás se hizo evidente. Un juego absurdo, pérdida total de tiempo, diría Gabriela, con miedo, con risa nerviosa, con algo de malestar.

A la semana siguiente aquella atrevida jornada estaba olvidada.

Para Misael todo seguía su curso, sin embargo al mirarse al espejo cada mañana antes de ir a la ruta escolar notaba en su rostro algo de ojeras, una palidez que en algún momento del fin de semana dio preocupación a su madre, doña Melissa, dizque porque el niño aparentaba tener anemia, o hepatitis, algo fuera de lo normal.

Gabriela había perdido el sueño y como consuelo se trasnochaba leyendo el viejo libro de ciencias naturales, para mejorar su rendimiento académico, Ernesto en cambio, escuchaba voces, ligeros susurros que le delataban las respuestas de los exámenes de química y física, un genio misterioso que se apiadaba de su baja calidad académica.

Tres jóvenes que en el desconsuelo del no futuro, buscaron en el más allá las respuestas a preguntas innecesarias, para fortuna de los mismos, un viejo caminante atendió la invocación con loable cortesía.

Vestido de elegante sombrero de copa y un abrigo largo, botas y rostro sin identificar sonreía en lo profundo de las sombras, acompañaba las lecturas de Gabriela hasta aquella mañana en la que la señorita, ya un año posterior al juego, decidió dormir para siempre. Había caído en un estado tan profundo que aprendía a caminar de la mano del viejo caminante del otro lado.

Ernesto seguía escuchando voces, muchas voces, susurros, lamentos, incluso empezó a responder preguntas que la nada le planteaba, todas esas jornadas de escucha terminaban por distraerle tanto que su vida finalizaba en un accidente de esos que se pueden evitar.

Misael, extrañado por la pérdida de sus amigos retomó en ese posterior año al primer juego, la tarea de volver a invocar a quién no conocía. Decantó sus primeras preguntas en identificar al visitante sin recibir respuesta, intentó en comunicarse con Gabriela y Ernesto, sus fallecidos amigos de colegio.

Intentó comunicarse con todo lo que le fuera posible sin recibir nada que fuera una respuesta.

Cada noche de su vida durante los próximos decenios sería un intento permanente, desconociendo en ello su vida. Estaba aferrado a una tarea que sin notarlo le había robado la vida, era un espectro que con el desespero del silencio buscaba respuestas.

Nunca entendió que él era la respuesta.

AV.

2 de mayo de 2025

VIERNES (Se fue)

 


Imagen tomada de: https://fydn.imgix.net/m%2Fpod-artwork%2Fpool%2F8777f9ba6eeae7f0f537734187e3732a-cat-bowie-white-version-art-print-P1.jpg?auto=format%2Ccompress&q=75&ar=1:1&fit=crop&crop=top&w=1280


Se nos fue abril, nos quedamos observando al agua caer sobre la ventana, tomamos cuantas tazas de café fueron necesarias para sopesar las decisiones de quienes, en la esquina, observaron en silencio todo lo que tuvimos que soportar.

De las noticias cotidianas siempre estará la palabra dicha, aquella con la que evadimos lo importante, esas frases injustas en las que dejamos pasear el ego hasta verlo aterrizar como un pequeño globo de arena.

Hubo encuentros interesantes, como la familia y los viejos amigos que del presente ya no están, canciones furtivas que se camuflaron en una ronda de cerveza y buenas copas de licor. Personajes que vimos caer, que en su dolido ego construyeron murallas para que nadie les preguntase por su sentir.

Jóvenes que en el ayer perdieron la espalda, que se refugiaron en sus versos constantes, como un devenir de premios y medallas al olvido. Seres sintientes, que no son monstruos ni animales, son cercanos a la humanidad vivida, especímenes que en su locura agobiaron hasta al mas ateo de los cabildantes, un brillo de malas decisiones que fueron fluyendo del final de cada copa.

Se nos fue abril, un miércoles, a mitad de semana, como una cortesía, quizás.

La llegada de mayo, festivo como todos los años, ha sido para un jueves algo fenomenal en el tedio de quienes madrugan cada día a reparar el daño de la noche anterior. Levantarse un viernes y con valentía pretender homenajear los ciclos de los que ya no están, como lectores de obituarios.

Es viernes, un pretencioso día para reflexionar lo que nos robó el calendario en el corazón, porque de ahí muchos golpes rebotaron, abrazos que no pudieron colgarse como se esperaba, incluso, estrellas que brillaron sin ser vistas, quizás, porque para algunos, abril es para enamorar y no para pensar.

Somos hijos de lo cotidiano, las mismas canciones, los viejos ademanes, los lugares de siempre, las historias de quienes ya no están, la luna nueva, el sol coqueto que nos vigila en desinteresado porvenir.

A mayo, que no se vaya tan pronto.

AV

26 de abril de 2025

SÁBADO (y otros cuentos)

 



Imagen tomada de: https://media.streetartcities.com/4/457db323-0bde-43f0-aaf1-fd33544ea540/orig.jpg

By: Belinda Salazar https://www.instagram.com/p/Caatq6Fl5tR/


Es abril, nos quedamos observando las ventanas mojadas de tanto llover, nos sentamos en el paisaje urbano como un igual, nos dejamos llevar por las ilusiones del amor y otros cuentos cotidianos.

Es sábado, nos levantamos a caminar y conversar, a dictar clase, a leer un libro o a escuchar una grandiosa canción, de esas que siempre terminan mal.

Elevamos la mirada para ver en el sol el cansancio de un universo que busca abrigo en el silencio de los transeúntes. Nos alejamos de todo lo que nos incomoda, buscamos en el mañana el espacio preciso para la tarea pendiente, porque hoy no la vamos a hacer.

Nos encerramos con frecuencia en palabras y excusas humanas, un acertijo cotidiano de lo que podríamos mejorar, es preciso cuestionar todo lo que nos rodea, la presunción de inocencia que tanto anhelamos en medio de promesas incumplidas.

Es justo querer cambiar, mejorar. Es injusto transformarnos en el ritmo diario, ser astutos en cada instante, ser honestos con el sentimiento y un poco, quizás, de mentirosos con el acto puro de sonreír.

La vida es una colección de retos que van forjando el carácter y la música una sinfonía de otras vidas que no hemos vivido, descalzos caminamos para sentir en vida lo que muchos caminaron años atrás.

Hemos visto la tristeza en la edad de los amigos que ya no están, en el complejo e íntimo momento de la enfermedad, aquellos que sufren en silencio el dolor de la soledad, el destierro de la cotidianidad ajustada a una habitación.

Por demás estas letras, con sus canciones adyacentes y sus pasos desorientados son una prueba de lo poco que podemos llegar a concertar con el tiempo, nos vacilamos en palabras y recuerdos, bien lo señalaba mi gran amigo Francisco, hay que recordar sin estancar, sin predicar, es mejor comprender y evocar. De ahí la pertinencia de homenajear y conmemorar, de saludar dejando en la mano estirada, un consuelo benevolente.

Son letras simples, como la marca de un estadero de comida o la nota de una cuenta de cobro, letras que se acomodan en un sábado corriente, soleado, desabrigado, cordial.

Nos alejamos con los pasos marcados en senderos urbanos, tan similares a la onírica vida de los optimistas, de aquellos que, entre seres humanos, vacilan como animales depredadores.

Es sábado, con otros cuentos cotidianos.

AV

9 de abril de 2025

Insomnio

 


Imagen tomada de: https://co.pinterest.com/sasseptember/ivan-glock/


Afuera la noche, adentro el cansancio. Dormía en su cama con el afán de recuperar las fuerzas de una jornada laboral, abrazaba la almohada y emanaba un calor corporal propio de un buen ciudadano, afuera, el frío de la noche viajaba entre corrientes de aire, algunas gotas de agua rebotaban en la ventana.

Escuchó el llanto del bebé, otra vez. Despertó con la incomodidad de quien debe atender a quien no está.

Se dio vuelta sobre la propia cama queriendo ignorar a quien lloraba, quizás de hambre, porque para un bebé es perentorio alimentarse sin importar la noche o el día. El llanto era tenue, quizás conciliador, por momentos emanaba potencia y se escuchaba en todo el recinto.

Afuera en dónde la noche abriga a los olvidados, seguía lloviendo, con fuerza, con rabia, con la potencia misma de quienes escapan. Adentro, sobre la calma de una residencia genérica, el llanto del bebé despertaba a nuestro buen ciudadano.

Sintiendo la incomodidad de siempre, se levantó de la cama y caminó por la habitación, buscando, observando, intentando entender. Salió a la habitación contigua, encendió la luz y tomó por sorpresa la soledad de quien lo ha perdido todo.

Siguió su curso hasta la cocina, calentó un poco de leche y con algo de miel la endulzó, una galleta de soda, un poco de dulce de mora sobre la galleta.

Se sentó por un instante mientras preparaba la bebida de leche, el llanto del bebé había cesado, una oportunidad ligera para volver a dormir. El sonido del horno microondas daba la señal de que el envase de leche estaba caliente y listo para su consumo, en la temperatura recomendada.

Regresó a la habitación y sentado en el borde de la cama, tomó con calma cada sorbo de la bebida, comió las galletas y elevó dos oraciones a sus santos de devoción, el llanto del bebé reiniciaba.

Desde ya tres noches consecutivas, el llanto se hacía presente siempre sobre las dos con treinta minutos de la mañana, interrumpiendo el descanso de aquel buen ciudadano que anhela madrugar en paz para ir a trabajar.

Cada noche, aquel llanto desesperaba a quien le escuchara, el buen ciudadano, sin entender el origen del mismo, insistía en buscar en las habitaciones de su residencia, a sabiendas pues, que no había vecinos en su entorno. No lograba comprender por qué le aquejaba un neonato a altas horas de la mañana, ni mucho menos, de dónde provenía.

Terminó de beber el vaso de leche como método para combatir el insomnio, volvió a la cama y en un intento por dormir escuchó una ligera sonrisa, de bebé por supuesto, que le susurraba desde debajo de la cama, un rasguño leve y un poco de compañía.

Abrió los ojos, esperando no encontrar nada.

AV

1 de abril de 2025

EL OPTIMISTA

 




Imagen tomada de: https://c4.wallpaperflare.com/wallpaper/685/1012/918/cat-smoke-drawing-line-wallpaper-preview.jpg


Tenía la cabeza llena de artimañas y seres rastreros de muchos colores y texturas, la órbita de sus ojos vitoreaba palabras, como un calamar atrapado en una red de pesca. Se sentía incómodo, golpeaba el brazo del sillón con premura, su mente viajaba a una velocidad que hace años luz no hacía, era una especie de renacer mental o incluso, de un posible malestar existencial.

Se levantó con toda seguridad y tomó el teléfono, ubicado a una distancia sin importancia se desplazó como una sombra en la arena. Levanto el auricular y marcó sobre el disco, un número de siete dígitos, necesitaba conversar con alguien antes de que su mente estallara en una sinfonía de dudas.

-     ¿Alo? –

-     Si, aló. Buenos días. -

-     Buenos días, comuníqueme por favor con Melquisedeck. –

-  Se ha comunicado usted con Melquisedeck. –

-    Hola Melquisedeck, está usted en comunicación telefónica con Alirio. –

-   Hola Alirio, he notado en su voz un tono amistoso y familiar, sospeché que se trataba de usted. –

-   Mi amigo Melquisedeck, permítame si su tiempo es favorable, extenderle un espacio de diálogo, presencial por supuesto, y que sea con una bebida fría, me es perentorio hablarle, así como usted, escucharme. –

-    Alirio, mi tiempo es valioso y escaso, así que no veo problema en podernos saludar y beber alguna cortesía de su parte. –

-  Gracias Melquisedeck, nos vemos si está de acuerdo, a las en punto, sobre la salida del sol. – 

-      Si Alirio, estoy de acuerdo, Entonces nos vemos allá, a las en punto, sobre la salida del sol. Sugiero, además, llevar abrigo, Doña Clementina nos ha informado al grupo de mensajería de la comunidad, que por hoy habrá clima templado. –

-     Gracias Melquisedeck, procuraré llevar abrigo. –

-  Antes de finalizar estimado Alirio permítame elevarle consulta: ¿Sobre qué temática en específico me convoca con tal premura y ansiosa cordialidad? –

-   Oh excúseme Melquisedeck, ha sido una total afrenta de mi parte convocarle a una cita sin darle primero los puntos de atención. –

-  No se preocupe Alirio, lo noto en desacostumbrada preocupación, es usual fallar en esas nimiedades. – 

-  Gracias Melquisedeck por entenderme, ahora para dar respuesta a su consulta, debo de señalar que ha ocurrido algo extraordinario, por ello mi interés en convocarle. –

-    Claro cómo no. ¿De que asunto va esto? –

-    He visto a un ser humano, Melquisedeck. –

-     ¿Un ser humano? –

-       Un ser humano. –

-     ¿En dónde has visto a un ser humano? –

-     Allá, al fondo de la posada, cerca de la residencia de Emilia y su hermana, Apolonia. –

-     ¿Están ellas enteradas de tu avistamiento? –

-   No Melquisedeck, he guardado silencio, pero me es imposible olvidar la desagradable apariencia de sus extremidades, ver esas falanges en cada miembro me hace sentir vértigo, incluso, devolver intenciones. –

-   No es para menos amigo Alirio. ¿Prefieres exponerme el caso en detalle allá a las en punto, sobre la salida del sol? –

-     Prefiero, Melquisedeck. –

Colgó el auricular y mirando un punto fijo en la pared, entró nuevamente en reflexión, su mente tomaba vuelo nuevamente, ahora su afán era llegar a las en punto, pues su deseo de hablar con alguien había sido cumplido.

Se puso un sombrero de ala ancha y cerrando la puerta de su elevador, se retiro para encontrarse con su cordial amigo, sobre la salida del sol.

AV