29 de julio de 2015

La Ciudad de la Melancolía .




"Marshy the Marsh Cat" By: Paula Villanova

Me encuentro con maletas listas y a disposición de emprender mi viaje de rutina a las húmedas tierras del Chocó. Calles polvorientas que hacen un Quibdó una capital natal que se desvela entre el comercio y la expectativa de una mejor calidad de vida, de una ciudad que se sonríe a sí misma en medio de los calores de un sol que no da tregua  a los desesperados, de un cielo que se descubre al majestuoso río atrato pero que no es tolerante con las avionetas que en desespero buscan salir del caraño.

Tanto que nos llenamos de historias en cada viaje, que nos envolvemos en el lenguaje de la melancolía, donde las canciones se van desvaneciendo en un radio que pierde su fuerza, que deja su energía en unas pilas agotadas, en una esquina donde se comercia cerveza y se espera a que llueva, o a que deje de llover, a la final el juego es esperar, ver la vida desfilar en fundaciones y organizaciones de ayuda social, vernos reflejados en locales que se remodelan apresurados, porque hay que vender.

Recorrer las calles es viajar en medio de un bulevard que no quiere servirse al progreso, una ciudad que no debería jamás enfrentarse a las intolerables convicciones del tiempo, ya lo mentaban los juglares en el alto Magdalena cuando observaban al progreso como un demonio, como un inmenso tren que arrasaba con todo lo que se le cruzara.

Una ciudad que se deja coquetear por todos, porque sabe que todos quieren estar con ella pero no para ella. Una ciudad que se lleva en el corazón de los poetas y bohemios, una ciudad que ve a sus hijos despejar las calles con el paso de la edad, jóvenes que encuentran en Medellín o Bogotá recetarios para su melancólica historia de vida, noches en que el fuerte viento canta con el silencio, fuertes brisas que dejan su lamento en los recovecos de edificios lejanos.

Noches que se desviven en una fiesta constante, una parranda que se construye no para la celebración sino, para la distracción. Aprender a entretenernos en el rutinario don de la música y la palabra, acostumbrarnos a ocupar el tiempo libre en canciones, los más afortunados, en programas de televisión.

Nos recordamos en esperanzas, porque no las vivimos de infantes. Nos especulamos en proyectos y soluciones a crisis que llevan más imaginarios que problemas, porque la crisis del Chocó no es su pobreza, es su amplia brecha con el mudo real: En el mundo real no se es permitido vivir de la naturaleza y ser fieles a la belleza interior. Se exige lo contrario.

Grandes juglares viajaron por los pantanos y trochas de la gran Colombia, dejaron en sus caminos mujeres embarazadas, hombres heridos y despechados, botellas vacías de licor, pañuelos renegados al olvido, dejaron muchas letras y miles de lamentos. Más que un trabajo social, ser juglar se convirtió en la primera mitad del siglo XX en un oficio intelectual, un recetario de reconstrucción histórica.

Grandes desafíos que terminaron en leyendas. Ciudades enteras se vieron forjadas con vallenatos y poemas, el gran porro y la cumbia que fueron dando a la voz femenina esa tristeza que la compañía no podía  calmar en los tiempos de azules y rojos. Aquellos generales que enamorados de la mujer equivocada comprendía que la guerra era mejor imaginarla que vivirla.

Tiempos de amores y esperanzas que se tacharon con el bareque de los nuevos vecinos, igual a los desplazados que fundaron el ficticio Macondo, llegaron desde Fundación y muchos otros lugares, ese mágico país costero que se re fundó en el desespero, ese espejo que en la segunda mitad del siglo XX tuvo que vivirse en el otro país, el del pacífico.

Aquellos juglares del Pacífico no fundaron ciudades ni dejaron leyendas, no hubo hombres heridos ni militares enamorados, porque en estas zonas el amor es de otro tono, el hombre es más institución que persona, se es justo con el poderoso y cruel con el despojado de esperanzas. Recordarnos en miles de estrellas caídas, en cuentos de esclavos y resentimientos. No es pues escribir sobre la desgracia de un pueblo unido sino, aprender a conocer a un pueblo que aun unido, tuvo que sostenerse entre lágrimas y violencia, porque su problema jamás fue de pobreza.

Reconocer una tierra de tradición europea en la miseria misma del olvido, de un majestuoso río que se presume de valiente pero que nadie lo quiere navegar porque los bandidos esperan más arriba en la ribera. No se permiten morir historias ni anécdotas, pero se nos hace mejor hablar de la industria cultural y la no tan recordada leyenda paisa, del país paisa por conveniencia y necedad, de esa terquedad que a la final se quedó en cada calle y hogar.

Reinventar el cuento o dejarlo morir, no hay tradición oral que de continuidad a los juglares olvidados, a esas guitarras que entonaron melódicas notas de borrachos y bohemios. La percusión y la marimba que más que una fuerza musical fueron una revolución en sí, porque la iglesia siempre ha sido amiga de lo establecido y no de la tradición local.

Lo cultural se hace inmarcesible, los agentes culturales en su parte terminan siendo más perecederos que las instituciones que dicen defender. 
Ahora cada calle tendrá de adorno el mejor mensaje del mundo, porque estamos en campaña y el progreso hay que traerlo.

Porque ellos – dicen – son el cambio.

AV

24 de julio de 2015

Lenguaje



Imagen Tomada de: www.dreamalittlebigger.com  
Catty Art – Feline Silhouette Paintings Tutorial by Allison Murray 


En ocasiones, las piedras son solo eso, piedras. No podemos imaginarnos que son algo diferente o que simbolizan algo especial, no, simplemente son piedras. No podemos pretender entender a las personas, buscar leer su mirada o hacer de su gestualidad un lenguaje comprensible al entendimiento humano, no se nos hace fácil entendernos entre humanos, fallamos constantemente en el milenario arte de la comunicación oral, ahora complejizamos todo esperando entender comportamientos y conductas que de nada dicen y mucho nos preocupan.

Nos formamos como ciudadanos para amar de manera incondicional, para dar por el otro lo que de mejor modo nos salga, somos seres solitarios en un mundo que día a día se va volviendo una maraña de aplicativos y artilugios de intercomunicación, de un entorno donde las palabras hacen más ruido y en el que las imágenes son más avasallantes que antes; nos comprometemos a entender el humor y la ironía, a preguntarnos día a día sobre el qué o para qué de las cosas, darle fe a las personas que no conocemos para que por medio de un usuario nos den un nuevo orden del día a día, de ese intrínseco modo de interactuar entre seres humanos.

Dejamos que el amor por el amigo, la familia, la pareja, la ciudad misma o las grandes corporaciones que nos adornan la felicidad con sus maravillosos productos y servicios crezca de modo exponencial, somos presa constante de la frustración cuando algo no sale acorde a nuestras expectativas. 

Nos dejamos influenciar con facilidad de bonitas intenciones, de brillantes y coloridas marcas o aromas, de excusas que indignan o de palabras que alientan, a la fina terminamos todos en lo mismo: Entendiendo lo que nos frustra, pero de comunicación interpersonal cada vez muy poco.

Nos enojamos porque somos humanos, nos gusta reír y correr, disfrutamos de un beso y de caricias, nos apegamos a eso que nos brinda el estado de comodidad, de esa felicidad o estabilidad que trae consigo el tiempo y el esfuerzo invertido. Nos hallamos rodeados de mucha comunicación, día a día crecen los canales para comunicarnos, día a día fracasan nuestros intentos por ser claros en el mensaje porque otras variables que surgen lo vuelven poco viable, poco transparente.

Entre silencios y monumentos vamos construyendo mensajes en líneas de texto, en renglones que de algún modo incomprensible logran generar acento, tonalidad, dan gestualidad a una simple palabra o a una imagen que sonríe o llora, algún personaje sin nombre que resume el cómo nos sentimos con una sola imagen.

En ocasiones cambiamos de estado de ánimo pero no de tonalidad en el mensaje porque la tonalidad se vuelve silencio, el acento se hace gramatical, el verbo se hace constante y se resume a pronombres y adjetivos cada día más excluidos o reemplazados por imágenes.

Podremos escribir miles de versiones de una misma historia y asimismo, podremos encontrar miles versiones de una historia que hemos leído, nos llenamos de confusiones, de mal interpretaciones y hasta de vagas dudas que no nos permiten aclarar nada.

Somos vagos al hablar, se nos hace limitado el discurso, el lenguaje se hace etéreo en una espiral de imágenes y grabaciones de audio y video, se nos vuelven fotografías los momentos, se nos vuelve rutinario el hablar. Dependientes.

El amor escapa a todo, lo brindamos en el lenguaje, construimos historias y emociones, las extendemos a los amigos o familiares, a las personas que hemos elegido para amar o a los que nos han elegido  como suyos, volvemos a la final a lo mismo, a querer entendernos más allá de lo dicho, querer explicarle al universo universal lo que el otro siente o le ocurre sin querer preguntárselo,  nos volvemos visionarios del lenguaje, intrusos del silencio.

Adivinos o no, solemos darle simbolismo a todo y lo ajustamos a la conveniencia de nuestro conocimiento, nos ensañamos con lo moral y lo ético, nos virtualizamos con las sonrisas y los miles de muñecos sonrientes que se disponen en un catálogo de imágenes. Nos convertimos en expertos comediantes y hasta en intelectuales con el don de la ironía.

Nos volvemos guardianes del lenguaje, del amor, de los sentimientos, expertos en tecnología y hasta desarrolladores de propuestas para pequeñas corporaciones, nos volvemos lo que siempre hemos sido pero al servicio de una plataforma diferente a la que le llaman innovación.

Nos volvemos aire y tierra, nos volvemos maestros del lenguaje, lastimosamente somos solamente un arquetipo entre muchos, el producto de lo que consumimos.

En ocasiones, las piedras simplemente son eso, piedras.


AV

23 de julio de 2015

El Privilegio de Ayudar.




PAX & HART LUNA CAT POSTER. By Leo & Bella.

En muchas familias colombianas y quizás, de América Latina,  el ayudar es una costumbre ligada al querer ser buena persona, pocas son las ocasiones en que el ayudar se convierte en un acto de solidaridad y buena voluntad por encima de las ansias de protagonismo o fe. Es que ayudar es diferente a colaborar y en Colombia me atrevería a opinar, se colabora demasiado pero no se ayuda en igualdad de proporciones.

Somos solidarios con la colaboración porque es nuestro pilar de última hora, es esa llanta de repuesto a la que acudimos cada vez que necesitamos ampliar el plazo final, es ese gesto de grandeza que enaltece a las personas de disciplina flexible. Colaborar se nos convierte pues en atravesar el afán con un poco de velocidad, extender la mano a quien ya sabemos ha merecido la derrota o el fracaso.

Colaborar es una opción y siempre lo será, estará en manos del profesor o el supervisor, del Jefe o Juez, del testigo o familiar, de cada quien al que se le invoque la genuina novedad de dar auxilio a quien ha merecido verse en desgracia, a quien ha acudido a la pereza o descuido para no tener a tiempo las tareas o compromisos adquiridos tiempo atrás, colaborar es dejarnos seducir por el irresponsable manejo de las buenas intenciones, es la señal en color amarillo del semáforo de la buena fe, o por qué no, el sermón que nadie escucha pero que todos invocan en la misa de cada domingo.

“Colabóreme” como expresión de auxilio, sin importar el tono de voz o la precisión de la fonética, sin descuidar el acento o dejarlo fluir con la pereza del mendigo, independientemente de quién o en qué momento se acuda a tal palabra, la expresión en sí se vuelve un desafío irremediable entre dos o más fulanos: El emisor y el receptor (es).

Dicha expresión es un reto al que la escucha, le sujeta de las mismísimas y le invoca a ceder a tal presión, es invocar al demonio sin tener en cuenta la gran diferencia que se siente cuando se le ve venir.

Preceder cada frase con el apelativo “Por Favor” “Porfitas” “Porfa” “…un Fa” es de sensatos conspiradores de lo absurdo, porque no se cae en el elegante y muy respetuoso ejercicio del diálogo, de la proposición y la disposición sino, en una maleable jugada de discursos, de gestos que respaldan la voz, del deseo de imponer en el otro la voluntad de lo que no se tiene o pertenece y si ello no es eficiente, se recurre como extintor de emergencia al ya mentado “Colabóreme”.

Ayudar – decía al inicio del texto – es en sí un acto de fe, un eco del alma que se vuelve acción.  Es convertir la solidaridad en la verdadera esencia de lo humano pero para ello, es indispensable la educación. Contar con el suficiente criterio y el poder mental – o frialdad quizás – para aprender a decir Sí o No, para dejarnos enredar en el dolor o sufrimiento de quien invoca la ayuda, o por el contrario, para entender que el mejor modo de ayudar a alguien es permitir que la persona misma obre por su bienestar sin necesidad de acudir a otros.

Es una educación que no se imparte en las aulas propiamente, es parte del hogar o la unidad misma de la familia, es ese algo que se siente en el aire cuando lo fraternal es permisivo y se opone a cualquier rechazo o acto de exclusión, es ajeno al colaborar, porque el ayudar es entrar en contacto con el dolor del otro, es hacer del sufrimiento del otro nuestro sufrimiento, entenderlo, interpretarlo y darle opciones a cada escenario o posible solución. Ayudar es entregar lo mejor de nosotros a quien lo invoca, pero es bien sabido además que el tener buenas intenciones es igual de peligroso que el no hacer nada.

Las intenciones son banales, nacen del impulso sideral de la vida, del cosmos mismo del alma o meramente, de las vísceras; son intenciones que se materializan en grandes ideas o, en inmensos desastres. Ayudar implica educación (insisto), no saber cómo ayudar es mucho más peligroso que el problema mismo de la existencia humana.

El infierno está lleno de grandes idiotas que han pretendido entender la mente femenina y, de otro grupo de ingenuos que se han pasado la vida expresando buenas intenciones. Las buenas intenciones son peligrosas porque su misma condición de fe hace que no se pueda medir o predecir el daño que se hace al fallar el plan, son intenciones (buenas) que no tienen sentido de humanidad, intenciones que no corresponden al Ecce Homo, por lo tanto son intenciones que no están preparadas para reparar el daño causado o ser consecuentes ante el vacío gestado.

El asistencialismo social o mecenazgo, se convierte en la modalidad empresarial de ayudar a los más necesitados, una actividad económica que con el fin de evangelizar el alma de las empresas pecadoras, se invierte en acciones de donaciones y atención de poblaciones víctimas de alguna calamidad inventada por el mismo ser humano: Enfermedades, Víctimas de violencia o desastres ambientales, Exclusión y discriminación, educación y/o pobreza y miles de cuentos más.

Este ejercicio solidario de una parte muestra el lado humano de los gerentes y altas directivas corporativas, porque siente que están “Colaborando” con la sociedad, en cambio, en la otra orilla encontramos otro tipo de organizaciones (no todas empresariales) que buscan ayudar para mejorar la calidad de vida de alguien, su modo de ayudar es promover programas y/o proyectos que den resultados medibles y comparables, que disminuya un malestar y no un síntoma.

El mundo ideal es aquel donde no existen Fundaciones, ONGs, grupos sociales de caridad o filantropía, ¿por qué? Sencillamente porque sería un mundo sin problemas, sin exclusiones, sin brechas sociales ni poblaciones vulnerables, un mundo donde las organizaciones de ayuda serían pocas porque nadie les necesita, por el contrario, en este nuestro mundo, cada día son más las fundaciones, corporaciones y asociaciones que se registran e igual el número de problemas y síntomas que aparecen en las brechas de la sociedad.

Ayudar es un don que pocos comprenden y dan buen norte, colaborar es más bien un acto común de solidaridad con lo que no se debe de hacer pero que surge bajo el discurso del “deber ser”. Irónico, incomprensible, insensato y plenamente exagerado.

Gusto me da pues, enfocar mi ejercicio profesional (y visión de la vida) en ayudar a los que ayudan, ser una herramienta  para aquellas organizaciones que quieren ayudar y no colaborar, porque los que ayudan aunque usted no lo crea, necesita urgentemente de ayuda.

Un privilegio que pocos saben invocar.


AV

22 de julio de 2015

Una Deuda Cultural (Entre muchas)



Imagen Tomada de: www.gatsvallromanes.org
Tarda De Gats En Radio Vallromanes. Gats Vallromanes: Marzo 2013

El valor cultural de toda canción se siente no solo en su melodía sino, en las historias que nos cuentan, la pasión del intérprete y claro, la claridad con que sentimos empatía con lo escuchado. Sucede pues con “El Cantor de Fonseca” que es de esas canciones vallenatas que me transporta a otros tiempos, me diluye en un imaginario de cuentos y canciones, de personajes que existieron en la cultura popular de una región, de imaginarios que se construyeron con los regionalismos y los sueños de colombianos que anhelaron el progreso, de señores de mucha edad conviviendo con la nostalgia y el calor, inclusive, de canciones que disfrutaban más de sí mismas que de premios y discos vendidos.

“Alicia Adorada” me recuerda esos amores eternos, esos encuentros con el tiempo que se fueron permeando en recuerdos y besos a la entrada de grandes casas coloniales. Ese aroma a selva y trópico, de calores asfixiantes y mujeres de vestidos variopintos, de sandalias modelando bellos tobillos sin cadenas ni colores, sin tatuajes ni calles pavimentadas. De canciones que en su sonar nos mezclan religión y política sin sonar incorrectas, musas que inspiraron a borrachos y poetas, de historias que se gestaron al fondo de una botella y se esfumaron en la radio local mientras se paseaba en el tren de la sabana.

Canciones de muertes y derrotas, porque no es solamente el dar lírica al despecho o a la soledad, de dar a la  melancolía un lugar hipotético en la radio o por qué no, de darle motivos a bellas y desesperadas con dedicatorias vallenatas. No lo veo de tal manera por la sencilla razón de que lo básico en ocasiones (por no decir casi siempre) permite contar historias y crear grandes obras musicales, no ver la necedad (y necesidad) de inventar complejas mezclas, ediciones exageradas con lenguajes reforzados, a veces basta solo con enamorarse, o también, querer morir de amor.

La tradición de los pueblos se permite reproducirse en la oralidad de los cuentos, en el respeto por los viajeros y los abuelos. Esa mágica costumbre de dejarnos asombrar por las historias que se construyen con el anecdotario de los olvidados, dejarnos presumir por cuentos que salen de las viejas calles empolvadas del tiempo, del río donde las lavanderas dejan fluir la ficción de sus penurias, del parque donde se sientan a conversar los que ya no tienen nada que decir.

Historias que se impregnan al qué hacer cultural, donde el acordeón no es un instrumento musical ni mucho menos un lujo, es por el contrario una extensión del hombre vallenato, una muestra de su virilidad en tiempos de violencia y cacicazgos, un talento que se construye entre familias y se hereda entre compadres, porque la tradición se vuelve musical y deja lo oral para lo superficial, se desvanecen miles de personajes reales para darle paso a miles  de intenciones ficticias que a nombre de amor o desamor, comienzan por narrarnos una a una las peripecias y desgracias de un pueblo que se vale honesto y trabajador, de una cultura que se declara ajena al conflicto y amiga del amor.

El poder de la música, la mística de las historias, los cuentos y los anhelos, ese deseo reprimido de muchos de salir de la pobreza, de ver en la música una industria y no un medio cultural. Encontrarnos en la historia miles de canciones después, miles de excusas para consumir licor a ritmo de un vals del Valle, dejarnos enlodar la memoria con temas musicales que se adhieren al despecho y al amor, que se alejan progresivos los años noventas, de una mística cultural para darnos solo entretenimiento, dejarnos atrás los parranderos mensajes de pueblos trabajadores, de mujeres encantadas con el hombre vallenato, el caimán eterno de una virilidad construida socialmente.

Amores pasajeros y peleas de gallos, Celos y discusiones, problemas de memoria y canciones de duelo, resentimientos entre regiones, familias condenadas al olvido y otras al exilio, gobernantes posesionados en discos de oro y platino, comerciantes que desconocen a sus compositores, niños que aprenden el saber pero no el arte, tiempos modernos que llegan y acaban con todo, como la industria que llevó el progreso a regiones bananeras y algodoneras.

Descansarnos en el tiempo libre, es pues este rompecabezas el que nos descifra el perdón del tiempo perdido, dejarnos herir por el complaciente público que aplaude cuanta canción llega con un acordeón de fondo sin importar su letra o mensaje.

Compadres que ya no son compadres, rivales de discotienda quizás, mujeres embajadoras de la música vallenata en tierras salseras  y rockeras, diatriba del mercado que nos confunde con ritmos urbanos y letras golosas, ambiciosa oleada de cantantes y reencauches: Todo tiempo tiene sus melancólicos comentaristas.

La deuda cultural estará siempre vigente, porque la cultura se construye reiterativamente, se imagina a sí misma y se reinventa en otras sonatas, en nuevos bailes y nuevas necesidades (necedades), pero siempre debe existir ese telón de fondo que poco a poco hemos visto desaparecer: Hablar de la tierra.

Es indispensable (pienso),  se cuente la historia de lo que esconde el dolor o la felicidad, no es caer únicamente en el pretexto de amar o querer amar, mucho menos caer en el caótico ejercicio de hacer campaña a una ideología o a un programa político, no ser religiosos por serlo ni criticar el establecimiento actual como inspiración musical.
Es ser compositores de lo que se olvida en el río, de esas noches y tardes que el ruido se ha robado, ser sensibles a la historia, a la memoria colectiva y con ella a los que ya no están con nosotros pero nos dejaron su sudor.

Es componer en el nuevo mundo lo que el viejo mundo nos enseñó, es escuchar lo que la Guajira misma nos heredó y tierra abajo nos legó. Imaginarnos navegando el río y sufriendo de amor con el atardecer rosado de fondo. Ahora nos ufanamos en lo urbano,  en lo insensible de un mercado que me permite ser melancólico con las viejas historias.

Hay nuevas historias que nos traen nuevos valores culturales, nos cambian el modelo del mundo, no obligan a temer un poco a las edades que se van encontrando porque a la final, siempre hablaremos de amor y de desamor.

Refrescar la memoria y por qué no, el paladar  con una buena canción.

Reinventarnos.

Siempre. (Suena "Matilde Lina" de fondo)


AV

17 de julio de 2015

A la Espera.



Imagen tomada de:  http://kazani.gr/2014/07/
30 Melancholic Cats Waiting For Their Humans To Return


Hay historias que se construyen con los días, hay noticias que nos llegan con el nuevo día en y él se nos entrometen en la calma del momento. Llamadas que recibimos desde lejos o cerca, palabras que se nos van  enredando en el aire, como el sudor que se nos impregna en la ropa y nos hace incómodos ante un solitario soplo de calor.

Nos volvemos expertos en recurrir a maromas de último momento, en diligenciar datos con la premura del tiempo perdido, nos acercamos a la divinidad de las cosas en la medida en que las vamos perdiendo, en definitiva, nos volvemos cada vez más humanos por cuanta razón hallamos en el descuido.

No es que se trate de ser descuidados, somos metódicos en nuestros tiempos, damos uso a cada argumento para dilatar el calor y el espacio, para hacer de las tareas un asunto pendiente en la agenda de los días pasados, como si las fechas de entrega fueran estaciones del tiempo y no límites a la decencia.

Comprendemos a los amigos por lo que son, diferenciamos su escala de valores con los colores de la puntualidad, nos desesperamos en la espera pero aprendemos que con ella vienen tiempos nuevos, cada caso es su propio andar, cada ocurrencia trae sus tiempos y sus ritmos, pero en los encuentros generales el que madruga no siempre cuenta con la ayuda del señor, mucho menos el que llega tarde, a la final, el asunto era encontrarse, las reglas sociales de conducta pasan a un plano muy pero muy inferior.

Siempre es que una flor tiene el tiempo suficiente para crecer, para hacerse vida en un único lugar, en un estático plano que más que general es casual. Tiene el tiempo suficiente para florecer y hacerse bella en un gris mundo de desamparados.
Siempre es que aparece un afanado que llega tarde a sus citas, pero que las justifica con una flor, porque regalar una rosa o un girasol puede ser más coqueto que sonreír con la puntualidad del tiempo acordado.

Nos preocupamos porque preferimos reflexionar ficciones a ocuparnos en realidades (algunas más alarmantes o afanosas que otras), porque nos enfrascamos en anacrónicas dudas, en pendientes que necesitan ser atendidos pero que no le permitimos atender, le hallamos siempre obstáculo alguno o culpable ajeno.

Es un decir quizás, que el tiempo nos devela enseñanzas, nos madura, nos ocupa, inclusive, nos estimula en cada teatro y consejo. Pero como lo dicta el poeta de Rosario, “(…) nos encontramos en tiempos donde nadie escucha a nadie, donde todos estamos contra todos, de egoístas y mezquinos, tiempos donde siempre estamos solos”, tiempos diría yo, donde no aprendimos a esperarnos, donde nos escapamos llegando tarde a los compromisos con la fe ciega – parafraseando de nuevo a Rodolfo – de declararnos inocentes, o ser abyectos y desalmados.

Es que los amigos son la primer escuela, el lugar donde nos divisamos a la distancia y pactamos agenda, construimos horarios y rutinas, personajes con los que comenzamos a hacer de la cotidianidad un primer lugar para las noticias importantes de la vida, el breve espacio en el que nos sometemos a opiniones y conjuros, confesiones y debates, el esquivo loop de la vida donde nos enajenamos hasta el cansancio, tarde la noche para al día siguiente volver a comenzar.

Historias que se construyen con los días,  que nos llegan con el nuevo aire, como el sudor que se nos impregna en la ropa y nos hace incómodos ante un solitario soplo de calor, que legando tarde a la imaginación nos convocan a reiterativos mensajes que a novedosas preguntas. A los amigos y familiares, porque de todos hemos aprendido el para nada noble  de la impuntualidad, esa inmoral desidia que a todos nos afecta pero de la que nos hemos acostumbrado.

Nos comprometemos a entregar, a llegar, a partir, a dialogar, inclusive a vivir. Nos prometen castigos y escenas de desconsuelo, nos amedrentan con miradas, nos esquivan la buena voluntad, porque el retrasarnos nos hace débiles en lo moral, pero gran ironía de la vida la que a su vez nos vuelve fuertes de carácter porque en la siguiente entrega, reiteramos en la tardanza.

No se trata de madrugar o ser más veloz, porque hasta las almas llegan tarde a su rosario. No es esquivar el tráfico o preparar desde la noche anterior el equipaje, porque hasta los dioses olvidan a sus más fieles seguidores. No se trata de cargar el tiempo en los bolsillos o identificar el paso del día con el trayecto de las nueves y el sol, ni de identificar las estrellas en su infinita gracia porque hasta el mismísimo creador del universo las diseñó para que nos llegara tarde su brillo.

Aprendí a esperar con el tiempo, cortesía de amigos y familiares, pero algo que jamás aprendí fue a tolerar las sonrisas del que llega tarde o las disculpas del que siempre evade la fábula urbana.

Es viernes y como todas las historias llegamos con afán al fin de semana, llegamos porque nos da pena decir que nos esperaron. ¿La gente por qué llega tarde? Sencillo: Porque siempre habrá alguien que le espera.

Es viernes y llegamos tarde.

AV


16 de julio de 2015

Pequeñas Compañías





Parte de los placeres de la vida está en el compartir con otro, entregar lo mejor de nuestros momentos a una compañía placentera, ser cómplices de la alegría del otro. Nos gusta sentirnos vivos en la medida en que la vida nos permite estar acompañados, dejar de lado las saludables soledades para asumir como un reto el bonito acto de querer.

Nos gusta la compañía, sentirnos reconocidos, hacernos partícipes de otros y sus historias, de esquivar las preguntas del ocio y hacer de ellas un manual para los amigos, cómo no, sernos testigos de cuanta inocencia desprende de nuestras ocurrencias, de esa ingenuidad a la que hemos dado compañía y bienestar.

Como todo en la vida, hay decisiones que nos llevan a cada tipo de compañía, unas más profundas que otras, unas con sentido más humano que las demás, compañías que se nos dan con un fin en particular, metas que se sacuden de la ropa para ser expuestas en una calle o una mesa de Bar, amistades que se endurecen con el pasar de los días y sus noches, que nos convertimos en pares e impares, como un grupo de pequeños mamíferos que saludan al sol en manada, o como el banco de peces que huye en conjunto.

Recuerdo una conversación con un viejo (muy viejo) amigo quien me celebraba la diatriba en lo que fue el ocaso del año inmediatamente anterior. Conversábamos en aquel enero nuevo sobre lo bueno y lo malo que había sido el año a nuestra percepción, no olvidaré (más con desagrado que otra cosa) el comentario que surgió de esa (quizás) superficial conversación. Iniciamos la reflexiva conversa con los acierto y desaciertos que nos acompañaban en el calendario, de los encantos del trabajo en equipo y de las grises tardes de confusión y mucho estrés laboral, vimos de reojo las relaciones interpersonales que fuimos construyendo en ese año y las evoluciones que cada círculo social que nos rodeaba daba, era un ejercicio muy anecdótico para lo que cualquier fulano haría en los primeros días de enero.

Al girar en el trayecto, nuestra conversación terminó en un frenesí de sonrisas y brindis, saludábamos la buena era y convidábamos alcohol y un poco de historias más. Todo llevado a una reflexión general: “El año anterior fue un año complejo, fueron más las malas experiencias que las satisfacciones” a lo que mi contertulio de barra con más gracia que respeto espetó mi comentario con un silencioso pero muy certero dardo, ausente de compasión y más bien recargado de valor: “Creería que no fue el año en sí, sino más bien las decisiones que tomaste”.

Ante tal sabiduría fue más mi reacción de sorpresa que la razón misma la que sentaba en la mesa,
La sonrisa de mi compañero de turno evidenciaba más a una déspota conclusión a lo que quizás realmente era la intención: Una reflexión. No tomé de buen modo tal acierto, pero gran sabio que es el tiempo mismo y supe valorar tal discreción. Insistir en las compañías y sus palabras.

Sernos fieles a los amigos, consigna que en muchas ocasiones no entendemos o apropiamos, ejemplo de ello el eterno 2013, un escenario de fidelidad y lealtad en el que las mismas situaciones difíciles nos mantuvieron en escena, o el 2002 que con sus mensajes y retos siempre nos embriagaba en ternura, en unión y comunión. Ya bastante se ha dicho de ello en este blog, pero es que de eso se trata siempre, de recordar, renombrar, retomar, reincidir inclusive en el discurso, de alienarnos en la lectura de los días pasados.

Cuando nos alejamos de unos u otros, somos también consecuencia de una decisión, por eso que las compañías que tanto hacemos respetar deben ser soportadas en nobles actos de verdadera amistad, en la constancia y la buena escucha, no solo en el parecer y aparecer.

Decisiones, no saber tomarlas, entenderlas mejor.

Desde asuntos de pareja hasta compromisos laborales, la compañía que nos llega en el camino se acentúa como una huella en la memoria. Casos como las filas de espera para ingresar a un espectáculo o a una entidad financiera, compañías que nos departen conversaciones inesperadas o lugares muy comunes que terminan siendo un protocolo social de interacción. Visitas guiadas o desesperadas atenciones en salas de espera, sillas vacías en bares o restaurantes, pasillos en buses que sirven de lugar de encuentro, huellas al fin y al cabo, siempre se habla de huellas que quedan en la memoria.

A cada momento, se le ha dado un buen recuerdo y en el mejor de los casos, vamos conociendo a nuevos personajes que se quedan para la vida, Fiona por ejemplo, una pequeña can de tres años de edad, juguetona, cascarrabias y siempre anda de moño variopinto en la llegada de cada mes. Su condición de canina le permite hacer del tiempo un lugar de juego y encuentro y con ello ha permitido en mi vida hacer del tiempo, un noble lugar de juego y encuentro.

Así como Fiona, una Pug de tres años de vida, muchas son las personas y animales que se nos van adentrando en el día a día hasta hacernos suyos, pedirnos galletas o jugar con nuestras ideas; nos volvemos seres de tercas motivaciones, olvidamos ver en la compañía del momento esa agradable pintura que adorna a un simple pared blanca, se nos olvida ser cómplices del otro o por qué no, como lo dijo mi descuidado amigo: Saber tomar las decisiones acertadas.

Escribir nuestros titulares de lo cotidiano.


AV


15 de julio de 2015

El Soñar de los Caminantes (II)



Imagen Tomada de: https://s-media-cache-ak0.pinimg.com/736x/69/4b/f7/694bf796629557628f9362864a3ab0c4.jpg 
So Love This. Black Cat Print Cat Art from a painting  by AlisaPaints

Retomando las historias escritas en vida, vamos construyendo las aventuras que día a día nos van donando de locura, nos sumergimos en los quehaceres del olvido y damos rienda suelta a múltiples historias. De niños nos involucramos con el amigo imaginario, de jóvenes nos idealizamos con el primer amor y la obsesión del beso dado, del deseo hecho carne y ternura.
Nos contagiamos de ansiedad, de pecados ajenos, de lo más oscuro que encontramos en la mente del otro, como si crecer fuera producto del sufrir, como si permitirnos ser humanos nos costara el lujo de ser pensantes. Las historias las merodeamos como cascabel y las apartamos al suficiente ruido, encantados o no con el silencio, nos escabullimos entre los recuerdos y claro, comenzamos a delirar con ese primer sueldo, ese que nos hace sufrir con su llegada como lo hizo en su momento la partida de ese imaginario amigo.

Toda historia tiene su vagón de pasajeros y así como en su momento dimos vida y retorno a un joven Gabriel, dimos también rienda suelta a un peligroso Miguel, a personajes llenos de misterio y excusas, más excusas que historias a decir verdad. Pero es momento de dar pausa a esas excéntricas visiones del mundo, preferible es concentrar el escrito en lo que hay detrás de cada página, el verdadero ser de esa anomalía llamada literatura.

Bordeamos la locura cuando a nuestro entender no le es suficiente con lo que ocurre afuera, con el más rápido de los impulsos nos abogamos por la fe, sumergimos lo desconocido en oraciones y plegarias y rogamos a la deidad del caso que nos tire una ayuda, que nos auxilie en esos rincones de la vida donde lo racional es precisamente, invocar a lo irracional.

Lo irracional, lo irónico de una historia que acudió precisamente a la locura para hacerse escrita…

Desde niño he sido atendido con el don de la sensibilidad, más allá de llorar por todo estaba pues, el poder observar o entender más allá de lo que los adultos (para entonces) no comprendían. Se me facilitaba observar personajes que de mi imaginación brotaban y que a lo largo de cada trayecto de la vida se me iban pareciendo cada vez más exógenos, quizás ya en una más madura juventud pude entender ese juego de roles que la imaginación y la realidad me permitían, saberme expuesto entre lo irracional y lo inmaterial, ambos casos acuñados con el sentimiento de la duda, ser perplejo espectador o un mero inventor de excusas.

Se me acompañó tal virtud con la escritura de textos creativos, cuentos que despachaba desde la nada hasta la mismísima razón de ser celestino de jóvenes enamorados. Dar el lugar a las letras en mi proceso formativo, ser creativo y amar con locura el desempeño de cada personaje.

Todo comenzó con la inocencia de las cosas. Dibujar universos infantiles de pequeños héroes que salvaban el día, emular las historias de la televisión y el cine en pequeños fragmentos de vida, serme fiel en la conquista de cada sueño, imaginar otro mundo, escribirle al amor que no comprendía todavía, redactar vidas extensas que ya no eran humanas, dialogar en fábulas y volar pequeños escenarios.

Cada vacaciones viajaba a mi Girardot natal, allí construía mi tiempo dividido en amigos y cuadernos, en algunas oportunidades en el mismo frío de la Bogotá humana en compañía de mis tías me sentaba en el comedor a producir cuentos, agotaba cuadernos con mi propio pulso imaginando historias que nadie había contado. Era un creador de cuentos, un triunfalista soñador que en cada verano alcanzaba algún reconocimiento escolar por escribir ficciones que a otros incomodaban, era un nido de egos acumulados en pequeños personajes.

Una tercera variable en este molotov de encuentros fue siempre mi gusto por el cine de terror, y en el paso de los años Freddy Krugger ha sido quizás uno de mis personajes favoritos, ha sido por igual modo un personaje inspirador para mi proceso creativo en algunas pistas literarias, se me formaba pues una condición tan natural el escribir en actos violentos y de crueldad finita lo que años más tarde sería digámoslo de algún modo general, mi primera saga de cuentos (algunos muy mal obrados).

A pesar de mi gusto por el cine de terror y suspenso, desde niño mis pesadillas fueron relacionadas por otros factores, nunca en mi infancia tuve pesadillas a causa de alguna película de Freddy, Jason o el muñeco aquel, mis pesadillas son de otra estirpe, se van cocinando en lo más recóndito de mi memoria y va alejándome de la razón como una pala que quiere agrandar un hoyo; Se van construyendo escenarios llenos de temores y salidos de la más oscura imaginación, ser creativos hasta para crear sufrimiento, así pues, fui construyendo poco a poco murallas que me protegieran del mal soñar, que me despojaran de ser víctima de un personaje desdichado, por otra parte, me aumentaba la ansiedad con los escritos de terror en que hacía mis primeros intentos, desde lo paranormal veía con gran interés fenómenos que nadie explicaba.

Amante de las historias de miedo que comentaban mis vecinos, de esas peripecias de fincas, de grandes sustos ocasionados por juguetones e invisibles duendes, por brujas que alguien afirmaba haber visto o los melancólicos llantos de una llorona que terminó por ser una leyenda latinoamericana. Curioso de  las revistas extranjeras que amigos y vecinos tenían en la entonces análoga década de los noventa donde se menospreciaba la existencia o no de personajes de mitos y leyendas.

Personajes que se suscribieron en la ficción de juegos con monedas o invocaciones deficientes a punta de tijeras y hojas en blanco, un nivel de curiosidad elevado, tan elevado que me saltaba la barrera para ver los toros más de cerca, querer preguntarlo todo, querer vivirlo, contarlo, poderlo llorar y luego reír, de todo un poco menos imaginar que la razón sería la ausente de toda convicción, sería la locura perfecta para un cuento que quizás algún día me atrevería a escribir.

Ese día finalmente llegó.


AV

14 de julio de 2015

Hay Días





Con las baladas de Gloria Estefan, con el claro día entrando por la ventana, con la nostalgia en el escritorio, con todo lo que podemos dejar salir de tanto pensar, con lo que nos sale del corazón, la distancia misma o el amor, que acerca a los viajeros.
Vamos fingiendo en los días que pasan esas emociones que no podemos dejar salir, nos vamos encerrando en ideas tontas, nos dejamos afectar por el plural afán de una ciudad atravesada por un río que nadie quiere, nos vamos desdibujando en el gris caminar de una tarde desamparada, nos vamos enamorando de las ideas que cada vitrina expone, nos vamos enmascarando con saludos y calles cruzadas, también nos indignamos con los que se fueron.

Retrocedemos en el caminar, volvemos a lo principal, a lo que fue antes de lo que es: Entra la luz de la mañana con su sensual andar, despertando a los indecisos, a los que quieren dormir hasta el cansancio, o descansar de tanto dormir. Llueven las ideas sobre un escritorio que no quiere inspirar a nadie, una taza de café para iniciar jornada, pensar en el amor bonito y suspirar, soñar con esos ojos verdes que deambulan en la imaginación del poeta. Se desayuna y se juega, se distrae la vida en partidos de fútbol simulados, se reflexiona, se lee, se divaga, se finge que se trabaja, se es natural.

Es en el corazón donde las ideas se nacen a sí mismas, es en la salud donde se corretea cada cuento. Primero se piensa en esas interminables historias de brujas que se descubren en la prensa, de deportistas que triunfan en tierras lejanas. Se da lectura a otras novedades y se reflexiona sobre los personajes que dan de qué hablar, de pensar por ejemplo que el Joker adaptado para esta nueva generación es a mi gusto una muy buena adaptación, pero que para otros es un error nefasto. Pensar que el tiempo ha pasado y con el las anécdotas de una nación que tuvo su propio horario, con apellido y tareas pendientes.

Es en la memoria del dolor donde vamos dando sequía a las cuentas perdidas, en donde vamos mezclando las baladas de Gloria Estefan con las ideas para escribir, quizás, para escaparnos de una rutina que no comienza, mejor pensar en salir a la calle y por qué no, en dejarnos contaminar con el paisaje.

Recordar los días vividos y los descansos de un buen fin de semana, de que hay Blogs muy interesantes para leer y otros en los que se tiene el descuido como vocación del alma.

Programarnos para salir a caminar en la tarde, cumplir el deber de pagar lo que se debe y de anhelar lo que no se tiene, de pretendernos en el vacío, de ser siderales en el esquivo caminar de los afanados, de ser soñadores mientras se cruza un paso peatonal, tomar el transporte público y dejarnos inspirar por esos artistas que pregonan la lucha diaria contra el sistema, del esfuerzo mezquino por sostener una familia que para algunos no existe y para otros es mera responsabilidad.

Pasar la página.


AV