7 de noviembre de 2014

Juan Felipe Chamorro: El Cuentero




Imagen tomada de: 


Aunque hace rato no escribo nada que supere los 140 caracteres y esté por fuera del ámbito académico, creo que ya son varias las que le debo a este señor. Entonces opto por responder a su amable convocatoria, para lo cual debo evocar una época mucho más fácil…


Conocí a Armando hace unos trece años más o menos. No estoy seguro de cuándo ni dónde, pero sé con certeza que fue gracias a la Asociación Colombiana de Estudiantes de Comunicación Social y alguno de sus congresos o asambleas que tanto disfrutaba sin preocuparme de nada (de ahí lo de “época mucho más fácil”).

Del hombre recuerdo que fue difícil de caracterizar en un principio porque uno ni sabía de dónde era (se decía caleño, viajaba con los de la Javeriana de Bogotá y era hincha de nacional); además en un ambiente de estudiantes de comunicación social guapachosos, Armando tenía un tinte más bohemio y político —aunque suene contradictorio—.

La pegamos bien. Hablamos largo y bebimos ídem… a pesar de que también creo recordar que en Medellín andaba con una camiseta horrible de rayas verdes y fondo blanco (o al revés). En esa época mi América competía directamente contra su nacional (otra vez… “épocas más fáciles”).

En una ocasión coincidimos en Pereira y el hombre salió con que era cuentero. Nos echo un cuento malo sobre un personaje que se llamaba Lisimaco (así, sin acento en la segunda i). Son de esas pendejadas que uno recuerda sin saber bien por qué… como también recuerdo que el cuento ese no pegó ni mierda (seguramente ayudó que el público estaba conformado por comunicadores amanecidos y/o enguayabados).

Lo último que recuerdo de Armando —y le sigo diciendo así, porque en esa época todavía no era el loco de los gatos—, fue que una vez le caí a su casa cuando ya vivía en Cali. Me recibió con cerveza y hablamos mierda como siempre. Esa vez lo conocí un poquito más porque entre tantos temas incluimos la música, el cine, los comics y otras vainas sobre las que antes no habíamos conversado.

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Después de eso, no recuerdo mucho a este señor. Con el tiempo él se convirtió en Don Gato y a mí me decían El Cuajinais. Cuando los medios de comunicación virtuales nos permitieron retomar el contacto conocí el Noticiero de lo Cotidiano; su afición por la gatos y su problema crónico con la palabra inviable (quizás exista un trauma el respecto, tengo que preguntarle alguna vez).

También supimos que ambos estábamos en el camino de la docencia y hasta nos enviamos algunos correos sobre el tema. Pude ver que en Twitter es muy apreciado y varias veces le escribí preguntándole maricadas (que me respondió la mayoría de las veces). De este nuevo encuentro destaco la promesa aún incumplida de sentarnos a cervecear y que me recomendó 
La Caída de los Gigantes de Ken Follet —una bestialidad ese libro—.

Por este medio también supe que anduvo en amoríos con una amiga mía muy querida que, dicho sea de paso, me preguntó cómo era él cuando aún no lo había visto en persona. (Como no podía ser de otra forma, yo le contesté que era bieeen feo el hp!). No sé cuánto duraron, pero sé que me quedé con las ganas de salir a “gaseosear” con los dos.

Y pues, ya. Habría muchas más cosas para decir o recordar, pero creo que es mejor dejarlas para cuando nos sentemos a tomar birras… algún día.

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Hace tiempo recibí la invitación para este proyecto y a pesar de que varias veces me acordé, e incluso planifiqué la sentada a escribir, tuve que esperar hasta que un lloroso Don Gato me escribió un correo de trescientas líneas… no mentiras, un simple mensaje de 12 palabras que igual ya eran muchas. Junto a mis disculpas, le envío este texto que debí haberle escrito hace meses y que quizás lo defraude, pero que me hizo recordar buenos momentos.



@elcuajinais


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