10 de febrero de 2015

Elisa.



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Escuchar “Für Elise” del maestro Beethoven me cuesta más que cualquier placer que la música pueda brindar, no porque considere tal melodía como algo de mal gusto, o porque mis intereses se hallen en una arena más tropical, tampoco se refiere a la constancia de los años y su repetitivo ejercicio de acondicionamiento; es que hay canciones que nos mueven la vida por un recuerdo o una silenciosa broma del corazón, los hay también en los libros y en los paisajes, en los escalones de una casa o en las letras de un cartel, porque la memoria para todo tiene su archivo personal, su majestuoso imperio de los sentidos como herramienta de impresión memorial.

Los libros son como los amigos, y ya lo dijo en su momento el gran poeta y pensador maldito, Jacinto Benavente, pues no siempre el mejor es el que más nos gusta, sea quizás, el que mejor nos plazca en el recuerdo, el que logre sembrarnos ese poder indestructible de la imaginación y la creatividad,  nos permiten viajar por el universo y conocernos día a día en aventuras y misterios, logran hacer sentir la espalda fría como una paleta o ardiente como el motor de un carro viejo.

La música en sí misma es como un libro que nos va narrando sus historias, permite en cada sonido inyectarnos pasión y deseo, desesperación o calma, ansiedad o ternura, recuerdos vagos que se resumen en un beso del pasado o por qué no, en un doloroso adiós que no volvió a ver la luz del sol. Magia y ternura la que se nos cruza en cada sentimiento, en cada vocablo o página consultada, como si el fuerte cuero de la portada de un viejo libro nos abriera el claro clamor de una canción versionada en miles de fulanos.

En mi caso se logra trascender más allá de una simple cuestión de buen gusto o tiempo libre, es sumergirme en el pasado de un buen libro y caer rendido a los pies de una histórica canción, mezclar el placer robado de mi infancia en notas musicales que han sido objeto de trabajo de vendedores de Helados y dulces en crema batida, de empresarios de la calle, de identidades urbanas sumergidas en el latente poder de una campana que sin ritmo precede a la grabación de una sonata de Beethoven.

Pero no es que quiera rendirle tributo al heladero de la vecindad, ni mucho menos que pretenda comparar el placer de un cremoso helado al placer que se pueda exportar de un buen libro o una buena canción; por el contrario es compañeros y lectores de lo cotidiano, que es en las tardes soleadas donde a la víspera del sol de las cinco, llega la brisa y con ella arruga las ramas de los árboles, sacude las mejores frutas y deja volar entre sí a cada semilla que busca su nuevo norte, su flor.
Una brisa que se vuelve fresca y poderosa ante el delirio humano,  que lleva en su vientre invisible un soneto de Arjona o una cáscara de nuez. Una brisa que se balancea entre los rayos de un sol taciturno, meditabundo, cansado y ajeno que viene a iluminar los últimos pensamientos del día, un sol que se va para dejarnos el día y traernos lo oscuridad de la noche.

Es pues, esa brisa la que empuja hacia nosotros las hojas secas caídas de los árboles, castañas y desgastadas, secas, sin vida, con el aroma a césped impregnado en el olvido, con el agua vertida sobre los canales de las calles para navegar hoja por hoja a los desagües de unas cloacas, una brisa que levanta el amargo aroma de lo perecedero, de la basura cotidiana que va fluyendo en las cañerías que viajan al Río Cauca; un escenario que se acomoda a cualquier pintura de Miró y con los últimos rayos de luz se despide con igual poesía, del heladero quien golpea con fuerza las campanillas de su carro para tratar de llamar la atención y atraer niños a su negocio ambulante.

Es el recuerdo de esas notas de Beethoven lo que hace que mi piel se estremezca aún con la luz del sol a mis espaldas, o contra la ventana, porque no es la poesía del atardecer el que llega o el canto de los pájaros lo que adorna el final de la jornada, es pues, el miedo absoluto transmitido en personajes de ficción. Es la inmoralidad del ser humano lo que dejamos vagar entre la ruina de la memoria y los hallazgos de páginas abiertas, de libros sedientos de lectores, o mejor aún, de antagónicos actores sedientos de trascender la realidad.

Entonces el orden de las cosas se nos presenta de esta manera: Uno de mis libros favoritos, escrito por el maestro S. King narra la vida y obra de un pueblo llamado Derry, allí reside un ser proveniente del macrocosmos que ha posado su hambre y maldad en las entrañas de cada casa, de cada calle, bajo cada puente, bajo cada cloaca. 
En dicha historia de ficción, una madre enseña a su hijo a tocar el piano y considera pues, que el mejor modo de dar introducción a aprendizaje es tocar las constantes y repetitivas notas de Beethoven, Para Elisa.  Pasa el tiempo con su inclemente clima, sus hojas secas, el hedor de los canales de aguas negras al aire abierto, la ausencia de un sistema de aseo que represente el glamour de una civilización que emerge en el tiempo, en el anecdotario de una clase media olvidada. Pasa que el otoño es un constante verano de árboles caídos y lluvias inequívocas, de pantanos por parques y de matorrales por hierba en cada lote abandonado.

En este orden, pasa que las tardes con el sol de las cinco son el escenario perfecto para salir de cacería, para desarrollar mejores ausencias en los hogares que recién comienzan a calentar la comida. Es el escenario de Derry, un pueblo en medio de la nada (Cerca a Boston) que se lleva a sus niños al más allá, a un mundo de dolor y muerte en manos de ese mitológico ser proveniente del macrocosmos, donde la tortuga no sabe ni habla, un pueblo como el nuestro, donde suena “Für Elise” en la memoria de ese niño que ahora ha renunciado a aprender a tocar el piano, porque recuerda que su hermano menor ha muerto: Ha sido encontrado con un brazo desmembrado, muerto sobre las hojas caídas de los árboles, con la basura acumulada de un canal de aguas negras al que se le ha bloqueado la entrada.

Es recordar con el aroma de las hojas secas, del sol radiante del vespertino atardecer, de un libro muy bien escrito a pesar de sus casi mil páginas, y de las notas de Beethoven, que la maldad existe, que los personajes de ficción son una transmutación de la realidad, que la memoria puede soportar a sí misma personajes de ficción e historias inventadas, pero que también podemos dar forma a lo que tememos  en el día a día.

En mi caso, escuchar en particular tal canción es recordar a cada uno de los niños muertos durante 28 años en el inexistente pueblo de Derry, es revivir en la memoria de las páginas leídas la maldad de un ente con forma de humanidad, con hambre demoniaca, con aroma a algodón de azúcar y hojas secas en el agua.

Es pensar que aquí, abajo, todos flotan.


AV



9 de febrero de 2015

Una Pausa por la vida.




Andar por la vida entregando amores y caminos a nuestra fe, sentirnos libres ante cada impulso de sensatez, complicarnos la vida con palabras proveniente de la verborrea, del cansancio de la intelectualidad, animarnos si es posible con las pausas del aliento, sentirnos como una flor que es expectante de belleza y significado.

De vez en vez es necesario para la vida hacer una pausa en el camino y encontrarnos en el entorno, podernos identificar en la pared blanca que nos apoya, darnos impulso con las voces de la memoria, la musa bella que llena de nostalgia, nos exhala la melancolía.  Si el tiempo nos alcanza, podremos darnos cuenta que la vida está más allá de los libros, pero primero es necesario atragantarnos de cuanto libro se nos pase por el camino; darnos cuenta también que la vida está más allá que el amor que cualquier pareja nos pueda brindar, pero antes de eso, es más que justo y necesario besar todas las flores del jardín hasta encontrar al amor correspondido, a esa persona que nos hace suspirar y nos invita a buscar el conejo en la luna; Necesario tal, hasta consumirnos todas las vidas que podamos con el fin de lograr perdurar a ese amor en la eternidad.

Darnos cuenta que la vida es eso que encontramos más allá de lo vivido y lo que recordamos, que está en el detalle de las cosas, en el nombre de cada recuerdo y en cada huella en la piel, fingir por un rato que n se ha vivido lo suficiente, que nos merecemos una pausa para planear la siguiente aventura, o por qué no, la primer aventura en caso pues, de que no nos hemos tomado el tiempo necesario para salir a disfrutar por estar pendientes del horario habitual.

Podemos sentir nuestro aliento fluir en el alma de esa persona que nos roba la vida con la mirada a cambio de una nueva vida con el corazón, dejarnos caer por un rato de la rutina y ser amigos del otro, ser pendencieros de la pereza y redescubrirnos en la magia de una página en blanco. Sentirnos vivos como el Mapache que de árbol en árbol escapa hasta llegar a su pradera de ensueño, de la dignidad de la naturaleza que nos mira con paciencia, de la divinidad de un beso que nos despide en las mañanas.

En alguna oportunidad quise tomar el timón y pedalear hasta llegar al infinito, pero maestra que es la vida y de un solo suspiro me hizo caer como mango que se estalla contra el pavimento, allí, con las rodillas más rojas que la vergüenza me levanté y quise volver a intentarlo, nuevamente el piso me recibió con el calor de un sol que se desprende del asfalto.  Como siempre, testarudo, intransigente, terco y estúpido, seguí pedaleando lo que no alcanzaba a maniobrar, siempre terminando en el suelo como una roca que juega por sí sola a la golosa.

Es entender que la vida está más allá de las ganas y el afán, en mi caso me tomó alrededor de catorce años poder dominar el callejero arte de montar bicicleta, un genio de la localidad: Lecciones o propósitos, a la final es querer persistir sin desgastarnos contra puertas que no tienen chapa.

Darnos cuenta que la vida es eso que pasa mientras estamos pensando en eso que tanto nos apasiona, que vida son las horas que se nos van en el pensamiento de una idea o proyecto, en el tiempo que queremos llegue rápido para gastarlo al lado de esa persona que nos escucha y apoya, en esas horas de sudor y sonrisas que se nos vuelven metas hasta el día que se cumplen, como el reloj de arena que llega hasta el último grano.

Como la bicicleta que nos lleva de un lado a otro sin saber si somos genios del camino o aprendices de triciclo, como el pavimento que se sirve de base para recorrer el mundo de una esquina a otra y sentirnos grandes y quizás un poco miserables, pero grandes a la final, porque pedalear es el paso justo que se da para avanzar (sin tener que caerse reiterativamente).

Reflexionar con el corazón y darle a la memoria un lugar de privilegiada disposición, enamorarnos las veces que sean necesarias hasta entender que amor es uno solo en la etapa de cada vida que asumimos con responsabilidad y cordura.

Entender que las pausas en el camino son espacios necesarios para preparar el alma y el cuerpo a siguiente trayecto, ser niños que se transforman en confundidos jóvenes; Ser amigos que se transforman en cuestionables hermanos, ser uno mismo sin miedo a transformarnos en lo que el otro quiere de nosotros.

Hoy por hoy somos actores de relaciones humanas y necesidades sociales, nos fundimos en el sistema de lo virtual hasta entender que lo real es la base de todo aquello que cuestionamos en el escenario virtual; Hoy por hoy gozar de cada excusa que nos alcance para tomar una taza de aguapanela y disfrutar de su sabor eterno, de su cosecha mística de esclavitud y posmodernismo.

Andar por la vida sin preguntar por qué.



AV

8 de febrero de 2015

De Costumbres y Anhelos.




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Felicidad es compartir el tiempo con la persona que se sonríe de nuestras ocurrencias, disfrutar las tardes con aquellos personajes que se sienten cómodos con nuestras excentricidades fisiológicas, esas impropias maneras de lograr en la vida avanzar con la sonrisa como escudo, como una sana costumbre de querer vivir mejor, con mayor calidad, con mejores resultados, pero con la misma gente. Incoherente el asunto, ¿cierto?

Podemos comenzar por entendernos en el tiempo, comprender que así como nosotros cambiamos, las personas y los lugares también lo hacen, vernos en el rastro de los días y entender en ellos que cada vivencia nos ha dejado en sus manos un puñado de aprendizajes, nos ha brindado su tiempo para caer en ellos, conocernos un poco mejor quizás, desconocernos en el otro tal vez, sentirnos diferentes cuando encontramos lo que nos gusta, como si lo que nos gustara nos transformara en otro ser.

Nos vemos en la necesidad de preguntarnos a diario qué ha ocurrido de diferente en nuestra vida, imaginarnos con cada persona que nos acompaña que todo tiene sentido o por qué no, pierde su sentido natural, volvemos el tiempo un óleo de insinuaciones, preferimos recaer en la costumbre y hacer de la rutina un punto de encuentro, como si nos temiera en la vida iniciar una rutina diferente, apostarle a la diferencia.

Puedo abiertamente recordar mis anteriores compañías del camino, ver en mi mente cada mirada y asumir en ese pasado cada aprendizaje, cada fobia o gusto, cada manía y cada espacio recorrido en el mundo. Ver el amor por el café, o el amor por la comida picante, encontrar en la memoria el amor por los paisajes turísticos o quizás, el amor por el trabajo.

Todo conlleva un recuerdo que guardamos en la piel, que asumimos propios en la memoria y vamos generalizando hasta entender que cada situación es la sumatoria de una previa, otrora historia del olvido o menester camino del anhelo, darle a la buena voluntad un nombre o una imagen, preferirnos en recuerdo o ahogarnos en sueños, sea el caso donde logremos adaptar las palabras volvemos al mismo punto de partida: Queremos que las nuevas experiencias se ajusten a nuestras costumbres, sin importar que provengan de la memoria.

Amigos que comparten conmigo sus historias de amor y dolor, que se van estrellando en el discurso hasta crear un maridaje de emociones, situaciones que vamos asumiendo como propias, porque eso es lo que hacemos los amigos, asumir el dolor o felicidad del otro para así corresponder su voluntad, Familiares que se nos desdibujan en el tiempo pero que retomamos cada oportunidad que la tecnología nos acerca (o termina de separar) de ellos; dar arranque a cada motivación recibida, darle ánimo a lo que nos conviene, cuestionarnos cada paso del tiempo, darle ventaja a la rutina para podernos sorprender con los cambios que ella conlleva.

Reflexionamos a diario, nos sometemos a evaluaciones personales que terminan por enredarnos la cabeza, por amenazar nuestra tranquilidad en vez de darnos la calma que prometemos buscar cada mañana. Prometernos compartir la vida con las personas que queremos tener en la vida, comenzar por deshacernos de aquellos fulanos que son presa del negativismo, de esos que vacilan cada segundo con argumentos bien elaborados para encontrar un obstáculo donde hay vías abiertas.

Querer cambiar también significa dejar a un lado lo que nos gusta ser, debatirnos entre la comodidad de la rutina y el bienestar de la incómoda situación nueva, insistir en lo que pretendemos mejorar pero con el miedo latente de no querer perder la esencia de lo que nos identifica como personas.  Comenzar por leer el periódico del ayer.

Comenzar por deshacernos también de los malos hábitos, de esas tóxicas insinuaciones que nos hacemos por cada placer hallado, entender que madurar no es perder la distancia de lo recorrido sino, asumir las consecuencias de lo vivido, sabernos amables en un escenario de discordia y malas intenciones, comportarnos de mejor modo ante la soledad de una queja desesperada, no vacilar ante el grito desesperado de un otro.

Aprender a acompañarnos de buenas conversaciones, de profundas acusaciones intelectuales, de estables leyendas laborales, viajar si se nos es posible, escaparnos en la responsabilidad de los actos pero con el hambre mundana de querer tragarse el mundo, de poder dominarlo a voluntad propia, a la expectativa de conocer su giro, el trayecto de su propia rotación, sumergirnos en su sed, sus canciones de otras épocas.

Lograr encajar no es sinónimo a enajenarnos o alienarnos a otros que quizás estén buscando algo diferente a lo que estamos necesitando, a lo que nos desespera encontrar, para esos efectos es mucho mejor tener una mascota que nos reproche cada noche nuestra manera de ser, que nos permita acariciarle mientras nos ofende, nos agrede con su debilidad.

Soñarse en la mirada de la persona que queremos para nosotros es pues sabernos buscar en un mundo donde tenemos claro qué es lo que queremos observar, saber a dónde es que queremos mirar o hacia donde podemos escapar. Conocer muy bien nuestro cuerpo, nuestra fuerza interior, porque es esa la esencia de lo que vamos a necesitar para poder escapar tomados de la mano de alguien que piense por igual sus prioridades, de alguien que sienta igual que nosotros, el miedo a lo que las consecuencias nos van a demandar.

Poder darnos esa felicidad con la persona que nos invita a su rutina, a su espacio interior, caminarnos en todos los recovecos de la mente y querer permanecer allí, porque sabremos pues que es un lugar seguro que nos invita a crecer, que nos lleva a mejorar sin caer en la incoherencia de una rutina del pasado que se va a legitimar en el nuevo presente.

Saber que allí no solamente estaremos bien sino que estamos aportando por igual a su sed, ayudando a apretarle las manos para que pueda escapar de sus viejos caminos, que se sepa que se puede continuar, que continuar no es el sinónimo de seguir en lo mismo sino, de poder salir hacia delante, hacia lo mejor, hacia lo que queremos encontrar, construir.

Todo conlleva un recuerdo que guardamos en la piel, que asumimos propios en la memoria y vamos generalizando hasta entender que cada situación es la sumatoria de una previa, otrora historia del olvido o menester camino del anhelo, darle a la buena voluntad un nombre o una imagen, preferirnos en recuerdo o ahogarnos en sueños, sea el caso donde logremos adaptar las palabras volvemos al mismo punto de partida: Queremos que las nuevas experiencias se ajusten a nuestras costumbres, sin importar que provengan de la memoria.

La memoria de lo cotidiano.


AV



7 de febrero de 2015

Soliloquios.





Imaginémonos que una gota cae sobre el agua, lentamente, que se deja llevar por la brisa  que la guía desde los aires hasta el borde de un balde, que esa gota es seguida por otra similar, que son varias gotas y que entre todas  forman una cadena de gotas que con intervalos de vida  van dejando en el balde una parte de sí.  Imaginémonos que el agua del balde suena por cada gota que recibe, que nos hallamos en un ambiente silencioso, oscuro, fresco quizás, como una cueva o como el patio de la cocina, un ambiente donde el eco nos dibuja que algo ocurre en alguna parte, que la oscuridad nos impide identificar al balde que se llena gota a gota, que la imaginación nos especifica que algo gotea, que algo está mal.

Ahora pasemos de escenario, como la cortina que se cae cuando algo falla en la estructura superior de la ventana, dejando todo alborotado, como el desorden de un fuerte huracán en esa esquina de la sala. Imaginemos que nos hallamos en la tranquilidad de la madrugada, en ese somnoliento lugar de paz y reflexión, una delgada línea de luz se cuela por entre la cortina y la pared, en ese diminuto vacío que va proyectando su luz contra la pared del otro lado, como si fuese dueño de ese vacío que llamamos habitación.

Imaginemos que esa luz se mimetiza con la desesperación de un insomne personaje, de un fulano de tal que se balance de lado a lado en la cama, que se da lucha y guerra con una almohada que no comprende su desespero, de un calor que no abriga su ilusión ni su sueño, una sábana que se humedece más por el sudor de la ansiedad que por el calor que emana cada parte de su cuerpo vivo, un fulano que se desvive con los ojos cerrados a sabiendas que hay una delgada luz que le observa atentamente, de una habitación que no le cierra el día ni la noche, porque con el insomnio no se diferencia de horas o minutos, solo de etapas, procesos.

Imaginemos ahora ese silencio lúgubre que cubre al insomne personaje, un silencio mágico dirían los poetas al estilo de Victor Hugo, un silencio espantoso exclamarían otros al estilo de Edgar Allan Poe o Howard Phillips Lovecraft, un silencio interminable como las noches de García Lorca, o un silencio indeleble como las letras de Miguel Hernández. Imaginemos que ese silencio busca identidad en donde la locura encuentra amparo, que ese silencio busca afecto dónde el abandono ha construido sueños e ideales, que ese silencio busca  refugio del calor y la noche, donde la mente ha preferido invocar convicciones y fanatismos, dónde la lectura y la poesía describen ansiedades y frustraciones, no donde el silencio se permite reflexión y elocuencia.

Imaginemos que este insomne personaje ha viajado durante horas en el día, que se ha bebido una fuerte y quizás inmensa taza de Café, que se ha esforzado en 10 horas laborales en entregar lo que para último momento ha permitido cumplir (a sabiendas que tuvo quizás, por decir un ejemplo, un mes para preparar dicha entrega), que este joven se ha destacado en su semana por cortesía y pundonor en su manera de expresarse ante el prójimo, porque ha hecho de su soledad una misteriosa manera de conectarse con el mundo, porque el insomnio se le ha vuelto ansiedad y desespero, como si la calma de semanas atrás haya sido solo un espejismo, o por qué no, que su insomnio es una novedad que jamás en la vida ha experimentado, que ni sus oraciones ni sus métodos  artesanales de aprehensión del sueño han sido exitosos, solo estadísticas.

Imaginemos que se irrumpe el silencio con un goteo que proviene de algún lugar de la inmensa casa, que la oscuridad del otro lado de la puerta es extensa, tenue, insaciable. Que la casa es grande, que el calor es perverso, que la cortina observa, que el insomne quiere dormir.

Imaginemos que el goteo se incrementa no porque hay más agua de la que podamos soportar, o porque haya más suspenso que podamos redactar, simplemente es un goteo, porque amigos míos, en ocasiones las cosas simplemente son cosas y no pueden significar algo más que lo que aparentemente son; el goteo incremente y el eco aprovecha su rutina para hacer de un constante preludio a Arquímedes, una marcha triunfal, un recorrido de ondas sonoras que viaja caprichosamente por la casa.

Imaginemos que todo ocurre en la mente de otro personaje, que las cosas tiene su principio y su final, que el calor no está presente, que no hay insomnio ni mucho menos oscuridad que juegue con la ansiedad de un empleado corriente de clase media. Imaginemos que ese otro personaje también intenta dormir, pero sus pensamientos lo derivan a imaginarse al ya mencionado fulano que lucha contra el insomnio y el eco de un goteo interminable.

Tratemos juntos de escapar de la confusión, no es tan difícil pretenderse confundir, las letras son letras y el orden es uno solo, podemos retomar el punto de partida, podemos dar una pausa y respirar hasta entender lo que leemos o simplemente podemos fingir que no ocurre nada.

Suena un tic tac, es un reloj de pared,  su curso avanza con los segundos pero a su vez interrumpe la concentración de quien lee. Imaginemos pues que ese Tic Tac es causante del insomnio de este otro personaje, el que está soñando, o quizás, imaginando, a otro personaje con insomnio.

Podemos referirnos a un cuento elaborado, un principio literario que se escapa entre emociones y confusiones, ser un caminante que constantemente está vigente en sus ansiedades, en ese proceso de descubrir su origen y entender su pasado. Esas construcciones mentales que nos van identificando con personajes literarios o cinematográficos, porque amigos míos, hasta para entendernos en el cine hemos perdido la sensibilidad de proyectarnos, nos hemos convertido en espectadores a tiempo completo, dar a la empatía un lugar en la desgracia y no en la cotidianidad.

Pretender entender al que no puede dormir o al que sufre con la enfermedad de un ser amado, inclusive nos tomamos la molestia de exigir atención sin probar si quiera un poco de la amargura del otro. Pueda que esta sea la tuerca que se nos extravía cuando de empatía acusamos, nos cuesta imaginar a alguien que no sea real, solo ficciones como los cuentos de miedo o las  historias de espantos y aparecidos.

Retomemos el punto de partida y volvamos al balde de agua, retomemos el sonido de cada gota que cae sobre una base de agua, ese clip sonoro que todos hemos escuchado en alguna soledad de la vida. Imaginemos nuevamente esa oscuridad de la casa donde le balde expele su sonoro eco y nosotros, ciegos y con las manos buscando la pared para apoyarnos caminamos para encontrar el origen de tal sonido.

Imaginemos que hemos llegado al punto neutro donde el sonido emerge, imaginemos que hemos encendido la luz y no hay ningún balde lleno de agua ni gotera alguna, que no es el lavaplatos que gotea sobre algún pocillo, o el “lavadero” con la llave semi - abierta que gotea sobre sí, No.

Imaginemos que sigue goteando, que no hay ventanas que justifiquen entrada o salida del sonido, hemos encendido las luces y no encontramos nada. Sigue goteando o por lo menos, eso creemos con cada eco que repele los sentidos. Imaginemos que el reloj sigue haciendo Tic Tac, tic tac, tic tac…


¿Qué hemos imaginado de este mundo?


AV


6 de febrero de 2015

El Soñar de los Caminantes (I)





Anoche en mi rutina de ver una de mis series favoritas de la televisión contemporánea se me abrió nuevamente esa puerta a la que tanto miedo y a su vez gusto le tengo, a propósito, no sé si la palabra idónea sea puerta o ventana, porque en estos aspectos casi siempre mundanos para la cotidianidad la infraestructura de la casa es lo de menos a atender, porque de hecho allí, es dónde residen los cimientos de la locura; en este esperanzado tramo de letras y excusas es que retomo el giro inicial de esta espiral, y es que allí, en la televisora vi de nuevo el tema de la mente como algo desastroso, como la cueva llena de hedor a dónde tanto temo llegar.

Comencemos desde el principio si es que logro ser sensato con lo que podemos denominar el inicio de las cosas. La mente humana es un maravilloso pozo sin fondo en el que fluyen las mejores ideas y sentimientos, de igual naturaleza se ven nacer las más oscuras y sediciosas intenciones que un ser de carne pueda ostentar en su interior.
Allí en ese pozo, se revuelven como mezcla de pintura diversas emociones, algunas que caen del techo como gota de agua sobre el pavimento, otras van naciendo como enredadera en columna de madera, surgiendo, fluyendo, atrayendo a sí las mejores oportunidades para dejarse encontrar.  Es pues la mente humana un universo tan desconocido pero tan investigado, que es aquí dónde me detengo en rol de espectador a asumir los miedos que de ella puedan evocarse.

Conozco amigos y fulanos estudiosos de la Psicología humana, también hay uno que otro “Sicólogo”, conozco en igual medida a los grandes pensadores del deber ser y de la ironía de las normas, a esos Filósofos y pensadores de la Cultura y la moral: Esa mezcla de Antropología y Filosofía, hermoso balneario de conocimientos.
Sin embargo lo que nos convoca producto de la banalidad no es el entender el origen de los pensamientos o la vocación de los sentimientos, mucho menos es de mi interés profundizar en el qué hacer de las ideas, de esa “psiquis” que se va desbaratando en la representación social, por el contrario, soy curioso con lo que calla el oscuro vacío de la mirada, lo que no se resume en palabras o fonemas: Esa alma que se sacude contra las paredes de la inconsciencia.

Grandes tiempos que me ha dado la vida para reflexionar y entender en ella las diversas etapas de la vida, sumergir mis curiosas preguntas en libros de ciencia y tecnología, hallar en el morbo del cine y la prensa nacional casos de frustraciones familiares, de desgracias tempranas que acaban con unidades enteras de familias y amigos; ser dictador de cada momento en el espacio / tiempo de la mente y la salud física, trascender de la ideología y darle la mano a la medicina, a la salud de los tiempos modernos. Ya no podemos abiertamente decir que X o Y personaje ha enloquecido de vejez, le ha dado la edad Senil de la vida, no, me niego a seguir cayendo en esas vulgares apreciaciones cuando miles de científicos y médicos día a día descubren y dan nombre a cada trauma, a cada frustración o dolor.

También tenemos otro debate aparte de lo ideológico, muy ajeno a decir verdad, tan cerrado como las convicciones y las lamentaciones: Hallamos en el camino pues muchas creencias tanto populares como radicales que nos van allanando el camino a la Fe, ciega o no, suficiente para dejarnos vivir en paz, para disfrazarnos el dolor o las mentiras en colores necesarios porque tanto la tristeza como el miedo, la melancolía como el espanto pueden ser producto de fenómenos naturales de un momento quizás, pero la locura, la depresión, el miedo absoluto son en oraciones frescas, también síntomas de algo que pueda ser de preocupación, pueden ser el principio del fin.

No le temo a los humanos sino, a lo que ocurre en sus mentes, lo que viaja en sus pasillos de ideas y sueños, deseos y frustraciones, de dolores y sensaciones, de pendientes y ocurrentes planes, como si en ese entramado de neuronas se guardara la llave de más de una caja de pandora; Ser Argonautas o Morganos, ser justicieros o fugitivos.

De una parte nos cruzamos con las enfermedades de la mente, esas traicioneras luces que con el paso de los años nos van destruyendo lentamente hasta robarnos el habla o la misma capacidad  de amar, de otra parte observamos en la llanura  esas enfermedades de la genética que se van apoderando en silencio de las grandes mentes, que nos van apartando presa por presa de un dialecto que ya no será entendible. Ambas situaciones repercuten de forma y fondo en los que rodeamos a cada quien que padece tal celeridad de la vida, como si el camino al más allá se afanara o mejor, se detuviera en una pausa intelectual que reclama miles de suspiros.

Observar a los seres queridos y sentir el frío en la espalda cuando un Alzheimer (EA) o síndrome de Asperger  comienza a hacer de las suyas desde la pequeña infancia o la ya tardía infancia de los años vividos, vislumbrar en un  Parkinson la poesía perfecta para acallar una néurosis que a la larga no sea una banal neurosis sino, una depresión irreversible, cualesquiera sea su causa o síntoma, cualesquiera sea el orden o justicia con que se permitan aparecer, cualesquiera sea el temor que se convierte en Fobia, cualesquiera sea la noticia del cotidiano pasajero.

Más allá de un temor a la muerte, es un encuentro con la vida en plena muerte, es un retablo de sensaciones que se va armando a sí mismo hasta coleccionar en su interior las peores noticias que un transeúnte pueda hallar en su mera casualidad, porque es la vejez la que advierte todos los periodos de gracia y desgracia, pero la mente es la que firma pone sello de autor en cada una de sus causas escondidas, tan así que hasta la ciencia se sorprende de sí misma.

Un tema extenso que por llover puede durar las entradas suficientes para este Blog, pero es un tema tan energúmeno que sus propias páginas a la hora de la verdad solo nos prepararan para otro tema central de conversación, de allí el nombre de este primer post.

Sigue…

AV


5 de febrero de 2015

Disperso: Extrañamente disperso.






Esta semana retomé con debilidad mi bonita costumbre de darle disciplina a este blog, hacer de las letras una constante mejor y de ellas, un historia para contar, sin embargo propiamente dicho en palabras de mi enamorada, se me notó inconcluso, etéreo, variable, ajeno a la esencia de cada cosa y cada lugar, como si las historias no se permitiesen a sí mismas ser verdades encontradas, como si mejor nos retiráramos del álamo y viéramos en un atardecer partir las mejores horas de nuestras vidas sin haber aprendido nada de ellas.

No restan mejores motivos ni más faltaba, es que somos humanos y me declaro verdugo de la humanidad, captor y juez si es necesario, pero nuestra condición de humanidad no puede hacernos perder la cordura, pero somos expertos en ese oficio tan milenario; no me permito ser insensato más allá de lo acostumbrado, pero así se me recibió dentro del espejo de los días.

No me refugio en la costumbre, pero trato de darle a la sensatez un poco de ternura. 

Vengo de una breve semana extensa en la que he dejado caer a sus pies mis desaciertos, un poco de pereza quizás, un poco de hedonismo tal vez, pero a la final se resume en una semana más extensa que las demás a tal punto de llevarme a escribir ante ustedes una entrada algo dispersa, me acuso de recibido y de culpable, pero no vengo a evangelizar mis temores o deudas, mejor a sellar las costumbres.

A estos días ya hemos por empezado otras ociosas actividades, verme en los verdes ojos del amor reflejando sueños y proyectos a mediano plazo, encontrar en mis tardes libres un reflejo de la memoria y dar a las nuevas tardes un oficio con prospectiva regional; Ahora ya no le damos a la disciplina un hábito de año nuevo sino, una excusa demasiado válida del día a día, ese hermoso universo donde guardamos los relojes de la nostalgia.

No es para menos, también encuentro en la mente ocupaciones que no deberían de estar allí pero igual comprendo es la frecuencia de los tiempos, pensarse en deudas de la madurez o en facturas del deber ser, recurrir a los esfuerzos de otros o vernos en ese vacío inerte de la depresión, enlodarnos incluso con el dolor ajeno, sabernos propios de la desidia de la angustia, o del amor propio quizás. 
No es que las cosas estén mal, porque de hecho me encuentro feliz con lo que ocurre actualmente en mi vida, debe ser por el contrario ese afán de bienestar el que me ha sabido acoger que no hallo fórmula alguna para asumir con calma y sin presiones cada reto que el camino me dibuja, aprender a ser.

Se vienen semanas de viaje, emprender una nueva rutina dentro de tierras bordeadas por manglares y cultivos piña, nuevos aprendizajes y retos de interés, sea quizás esa la razón de mi distraída lectura, de ese insomnio que me arropa cada día previo a lunes, incoherente el modo de asumir los retos, pero humano el decir cómo afrontarlos

No saben ustedes lo difícil que es cuando llega ese bloqueo mental, esa idea insensata que se te cruza por la puerta de salida de cada una de las ideas, de esa espera que hace de las noticias cotidianas llanos titulares de bastas vivencias, es como el niño al que el helado se le cae al suelo en un día de invierno, nadie sufre por él, aunque en el fondo todos creen entender su desgracia.

Pueda que encuentre en desbloqueo mental con prontitud o no, se por lo menos que se me vienen cuatro semanas de exigencias varias de carácter laboral, sé también que las presiones del tiempo siguen vigentes y en evidencia dejo mi poesía, porque hasta para escribir se me ha fundido la bombilla.

Esperar otra semana quizás, o un par de días, ojalá horas (de sueño), esperar al mañana, o seguir así,

… disperso, extrañamente disperso.


AV

3 de febrero de 2015

Una Semana.




Black cat in sleeping

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Y Julieta se recuesta sobre la cama, su negro pelaje se resiente contra las sábanas, cierra los ojos  y con un coqueto ronroneo deja de mover su cola, se relaja, se duerme, se desviste a sí misma en un letargo de calor. Junto a ella estoy sentado leyendo una crítica cinematográfica, una de tantas quizás, porque no soy director de cine o productor alguno, más bien soy un insensato, hijo del sol y amigo de los gatos y desprejuiciado para ver películas de todo tipo, pero no, algo ocurre.

De fondo suena “La Gata Bajo la Lluvia” de la talentosa Rocío Durcal, junto a su armoniosa voz se escucha de mi lado el itinerante ritmo de un ventilador que lucha contra el aire calienta, aquí sentado en mi escritorio, como si recorriera un boulevard en Barcelona, o una plaza en Moldovia, me muevo entre canciones y letras que hablan de cine, a mi lado, Julieta duerme, duerme porque eso es lo que hacen las divas.

Ha pasado alrededor de una semana y media o un poco más desde nuestro último encuentro, me he dejado caer en esa espiral de reflexiones taciturnas, en ese relámpago de vida que se nos escapa con el tedio de las tardes, el ocio del tiempo libre, tiempo el que hemos visto recoger en las hojas de los árboles, en la brisa de un febrero que ha llegado cargado de tiempo, un febrero marrón.

Mientras escribo me dejo coquetear por la pausa de cada pensamiento, dejar pasar las canciones y observar la pared inerte, encontrar en ella el calendario de este año con las fechas importantes reseñadas en tinta negra y roja, ver un reloj de pared que solo sirve para decoración, porque su estruendoso tic tac desesperaba mis tardes, porque de un repentino ataque de ansiedad y euforia decidí arrancarle la batería, como si le quitara la vida a alguien, como si cometiese crimen alguno sobre la inocencia de otros, como si mis emociones gritaran, como si el silencio muriera con cada tic tac, porque preferí darle fin a ese aparato a tener que darle fin a mis excentricidades fisiológicas, a la final era solo un reloj de pared.

Ha pasado una semana en la que he iniciado mis labores como docente nuevamente, a diferencia de mis anteriores cursos me llena de pasión el saber que se ha regresado a la casa, al alma máter, a esa institución que aguantó mis revoluciones y caprichos, a esa institución que a hoy casi 4 años después, he regresado para no encontrarme allí, ver como se desdibuja mi sombra en el asfalto de sus aulas, ver la pasión perdida de tanto tiempo, los cambios que los días traen, que las noches callan.

Suena ahora “El espejo” de la talentosa y muy cuestionada Yury, el ventilador continúa su lucha con el calor de esta habitación. Aquí aún con la pijama puesta y leyendo artículos varios en especializados Blogs de arte y cultura encuentro mi desidia, me despego del tiempo y voy cultivando mis tristezas, como la ardilla que sale a buscar alimento en la más fina de las calles, que se esconde en los árboles, que huye de todo, hasta de su propia comida.

En tiempos de reflexión los mejores aliados son el silencio que una constante rutina pueda construir, y es que en la soledad de las cosas empezamos a entender que ese ruido externo va desapareciendo en la medida en que nos vamos inmiscuyendo en los pensamientos, como el trayecto en Bus de una ciudad a otra, donde vemos el paisaje pasar ante nuestro asombro, abriendo la mente a reflexiones pendientes, agendas vacías.

Tiempo que nos invita a vivir cada sentimiento como si fuera el único que se tuviera, confiarnos a nosotros mismos los retos de año que ya ha iniciado, empezar a ser negociadores de la disciplina, porque a esta semana y media quizás, es a la que le he permitido no hacer lo que de días atrás he prometido conjurar: Encontrarnos en el blog casi a diario.

Nos vestimos en el orgullo y la pasión, es el mejor traje que un emperador pueda vestir en temporada de gatos, y es que claro amigos míos, me he enamorado. He encontrado nuevamente ese silencio cómplice que me invita  a perderme en una azul mirada, o verde, o miel, o de todos los colores. Pero también me he permitido iniciar nuevos compromisos en otras latitudes, enfrentar los problemas de otros y construir un sueño de vida, ayudar a quien no sabe como dejarse ayudar.

Disfrazar las noches con una copa de Martiny y algunas canciones de música pop, más anglo que británico, pero pop al fin y al cabo.

Me detengo por un momento, pierdo la noción del tiempo y de las canciones que nos acompañan, solo me concentro en el ventilador, en ese ruido constante de calor, busco evadirme en Tuiter, distraigo mi lectura en cortas reflexiones que pensadores más famosos que yo han permitido publicar, no es que este triste o deprimido, sino, estar siempre reflexivo sobre lo que hacemos y dejamos de hacer, como si llegar al vientre de los días nos diera el impulso suficiente para dejarnos caer.

Han transcurrido las canciones en su justa cantidad, ella sigue durmiendo, relajada, dando muestras de vida en un suspiro felino, en su amor por lo propio. Con su pelaje negro y sus patas cubiertas de blanco, siempre de etiqueta lista para caminar con orgullo, sus ojos amarillos cerrados, porque sabe que la observamos, que hablamos de ella.

En la cocina la ingeniera doméstica plancha la ropa, está escuchando la radio local y en ella surgen las baladas de hoy, observo su desidia con cada prenda de vestir, asumo el calor que le debe de acoger como un abrazo, como si le apretara la vida contra la puerta del horno, como si fuese preferible dejarse ahogar en una bocanada de humo, en su propio sudor. 
Regreso a la habitación y nos recibe una balada del ayer interpretada por la bella de Marisela, “A Escondidas” dice que se llama la canción, nos habla del amor y el desamor, yo me sonrío un poco y pienso en mi enamorada, en la distancia que nos acerca, porque ya nada nos separa.

Ha transcurrido su buen tiempo y con él sus historias, como el aprender a conocer mejor a los amigos, o el conocer mujeres hermosas que nos premian en la vida con una bella amistad, el aceptar una copa o aprender a pagar por cada copa que se nos brinda, el querernos como somos y salir bajo el inclemente sol de domingo para dar un beso.

Comernos un helado de Café, tomarnos unas cervezas en lata o viajar gratis en el sistema de transporte público. Escuchar baladas o morir de calor, viajar de un lado a otro o sencillamente comenzar a planear el viaje a Quibdó, sernos fieles en el tedio del tiempo libre, volver a escuchar las mismas canciones.

Julieta acaba de despertar y en la radio comienza a sonar Costumbres, de la Rocío Durcal...


AV