8 de febrero de 2015

De Costumbres y Anhelos.




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Felicidad es compartir el tiempo con la persona que se sonríe de nuestras ocurrencias, disfrutar las tardes con aquellos personajes que se sienten cómodos con nuestras excentricidades fisiológicas, esas impropias maneras de lograr en la vida avanzar con la sonrisa como escudo, como una sana costumbre de querer vivir mejor, con mayor calidad, con mejores resultados, pero con la misma gente. Incoherente el asunto, ¿cierto?

Podemos comenzar por entendernos en el tiempo, comprender que así como nosotros cambiamos, las personas y los lugares también lo hacen, vernos en el rastro de los días y entender en ellos que cada vivencia nos ha dejado en sus manos un puñado de aprendizajes, nos ha brindado su tiempo para caer en ellos, conocernos un poco mejor quizás, desconocernos en el otro tal vez, sentirnos diferentes cuando encontramos lo que nos gusta, como si lo que nos gustara nos transformara en otro ser.

Nos vemos en la necesidad de preguntarnos a diario qué ha ocurrido de diferente en nuestra vida, imaginarnos con cada persona que nos acompaña que todo tiene sentido o por qué no, pierde su sentido natural, volvemos el tiempo un óleo de insinuaciones, preferimos recaer en la costumbre y hacer de la rutina un punto de encuentro, como si nos temiera en la vida iniciar una rutina diferente, apostarle a la diferencia.

Puedo abiertamente recordar mis anteriores compañías del camino, ver en mi mente cada mirada y asumir en ese pasado cada aprendizaje, cada fobia o gusto, cada manía y cada espacio recorrido en el mundo. Ver el amor por el café, o el amor por la comida picante, encontrar en la memoria el amor por los paisajes turísticos o quizás, el amor por el trabajo.

Todo conlleva un recuerdo que guardamos en la piel, que asumimos propios en la memoria y vamos generalizando hasta entender que cada situación es la sumatoria de una previa, otrora historia del olvido o menester camino del anhelo, darle a la buena voluntad un nombre o una imagen, preferirnos en recuerdo o ahogarnos en sueños, sea el caso donde logremos adaptar las palabras volvemos al mismo punto de partida: Queremos que las nuevas experiencias se ajusten a nuestras costumbres, sin importar que provengan de la memoria.

Amigos que comparten conmigo sus historias de amor y dolor, que se van estrellando en el discurso hasta crear un maridaje de emociones, situaciones que vamos asumiendo como propias, porque eso es lo que hacemos los amigos, asumir el dolor o felicidad del otro para así corresponder su voluntad, Familiares que se nos desdibujan en el tiempo pero que retomamos cada oportunidad que la tecnología nos acerca (o termina de separar) de ellos; dar arranque a cada motivación recibida, darle ánimo a lo que nos conviene, cuestionarnos cada paso del tiempo, darle ventaja a la rutina para podernos sorprender con los cambios que ella conlleva.

Reflexionamos a diario, nos sometemos a evaluaciones personales que terminan por enredarnos la cabeza, por amenazar nuestra tranquilidad en vez de darnos la calma que prometemos buscar cada mañana. Prometernos compartir la vida con las personas que queremos tener en la vida, comenzar por deshacernos de aquellos fulanos que son presa del negativismo, de esos que vacilan cada segundo con argumentos bien elaborados para encontrar un obstáculo donde hay vías abiertas.

Querer cambiar también significa dejar a un lado lo que nos gusta ser, debatirnos entre la comodidad de la rutina y el bienestar de la incómoda situación nueva, insistir en lo que pretendemos mejorar pero con el miedo latente de no querer perder la esencia de lo que nos identifica como personas.  Comenzar por leer el periódico del ayer.

Comenzar por deshacernos también de los malos hábitos, de esas tóxicas insinuaciones que nos hacemos por cada placer hallado, entender que madurar no es perder la distancia de lo recorrido sino, asumir las consecuencias de lo vivido, sabernos amables en un escenario de discordia y malas intenciones, comportarnos de mejor modo ante la soledad de una queja desesperada, no vacilar ante el grito desesperado de un otro.

Aprender a acompañarnos de buenas conversaciones, de profundas acusaciones intelectuales, de estables leyendas laborales, viajar si se nos es posible, escaparnos en la responsabilidad de los actos pero con el hambre mundana de querer tragarse el mundo, de poder dominarlo a voluntad propia, a la expectativa de conocer su giro, el trayecto de su propia rotación, sumergirnos en su sed, sus canciones de otras épocas.

Lograr encajar no es sinónimo a enajenarnos o alienarnos a otros que quizás estén buscando algo diferente a lo que estamos necesitando, a lo que nos desespera encontrar, para esos efectos es mucho mejor tener una mascota que nos reproche cada noche nuestra manera de ser, que nos permita acariciarle mientras nos ofende, nos agrede con su debilidad.

Soñarse en la mirada de la persona que queremos para nosotros es pues sabernos buscar en un mundo donde tenemos claro qué es lo que queremos observar, saber a dónde es que queremos mirar o hacia donde podemos escapar. Conocer muy bien nuestro cuerpo, nuestra fuerza interior, porque es esa la esencia de lo que vamos a necesitar para poder escapar tomados de la mano de alguien que piense por igual sus prioridades, de alguien que sienta igual que nosotros, el miedo a lo que las consecuencias nos van a demandar.

Poder darnos esa felicidad con la persona que nos invita a su rutina, a su espacio interior, caminarnos en todos los recovecos de la mente y querer permanecer allí, porque sabremos pues que es un lugar seguro que nos invita a crecer, que nos lleva a mejorar sin caer en la incoherencia de una rutina del pasado que se va a legitimar en el nuevo presente.

Saber que allí no solamente estaremos bien sino que estamos aportando por igual a su sed, ayudando a apretarle las manos para que pueda escapar de sus viejos caminos, que se sepa que se puede continuar, que continuar no es el sinónimo de seguir en lo mismo sino, de poder salir hacia delante, hacia lo mejor, hacia lo que queremos encontrar, construir.

Todo conlleva un recuerdo que guardamos en la piel, que asumimos propios en la memoria y vamos generalizando hasta entender que cada situación es la sumatoria de una previa, otrora historia del olvido o menester camino del anhelo, darle a la buena voluntad un nombre o una imagen, preferirnos en recuerdo o ahogarnos en sueños, sea el caso donde logremos adaptar las palabras volvemos al mismo punto de partida: Queremos que las nuevas experiencias se ajusten a nuestras costumbres, sin importar que provengan de la memoria.

La memoria de lo cotidiano.


AV



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