3 de febrero de 2015

Una Semana.




Black cat in sleeping

Imagen tomada de: 



Y Julieta se recuesta sobre la cama, su negro pelaje se resiente contra las sábanas, cierra los ojos  y con un coqueto ronroneo deja de mover su cola, se relaja, se duerme, se desviste a sí misma en un letargo de calor. Junto a ella estoy sentado leyendo una crítica cinematográfica, una de tantas quizás, porque no soy director de cine o productor alguno, más bien soy un insensato, hijo del sol y amigo de los gatos y desprejuiciado para ver películas de todo tipo, pero no, algo ocurre.

De fondo suena “La Gata Bajo la Lluvia” de la talentosa Rocío Durcal, junto a su armoniosa voz se escucha de mi lado el itinerante ritmo de un ventilador que lucha contra el aire calienta, aquí sentado en mi escritorio, como si recorriera un boulevard en Barcelona, o una plaza en Moldovia, me muevo entre canciones y letras que hablan de cine, a mi lado, Julieta duerme, duerme porque eso es lo que hacen las divas.

Ha pasado alrededor de una semana y media o un poco más desde nuestro último encuentro, me he dejado caer en esa espiral de reflexiones taciturnas, en ese relámpago de vida que se nos escapa con el tedio de las tardes, el ocio del tiempo libre, tiempo el que hemos visto recoger en las hojas de los árboles, en la brisa de un febrero que ha llegado cargado de tiempo, un febrero marrón.

Mientras escribo me dejo coquetear por la pausa de cada pensamiento, dejar pasar las canciones y observar la pared inerte, encontrar en ella el calendario de este año con las fechas importantes reseñadas en tinta negra y roja, ver un reloj de pared que solo sirve para decoración, porque su estruendoso tic tac desesperaba mis tardes, porque de un repentino ataque de ansiedad y euforia decidí arrancarle la batería, como si le quitara la vida a alguien, como si cometiese crimen alguno sobre la inocencia de otros, como si mis emociones gritaran, como si el silencio muriera con cada tic tac, porque preferí darle fin a ese aparato a tener que darle fin a mis excentricidades fisiológicas, a la final era solo un reloj de pared.

Ha pasado una semana en la que he iniciado mis labores como docente nuevamente, a diferencia de mis anteriores cursos me llena de pasión el saber que se ha regresado a la casa, al alma máter, a esa institución que aguantó mis revoluciones y caprichos, a esa institución que a hoy casi 4 años después, he regresado para no encontrarme allí, ver como se desdibuja mi sombra en el asfalto de sus aulas, ver la pasión perdida de tanto tiempo, los cambios que los días traen, que las noches callan.

Suena ahora “El espejo” de la talentosa y muy cuestionada Yury, el ventilador continúa su lucha con el calor de esta habitación. Aquí aún con la pijama puesta y leyendo artículos varios en especializados Blogs de arte y cultura encuentro mi desidia, me despego del tiempo y voy cultivando mis tristezas, como la ardilla que sale a buscar alimento en la más fina de las calles, que se esconde en los árboles, que huye de todo, hasta de su propia comida.

En tiempos de reflexión los mejores aliados son el silencio que una constante rutina pueda construir, y es que en la soledad de las cosas empezamos a entender que ese ruido externo va desapareciendo en la medida en que nos vamos inmiscuyendo en los pensamientos, como el trayecto en Bus de una ciudad a otra, donde vemos el paisaje pasar ante nuestro asombro, abriendo la mente a reflexiones pendientes, agendas vacías.

Tiempo que nos invita a vivir cada sentimiento como si fuera el único que se tuviera, confiarnos a nosotros mismos los retos de año que ya ha iniciado, empezar a ser negociadores de la disciplina, porque a esta semana y media quizás, es a la que le he permitido no hacer lo que de días atrás he prometido conjurar: Encontrarnos en el blog casi a diario.

Nos vestimos en el orgullo y la pasión, es el mejor traje que un emperador pueda vestir en temporada de gatos, y es que claro amigos míos, me he enamorado. He encontrado nuevamente ese silencio cómplice que me invita  a perderme en una azul mirada, o verde, o miel, o de todos los colores. Pero también me he permitido iniciar nuevos compromisos en otras latitudes, enfrentar los problemas de otros y construir un sueño de vida, ayudar a quien no sabe como dejarse ayudar.

Disfrazar las noches con una copa de Martiny y algunas canciones de música pop, más anglo que británico, pero pop al fin y al cabo.

Me detengo por un momento, pierdo la noción del tiempo y de las canciones que nos acompañan, solo me concentro en el ventilador, en ese ruido constante de calor, busco evadirme en Tuiter, distraigo mi lectura en cortas reflexiones que pensadores más famosos que yo han permitido publicar, no es que este triste o deprimido, sino, estar siempre reflexivo sobre lo que hacemos y dejamos de hacer, como si llegar al vientre de los días nos diera el impulso suficiente para dejarnos caer.

Han transcurrido las canciones en su justa cantidad, ella sigue durmiendo, relajada, dando muestras de vida en un suspiro felino, en su amor por lo propio. Con su pelaje negro y sus patas cubiertas de blanco, siempre de etiqueta lista para caminar con orgullo, sus ojos amarillos cerrados, porque sabe que la observamos, que hablamos de ella.

En la cocina la ingeniera doméstica plancha la ropa, está escuchando la radio local y en ella surgen las baladas de hoy, observo su desidia con cada prenda de vestir, asumo el calor que le debe de acoger como un abrazo, como si le apretara la vida contra la puerta del horno, como si fuese preferible dejarse ahogar en una bocanada de humo, en su propio sudor. 
Regreso a la habitación y nos recibe una balada del ayer interpretada por la bella de Marisela, “A Escondidas” dice que se llama la canción, nos habla del amor y el desamor, yo me sonrío un poco y pienso en mi enamorada, en la distancia que nos acerca, porque ya nada nos separa.

Ha transcurrido su buen tiempo y con él sus historias, como el aprender a conocer mejor a los amigos, o el conocer mujeres hermosas que nos premian en la vida con una bella amistad, el aceptar una copa o aprender a pagar por cada copa que se nos brinda, el querernos como somos y salir bajo el inclemente sol de domingo para dar un beso.

Comernos un helado de Café, tomarnos unas cervezas en lata o viajar gratis en el sistema de transporte público. Escuchar baladas o morir de calor, viajar de un lado a otro o sencillamente comenzar a planear el viaje a Quibdó, sernos fieles en el tedio del tiempo libre, volver a escuchar las mismas canciones.

Julieta acaba de despertar y en la radio comienza a sonar Costumbres, de la Rocío Durcal...


AV

2 comentarios:

Diego Alejandro dijo...

Es factible que en una semana no pase nada, que la novela de las 8 pm se estanque y Gaviota (que de a lo lejos vuela muy alto, Gaviota que emprende vuelo no se detiene) se quede esperando a que Sebastián se decida por ella.
Pero también una semana es tiempo más que suficiente para reconciliarse con la vida, abrazar a los amigos y compartir penas en silencio, para saber que siempre es bonito el cariño, para tomar las acuarelas y pintar, mi amigo, pintar.

Iván R. Sánchez dijo...

Creo que el calor es un fenómeno atado a la variedad del pensamiento, como si en un estado cierto de hervor las ideas saltaran ante la dinámica propia de los átomos que podrían contenerlas.

Trabajar ante la compañía silente, descuidada pero no por ello menos amorosa de un felino es una dicha que pocos conocen, por cierto.