8 de marzo de 2017

Sala de Espera




Esperar a alguien puede ser un proceso que nos tome más tiempo del que esa persona promete hacernos esperar, espera el resultado de un proceso puede terminar inclusive más extenso que lo que podamos creer o querer soportar. Esperar, en sí, ha sido siempre un asunto de verdades a medias, no hay exitoso fulano que nos pueda compartir una espera satisfactoria, porque incluso, en la más puntual de las esperas se nos hace injusta la llegada.

No somos los más idóneos para atender temas de partidas o llegadas, nos sacudimos en excesiva ansiedad y damos fin a nuestra paz interior, vamos idolatrando los afanes como un argumento para justificar los términos de eficiencia y eficacia, nos alejamos de lo plausible, nos volvemos inertes en un torrente de discursos, preferimos pasar del sustantivo al verbo y del aquí al ahora. Vamos robotizado nuestra espera como un autómata que está a la orden de cualquier directriz.

Cuando alguien parte es muy doloroso para quien se queda el poder imaginar el tiempo que deberá de transcurrir para poder volver a estar con aquella persona. Viajeros que emprenden aventuras en otras tierras y prometen regresar a casa, quizás rebeldes que ven en la distancia argumentos suficientes para explicar sus revoluciones y sinsabores. Damas y caballeros que juntos acuerdan partir porque eso es lo que dicta el código de conducta, prometiendo traer de regreso semillas de vida y frutos de nuevas generaciones.

Todos aprendemos a esperar, todos terminamos por ser educados en espacios de ansiedad y locomoción, uno que otro incauto termina por ser un mago del tiempo y sale con mejores excusas para no tener que esperar, sea lo que fuera que tuviese que esperar. Nos desesperamos con facilidad al punto de dar a la innovación las herramientas y discursos necesarios para estar aquí y ahora donde necesitemos estar, inclusive, con quien necesitemos estar, pero es dicha espera la que nos ha invocado en innecesarias súplicas de pausa y calma.

No aseveramos la importancia de un saludo o un abrazo, mucho menos comprendemos que al decir adiós puede que sea la última vez que hagamos contacto físico, porque la vida es así, a veces ingrata, a veces coqueta.

No entendemos la dimensión de las cosas cuando se nos escapa una lágrima por aquellos que tuvieron que partir y a los que claramente no pudimos despedir, porque simplemente se fueron. Pero seguimos pensando en el aquí y el ahora, seguimos cuestionando nuestras razones para estar físicamente en un lugar y mentalmente en otro, como si el do de  la omnipresencia fuera un requisito indispensable para vivir.

Porque nos preocupamos más por responder al que nos saluda en el dispositivo de mensajería instantánea que por conversar mirando a los ojos a aquel que nos dedica su tiempo. Porque nos ocupamos más en la nostalgia por el que se ha ido que en dar lugar y sentido a lo que la memoria nos dejó en el pensamiento.

Al partir un beso y una flor recomienda el poeta. Pero es quizás menester entender que el mundo no es de poetas ni de sabios, es de ingratos y nostálgicos, de melancólicos que dan más valor a lo ya vivido que a la necesidad misma de vivir el momento siguiente. 
Lo confieso por supuesto, sigo pensando en el momento vivido, en ocasiones me sueño esa vida maravillosa que me he prometido a mí mismo y que me esfuerzo por alcanzar, pero la ansiedad no desaparece, la deuda del tiempo no descansa, es como si mi mente buscara de manera inmediata llegar a otro universo, despedirse de un plano para implementar mecanismos de comunicación con los que ya no están aquí.

Querer hablar con los que ya no nos pueden saludar, desear decir adiós a los que se les olvidó que se podía hablar, a los desvalidos, a los que nos escuchan pero no nos hablan, a los que nos observan sin entender que ya no pertenecen acá.

Vigilantes del tiempo y testigos de la nostalgia.  

No somos los más idóneos para atender temas de partidas o llegadas, nos sacudimos en excesiva ansiedad y damos fin a nuestra paz interior, como si preocuparnos fuera la solución.

Como si ocuparnos fuera la condición.


AV

7 de marzo de 2017

Nuestra Aflicción







Los silencios se convierten en esos caminos donde nos dejamos llevar por el pensamiento, los desvirtuamos de toda realidad y allí comenzamos a fraguar todas nuestras preocupaciones y anhelos. Vamos como es costumbre diseñando en cada silencio las excusas necesarias para afrontar el día siguiente.

Se viven etapas que nos ponen en consuelo cada momento de vida, damos de nosotros lo suficiente para que el prójimo tenga en sí su mejor versión de sí, le extendemos confites y uno que otro cumplido siempre con el ánimo de dar apertura a una sonrisa, porque de sonrisas vacías nos hemos llenado en estos últimos meses.

Cuesta mucho imaginarse que todo podría estar diferente, cuesta, porque no somos amigos del futuro paralelo, de esos inciertos pensamientos donde acomodamos la vida a situaciones paradójicas, paralelas a los hechos reales que acontecieron. No servimos para pensar más allá de lo que la inmediatez nos arroja,

No sirvo para llenarme los bolsillos de expectativas andantes cuando de andares es que he alimentado mi cuerpo por muchos años. Quizás es cansancio o rebeldía, no logro cuadrar los pensamientos con los vacíos que cada silencio va dibujando en la pared, como la tiza que en la pizarra va dejando una línea débil y sin sentido. Llevarme las expectativas a la calle y dejarlas allí esperando por una idea feliz, o quizás guardarlas en el equipaje y trastearlas de oficina en oficina hasta cansarse de sí.

Dejar dicha responsabilidad en la música y exigir a las canciones que den sentido a los silencios, que den un significado a las reflexiones que se pierden en la mente, que no trascienden el verbo y el fonema. Dejarme caer en la soledad de una habitación esperando a que sea mi turno de dar declaraciones y justificar un currículo.

Esperar.

Es muy difícil dar a cada silencio su lugar. Toda preocupación tiene su ocupación, su tiempo y directorio. Todos tenemos etiquetas para lo que nos ocurre, pero es que es difícil compañeros, es difícil querer verbalizar lo que el alma ya ha llorado, lo que la voz ya ha gemido y las plegarías han despedido. Es difícil dar el giro que todos sabemos que hay que dar, desanclar las ideas y pretender que el trayecto apenas comienza.

No se trata de creer en agüeros o en excesivas verdades metafísicas, no es interponer la razón a la devoción ni censurar la especulación en manos de la desesperación, es querer dialogar. Se hace injusto no poder hablar, no sentir respuesta, desestimar toda conducta ante una pared que no cede.

No es darle a la costumbre un lugar sagrado para llenar el vacío que las despedidas dejaron, no es darle categorías a cada sentimiento, a la final la mierda es mierda y el oro es oro. A la final el amor es amor no importa desde donde se sienta o hacia dónde se oriente. De un modo u otro no nos debe de importar los colores o etiquetas, la materia misma de las cosas o los dolores escasos de los silencios.

Ya hablábamos en versiones anteriores que estamos rotos por dentro, pero nunca mencionamos qué era lo que se nos colaba por entre las grietas, nos negamos en concordancia con el afán, a darle espacio a páginas leídas de la prensa. Preferimos darle al recuerdo la responsabilidad sobre la nostalgia, ser hipócritas quizás ante los silencios, ser en excesiva razón bullosos con la verborrea, porque para caminar nos han educado, jamás nos hablaron de hacer pausas y reflexionar, de tomar impulso, de caminar en reversa si es el caso.

Quedaron muchas preguntas por responder, se sienten una gran ausencia que en el otro plano se excusa como celebración. Se me cuestiona el don de la vida cuando es esta la que nos da pistas que no me son fáciles descifrar, se me cuestiona el don de la vida cuando es el tiempo el que me quiere hablar pero en su fonética y estética. No soy un traductor de silencios, no soy un lector de horas o momentos, huérfano quizás, pero tampoco guerrero ni portador de luz.

La aflicción puede ser temporal, pero ya se habla de un temporal de casi 8 meses donde el tiempo ha volado más rápido que la misma capacidad de la memoria de darnos un lugar de calma. La aflicción puede ser nula si la acobijamos con abrazos como se ha intentado hacer a pesar de que en el fondo, allí, donde se incuban los sueños sigue estando presente esa sonrisa como una insignia de pequeños exploradores.

Los silencios se convierten en esos caminos donde nos dejamos llevar por el pensamiento, los desvirtuamos de toda realidad y allí comenzamos a fraguar todas nuestras preocupaciones y anhelos. Vamos como es costumbre diseñando en cada silencio las excusas necesarias para afrontar el día siguiente o por qué no, para encerrarnos en esa noche siguiente.

Buscar otros caminos para hablar, para comunicarnos, para responder las preguntas que a la fecha aun quedaron sueltas en el sillón.

Para volver a preguntar.


AV