7 de septiembre de 2022

Lugares (Ilusiones)

 

Imagen tomada de:

https://pin.it/1YOMjip  

By:  Aissa Ibárcena

Hay lugares tristes, están dentro de la memoria, se refugian en algo de ilusión, se colorean con lo vivido en tiempos donde no había nada distinto a lo que el presente permitiera observar.

Hay lugares que en compañía son únicos y dan vida al universo entero, lugares que se descubren tomados de la mano, que se dibujan en emociones fuertes, de esas que anhelan una eternidad que la razón no es capaz de cuestionar, libre de errores, de problemas, sin puntos de llegada, solo escenarios únicos y humanos.

Hay lugares que en tiempo pasado fueron la adoración de un modo de vida, de una fantasía que se dejaba describir entre sonrisas y promesas.

Lugares para hacer promesas, para ilusionarnos de todo aquello que quizás desde la infancia se construyó en el imaginario del deber ser. Lugares en donde el viento nos despeina y nos genera dicha inmarcesible, donde el calor nos acerca en quejas de complicidad.

Lugares que nos encantaron con sus paisajes despertando el deseo de querer vivir allí, de jurar regresar con prontitud para seguir sintiendo esa felicidad que el alma espera.

Lugares que ahora son jóvenes para el transeúnte taciturno.

Lugares que son espejismos de melancolía, porque a la memoria le debemos el anhelo de una vida mejor y no de un presente recorrido. Lugares que no son lugares cuando la soledad nos toma la mano, creciendo como un jardín abandonado.

Hay encuentros que fueron hechos para no repetirse, que duraron quizás 7 años, 6 meses, 5 días o simplemente 4 horas. Encuentros que dieron base arquitectónica a cualquier proyecto de vida en lugares sin magia. Un callejón en Brasil, una playa en Aruba, un parque en Colombia o una ilusión en New York.

Hay promesas que no se cumplen porque el deseo no es fortuna del destino, palabras que se riegan sobre el viento para ser deseadas pero no escuchadas, letras que plasmamos en mensajes de pareja, de amigos, de familiares, insumos para conectarnos con nosotros mismos a través de los ojos de aquello que decimos amar.

Amamos lo vivido y deseamos que sea infinito, como las canciones que nos gustan o los libros que nos recomiendan.

Nos convertimos en pensamientos permanentes: Recordar una mueca, una cena, una caminata bajo las estrellas en la playa o una carrera desesperada en los pasillos de algún aeropuerto. Tormentos de una paz vivida.

Brindamos por la memoria de los que no están, por la soledad que nos queda en el bolsillo de un pantalón, por los vacíos de una maleta que alguna vez cargó en su interior desiertos enteros de promesas, de lágrimas que primero fueron sonrisas en trayectos inexplorados.

Hay lugares para sentarnos a recordar lo que pudieron ser razones para ser más humanos.

Hay lugares para dejarnos en meditación permanente, para dedicar canciones a los que ya no están, esos que dejaron de ser tiempo y espacio.

No existe lugar alguno para despojar la memoria, ni equipaje donde asegurarla, solamente trayectos reiterativos de compañías pasadas, humedecidas en lágrimas.

No hay lugar para observar las ilusiones.

AV


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