14 de octubre de 2009

Yolanda



Nuevamente Mil Gracias a la Palabracaidista por este banco de imágenes.

A un viejo amigo de licores y burlas a la vida se le ocurrió la grandiosa idea nombrar a su moto Yolanda. Su compañera fiel e incondicional le sirvió de testigo en vivencias en su precoz vida de joven de ciudad intermedia, concurrencias junto a otras bellas mujeres y amigos bajo efectos de vergüenza, ajenos a las manecillas del reloj rumoraban en su esquina de encuentros. Aquellas vivencias seguirían intactas en la memoria de Yolanda.

Este curioso recuerdo de mi chamo me sirvió en esta semana de señal para detener mi paso acelerado y mi ahora constante pensar para asimilar los detalles del tiempo y comenzar a palparlos en paredes de ciudad.

Revisando en el disco del pasado descubrí aquellas historias que Juan Felipe nos contaba en las reuniones alcohólicas de la Asociación, algunas en Medellín, otras en Pereira, las infaltables de Bogotá (donde jugaba de local) y las últimas que terminaron siendo en Cali con cita pendiente ahora en Tuluá para “algún día”. Dichas reuniones se centraban más en el valor de la amistad y el placer de abrir nuestros círculos sociales con nuevos personajes al verdadero objetivo de pensar y reflexionar sobre la participación estudiantil de los futuros comunicadores sociales que las universidades formaban para entonces.

El recuerdo se asentó como señal de tránsito: inamovible, insensible, invisible. Este momento nostálgico apareció con la costumbre de darle carne y hueso a los días previos a un nuevo año.

Particularmente el caso de “Yolanda” me llamó la atención en relación a nuestra fuerte costumbre de darle nombre e identidad a las cosas que nos pertenecen, lo más curioso de este asunto es la forma como omitimos darle nombre a nuestro tiempo, a nuestros días, nos basta solo con aquellas menciones que el calendario le da a los días, pero para nuestra existencia el día o el momento no tiene nombre. De igual modo omitimos darle nombre a nuestras acciones, bien aun sí disfrutamos darle nombre a nuestros seres queridos con seudónimos (apodos), a nuestras mascotas, a nuestras relaciones sociales e inclusive a nuestras metas.

Esa manera de proyectarnos con nombre pero sin pertenencia en la inmediatez caló fuerte en el imaginario de querer tenerlo todo, querer resinificarnos con pasos del pasado y no con acciones del presente.

Al igual que mi compadre, asumo el imaginario de Yolanda como su manera de dar vida a lo que para su momento era su objeto más útil, preciado y visible. Hoy por hoy Yolanda no existe y las reuniones ya no se efectúan desde pasados los días del año 2003.

Siempre están vigentes las promesas de “salir a alguna parte” a tomar y charlar, pero pensando en esas promesas vigentes se ha preferido olvidar las otras promesas vigentes, las que no son del ayer, las promesas que en el día a día sembramos en el saludo, en los amigos de pasillos, las amistades de tránsito, los hermanos de la calle, la memoria de vivir acompañado.

Constantemente comenzamos a sufrir del mal macondiano que en manos José Arcadio Buendía se limitó en sellar todo con un fuerte letrero que nos recordara “Qué es, Para Qué Sirve y Cómo se utiliza” sin preocuparnos realmente por el otro mal que tanto daño hizo a Florentino Ariza, el mal de vivir estancados en un recuerdo imaginado.

Darle nombre a las cosas, luchar entre olvidar y recordar, asegurarnos en ciclos de amigos y aprender a leernos en el día a día. Hasta hoy, sigo pensando en algunos recuerdos que siguen vigentes como señales de tránsito, mientras otros se desvanecen como murales corroídos por el tiempo.

¿Cuál será nuestra siguiente reunión?

AV


1 comentario:

Efímera dijo...

los adjetivos que damos a lo que nos rodea, sobre todo esos adjetivos que se dan para calificar con amor a nuestros seres queridos o cercanos. Esos que muchas veces se pierden con el paso del tiempo.

Excelente texto.