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11 de enero de 2016

Días Nuestros (2015)





El año concluye como los días dejan en sí caer las horas a la noche, las palabras se vuelven elocuentes y los abrazos aparecen de repente en toda escena familiar. Las distancias se acortan y ahora con el respaldo de la tecnología, los mensajes se hacen más allegados y efectivos, se descubren nuevas ansiedades y se renuevan miedos, las promesas de año nuevo se caen en el pavimento con el transcurrir de las horas, el nuevo año llega y nosotros aquí, viéndole pasar.

A once días del  nuevo año comenzamos por ver que la rutina se torna más real, que regresan las horas de antes y del mismo modo nos dejan sobre el escritorio los pendientes de esos meses que dejamos escapar. 
Pasadas dos semanas es que nos vemos dibujados en recuerdos de aquello que no se cumplió de año inmediatamente anterior. Imaginarme a golpes en cada día del año, en cada preludio, en cada obsesión, en cada rabieta y sonrisa.

Ver el año que terminó con la lupa del día once de año siguiente, como si los primeros diez días hubiesen sido un mero formalismo del descanso y la procrastinación, o por qué no, de la mera irresponsabilidad de la pereza y la rebeldía.

Rebuscamos frases célebres o aforismos para dar mayor importancia a nuestras tardes en redes sociales, nos desubicamos con las canciones de cada momento y balbuceamos en esas tareas pendientes, bueno, aquí mi tarea pendiente de iniciar de nuevo.

Un enero que llegó con regalos del sur de la Florida, enero en el que los amigos se reunieron y destaparon sus emociones, enero en que en un pic nic cerca al museo de arte moderno vimos pasar la tarde, dejamos los regalos al costado y renovamos el beso de amor que tras 21 días habíamos dejado en pausa. Un enero donde finalizaron los miedos de año anterior y comenzó por dejarse conquistar por retos que el mismo año quince daba en silencios pausados. Un enero donde conocí a Melissa.

Febrero insensato y casual, febrero de aprendizajes, febrero con sabor a queso y a plátano verde, al calor del río Atrato. Un febrero de suspiros y sueños en pareja, de empezar en casa de nuevo, de dar clases en donde siempre se quiso estar, donde siempre se pudo soñar. En marzo nos hicimos amigos de Fiona, una sencilla señorita de ojos grandes y ladridos fuertes, un marzo además que dejó consigo las flores de la amistad a piel, un marzo donde cumplió años el hombre más viejo de mundo, marzo donde nos fuimos encontrando en la crisis hasta hacer parte de ella, hasta inundarnos en las metas de otros y entender pues, que a esas metas es que no nos debemos de someter.

Un marzo des-complicado hasta llegó abril, un abril cargado de pésimas películas de terror (cortesía de Diego Alejandro),un abril en el que nos enamoramos más y más, porque el amor es una institución que se construye día a día, un sentimiento que se conserva en el más frágil de los elementos de la vida, un concierto de El Buki en Cali.

Abril de chikungunya, abril del cumpleaños del mejor de los amigos. En mayo nos decepcionamos de las oportunidades y abrimos paso a la fuga, mes en el que me aparté de las malas administraciones y decisiones permeadas por la avaricia y la celebración indebida de cargos, un mayo en el que los amigos nos unimos para tomar decisiones pero que a la final fueron las más egoístas decisiones las que se quedaron en su lugar.

En mayo todo comenzó de nuevo, nos alejamos de algunos, de otros tomamos la certeza de darles un segundo plano, a otros, el mismo viento se los llevó hasta desaparecerlos del panorama cotidiano. No fuimos a Bogotá  porque nos dejó el avión pero viajamos a Sevilla, primero a Tulua, así sucesivamente fuimos llenando los compromisos del amor hasta hacer frente a la familia de la mujer amada, me presenté ante mis suegros y cuñados, ante mi nueva familia.

Vimos el concierto filarmónico de Star Wars, conocimos a la princesa Leia más joven de esta galaxia.

Junio es hermoso porque los amigos se unieron en otro importante evento, en una ronda de canciones que terminaron con todo el amor del mundo alrededor de un pastel de corazones, un junio que dejó consigo libros y más libros (cortesía también de Diego Alejandro), un junio en que terminamos una tesis para iniciar otra, un junio en que el amor llegó a su año nuevo. Jugamos bolos, jugamos Bingo, jugamos a escapar, jugamos hasta la última noche del mes.

Julio gallardo e infantil, conocimos a los Minions y con ellos nos motivamos a comer tres cajitas felices porque eso es lo que hacemos los amigos, vimos Pixeles juntos en el cinema, porque eso es lo que hacemos los amigos, salimos a tomar el té y claro, salimos a bailar con las primas de Rita Shirley. River Plate campeón de América.

En agosto tomamos juguitos en Japy, Diego Alejandro llegaba de  viaje de Ipiales y  la señorita que vendía los jugos prometió llevarlo a conocer Caleñas la próxima vez que viniera a Cali. Agosto lleno de música, de cerveza, de rock & roll. Jugamos Monopolio, comimos sobre-barriga y festejamos el milagro de la vida, el triunfo de una nueva etapa. Iniciamos semestre en la universidad pública, viajamos a los años 20 y retomamos la docencia ahora en la universidad claretiana.  Los Guayacanes florecieron llenando de color la ciudad.

Volvimos al río Atrato, festejamos en Bandola, jugamos Risk por primera vez en años y dimos adiós al mes con la mejor de las intenciones hasta que llegó septiembre.

Negro como el olvido, como las sombras que traen consigo dudosas intensiones, septiembre de cumpleaños de amigos, pero también de malas noticias para la salud  familiar. Septiembre de visita del Papa a Cuba y de Aterciopelados a Cali, septiembre del Caribe Funk, septiembre de los Vargas y los Higuera, de terminar experiencias y aprender de otras vidas.

En octubre festejamos la vida, vivimos la sonrisa de mis padres, subimos a 32° y con los mejores amigos sonreímos en cuanta selfie dibujamos en la red, leímos a Stephen King, comimos hasta más no poder y esperamos una lasaña que solo en diciembre llegó. Un octubre que me acercó a las nuevas amistades que El Buki me regaló en el año quince, amistades como Karen Melissa y Felipe, el mismo señor Jesús Trujillo y los pequeños anfitriones de la ruta 66.

Encontrar de regreso a Sammy, comenzar a tomar café en una taza especial, llevar cosechas a la casa, viajar por el Quindio y cerrar noviembre con otra visita al río Atrato.

Los mejores atardeceres del año los viví en el Chocó, pero los mejores atardeceres del año los compartí con mi amada en las calles de Cali, Palmira y el eje cafetero, hasta que la quise enamorar un poco más, hasta que en noviembre decidimos juntos amar nuestras noches.

Llegó diciembre y ya estábamos estrenando un nuevo hogar, llegó diciembre y dejamos de contar historias para vivir de pleno, llegó el episodio séptimo de “Star Wars”, llegó el momento de reflexionar.

Llegó enero y en otra oportunidad reflexionaremos sobre lo que fue diciembre y enero, y qué mejor tarea pendiente que continuar escribiendo, qué mejor inspiración que recopilar lo que se robó el silencio.

Lo que quedó con el atardecer.


AV.

22 de septiembre de 2015

Sueños del 95.





Comenzamos a caminar por entre carpas y largos espacios de expectantes civiles, comenzamos a adentrarnos en el rumbo de una tarima. Observamos artesanos y emprendedores, jugamos a ser consumidores, nos volamos en una vaivén de ideas y antojos; caminamos porque era lo mejor que podíamos hacer mientras recorríamos decenas de carpas adornadas por el comercio, llegamos ahí, a donde era mejor quedarnos. 
Estiramos la manta y nos ubicamos haciendo eco de un pic nic un poco alejado de su real condición, estábamos los dos, enamorados, tomados de la mano, sonriendo, observando el escenario, observando los árboles adornados por faroles y rodeados de ciudadanos igual de expectantes que nosotros, era de noche y hacía calor, nos tomamos una cerveza, luego otra, y así hasta contar dieciocho en una noche musical.

Era el año 2015, por supuesto.

Comenzamos a caminar por entre los carros, nos dejamos confundir con la presencia de muchos y pocos, observábamos los rojos edificios de una universidad imponente y llena de jóvenes variopintos. Caminamos, porque no teníamos mejor opción que seguir haciéndolo hasta donde los carteles informaban, entramos sin dificultades porque mi madre era profesora en dicha institución y bueno, porque eran los mejores días del veranos. Llegamos a una cancha de fútbol en cemento, a su lado una pizzería y una heladería, ahí estaba la tarima, sencilla para nuestros días, pero majestuosa ante nuestras miradas.
Nos sentamos en el césped a esperar, estábamos los dos, felices como un par de amigos, sonriendo, observando el escenario, observando los adornos de una sencilla universidad, rodeados de estudiantes igual de expectantes que nosotros, eran las tres de la tarde y comenzaba a llover, nos tomamos una coca cola en una lluviosa tarde musical.

Era el año 1997, por supuesto.

Comenzamos a caminar por entre calles y negocios, el frío de la ciudad no era tan frío ya para nuestra cotidianidad, sumergidos en el encanto de la música conversábamos sobre esto y lo otro, sobre aquello y una que otra temática particular. Paramos a comprar un par de arepas con queso, seguíamos conversando. Subimos al apartamento y nos sentamos a esperar a Maritza, porque claro, ella siempre llegaba tarde a todas partes.
Rodeados de música, de historias para contar, de la memoria de los años noventa, del rock de los años ochenta, de las preocupaciones del nuevo milenio, del cigarrillo y el vino, de la soledad de los inteligentes, de las espesuras del amor y sus demonios. Nos sentamos expectantes, rodeados de cuentos y palabras de todo talante, los dos, como dos amigos que se conocían cada día más, como dos fulanos absorbidos por el ocio pero encantados por la música de El Dorado.

Era el año 2002, por supuesto.

La noche comenzó a darnos su calor y allí como dos enamorados, conversábamos sobre lo que era y ya no es, sonreíamos con las ocurrencias de los amigos presentes y de los que se presentaban de manera casual entre la multitud. Bromeamos con aquello y con lo otro, sentados a modo de pic nic le dimos inicio pues a nuestra cita sabatina, nuestro momento de compartir, alrededor de las nueve de la noche salió Aterciopelados a cantar, disfrutamos a más no poder, quizás en el fondo yo los estaba esperando desde hace mucho tiempo y es que sus canciones me pertenecen en la memoria, en el imaginario de los que se fueron, los que no están pero que a bien recuerdo; canciones que a hoy día en pleno 2015 son una complicidad de lo cotidiano.

Recordar entonces esa tarde lluviosa en el año noventa y siete con pachito, cantar Florecita Rockera bajo la lluvia en un torrente de inexperiencia y excesiva juventud.

Recordar entonces esas tardes en mi apartamento en Bogotá, aquel dos mil dos con diatribas y bebidas, al buen César Muñoz, gran hombre e ingrato amigo, sus ocurrencias y virtudes, sus cotidianas tragedias y su Bolero Falaz.

Ser agradecidos claro, porque son ahora los sueños en el 2015 los que se construyen, los que se fundan en pareja, permitirnos vivir el aquí y el ahora, dejar de ser exageradamente nostálgico y disfrutar del pic nic cantando La Estaca mientras nos abalanzamos en una noche llena de cerveza y buena energía.

Recordar aquel álbum de El Dorado, adentrarnos en cada canción y dar cabida a lo esencial que nos permite la música vivir. Entender que una nueva etapa en la vida ha sido bienvenida por Aterciopelados, como si fuese una cita que estaba pendiente.

Como si fuese una nueva historia para el noticiero de lo cotidiano.

AV