16 de julio de 2015

Pequeñas Compañías





Parte de los placeres de la vida está en el compartir con otro, entregar lo mejor de nuestros momentos a una compañía placentera, ser cómplices de la alegría del otro. Nos gusta sentirnos vivos en la medida en que la vida nos permite estar acompañados, dejar de lado las saludables soledades para asumir como un reto el bonito acto de querer.

Nos gusta la compañía, sentirnos reconocidos, hacernos partícipes de otros y sus historias, de esquivar las preguntas del ocio y hacer de ellas un manual para los amigos, cómo no, sernos testigos de cuanta inocencia desprende de nuestras ocurrencias, de esa ingenuidad a la que hemos dado compañía y bienestar.

Como todo en la vida, hay decisiones que nos llevan a cada tipo de compañía, unas más profundas que otras, unas con sentido más humano que las demás, compañías que se nos dan con un fin en particular, metas que se sacuden de la ropa para ser expuestas en una calle o una mesa de Bar, amistades que se endurecen con el pasar de los días y sus noches, que nos convertimos en pares e impares, como un grupo de pequeños mamíferos que saludan al sol en manada, o como el banco de peces que huye en conjunto.

Recuerdo una conversación con un viejo (muy viejo) amigo quien me celebraba la diatriba en lo que fue el ocaso del año inmediatamente anterior. Conversábamos en aquel enero nuevo sobre lo bueno y lo malo que había sido el año a nuestra percepción, no olvidaré (más con desagrado que otra cosa) el comentario que surgió de esa (quizás) superficial conversación. Iniciamos la reflexiva conversa con los acierto y desaciertos que nos acompañaban en el calendario, de los encantos del trabajo en equipo y de las grises tardes de confusión y mucho estrés laboral, vimos de reojo las relaciones interpersonales que fuimos construyendo en ese año y las evoluciones que cada círculo social que nos rodeaba daba, era un ejercicio muy anecdótico para lo que cualquier fulano haría en los primeros días de enero.

Al girar en el trayecto, nuestra conversación terminó en un frenesí de sonrisas y brindis, saludábamos la buena era y convidábamos alcohol y un poco de historias más. Todo llevado a una reflexión general: “El año anterior fue un año complejo, fueron más las malas experiencias que las satisfacciones” a lo que mi contertulio de barra con más gracia que respeto espetó mi comentario con un silencioso pero muy certero dardo, ausente de compasión y más bien recargado de valor: “Creería que no fue el año en sí, sino más bien las decisiones que tomaste”.

Ante tal sabiduría fue más mi reacción de sorpresa que la razón misma la que sentaba en la mesa,
La sonrisa de mi compañero de turno evidenciaba más a una déspota conclusión a lo que quizás realmente era la intención: Una reflexión. No tomé de buen modo tal acierto, pero gran sabio que es el tiempo mismo y supe valorar tal discreción. Insistir en las compañías y sus palabras.

Sernos fieles a los amigos, consigna que en muchas ocasiones no entendemos o apropiamos, ejemplo de ello el eterno 2013, un escenario de fidelidad y lealtad en el que las mismas situaciones difíciles nos mantuvieron en escena, o el 2002 que con sus mensajes y retos siempre nos embriagaba en ternura, en unión y comunión. Ya bastante se ha dicho de ello en este blog, pero es que de eso se trata siempre, de recordar, renombrar, retomar, reincidir inclusive en el discurso, de alienarnos en la lectura de los días pasados.

Cuando nos alejamos de unos u otros, somos también consecuencia de una decisión, por eso que las compañías que tanto hacemos respetar deben ser soportadas en nobles actos de verdadera amistad, en la constancia y la buena escucha, no solo en el parecer y aparecer.

Decisiones, no saber tomarlas, entenderlas mejor.

Desde asuntos de pareja hasta compromisos laborales, la compañía que nos llega en el camino se acentúa como una huella en la memoria. Casos como las filas de espera para ingresar a un espectáculo o a una entidad financiera, compañías que nos departen conversaciones inesperadas o lugares muy comunes que terminan siendo un protocolo social de interacción. Visitas guiadas o desesperadas atenciones en salas de espera, sillas vacías en bares o restaurantes, pasillos en buses que sirven de lugar de encuentro, huellas al fin y al cabo, siempre se habla de huellas que quedan en la memoria.

A cada momento, se le ha dado un buen recuerdo y en el mejor de los casos, vamos conociendo a nuevos personajes que se quedan para la vida, Fiona por ejemplo, una pequeña can de tres años de edad, juguetona, cascarrabias y siempre anda de moño variopinto en la llegada de cada mes. Su condición de canina le permite hacer del tiempo un lugar de juego y encuentro y con ello ha permitido en mi vida hacer del tiempo, un noble lugar de juego y encuentro.

Así como Fiona, una Pug de tres años de vida, muchas son las personas y animales que se nos van adentrando en el día a día hasta hacernos suyos, pedirnos galletas o jugar con nuestras ideas; nos volvemos seres de tercas motivaciones, olvidamos ver en la compañía del momento esa agradable pintura que adorna a un simple pared blanca, se nos olvida ser cómplices del otro o por qué no, como lo dijo mi descuidado amigo: Saber tomar las decisiones acertadas.

Escribir nuestros titulares de lo cotidiano.


AV


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