23 de julio de 2015

El Privilegio de Ayudar.




PAX & HART LUNA CAT POSTER. By Leo & Bella.

En muchas familias colombianas y quizás, de América Latina,  el ayudar es una costumbre ligada al querer ser buena persona, pocas son las ocasiones en que el ayudar se convierte en un acto de solidaridad y buena voluntad por encima de las ansias de protagonismo o fe. Es que ayudar es diferente a colaborar y en Colombia me atrevería a opinar, se colabora demasiado pero no se ayuda en igualdad de proporciones.

Somos solidarios con la colaboración porque es nuestro pilar de última hora, es esa llanta de repuesto a la que acudimos cada vez que necesitamos ampliar el plazo final, es ese gesto de grandeza que enaltece a las personas de disciplina flexible. Colaborar se nos convierte pues en atravesar el afán con un poco de velocidad, extender la mano a quien ya sabemos ha merecido la derrota o el fracaso.

Colaborar es una opción y siempre lo será, estará en manos del profesor o el supervisor, del Jefe o Juez, del testigo o familiar, de cada quien al que se le invoque la genuina novedad de dar auxilio a quien ha merecido verse en desgracia, a quien ha acudido a la pereza o descuido para no tener a tiempo las tareas o compromisos adquiridos tiempo atrás, colaborar es dejarnos seducir por el irresponsable manejo de las buenas intenciones, es la señal en color amarillo del semáforo de la buena fe, o por qué no, el sermón que nadie escucha pero que todos invocan en la misa de cada domingo.

“Colabóreme” como expresión de auxilio, sin importar el tono de voz o la precisión de la fonética, sin descuidar el acento o dejarlo fluir con la pereza del mendigo, independientemente de quién o en qué momento se acuda a tal palabra, la expresión en sí se vuelve un desafío irremediable entre dos o más fulanos: El emisor y el receptor (es).

Dicha expresión es un reto al que la escucha, le sujeta de las mismísimas y le invoca a ceder a tal presión, es invocar al demonio sin tener en cuenta la gran diferencia que se siente cuando se le ve venir.

Preceder cada frase con el apelativo “Por Favor” “Porfitas” “Porfa” “…un Fa” es de sensatos conspiradores de lo absurdo, porque no se cae en el elegante y muy respetuoso ejercicio del diálogo, de la proposición y la disposición sino, en una maleable jugada de discursos, de gestos que respaldan la voz, del deseo de imponer en el otro la voluntad de lo que no se tiene o pertenece y si ello no es eficiente, se recurre como extintor de emergencia al ya mentado “Colabóreme”.

Ayudar – decía al inicio del texto – es en sí un acto de fe, un eco del alma que se vuelve acción.  Es convertir la solidaridad en la verdadera esencia de lo humano pero para ello, es indispensable la educación. Contar con el suficiente criterio y el poder mental – o frialdad quizás – para aprender a decir Sí o No, para dejarnos enredar en el dolor o sufrimiento de quien invoca la ayuda, o por el contrario, para entender que el mejor modo de ayudar a alguien es permitir que la persona misma obre por su bienestar sin necesidad de acudir a otros.

Es una educación que no se imparte en las aulas propiamente, es parte del hogar o la unidad misma de la familia, es ese algo que se siente en el aire cuando lo fraternal es permisivo y se opone a cualquier rechazo o acto de exclusión, es ajeno al colaborar, porque el ayudar es entrar en contacto con el dolor del otro, es hacer del sufrimiento del otro nuestro sufrimiento, entenderlo, interpretarlo y darle opciones a cada escenario o posible solución. Ayudar es entregar lo mejor de nosotros a quien lo invoca, pero es bien sabido además que el tener buenas intenciones es igual de peligroso que el no hacer nada.

Las intenciones son banales, nacen del impulso sideral de la vida, del cosmos mismo del alma o meramente, de las vísceras; son intenciones que se materializan en grandes ideas o, en inmensos desastres. Ayudar implica educación (insisto), no saber cómo ayudar es mucho más peligroso que el problema mismo de la existencia humana.

El infierno está lleno de grandes idiotas que han pretendido entender la mente femenina y, de otro grupo de ingenuos que se han pasado la vida expresando buenas intenciones. Las buenas intenciones son peligrosas porque su misma condición de fe hace que no se pueda medir o predecir el daño que se hace al fallar el plan, son intenciones (buenas) que no tienen sentido de humanidad, intenciones que no corresponden al Ecce Homo, por lo tanto son intenciones que no están preparadas para reparar el daño causado o ser consecuentes ante el vacío gestado.

El asistencialismo social o mecenazgo, se convierte en la modalidad empresarial de ayudar a los más necesitados, una actividad económica que con el fin de evangelizar el alma de las empresas pecadoras, se invierte en acciones de donaciones y atención de poblaciones víctimas de alguna calamidad inventada por el mismo ser humano: Enfermedades, Víctimas de violencia o desastres ambientales, Exclusión y discriminación, educación y/o pobreza y miles de cuentos más.

Este ejercicio solidario de una parte muestra el lado humano de los gerentes y altas directivas corporativas, porque siente que están “Colaborando” con la sociedad, en cambio, en la otra orilla encontramos otro tipo de organizaciones (no todas empresariales) que buscan ayudar para mejorar la calidad de vida de alguien, su modo de ayudar es promover programas y/o proyectos que den resultados medibles y comparables, que disminuya un malestar y no un síntoma.

El mundo ideal es aquel donde no existen Fundaciones, ONGs, grupos sociales de caridad o filantropía, ¿por qué? Sencillamente porque sería un mundo sin problemas, sin exclusiones, sin brechas sociales ni poblaciones vulnerables, un mundo donde las organizaciones de ayuda serían pocas porque nadie les necesita, por el contrario, en este nuestro mundo, cada día son más las fundaciones, corporaciones y asociaciones que se registran e igual el número de problemas y síntomas que aparecen en las brechas de la sociedad.

Ayudar es un don que pocos comprenden y dan buen norte, colaborar es más bien un acto común de solidaridad con lo que no se debe de hacer pero que surge bajo el discurso del “deber ser”. Irónico, incomprensible, insensato y plenamente exagerado.

Gusto me da pues, enfocar mi ejercicio profesional (y visión de la vida) en ayudar a los que ayudan, ser una herramienta  para aquellas organizaciones que quieren ayudar y no colaborar, porque los que ayudan aunque usted no lo crea, necesita urgentemente de ayuda.

Un privilegio que pocos saben invocar.


AV

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