17 de julio de 2015

A la Espera.



Imagen tomada de:  http://kazani.gr/2014/07/
30 Melancholic Cats Waiting For Their Humans To Return


Hay historias que se construyen con los días, hay noticias que nos llegan con el nuevo día en y él se nos entrometen en la calma del momento. Llamadas que recibimos desde lejos o cerca, palabras que se nos van  enredando en el aire, como el sudor que se nos impregna en la ropa y nos hace incómodos ante un solitario soplo de calor.

Nos volvemos expertos en recurrir a maromas de último momento, en diligenciar datos con la premura del tiempo perdido, nos acercamos a la divinidad de las cosas en la medida en que las vamos perdiendo, en definitiva, nos volvemos cada vez más humanos por cuanta razón hallamos en el descuido.

No es que se trate de ser descuidados, somos metódicos en nuestros tiempos, damos uso a cada argumento para dilatar el calor y el espacio, para hacer de las tareas un asunto pendiente en la agenda de los días pasados, como si las fechas de entrega fueran estaciones del tiempo y no límites a la decencia.

Comprendemos a los amigos por lo que son, diferenciamos su escala de valores con los colores de la puntualidad, nos desesperamos en la espera pero aprendemos que con ella vienen tiempos nuevos, cada caso es su propio andar, cada ocurrencia trae sus tiempos y sus ritmos, pero en los encuentros generales el que madruga no siempre cuenta con la ayuda del señor, mucho menos el que llega tarde, a la final, el asunto era encontrarse, las reglas sociales de conducta pasan a un plano muy pero muy inferior.

Siempre es que una flor tiene el tiempo suficiente para crecer, para hacerse vida en un único lugar, en un estático plano que más que general es casual. Tiene el tiempo suficiente para florecer y hacerse bella en un gris mundo de desamparados.
Siempre es que aparece un afanado que llega tarde a sus citas, pero que las justifica con una flor, porque regalar una rosa o un girasol puede ser más coqueto que sonreír con la puntualidad del tiempo acordado.

Nos preocupamos porque preferimos reflexionar ficciones a ocuparnos en realidades (algunas más alarmantes o afanosas que otras), porque nos enfrascamos en anacrónicas dudas, en pendientes que necesitan ser atendidos pero que no le permitimos atender, le hallamos siempre obstáculo alguno o culpable ajeno.

Es un decir quizás, que el tiempo nos devela enseñanzas, nos madura, nos ocupa, inclusive, nos estimula en cada teatro y consejo. Pero como lo dicta el poeta de Rosario, “(…) nos encontramos en tiempos donde nadie escucha a nadie, donde todos estamos contra todos, de egoístas y mezquinos, tiempos donde siempre estamos solos”, tiempos diría yo, donde no aprendimos a esperarnos, donde nos escapamos llegando tarde a los compromisos con la fe ciega – parafraseando de nuevo a Rodolfo – de declararnos inocentes, o ser abyectos y desalmados.

Es que los amigos son la primer escuela, el lugar donde nos divisamos a la distancia y pactamos agenda, construimos horarios y rutinas, personajes con los que comenzamos a hacer de la cotidianidad un primer lugar para las noticias importantes de la vida, el breve espacio en el que nos sometemos a opiniones y conjuros, confesiones y debates, el esquivo loop de la vida donde nos enajenamos hasta el cansancio, tarde la noche para al día siguiente volver a comenzar.

Historias que se construyen con los días,  que nos llegan con el nuevo aire, como el sudor que se nos impregna en la ropa y nos hace incómodos ante un solitario soplo de calor, que legando tarde a la imaginación nos convocan a reiterativos mensajes que a novedosas preguntas. A los amigos y familiares, porque de todos hemos aprendido el para nada noble  de la impuntualidad, esa inmoral desidia que a todos nos afecta pero de la que nos hemos acostumbrado.

Nos comprometemos a entregar, a llegar, a partir, a dialogar, inclusive a vivir. Nos prometen castigos y escenas de desconsuelo, nos amedrentan con miradas, nos esquivan la buena voluntad, porque el retrasarnos nos hace débiles en lo moral, pero gran ironía de la vida la que a su vez nos vuelve fuertes de carácter porque en la siguiente entrega, reiteramos en la tardanza.

No se trata de madrugar o ser más veloz, porque hasta las almas llegan tarde a su rosario. No es esquivar el tráfico o preparar desde la noche anterior el equipaje, porque hasta los dioses olvidan a sus más fieles seguidores. No se trata de cargar el tiempo en los bolsillos o identificar el paso del día con el trayecto de las nueves y el sol, ni de identificar las estrellas en su infinita gracia porque hasta el mismísimo creador del universo las diseñó para que nos llegara tarde su brillo.

Aprendí a esperar con el tiempo, cortesía de amigos y familiares, pero algo que jamás aprendí fue a tolerar las sonrisas del que llega tarde o las disculpas del que siempre evade la fábula urbana.

Es viernes y como todas las historias llegamos con afán al fin de semana, llegamos porque nos da pena decir que nos esperaron. ¿La gente por qué llega tarde? Sencillo: Porque siempre habrá alguien que le espera.

Es viernes y llegamos tarde.

AV


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