22 de julio de 2015

Una Deuda Cultural (Entre muchas)



Imagen Tomada de: www.gatsvallromanes.org
Tarda De Gats En Radio Vallromanes. Gats Vallromanes: Marzo 2013

El valor cultural de toda canción se siente no solo en su melodía sino, en las historias que nos cuentan, la pasión del intérprete y claro, la claridad con que sentimos empatía con lo escuchado. Sucede pues con “El Cantor de Fonseca” que es de esas canciones vallenatas que me transporta a otros tiempos, me diluye en un imaginario de cuentos y canciones, de personajes que existieron en la cultura popular de una región, de imaginarios que se construyeron con los regionalismos y los sueños de colombianos que anhelaron el progreso, de señores de mucha edad conviviendo con la nostalgia y el calor, inclusive, de canciones que disfrutaban más de sí mismas que de premios y discos vendidos.

“Alicia Adorada” me recuerda esos amores eternos, esos encuentros con el tiempo que se fueron permeando en recuerdos y besos a la entrada de grandes casas coloniales. Ese aroma a selva y trópico, de calores asfixiantes y mujeres de vestidos variopintos, de sandalias modelando bellos tobillos sin cadenas ni colores, sin tatuajes ni calles pavimentadas. De canciones que en su sonar nos mezclan religión y política sin sonar incorrectas, musas que inspiraron a borrachos y poetas, de historias que se gestaron al fondo de una botella y se esfumaron en la radio local mientras se paseaba en el tren de la sabana.

Canciones de muertes y derrotas, porque no es solamente el dar lírica al despecho o a la soledad, de dar a la  melancolía un lugar hipotético en la radio o por qué no, de darle motivos a bellas y desesperadas con dedicatorias vallenatas. No lo veo de tal manera por la sencilla razón de que lo básico en ocasiones (por no decir casi siempre) permite contar historias y crear grandes obras musicales, no ver la necedad (y necesidad) de inventar complejas mezclas, ediciones exageradas con lenguajes reforzados, a veces basta solo con enamorarse, o también, querer morir de amor.

La tradición de los pueblos se permite reproducirse en la oralidad de los cuentos, en el respeto por los viajeros y los abuelos. Esa mágica costumbre de dejarnos asombrar por las historias que se construyen con el anecdotario de los olvidados, dejarnos presumir por cuentos que salen de las viejas calles empolvadas del tiempo, del río donde las lavanderas dejan fluir la ficción de sus penurias, del parque donde se sientan a conversar los que ya no tienen nada que decir.

Historias que se impregnan al qué hacer cultural, donde el acordeón no es un instrumento musical ni mucho menos un lujo, es por el contrario una extensión del hombre vallenato, una muestra de su virilidad en tiempos de violencia y cacicazgos, un talento que se construye entre familias y se hereda entre compadres, porque la tradición se vuelve musical y deja lo oral para lo superficial, se desvanecen miles de personajes reales para darle paso a miles  de intenciones ficticias que a nombre de amor o desamor, comienzan por narrarnos una a una las peripecias y desgracias de un pueblo que se vale honesto y trabajador, de una cultura que se declara ajena al conflicto y amiga del amor.

El poder de la música, la mística de las historias, los cuentos y los anhelos, ese deseo reprimido de muchos de salir de la pobreza, de ver en la música una industria y no un medio cultural. Encontrarnos en la historia miles de canciones después, miles de excusas para consumir licor a ritmo de un vals del Valle, dejarnos enlodar la memoria con temas musicales que se adhieren al despecho y al amor, que se alejan progresivos los años noventas, de una mística cultural para darnos solo entretenimiento, dejarnos atrás los parranderos mensajes de pueblos trabajadores, de mujeres encantadas con el hombre vallenato, el caimán eterno de una virilidad construida socialmente.

Amores pasajeros y peleas de gallos, Celos y discusiones, problemas de memoria y canciones de duelo, resentimientos entre regiones, familias condenadas al olvido y otras al exilio, gobernantes posesionados en discos de oro y platino, comerciantes que desconocen a sus compositores, niños que aprenden el saber pero no el arte, tiempos modernos que llegan y acaban con todo, como la industria que llevó el progreso a regiones bananeras y algodoneras.

Descansarnos en el tiempo libre, es pues este rompecabezas el que nos descifra el perdón del tiempo perdido, dejarnos herir por el complaciente público que aplaude cuanta canción llega con un acordeón de fondo sin importar su letra o mensaje.

Compadres que ya no son compadres, rivales de discotienda quizás, mujeres embajadoras de la música vallenata en tierras salseras  y rockeras, diatriba del mercado que nos confunde con ritmos urbanos y letras golosas, ambiciosa oleada de cantantes y reencauches: Todo tiempo tiene sus melancólicos comentaristas.

La deuda cultural estará siempre vigente, porque la cultura se construye reiterativamente, se imagina a sí misma y se reinventa en otras sonatas, en nuevos bailes y nuevas necesidades (necedades), pero siempre debe existir ese telón de fondo que poco a poco hemos visto desaparecer: Hablar de la tierra.

Es indispensable (pienso),  se cuente la historia de lo que esconde el dolor o la felicidad, no es caer únicamente en el pretexto de amar o querer amar, mucho menos caer en el caótico ejercicio de hacer campaña a una ideología o a un programa político, no ser religiosos por serlo ni criticar el establecimiento actual como inspiración musical.
Es ser compositores de lo que se olvida en el río, de esas noches y tardes que el ruido se ha robado, ser sensibles a la historia, a la memoria colectiva y con ella a los que ya no están con nosotros pero nos dejaron su sudor.

Es componer en el nuevo mundo lo que el viejo mundo nos enseñó, es escuchar lo que la Guajira misma nos heredó y tierra abajo nos legó. Imaginarnos navegando el río y sufriendo de amor con el atardecer rosado de fondo. Ahora nos ufanamos en lo urbano,  en lo insensible de un mercado que me permite ser melancólico con las viejas historias.

Hay nuevas historias que nos traen nuevos valores culturales, nos cambian el modelo del mundo, no obligan a temer un poco a las edades que se van encontrando porque a la final, siempre hablaremos de amor y de desamor.

Refrescar la memoria y por qué no, el paladar  con una buena canción.

Reinventarnos.

Siempre. (Suena "Matilde Lina" de fondo)


AV

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