6 de enero de 2017

Camino a Ciudad Esmeralda.






En cada historia que escribimos damos protagonismo a un personaje, a un suceso, inclusive, a la nada. Destrabamos letras de la memoria para darles un orden con el cual podamos comunicar lo que callamos inclusive más de lo acostumbrado.

Amo la lluvia porque de ella se levantan los suspiros de muchos silencios que hemos dejado a la poesía. Amo el silencio, porque de allí emerge el más sublime de los encuentros con uno mismo, amo el recuerdo, porque de la nostalgia vivimos todos y es en ella donde se escriben las mejores historias y se componen las mejores canciones.

El tiempo como buen consejero ha sido testigo del arte de silenciarnos y observar a la vida transcurrir su curso y sus mensajes cifrados, querer entender todo lo que nos ocurre, dibujarnos en los vidrios empañados del carro y pretender ser infantes de nuevo. Iniciamos el año rememorando lo que el pasado nos dejó, llevarse a la memoria por los vicios del silencio y de cada canción, nos alejamos como el globo de helio que se le escapa a una niña en el centro comercial, disipamos la espera como el helado que cae al suelo y hace brotar las lágrimas en el niño que recién iba comenzar a probarlo. 

Un concurso de ironías nos descubre en ese vaivén que llamamos vida.

El camino a Ciudad Esmeralda se distingue por los baldosines amarillos, los fantásticos personajes que deambulan en el y las múltiples historias que de allí se puedan relatar, sin embargo, en la memoria esos caminos no son de baldosines amarillos ni están llenos de fantásticos fulanos, solo hay imágenes y canciones, familiares y conocidos.

Nos abrazamos a la nostalgia con el mismo afán con el que la melancolía nos busca en las salas de espera; nos dibujamos sonrisas en  fiestas de fin de año mientras las lágrimas brotan en silencio a la par de los juegos pirotécnicos. Nos sacude el tedio de las despedidas pasadas.
Pero no siempre es así.

Ha sido muy difícil esto de tragar entero cada sentimiento con el ánimo de seguir adelante afrontando cada reto del día, sin embargo, son miles las alegrías que por vez ha traído cada día. El poder consolidar día a día la institución del amor, ser fuerte en el hermoso esfuerzo de construir en pareja el proyecto de vida soñado, ser fiel a los principios y no dejarnos desviar del objetivo. 

Ha sido fácil entonces, el soportar cada silencio que el alma clama cuando de la mano se lleva a la mejor de las compañías, aquel polo a tierra que permite se siembre las ideas y se cosechen triunfos familiares.

No es que se trate pues de emprender un camino donde la melancolía es la constante de los pasos, es entender de adentro hacia afuera que además de las lágrimas o quejidos que podamos exhalar, están presentes las sonrisas y los besos.

El ánimo perfecto que busca equilibrar pasado y futuro en un maravilloso presente lleno de amor, de un amor bonito. Un presente que puede darse entonces en forma de baldosines amarillos, llevarnos a Ciudad Esmeralda y en ella despojar las ideas y los suspiros, los temores y las aflicciones. Una ciudad que puede ser ficción en su forma pero que su esencia está ambientada por lo que dos construyen y no uno, como inicialmente pensábamos.

Porque la vida cambia, la vida nos ha dado ese empujón de motivos para con ellos replantear el modo de avistar. Nos ha dado cuatro manos para sembrar, cuatro piernas para caminar, nos ha dado la perfección del amor hecha materia, ahora somos pareja y en múltiplos de dos vamos como los artesanos, construyendo a mano los sueños que queremos sean de total satisfacción.

Hora de llenarnos de fibra, de darle a la melancolía un lugar en el equipaje, pero no darle la prioridad que demanda, por el contrario, momento de darle al amor bonito la dicha de ser protagonista, de ser pensamiento y palabra, de darnos ese clamor de vida que nos transporta a los mejores recuerdos de aquellos que no nos pueden acompañar, que nos transporta a las mejores vivencias de los años anteriores, de los aprendizajes que sirven de herramienta para el proyecto de vida de un Don y una Doña.

Amo la lluvia porque de ella se levantan los suspiros que mi corazón quiere declamar al corazón de ella. Amo el silencio que nace de nuestras miradas, porque allí reside el poder eterno del amor, de ese amor que hace emerger el más sublime de los encuentros, encuentros donde se escriben las mejores historias y se componen las mejores canciones.

En cada historia que escribimos damos protagonismo a un personaje, a un suceso, inclusive, a la nada. Destrabamos letras de la memoria para darles un orden con el cual podamos comunicar lo que callamos inclusive más de lo acostumbrado. En cada historia que juntos vamos construyendo se va publicando el amor más bonito de todos, se va viviendo la fiesta más grande del universo, una fiesta para dos, para avistar a la vida en cada canción.

Es que ella es mi fiesta, es mi camino a Ciudad Esmeralda, es mi silencio y mi bullicio. Mis sueños y recuerdos juntos, el fervor de los recuerdos futuros.

Mi fiesta.

AV

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