4 de enero de 2017

Señales de Nuevo Año



No es que esté bien del todo, de alguna manera todos estamos rotos por dentro. Sufrimos del guayabo de la despedida de un amigo, de un lugar, de un amor o un familiar. Nos pasamos el tiempo pensando en el ayer, en pretextos para mejorar situaciones ya vividas, como si pudiésemos regresar en el tiempo y corregir o evitar esos sucesos que nos marcaron para algo en especial.

Es normal entonces encontrar escritos de personajes influyentes y otros no tan influyentes haciendo su balance del año que terminó. De aquel 2016 que se fue dejando satisfacciones y dolores en unos y otros. En este blog por lo general se da escritura a tal tipo de balances, siempre con el principio de dar gracias por lo vivido, por aprender de cada vivencia, de cada persona que conocemos, de cada golpe que recibimos y de cada comida que digerimos.

Siempre nos da por pensar en aquello y en lo otro, damos vueltas a ese año como si fuese una taza de café esperando a ser servida. No volví a escribir desde hace mucho, insisto, porque todos estamos rotos por dentro. Dejé de lado este quehacer para ocuparme en labores de niño grande, jugar a ser adulto en un mundo de fantasía que no soporta las desigualdades.

Recuerdo entonces conversaciones con mi gran amigo David Guillermo, de años más lejanos que el 2016 que terminó, donde en alguna de ellas mentábamos que cuando se vive una crisis, se debe aprender de ella, pues las crisis son precisamente la única manera de aprender a conocernos, de reconocer todo aquello de lo que somos capaces, pues muchos fulanos pueden superar una crisis pero al cabo de un tiempo, recaer en otra y así sucesivamente, sin aprender nada, sin reconocerse como sujetos. Las crisis son para reconocernos de lo que somos capaces, para  transformarnos, para dejar de ser algo y asumir un aprendizaje puntual.

No puedo asumir este 2017 como el año de la revancha o el año donde vamos a crecer y ser mejores persona, de cierta manera, esa es la labor de cada año que llega, así que afirmarlo sería caer en un juego de palabras propio  de todos aquellos que se sienten por igual bendecidos y afortunados, con más “reflexiones” que acciones. Asimismo, no puedo darle el crédito al 2017 de ser un año que llega con grandes cosas, porque sería un completo acto de ingratitud con el año que se fue ( y todo lo que se llevó), si bien cada año trae grandes cosas para la vida, es cada uno el que decide a qué presta atención y qué aprehende.

No es hacer disertaciones ni formular paradojas como un sabio de esos que dejan sus pensamientos en murales (aún con faltas de ortografía); no es pelar capa por capa las  historias hasta llegar a una moraleja, pues algunos se desvivirían por crear grandes relatos olvidando los sencillos y bellos aprendizajes de la cotidianidad.

He renunciado a la cotidianidad desde el pasado año, no porque me convirtiese en un ser de esos que viven el día a día esperando que sorpresa trae, por el contrario, perdí la capacidad de asombro sobre las pequeñeces para internarme (como mecanismo de defensa) en las rutinarias tareas de cada jornada. Ser un autómata dedicado al trabajo, al estudio, al hogar y a los amigos pero desde la superficialidad  de un encuentro ya planeado.

Me sorprendo porque no es mi forma de ser ni actuar ante la vida, pero es un mecanismo de defensa que adopté ante las desdichas de lo vivido. Me convertí en ese cobarde que tapó sus oídos evitando escuchar los mensajes del día a día. Me convertí en ese evasivo ser lleno de información que nada dejó para el mundo, como un ladrillo que sirve para construir una vivienda, pero que fue utilizado para romper la cabeza de otro fulano.

Sátiras, silencios, conformismos. Todo o nada, quién sabe. Un año de aprendizajes, y claro, es que todos los años son así.

¿Usted qué aprendió de diciembre? ¿Ven? El ejercicio es sencillo, no es mirar el año entero y sacar conclusiones o reflexiones, es ver la vida momento a momento y encontrar en la cotidianidad esas noticias que nos sorprenden, enseñan, molestan, que nos invitan a indagar, a vivir, a soñar.

Bien lo dice Rita Shirley, en ocasiones solemos soñar más de lo que la realidad nos permite (soportar), pero El Buki jamás  abandona a sus cachorros. Debemos no solo aprender a dar valor a cada cosa que soñamos y a cada realidad que confrontamos (soportamos), debemos además ver la película completa, aprender a reconocer que los que se fueron lo hicieron porque ese era el momento de su partida, aprender a soltar cuando la vida nos quita y se hace sorda a nuestras pataletas y berrinches.

Aprender a entender la ingratitud de los amigos. Es algo mágico (insoportable) pretender ser tolerante con todos aquellos que afirman ser nuestros mejores aliados cuando a la final, en el balance del año que termina, del día a día, del momento, observamos que fueron más los silencios y ausencias que las verdaderas muestras de amistad.

Es aprender a reconocernos con el paquete completo: Amigos, Trabajo, Familia y Espiritualidad.

Es aprender a leer los titulares de cada noticia que la cotidianidad arroja.


AV

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