9 de agosto de 2011

La Hacienda



Imagen tomada de: http://bit.ly/qZRyuh

Nunca había visto dormir a un caballo, por supuesto, se trataba de una yegua encinta que en un rincón lejos de los demás equinos reposaba sobre la paja. Relajado, sin preocuparse ni inmutarse por el ruido ocasionado por sus pasos, con intriga y mirada expectante recorrió el establo y escondiendo sus manos en los bolsillos de su chaqueta roja caminó a prisa para alcanzar a su hermana. No la veía por ninguna parte, le había perdido el rastro minutos atrás mientras observaba atónito el encuadre de una yegua durmiente. Debía regresar solo a la casona, una Hacienda de mediados del siglo XIX construida por familiares que nunca conoció pero que su padre orgulloso siempre mentaba en reuniones sociales o cenas familiares, esas cenas donde llegan familiares de lejanas latitudes a pasar una temporada al acercarse el final del año.

Sin siquiera mirar a su alrededor bajó la cabeza y tomó camino por el sendero de balastro que conducía a la hacienda a menos de un kilómetro de distancia, debía recorrer una breve loma y un par de pequeñas casetas, en una de ellas, propiedad de la familia, descansan los capataces, en la otra simplemente se guardan las herramientas de trabajo, él sin saber de qué se trata caminaba sin percatarse que algo o alguien le seguía. Por un momento pareció escuchar pasos, pero no quiso prestar atención y mordiéndose los labios tomó prisa hasta llegar al sendero que le conducía a casa bordeando el frío y solitario lago.

Son cerca de la una de la madrugada y lo único que se logra observar a esa hora es la luz encendida de la Hacienda donde unos caballeros departen tomando licor y compartiendo historias de mujeres y batallas que a nadie a la edad de los once años le debe interesar, simplemente caminaba fuera porque no podía dormir, salió a jugar con su hermana mayor pero ahora en medio del susto de una oscura madrugada y la soledad de su edad sólo pensaba en regresar a su cama y esconder su vergüenza bajo un par de cobijas de lana. La niebla era espesa, el aire frío enfriaba sus pensamientos y le llenaba de misteriosas historias la cabeza, sólo quería llegar a la casona y desalojar los temores en sus quejas hacia su hermana, pero no encontraba rastro de ella así que pensaba afanosamente en que ya estaría acostada en su cama burlándose de su situación, no imaginaría por supuesto que debía apresurar el paso, dejar de pensar y actuar en pasos más largos, no pensaba si quiera en lo débil que el frío lo colocaba, no pensaba en nada más que en su propia vergüenza de sentirse burlado por su hermana nuevamente.

En silencio, preocupado, un poco asustado y con las manos aun en los bolsillos de su chaqueta avanzaba a paso lento, reflexionaba sobre todas las historias que se le podrían ocurrir, en las leyendas que en el colegio alguna vez le contaron de fincas y selvas tropicales. Su consuelo, por supuesto falso como todo lo que se siente en noches oscuras, era que no se encontraba en selvas tropicales sino en el frío de una sabana, que esas historias no tendrían cabida en ese tipo de Haciendas o lugares alejados, sólo pensaba en llegar a su cama, no pensaba en aquello que le perseguía sigilosamente, no imaginaba nada de lo que a su hermana ya le había ocurrido, ella no estaba en su cama ni mucho menos en los alrededores de la casona, ella desaparecida por completo ya ni lo esperaba aunque él aun lo desease.

Paso tras paso sentía que no se acercaba a la casona a pesar que ya divisaba la luz del portón de entrada, afinando su buen oído alcanzaría a escuchar las carcajadas de los adultos que brindando por sus hazañas gastaban su tiempo en conversaciones impolutas, trataba de apresurar el paso pero aún así no se acercaba, quizás, pensó, caminaba en circulo o por el sendero equivocado, pero no era cierto, estaba en el camino correcto y el sudor en la frente evidenciaba su cansancio por unos pasos largos y fuertes que intentaban hacer desaparecer la niebla y dejar atrás la baja temperatura que le acorralaba las manos dentro de la chaqueta. Pensaba en su hermana, tanto que ya comenzaba a apegarse a improperios populares para calmar su angustia, le molestaba estar solo a sabiendas que fue ella quien lo involucró en dicha caminata nocturna, no quería ser perdedor en un juego que para él nunca tuvo sentido, en especial porque era evidente que su hermana todo lo hacía para humillarle. Quería golpearle y acusarla con su madre.

Cansado y queriendo echar en el suelo sus esfuerzos notaba que la distancia a la casona era la misma, pero era evidente que llevaba más de dos horas de dar marcha, le preocupaba su percepción del tiempo, no era normal llegar con tanto retraso a su casa de vacaciones cuando en la mañana corría por el mismo sendero y en menos de cinco minutos avistaba la puerta de entrada, era extraño pero no le desmotivaba, era un joven testarudo a pesar de su corta edad.

Retomó el ritmo e intentó iniciar a paso apresurado su carrera para llegar finalmente a casa. Sólo faltaban pocos metros, sentía que había caminado toda la madrugada, pero sus preocupaciones sí que habían avanzado sorprendentemente, lo habían poseído en su totalidad, la razón ahora le pertenecía al desespero, el frío era superior al que sentía tiempo atrás, quizás ahora la temperatura estaba bajo cero, la niebla densa como siempre se filtraba por sus fosas nasales, su frente destilaba un sudor frío, un sudor letal.

Sus pasos le daban una mala jugada y a poco de llegar a casa, acompañado por el ruido de grillos cantores y las luciérnagas de testigo, observaba con dificultad a un joven entrar a la Casona, la mesa con botellas vacías evidenciaba la partida de los adultos a dormir, ya habían bebido suficiente, pero él no comprendía quién entraba a casa. Quiso acercarse pero al ver a su madre salir por la puerta y abrazar al pequeño entendió que era él quien entraba, le parecía extraño y a sus adentros se justificaba en que todo era un sueño, pero no era cierto, al descuidar sus pensamientos sólo avistó a su derecha a un niño de igual estatura, vestido con hojas y piel de vaca, descalzo, con el cabello desaliñado, con una sonrisa traviesa donde se notaban algunos dientes en mal estado, uno ojos oscuros y brillantes, lleno de vida, pero era expectante en que no eran de vida propia, sino, de la vida de muchos como él, niños extraviados o desorientados en senderos a altas horas de la madrugada.

No pudo pronunciar palabra alguna, solo dejó rodar una lágrima fría bajo su mejilla y sintió como una fría mano tomaba la suya y lo llevaba por un sendero que él jamás había visto, en ese momento recordó con lujo de detalles que en aquel establo, aquella yegua que dormía sobre la paja era diferente a los demás caballos del recinto, tenía trenzas perfectas que por supuesto ningún ser humano sería capaz de realizar, en ese momento recordó con exactitud el final de una de las tantas fábulas que había leído en el colegio, supo entonces en ese momento, que su hermana tampoco había llegado a casa, o por lo menos, su hermana de verdad.

Los Grillos habían dejado de cantar.

AV

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