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Y salir a caminar con el radiante
sol vallecaucano, sentir su calor susurrando a nuestras espaldas, sentir como
nos abraza en los hombros y nos recuerda lo miserable que podemos llagar a ser
con un traje y una corbata. De eso se trata, de sentirnos miserables quizás, porque de eso se trata el
silencio en una plazoleta o en un parque a la altura de las diez de la mañana,
cuando el sol nos baña y riega al Cauca los campos de flor, bajo el límpido azul
de este cielo, adelante feliz juventud.
Es de conocimiento popular la plaza
de los Cholados, luladas y demás bebidas
autóctonas de la región, manjares para los ciudadanos de buen gusto y un
vagabundo corazón. Encontrarme pues esta mañana en la zona suroriental, en la
plazoleta de la caja de compensación del valle, esa que alguna vez fue de los
industriales, allí, sentado observando el calor regar cada baldosa, hacernos
sudar y lamentar, ver a los caleños trabajar y sentir orgullo por lo que hacen.
En esa plazoleta precisamente, se
encuentra un gremio interesante de trabajadores: Los profesionales del Jugo de
Naranja y de Mandarina. No compiten con los gestores del Salpicón o los magos
de la lulada, no, a esos los vemos en otras plazas y con otros planes. Aquí los
empresarios del jugo natural de naranja y mandarina reposan en paz sus cuerpos
en una carreta (que quizás en otra era perteneció a algún transporte de
tracción animal o, a algún reciclador de buen corazón).
Otros más sofisticados
dejaron atrás la nevera de icopor (de poliestireno expandido) y se aventuraron
a la consecución de sofisticados vehículos con compartimiento especial
(nevera); el aroma a cáscaras de naranja y la tradicional mandarina rodea la
plaza, deja en ella impregnada su aroma como el más fiel de los frutos que se
rinde ante un poderoso (y miserable) sol, ante un inclemente clima que no da
espera a los desesperados.
Estaba allí pues, y era como si me
sintiera en cualquier pueblo, cualquier plaza de mi tierra querida, observando
los mesones con muchas naranjas esperando a ser partidas en dos, observando
grandes tarros llenos de mandarina, de esos frutos tropicales, y claro, con el
entorno encontré pues a muchos agremiados con sus cuchillos en mano,
afilándolos, jugando con ellos para que sean más eficientes, para lograr
mejores cortes quizás, o para domar quizás a una que otra cáscara rebelde de
naranja. Jarras llenas de jugo, con grandes cubos de hielo en su interior,
todos se respetan en su espacio, ninguno compite, solo esperan, cada uno en su
lugar, con sus cuchillos, sus asientos, sus sueños.
No se trata de competir y ganar más
clientes, ni de tener las mejores ventas o las más ingeniosas estrategias. Aquí
no hay ideación, o innovación como los nuevos intelectuales del “entrepreneurship”
lo quieren hacer ver. No hay plan
estratégico, solo sed, calor, soledad, muchas palomas, y muchos colegas,
agremiados.
Es de
esas calmas de las que queremos nos libre el señor, porque fue allí donde me visualicé
pues, a un joven Santiago Nassar, soñador, pícaro, agraciado pero sobretodo,
ingenuo. Y es que cualquiera de esa plaza podía personificar a ese personaje
ficticio pero procedente de una cruel realidad. Los empresarios del Jugo de Naranja
afilan sus cuchillos bajo el candente sol, como si no les importara nada, como
si fuesen los propios hermanos Vicario que buscan venganza, que asechan al
presunto culpable. Y la sonrisa de las señores cuando te ofrecen el jugo, como
si le sonrieran a la nostalgia, como si estuvieran presentes solo para
atestiguar los hechos, uno a uno, como si se llamaran Escolástica Cisneros,
como si la venta de jugo no importara.
Caí
víctima del inclemente clima, opté por partir no sin antes preguntar la hora,
sonreírle a cualquiera de las señoras que me atendió, con mi pinta de
forastero, de ejecutivo de otros pueblos, de otras realidades. Me tomé un delicioso jugo de naranja natural,
es mi adicción, nunca se es suficiente; por mi me tomaría todos los jugos de
naranja del mundo, pero quizás mientras yo me sentase a tomar y tomar, a
sonreír y brindar cada vaso de zumo, fuese posible que en algunas calles de
distancia estaría un asustado y desesperado joven Santiago, huyendo de dos
hermanos que buscan reivindicar el nombre y respeto de una hermana, de la hija
del ciego.
Es una
mezcla de ficción con realidad, como el calor de ese implacable sol, como mi
sombra que pareciese que huyese de mí buscando un refugio del límpido azul de
los cielos. Terminé mi jugo de naranja y
tomé la ruta del Bus, quizás la próxima semana, o el mes entrante deba volver y
de seguro que encontraré a los mismos en las mismas, solo que de 6:00 am a 08:00 am son empresarios del Café (tinto) y
la arepa.
Porque
así funciona el mercado del sol.
AV
1 comentario:
Es para estos calores de Cali no hay nada más refrescante que un jugo de naranja o de lulo.
En Buga, tierra del Señor de los Milagros, vi que vendían algo así como una maracuyada, una bebida al mejor estilo de la lulada. Y así. Pal calor, pa los hijos del sol.
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