11 de noviembre de 2015

Antropología, No.





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Esta semana de viajes y deberes, tuve la oportunidad de reunirme con la Decana de la facultad de humanidades de una prestigiosa universidad. Conversamos de lo bueno y lo malo de la democracia, de los retos de la región para con la comunidad y claro, del reto que la academia asume a diario con la política.
Vimos de reojo el resultado de las elecciones recientes y con ello comprendimos que gran parte de la población está aun permeada por los vientos del miedo y el costumbrismo político, no sabemos si se trate de un caudillismo con rejo o si por el contrario, es una apatía elevada la que legitima a los pocos que salen a votar por los mismos de siempre, como se expresaría mi madre o mi abuela cuando este tema sale en la mesa.

Abrimos el panorama a todo tipo de debates, desde la inter-culturalidad hasta la banalidad misma de los informes que el Ministerio de Educación demanda a sus instituciones de educación superior.

Recordé a modo de anécdota aquel tiempo en que ejercí mi labor profesional para la realización del registro calificado de una universidad privada en el sur-occidente del país, le compartí mi visión de las exigencias que con decoro realizar el Estado a sus universidades, de cómo un buen plan de trabajo y una seria estrategia pueden servir de base para obtener sin mucho sufrimiento la aprobación en el proceso en mención. Más con satisfacción que otra cosa, explicaba a mi compañera de mesa de la importancia de lograr procesos y dar importancia a todos los detalles, en especial si de certificar a la institución o al programa se tratase.

Pasamos la página y ella comenzó a compartirme un poco de su vida, mencionó su profesión y luego la posterior formación en posgrado que tuvo. Coincidimos en una universidad y de un salto recordamos de lo bueno y bello que es ser de la estirpe de Javier, de cómo una identidad nos forja como hermanos y nos comprometemos en ayudarnos en cualquier camino que la vida nos encuentre.

Proseguimos en la reunión – de la manera más informal del mundo – y comenzamos a revisar la propuesta de formación académica que de mi parte se había entregado el pasado mes de septiembre. Fue grata la respuesta, gustó y convención, tanto que se dispuso el debate a revisar la viabilidad o no de subir de categoría el documento y convertirlo en un proyecto de formación en Posgrado. Ahí comenzamos a deshuesar al humano que todos llevamos dentro.

En primera instancia dialogamos sobre la urgencia de comenzar a crear programas de Maestría en la facultad para con ello mejorar las posibilidades de alcanzar una acreditación institucional, sueño que toda institución de educación superior tiene, y para esta oportunidad mi propuesta académica caía a la perfección, ¡qué mejor que una maestría en temáticas sociales!

Continuábamos la cita, exponía mi interlocutora que crear más especializaciones no sería del todo una buena idea pues ya contaban con 2 programas de especialización en una facultad que tiene pocos programas de pregrado, lo mejor sería ir por la senda del Magister, si bien el interés rondaba por las ciencias sociales, no hallaba aún una ciencia que le respaldara la idea misma de crear el programa y al llegar mi propuesta comprendería pues, que el reto estaba en las ciencias sociales y las ciencias administrativas como un híbrido de herramientas y conocimientos.

De mi parte todavía no concebía que un decano de una universidad dictara tal propósito como un tema rutinario de agenda, quizás mi condición de consultor externo me daba esa idea o tal vez, mi desapego con la región me permitía entender la falla de tal caso, pues se buscaba más un programa por cumplir un mercado que una propuesta que respondiera como tal a la región.

Las reflexiones son necesarias y con ellas el debate académico, siempre abiertas las posturas a cada caso y si no hay caso, pues dejar que fluya entonces el argumento por su propio cauce, a la final cada intento de razón cae en otro intento de razón, la ratio cae  pues en una espiral de motivaciones y pocas veces, encuentra en ello nuevas inspiraciones epistemológicas.

Desde el escritorio y con la informalidad de la conversación, proseguimos con el anhelo de posgrado, ahora la decana dejaba en evidencia su interés por una propuesta que sentara sus bases en la Sociología como ciencia social o, en la Comunicación Social como disciplina de reflexión, inclusive girar en torno a las humanidades o preferiblemente hallar un punto de equilibrio entre la gestión y la ciencia y allí es precisamente donde llegaba yo.

Siguieron las vacilaciones y fue allí cuando sentenció la conversación o por lo menos, mi interés por el proyecto: (…) dentro de las ciencias sociales a considerar y viendo los profesionales a entregar a la región, no vemos a la antropología como una propuesta académica viable, pues nadie sabe a ciencia cierta para qué sirve una maestría en esta ciencia.

Guardé silencio, porque eso es lo que hacemos los guapos.
Cerré mi cuaderno, porque eso es lo que hacemos cuando terminamos de prestar atención.
Crucé mis piernas como los doctores de la capital y mirándole fijamente sentencié con una humilde pero muy poco discreta frase: Qué interesante, ¡cuéntame más!

La decana prosiguió su exposición de motivos y fuimos llegando poco a poco a acuerdos y tareas de parte y parte para con la propuesta, permitirnos construir entonces nuestra meta académica y dejar la documentación necesaria para un escenario de trabajo viable para el año 2016.

Al salir de la oficina no terminaba de entender cómo era posible que alguien con tales credenciales diera un no rotundo a la antropología como ciencia, más si de una universidad se trataba, más si la región la demanda, y mucho más si la movilidad académica y estudiantil le permite a cualquier fulano desempeñar su profesión fuera de la tierra que le vio estudiar.

Al llegar a la portería de la institución educativa y como un cómodo aplauso de la vida encontré un monumento que edificaron en los años 70s como homenaje a la diversidad y a la academia, el mismo en su placa conmemorativa expresaba lo siguiente: “(…) Conocimiento en biodiversidad étnica y cultural”

Ironías.


AV 

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